sábado, 1 de septiembre de 2012

De una pelirroja y un despertar





La noche, la playa, unas copas y la música suena.
- ¿Dónde vamos? pregunto-
- Adentro me contesta-
Miro tras de mí mientras su mano me arrastra tras las puertas del local. Busco a alguien, le busco a él, a él que debería estar tras de mí y sin embargo no encuentro por ningún lado mientras la música poco a poco se vuelve más fuerte, su mano sujeta cálida y suave la mía, y la gente ya bailando a nuestro alrededor promueve que nos mantengamos cerca para esquivarla.
Me sorprendo al pasar la barra, pensaba que íbamos a por copas, pero la dejamos atrás y nos adentramos más y más, la gente se dispersa aquí en lo oscuro, la música también parece más tenue a pesar de que retumba por todo mi cuerpo. Se detiene, y se gira, y yo casi choco contra ella. Se que sonríe por ver mi cara llena de preguntas, pero no dice nada y comienza a bailar imitando a la gente que nos rodea. Miro entorno a nosotras dos, no se cómo hemos llegado hasta aquí, mi fuero interno sigue preguntándose dónde está él, el que debiera estar conmigo, dónde está el resto de la gente, de sus amigos pero estamos solas. Rodeadas de toda esa gente desconocida que para mí no tienen rostro, la música me penetra hasta que soy incapaz de formularme más preguntas, mi cuerpo sin darme apenas cuenta se arrincona entre el fin del local y su propio cuerpo. La miro. Como si jamás la hubiera visto antes. Se balancea con la música como si nada más importara. Todo está oscuro, pero no ella. De repente me mira, y nuestros ojos se encuentran. Su tez  es tan blanca, sus ojos tan profundos me mira, y su sonrisa se vuelve extraña, y me doy cuenta de que llevo un rato mirando sólo sus labios, esos labios carnosos que a la luz del día son de un suave fresa. Se acerca, tan rápido y de manera tan firme, que por instinto mi espalda choca contra la pared que tengo tras de mí. Vuelve a sonreír sólo un instante por mi respuesta, y luego apoya sus caderas contra las mías como si tal cosa.
-          ¿Qué haces? creo saberlo pero aún así lo pregunto-
-          ¿Tú que crees? contesta-.
A esas alturas no creo en nada. Sus labios rozan los míos y poco queda para la imaginación ni la duda, pues todo se materializa en un hecho concreto, nos besamos. Mis ojos se cierran en acto reflejo, una corriente eléctrica me sacude todo el cuerpo, y la suavidad de su boca cubriendo la mía me hace perder la consciencia. Siento frío cuando se separa mí. Ha sido todo tan rápido, tan suave. Lentamente abro los ojos, me pesan. Me mira, la miro esos ojos marrones, esa nariz coqueta, sus pecas alrededor de ella tan tiernas en sus pómulos blancos, ofreciéndole un rostro tan aniñado a veces, que me atraviesa de punta a punta. Vuelvo a ser consciente de su boca, de lo dulce que me ha parecido, de lo que deseo explorarla esta vez en serio la miro, me enciendo. Hace apenas un segundo que ha dejado de besarme, y ahora soy yo quien me abalanzo sobre ella. Mi cuerpo tiembla desde los pies hasta la última punta de mi cabello, pero mis manos atrapan su cara y la acercan firmemente hacia la mía hasta que mi boca se hace con aquella otra semejante que acaba de abrir las puertas de un armario que ni siquiera sabía que existía en mí. Me devuelve el beso, y se deja arrastrar por la presión que ejercen mis manos sobre su cuerpo para atraerlo al mío. Se abre a mí, a mi boca, y a esta furiosa necesidad que no reconozco como mía y descubro por momentos. Mis dedos se hunden en la carne de su espalda, en lo estrecho de su cintura, en lo cálido de sus caderas y me quedo sin aliento mientras todo el calor y peso de su cuerpo se aplasta contra el mío propio en esta danza que sin saber cómo hemos empezado. De pronto necesito respirar, nuestras bocas entreabiertas  y mojadas se separan, y un suspiro quejoso emana de mi garganta. Sus ojos me sonríen tímidos, su rostro hace apenas unos instantes tan provocador y seguro, se vuelve dulce y frágil, enamorándome. Sus pecas vuelven a fijar mi atención, y enredo mis dedos en lo rizado de su cabello ese cabello pelirrojo, extraño y suave, que describe el fuego que ahora mismo siento hirviéndome la sangre. Y al mirar sus labios de nuevo, al recordar la excitación, el desasosiego y esas ganas locas de volver a besarlos que siento, me despierto en mi cama agitada, temerosa, ansiosa. Me despierto y durante unos instantes la excitación que siento por lo no vivido empaña mi espalda, me aturde y confunde sin poder esconderme esta nueva realidad, esta atronadora patada que me acaba de dar mi subconsciente enviándome varios peldaños escaleras abajo hacia el abismo abierto bajo mis pies.  

Tengo dieciocho años, acabo de tener mi primer sueño erótico conmigo de coprotagonista, y no ha sido con "él", el que debiera, ni con ningún otro sino con una pelirroja que se convertirá sin saberlo, en el modelo fetiche de mi recién descubierto yo.

Sageleah.


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