(Fanfic escrito para el foro Maca&Esther –Hospital Central-, por Sageleah)
DESCRIPCIÓN:
Una estudiante de bellas artes con gran talento y una inocencia casi mágica, se adentrará en la edad adulta hipnotizada por una estudiante de medicina mayor que ella y un abismo de vivencias que las separan. Juntas descubrirán los claros-oscuros que la pasión y el amor encierran, en un relato donde el crecimiento personal y la lucha por ser uno mismo, combate con el equilibrio de forjar una unión entre dos mujeres, sus anhelos y sus miedos.
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Los labios de Esther eran suaves, dulces y
esponjosos, Maca tuvo que contenerse para no destrozarlos a mordiscos cuando la
lengua de aquella niña la torturó con tanto apremio que a punto estuvo de meter
sus manos bajo su minúscula camiseta buscando piel. El deseo se cobró rehenes y
Maca se vio presa antes si quiera de darse cuenta, un ápice y minúsculo trozo
de autocontrol hizo que se separara de aquella boca que ya la tenía sin
aliento.
-
¡Madre
mía! –jadeo Maca tomando aire-. ¡No puedes besarme así!
-
¿No?
–preguntó Esther también luchando por respirar, aunque con gusto se habría
ahogado en aquel beso-.
-
No
–respondió Maca mirándola a los ojos, consciente de que el brillo que tintineaba
en los de Esther eran reflejo de los suyos propios-.
-
¿y
por qué no? –coqueteó Esther con ella ahora que había ganado en confianza-.
Maca entrecerró los ojos dejándose envolver
en su juego.
-
Porque
si sigues besándome así voy a olvidar por completo las formas, e iré más rápido
de lo que quiero –le advirtió Maca cogiéndola de la cintura y atrayéndola hacia
ella. Que quisiera ir con calma, no significaba que resistiera no tenerla
cerca-.
-
O
sea… quieres ir despacio –resumió la situación Esther-.
-
Ajá…
-le contestó Maca, que ya veía el juego torturador que Esther estaba
maquinando-.
-
Y
si yo te beso como hace unos segundos… -Esther se acercó a su boca, pero no la
beso-… perderás las formas, ¿no es eso?
A Maca le quemaba el aliento de Esther en los
labios, como si estuviera recibiendo vapor prensado. “ Oh Dios… ¿en serio está
preparada?” se preguntaba Maca, si quería ir despacio con su relación era por
Esther, sabía que era su primera vez con una mujer, pero también deseaba que
fuera la última… Aquella revelación cogió totalmente por sorpresa a Maca, de
veras deseaba ser la primera y última persona en la vida de Esther por mucho
que su razón y su sentido práctico le gritaba que aquello no era probable y que
la vida daba muchas vueltas, y aquella certeza la hizo serenarse. Maca quería
darle una relación en la que soñar, no perder los papeles y la cabeza en una
sola noche por mucho que el deseo la consumiera, quería que fuera especial y
único para ellas.
-
Las
pizzas –pronunció Maca en acto reflejo de supervivencia-.
-
¿Qué?
–Esther se desconcertó-.
-
Se
nos están quemando las pizzas –le dijo Maca sonriéndole con cariño-.
-
Oh
mierda… -Esther se giró hacia el horno que había olvidado por completo y abrió
la puerta-.
-
A
ver, déjame a mí –se ofreció Maca cogiendo un trapo de cocina, unos platos y
una espátula-.
Con resolución, consiguió sacar las pizzas
sin grandes estragos y las dos se quedaron mirándolas unos segundos.
-
Un
poco más tostaditas de la cuenta, pero son comestibles –dijo Maca en voz alta-.
-
Sí,
supongo que si, aunque a mí se me ha pasado el hambre –contestó Esther y Maca
se giró para mirarla-.
-
Oh
no…. Nada de eso –le advirtió Maca a la muda petición de deseo que expresaba el
rostro de Esther-.
-
Jajajaj…
¿nada de qué? –Esther no pudo evitar reírse ante la reacción de Maca-.
-
Vamos
a cenar, señorita… y he de decir, que la encuentro a usted demasiado suelta
dadas las circunstancias –bromeó Maca para salir de aquel acorralamiento que le
suponía percibir que Esther estaba más que dispuesta a cruzar las fronteras-.
-
¿dadas
las circunstancias?...jajaja… -Esther no podía creer lo que estaba sucediendo.
¿En serio aquella era la mujer que habían bautizado en el pub como la “Diosa de
fuego”? Si no hacía más que escabullírsele de entre los dedos-.
-
A
cenar –le dio como toda respuesta Maca, negándose a seguir por aquella línea-.
-
Y
si no quiero ce… -Esther iba a hacer un nuevo intento, pero Maca la besó
fugazmente en los labios mientras sostenía un plato en cada mano, y el gesto la
cogió tan por sorpresa y le pareció tan adorablemente familiar que no pudo
continuar-.
-
A
cenar, cariño –le susurró Maca tras liberarla del beso-.
Y Esther sintió como todo su cuerpo temblaba
mientras aquel afectuoso apelativo reverberaba en sus oídos con el sensual eco
que la voz tomada de Maca había dejado a escasos milímetros de las comisuras de
sus labios. Aquella fue la primera vez que Esther sintió que Maca ganaría
cualquier batalla que empezaran mientras la besara y la mirara de aquella
forma.
---
Lunes.
Esther abrió los ojos y se le hizo raro
encontrarse en su cama. Con un suspiro los cerró de nuevo, viajando en el recuerdo
de aquel fin de semana una sonrisa plena iluminó su rostro en el acto al ver en
él a Maca. Quedarse hablando con ella hasta altas horas de la madrugada, poder
besarla y abrazarla… dormir a su lado, había sido un sueño que aun no creía que
fuera real del todo. Se le hacía tan raro pensar en que estaban saliendo
juntas, y a la vez le era tan natural estar a su lado, que aquella mezcla de
emoción e inverosimilidad embotaba sus sentidos. De un salto salió de la cama,
necesitaba verla.
…
El teléfono empezó a sonar. Maca se levantó
del sofá donde estaba leyendo unos apuntes y descolgó el auricular con la taza
de café en la otra mano.
-
¿Diga?
–contestó-.
-
Buenos
días –la saludó una voz algo somnolienta al otro lado de la línea-.
Una sonrisa muy dulce se materializó en la
cara de Maca tras escucharla.
-
Buenos
días, dormilona… ¿te acabas de levantar? –le preguntó Maca a Esther-.
-
Si,
pero ha sido una gran desilusión –le contestó Esther-.
-
¿una
gran desilusión? –preguntó Maca-.
-
Sí,
porque no estaba ahí, contigo –le respondió Esther, y a Maca le dio un brinco
el corazón, pues su dulzura y aquella forma de ser tan suya, sin miedo a
expresar sus sentimientos, siempre la cogía por sorpresa-. ¿Estás?
-
Sí,
estoy. Yo también te he echado de menos esta mañana –reconoció Maca. Casi no
podía creer que hubieran sobrevivido a aquel fin de semana. Dormir junto a
Esther la noche del sábado, después de haberse regalado mil besos, había sido
una de las cosas más placenteras y difíciles que había hecho en su vida-.
-
¿En
serio? –le preguntó Esther que había vuelto a meterse en la cama para estar con
ella, aunque fuera al teléfono-.
-
Muy
en serio –le contestó Maca volviéndose a sentar en el sofá-.
Durante unos segundos el silencio reinó entre
las dos. El anhelo que sentían la una por la otra, hacía que la electricidad
fuera palpable incluso a distancia.
-
¿Qué
estabas haciendo? –quiso saber Esther-.
-
Estudiaba
unos apuntes en el sofá –le dijo Maca-.
-
¿Has
desayunado? –Esther no supo por qué le preguntaba algo como aquello, pero
preocuparse por ella le era innato-
-
Tengo
un café en la mano –le dio Maca como respuesta-.
-
Me
gustaría ser ese café –soltó Esther sin pensar, no podía remediarlo-.
Maca soltó un gran suspiro que casi se
convirtió en un jadeo, estaba claro que Esther no era consciente de lo difícil
que se lo ponía.
-
Me
muero por besarte –acabó de rematarla Esther, ya no podía controlarse-.
-
Yo
también quiero besarte –reconoció Maca, aquello era indudable-.
-
Pues
ven a secuestrarme –le pidió Esther-.
-
¿ahora?
–Maca se sorprendió no de que se lo pidiera, sino de las propias ansias que a
ella misma le habían entrado de hacerlo-.
-
Me
ducho y me visto, y estoy lista en una hora –empezó a planear Esther incorporándose
de nuevo-.
-
¡Una
hora! –Maca se vio ilusionándose con la idea de poder estar junto a ella tras
ese periodo de tiempo. Miró su reloj de muñeca calculando mentalmente lo que
ella misma tardaría en arreglarse y coger el coche para llegar a recogerla-.
-
Si
no te beso pronto me moriré –susurró Esther al teléfono, y lo decía muy en
serio. A Maca la respiración empezó a acelerársele, ella empezaba a sentir lo
mismo-. ¿Una hora? –se atrevió a preguntar de nuevo Esther ya poniéndose de pie
en dirección al baño-.
-
¡Una
hora! –le confirmó Maca poniéndose también en marcha-.
A Esther se le
revolucionó toda la sangre.
-
Esther
–le susurró Maca de pronto-.
-
¿Sí?
–preguntó Esther conteniendo ya la respiración antes de colgar el teléfono-.
-
No
tardes –la apremió Maca, y su tono de voz más grave de lo habitual hizo que a
Esther se le erizara toda la piel de golpe-.
-
Tú
tampoco –consiguió articular Esther, y tras una breve despedida ambas colgaron
el teléfono apresurándose en minimizar el tiempo de estar separadas-.
….
Exactamente fueron 56 minutos. Maca aparcó el
coche un poco apartado de la casa y llamó desde su móvil al de Esther previniendo
que Encarna estuviera con ella. No es que pensara en esconderse, era sólo que
aun no les había dado tiempo a hablar de cómo querían llevar su relación desde
fuera, y en cierta forma, Maca no podía evitar sentir aquella parte de
responsabilidad con respecto a las recientemente descubiertas tendencias
sexuales de Esther.
“Oh Dios... me comporto como una imbécil y
una paranoica… estamos en el siglo veintiuno, por el amor de Dios, deja ya de
pensar que estás haciendo algo malo” se regañó a sí misma Maca por su acto
paranoico, pero aún así hizo la llamada y quedó a la espera de que Esther
respondiera al móvil. El sentimiento de culpabilidad que había sentido en
silencio por Marta pensando que la había incitado a mantener una relación más
allá de la amistad con ella, era un sentimiento difícil de extirpar y demasiado
camuflado para reconocerlo a simple vista. Aquella era la primera vez que le
pasaba.
-
Maca
–contestó Esther al cuarto tono-, ¿por dónde vas? –de pronto Esther sintió
miedo de que cambiaran los planes-.
-
Estoy
al otro lado de la calle, acabo de aparcar ¿sales? –le dijo Maca y Esther
respiró con alivio-.
-
¿no
quieres entrar en casa? –le preguntó Esther que se había hecho ya unos planes
en la cabeza-.
-
¿y
tu madre? –preguntó Maca algo inquieta-.
-
¿Qué
pasa con ella? Tiene turno en el hospital, no sale hasta las tres de la tarde
–le anunció Esther sin entender su pregunta realmente-.
Maca salió del vehículo y cruzó casi
corriendo la calle.
-
¿Estás
sola? –le preguntó Maca dando las últimas zancadas hasta la vivienda-.
-
¿Si
te garantizo que sí, tendré algún tipo de bonificación compensatoria? –a Esther
le hizo gracia aquella pregunta y no pudo evitar jugar con la idea-.
El timbre de la puerta sonó como respuesta y
Esther dio casi un salto en su sitio. De repente cubrió los pasos de la
entradita y sabiendo con certeza que se trataba de Maca abrió rauda la puerta.
Sus ojos no pudieron evitar recorrerla de arriba hasta abajo, sus vaqueros
descoloridos de cintura baja, su camiseta de tirantes blanca, su pelo suelto
enmarcado por sus rayban y aquella inigualable mirada. Las dos se quedaron sin
aliento cuando sus ojos se encontraron. ¿De verdad había pasado tan poco tiempo
desde el Domingo por la tarde? A ambas les había parecido una eternidad.
-
¿Estás
sola? –le preguntó de nuevo casi sin voz Maca, su pecho se hinchaba y se
deshinchaba con esfuerzo debido a la alterada respiración, mientras colgaba y
guardaba el móvil esperando sin cruzar la puerta-.
Esther se había quedado hipnotizada nada más
verla, por muy patético que pareciera, acababa de olvidarse por completo de
cómo hablar. Asintió con la cabeza.
-
Oh….
¡Gracias a Dios! –musitó Maca dando una gran zancada-.
Y en menos de un instante, cerró la puerta
casi de una patada, borró la distancia y se abalanzó sobre Esther.
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Las manos cálidas de Maca enmarcaron el
rostro de Esther, y en cuanto sus labios se rozaron, el peso del anhelo cerró
sus párpados sumergiéndolas en la humedad y sensibilidad de sus bocas. Cada
roce era una caricia sensual y devastadora para ambas, cada saludo de sus
lenguas una incitación constante a navegar a más profundidad. Esther gimió de
deseo en su boca. Maca estaba a punto de perder el conocimiento sintiéndose
incapaz de despegar sus labios y sus manos de ella. Sin saber cómo, la espalda
de Esther se estrelló contra el cristal del recibidor haciendo caer el
paragüero que había al lado. El sobresalto las hizo detenerse jadeando. Ambas
miraron los paraguas en el suelo mientras luchaban por respirar, luego se
miraron a los ojos.
-
¿Te
has hecho daño? –le preguntó Maca enronquecida, aun mareada por lo turbulento
de aquel deseo que sentía en cada partícula de su piel-.
-
No,
¿y tú? –a Esther le costaba respirar, y maldijo en silencio aquella distracción
tan inoportuna cuando sitió el frío de la separación de las caderas de Maca que
habían estado contra las suyas-.
-
Estoy
bien –musitó Maca soltándola lentamente como si el mero hecho de distanciarse
de ella le arrancara las entrañas-.
Se agachó a recoger el estropicio aún mareada
por lo que acababa de suceder. “Dios mío… ¿qué me ha pasado?... si no llega a
ser por… Ni siquiera lo vi venir, sólo… sólo pensaba en besarla y…. no puede
controlarme… ¡Dios, y en su casa!”, trató Maca de poner en orden la agitación
que sentía en su interior en aquellos momentos.
-
¿Seguro
que estás bien, Maca? –Esther se agachó a ayudarla en cuanto vio que se quedaba
parada, sin reaccionar-.
Sus ojos se encontraron, oscuros y
brillantes, velados por lo perturbador de aquel sentimiento que las envolvía.
-
Creo
que estoy un poco mareada –reconoció Maca y trató de ponerse en pie-.
-
Deja
que te ayude –la cogió del brazo Esther incorporándose a su lado-. ¿Un poco de
agua?
-
Sí,
por favor –Maca necesitaba algo con lo que apagar el sofoco que ahora mismo se
agolpaba en su pecho-.
-
Ven
–le dijo dulcemente Esther esbozando una sonrisa tranquilizadora, y cogiéndola
de la mano tiró suavemente de ella para conducirla hasta la cocina-.
Maca se sentó en una de las sillas, y apuró
en pequeños tragos el vaso de agua fría que Esther le acababa de servir.
-
¿Mejor?
–le preguntó Esther con cariño, mientras veía como la calma volvía a aquel
rostro que ella ya conocía de memoria-.
-
Sí,
no se que me ha pasado –le dijo Maca dejando el vaso en la mesa-.
Esther la miró sin dejar de sonreír, las
mejillas de Maca se habían sonrojado ligeramente, y le entraron unas ganas
horribles de dibujarla en aquel gesto. Aquello hizo que recordara el verdadero
motivo por el que había deseado que Maca entrara en casa, quería enseñarle sus
cosas, su estudio. Se puso en pie y Maca levantó la vista para seguirla.
-
Anda,
vamos –le dijo Esther tendiéndole de nuevo la mano-.
Maca la miró sorprendida, pero la obedeció.
-
¿A
dónde vamos? –le preguntó cogiéndosela e incorporándose-.
-
A
arriba –le indicó Esther con un gesto de cabeza mientras ya la arrastraba hacia
las escaleras-.
Maca tragó saliva e hizo que se detuvieran
antes de subirlas.
-
¿A
arriba?... Esther no creo que sea muy buena idea… yo no… -Maca empezó a ponerse
nerviosa. Si el sólo hecho de marinar la idea de besarla durante una hora había
provocado que nada más tenerla delante perdiera la razón abalanzándose sin
control sobre ella, no quería ni imaginarse a solas con Esther teniendo una
cama cerca. Le asustaba la fuerza con que su cuerpo reaccionaba cuando estaban
cerca, y pensar en que las cosas se le fueran de las manos justo en la casa de
Encarna, era más que suficiente para que le corriera un sudor frío por la
espalda.
Esther se detuvo en el primer escalón, y se
acercó de nuevo a ella para tranquilizarla. Su reticencia en cierta forma era
adorable, pero también hacía que Esther ganara en confianza y se volviera mucho
más atrevida de lo que en realidad era, sin embargo se controló para no
torturarla.
-
Sólo
quiero enseñarte mi estudio. Anda ven… me portaré bien, lo prometo –jugó un
poco con ella Esther, y tras ver la respuesta de su cara, sonrió y le dio un
beso en la mejilla-. Vamos, quiero que lo veas.
Y Maca la siguió como un corderito, pues
resistirse a ella era tremendamente difícil cuando el rostro se le iluminaba de
aquel modo.
Subieron hasta el primer piso, y luego unos
cuantos peldaños más hasta una especie de guardilla con grandes ventanales.
Esther le soltó la mano y fue a ajustar la luz que entraba por ellas, Maca
barrió la estancia con la mirada admirando cada rincón. Los libros de bellas
artes, los cuadernos de dibujo de distintos tamaños, lienzos en blanco, tela de
lienzo por fabricar, pinceles, acuarelas, óleos, carboncillos sobre un estante
de materiales… Maca podía imaginarse las manos de Esther trabajando con ellos,
y aquel pensamiento le puso la piel de gallina. De pronto sus pasos se detuvieron
en una especie de almacén sin puertas donde parecía que Esther guardaba sus
creaciones.
-
¿Puedo?
–le preguntó Maca girándose hacia ella. Esther la estaba contemplando sentada
desde un taburete junto a su mesa de trabajo-.
-
Adelante
–la invitó a curiosear Esther jugando con un lápiz entre sus dedos, pues que
vieran sus trabajos siempre la ponía algo nerviosa, pero que Maca pudiera opinar
sobre ellos la hacía sentirse bastante pequeña-.
Maca sacó uno de los lienzos, y vio el campus
por donde Esther se paseaba todos los días reflejado en él. A pesar de ser un
edificio antiguo y algo gris, Esther había conseguido darle un aire melancólico
y entrañable, mientras la mezcla de verdes del césped y los árboles jugaban con
sus sombras y los esbozos de figuras humanas disfrutando de rayos de luz en una
tarde de primavera. A Maca le pareció que el edificio velaba por ellos, mudo
testigo de sus vivencias. Lo dejó donde estaba y cogió un nuevo lienzo y esta
vez la sonrisa de un niño que conocía le devolvió un guiño.
-
¡¿Samuel?!
–preguntó a pesar de tener claro que era él-.
Esther asintió con una gran sonrisa.
-
¡Dios!
¡Es un trasto! –Maca tampoco pudo evitar sonreír con cariño. Aquel niño era un
bichito adorable, y Esther había sabido captar la magia de su mirada, la
claridad de su sonrisa y el robo de su tiempo. Lo guardó-
Había tanto que ver en aquel almacén que
empezaron a picarle las manos inquietas, sin embargo un inconfundible sonido
llamó su atención y se volvió hacia el lugar de donde provenía. De pronto
Esther tenía un bloc en el regazo y en la mano un lápiz de punta blanda rasgaba
una de sus hojas, estaba dibujándola. Maca se quedó paralizada, ahora ya no le
picaban las manos, le temblaban. Esther clavó sus ojos en aquellos de color
miel que la miraron con sorpresa y con una mezcla entre la timidez y el miedo,
le encantaban aquellos ojos y sonrió para iluminarlos. La respuesta en las
mejillas de Maca fue inmediata, y el corazón de Esther se aceleró apresurándose
a captar aquel detalle, de pronto el lápiz no bastaba. Se le secó la garganta y
paró de dibujar.
-
¡Eres
realmente preciosa! –susurró Esther con un nudo que atenazaba su voz-
Aquella simple frase y de quien venía y cómo
la había pronunciado, bastó para que a Maca no sólo se le incendiara la cara
sino que se le aflojaran también las rodillas. Sintió miedo, ella no solía
reaccionar así, normalmente su aspecto era un mero instrumento que atraía a las
mujeres y que le proporcionaba placer, Maca había aprendido a utilizarlo muy
bien para volverlas locas y los piropos normalmente resbalaban sobre ella sin
tan siquiera llegar a halagarla, eran sólo otro más de sus juegos. Pero con
Esther todo era diferente e inesperado, cada palabra la alcanzaba como si
fueran dardos que penetraban sangrantes en su piel, y toda ella reaccionaba
sintiéndose vulnerable, insegura, adulada y sofocada, haciendo que olvidara por
completo sus artes de seducción, convirtiéndose de nuevo en aquella adolescente
capaz de temblar por cada mirada, por cada palabra. Eso era justo lo que
conseguía Esther, la miraba de un modo del que no podía escapar, la envolvía en
su calor y la hacía sentirse verdaderamente desnuda, temblorosa y anhelante,
hasta tal punto que no podía reaccionar. Se quedó quieta.
Esther dejó el cuaderno y el lápiz, y fue
hasta ella. No sabía muy bien que estaba haciendo, pero una fuerza invisible la
guiaba y no pudo detenerse hasta encontrarse a un par de pasos de Maca. Su pelo
parecía tan suave, y ella lo había dibujado, lo había imaginado tantas veces
despierta y dormida, que no pudo contenerse y estiró una mano para recolocar un
par de mechones que enturbiaban su linda cara.
Al hacerlo sintió un temblor en las yemas de sus dedos, mientras a Maca
se le cerraban tan sólo una milésima de segundo los ojos al sentir su caricia.
Se quedó sin aire. Miró un instante a los ojos de Maca y supo que a ella le
pasaba lo mismo, dio otro paso hacia ella y Maca reaccionó retrocediendo uno suyo
hasta sentir su espalda pegada contra los lienzos.
-
Voy
a besarte –le advirtió Esther en un susurro ronco-.
Y vio como a Maca se le entreabrían los
labios que temblaban no más que los suyos a la espera. Se acercó más a ella y
entonces sus alientos se confundieron, sus labios se rozaron, los latidos de
sus corazones bailaron y un remolino empezó a abrirse entre sus bocas cuando
sus lenguas encontraron aquella suavidad interna a la que era tan difícil
renunciar. Esther puso sus cinco sentidos en aquel beso, en lo dulce del sabor
de Maca, en lo goloso de sus labios, en lo sensible que era a sus exploraciones.
Empujada por el beso, se pegó más contra ella y el cuerpo de Maca cambió más
aún de temperatura. Lo sintió en sus brazos desnudos cuando con una suave
caricia ascendió por ellos erizándole la piel, era tan condenadamente suave… lo
sintió en su cara, cuando hizo un alto en ella para darle un instante de paz
antes de que la lengua de Maca profundizara más en su boca y Esther se volviera
tan ansiosa, que se vio atrapando su nuca obligándola a quedarse sumergida en
ella. Maca gimió de placer, y Esther al escucharla hizo lo mismo. Como si no pudiera
controlarse, Maca atrapó su cintura y Esther para poder ceder a su reclamo de
proximidad coló una de sus piernas entre las de ella. Maca volvió a gemir, y
Esther se sintió excitada por completo. Las manos de Maca empezaron a
revolotear inquietas por su cintura y su camiseta, conteniéndose para no
hacerla jirones. Esther supo de inmediato que luchaba por no meter sus manos
bajo la ropa y una rebeldía desmedida que no se conocía, la empujó a apretar
más su pierna entre las de Maca provocándola para que se decidiera. Esta vez
Maca jadeó tratando de respirar. Esther tuvo que dejar que lo hiciera, o
correrían el riesgo de desmayarse ambas.
-
Oh
Dios, ¿qué estamos haciendo? –musitó Maca respirando con gran dificultad,
mientras no podía dejar de apretar contra si a Esther. Hablar le costaba tanto,
tener los ojos abiertos le era tan difícil…-
-
Deberías
saberlo mejor que yo… -le contestó Esther, y tuvo que esforzarse para reconocer
su propia voz que estaba rota y completamente oscurecida por el deseo-.
-
Debería…
-ronroneó Maca tratando de centrarse un poco, pero la boca de Esther la llamaba
haciendo que perdiera todo lo demás de vista. Su autocontrol se fue al carajo-.
Tomó la cara de Esther con una Mano, y la
atrajo de nuevo hasta sus labios. Esther respondió apretándola contra el
almacén con brusquedad, y Maca soltó una especie de quejido roto. Esther se apartó
un segundo para ver si le había hecho daño, pero en su lugar se encontró con un
velo turbio y volcánico en sus ojos. Pronto supo que había despertado a la
fiera que Maca llevaba dentro. Maca la atrapó por la nuca y la volvió a besar,
esta vez con tanta entrega que Esther empezó a gemir antes de ser consciente
que aquellos sonidos salían de su garganta. De pronto era ella la que se
encontraba acorralada contra la pared, y el peso de las caderas de Maca el que insistía
aplastándose contra las suyas propias. Jadeó cuando Maca mordió sus labios y
descendió por su cuello. Le costaba horrores respirar, y agradeció que el
cuerpo de Maca no contara con aquel bulto masculino entre las piernas, pues
estaba segura que se hubiera corrido a aquellas alturas sólo con el roce. Nunca
había sentido algo así. Esther sintió el roce de los finos dientes de Maca en
su garganta, y se le erizó la piel, luego la caricia de su lengua y aquella
suave humedad que despertó una hermana gemela en otras zonas más íntimas de su
cuerpo hasta que otra vez aquella presión de las caderas de Maca contra las
suyas extirpó de su garganta un ronco jadeo. “¿Qué me está haciendo?” se
preguntó Esther consumiéndose, y las piernas y los ojos cedieron cuando Marca
acudió a hacerse cargo nuevamente de su boca mientras sus brazos la envolvían
por la cintura y una mano ya se colaba por debajo de su camiseta abrasándole la
espalda. Esther tuvo que pasar los brazos alrededor de su cuello para encontrar
apoyo, y Maca la alzó un instante del suelo en su afán de sujetarla. De pronto
la vibración del móvil de Maca hizo que Esther soltara un pequeño grito, la
melodía empezó a sonar y Maca maldijo en voz alta, cosa que secundó Esther
rápidamente.
-
Deja
que suene, no contestes –le sugirió Esther y Maca se quedó con el móvil en la
mano paralizada ante aquellos ojos que ahora parecían negros en lugar de
marrones, y ante sus labios más rojos e hinchados por los besos y los mordiscos
que ella misma le había dado-.
La melodía del móvil se detuvo, pero no la de
sus respiraciones alteradas ni la de los altos estruendos de sus pulsaciones.
Continuará...
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