miércoles, 10 de octubre de 2012

Dibujada en mi mente -cap 43 y 44-



“DIBUJADA EN MI MENTE"
(Fanfic escrito para el foro Maca&Esther –Hospital Central-, por Sageleah)

DESCRIPCIÓN:
Una estudiante de bellas artes con gran talento  y una inocencia casi mágica, se adentrará en la edad adulta hipnotizada por una estudiante de medicina mayor que ella y un abismo de vivencias que las separan. Juntas descubrirán los claros-oscuros que la pasión y el amor encierran, en un relato donde el crecimiento personal y la lucha por ser uno mismo, combate con el equilibrio de forjar una unión entre dos mujeres, sus anhelos y sus miedos.


43

Los labios de Esther eran suaves, dulces y esponjosos, Maca tuvo que contenerse para no destrozarlos a mordiscos cuando la lengua de aquella niña la torturó con tanto apremio que a punto estuvo de meter sus manos bajo su minúscula camiseta buscando piel. El deseo se cobró rehenes y Maca se vio presa antes si quiera de darse cuenta, un ápice y minúsculo trozo de autocontrol hizo que se separara de aquella boca que ya la tenía sin aliento.

-       ¡Madre mía! –jadeo Maca tomando aire-. ¡No puedes besarme así!
-       ¿No? –preguntó Esther también luchando por respirar, aunque con gusto se habría ahogado en aquel beso-.
-       No –respondió Maca mirándola a los ojos, consciente de que el brillo que tintineaba en los de Esther eran reflejo de los suyos propios-.
-       ¿y por qué no? –coqueteó Esther con ella ahora que había ganado en confianza-.

Maca entrecerró los ojos dejándose envolver en su juego.

-       Porque si sigues besándome así voy a olvidar por completo las formas, e iré más rápido de lo que quiero –le advirtió Maca cogiéndola de la cintura y atrayéndola hacia ella. Que quisiera ir con calma, no significaba que resistiera no tenerla cerca-.
-       O sea… quieres ir despacio –resumió la situación Esther-.
-       Ajá… -le contestó Maca, que ya veía el juego torturador que Esther estaba maquinando-.
-       Y si yo te beso como hace unos segundos… -Esther se acercó a su boca, pero no la beso-… perderás las formas, ¿no es eso?

A Maca le quemaba el aliento de Esther en los labios, como si estuviera recibiendo vapor prensado. “ Oh Dios… ¿en serio está preparada?” se preguntaba Maca, si quería ir despacio con su relación era por Esther, sabía que era su primera vez con una mujer, pero también deseaba que fuera la última… Aquella revelación cogió totalmente por sorpresa a Maca, de veras deseaba ser la primera y última persona en la vida de Esther por mucho que su razón y su sentido práctico le gritaba que aquello no era probable y que la vida daba muchas vueltas, y aquella certeza la hizo serenarse. Maca quería darle una relación en la que soñar, no perder los papeles y la cabeza en una sola noche por mucho que el deseo la consumiera, quería que fuera especial y único para ellas.

-       Las pizzas –pronunció Maca en acto reflejo de supervivencia-.
-       ¿Qué? –Esther se desconcertó-.
-       Se nos están quemando las pizzas –le dijo Maca sonriéndole con cariño-.
-       Oh mierda… -Esther se giró hacia el horno que había olvidado por completo y abrió la puerta-.
-       A ver, déjame a mí –se ofreció Maca cogiendo un trapo de cocina, unos platos y una espátula-.

Con resolución, consiguió sacar las pizzas sin grandes estragos y las dos se quedaron mirándolas unos segundos.

-       Un poco más tostaditas de la cuenta, pero son comestibles –dijo Maca en voz alta-.
-       Sí, supongo que si, aunque a mí se me ha pasado el hambre –contestó Esther y Maca se giró para mirarla-.
-       Oh no…. Nada de eso –le advirtió Maca a la muda petición de deseo que expresaba el rostro de Esther-.
-       Jajajaj… ¿nada de qué? –Esther no pudo evitar reírse ante la reacción de Maca-.
-       Vamos a cenar, señorita… y he de decir, que la encuentro a usted demasiado suelta dadas las circunstancias –bromeó Maca para salir de aquel acorralamiento que le suponía percibir que Esther estaba más que dispuesta a cruzar las fronteras-.
-       ¿dadas las circunstancias?...jajaja… -Esther no podía creer lo que estaba sucediendo. ¿En serio aquella era la mujer que habían bautizado en el pub como la “Diosa de fuego”? Si no hacía más que escabullírsele de entre los dedos-.
-       A cenar –le dio como toda respuesta Maca, negándose a seguir por aquella línea-.
-       Y si no quiero ce… -Esther iba a hacer un nuevo intento, pero Maca la besó fugazmente en los labios mientras sostenía un plato en cada mano, y el gesto la cogió tan por sorpresa y le pareció tan adorablemente familiar que no pudo continuar-.
-       A cenar, cariño –le susurró Maca tras liberarla del beso-.

Y Esther sintió como todo su cuerpo temblaba mientras aquel afectuoso apelativo reverberaba en sus oídos con el sensual eco que la voz tomada de Maca había dejado a escasos milímetros de las comisuras de sus labios. Aquella fue la primera vez que Esther sintió que Maca ganaría cualquier batalla que empezaran mientras la besara y la mirara de aquella forma.
---

Lunes.

Esther abrió los ojos y se le hizo raro encontrarse en su cama. Con un suspiro los cerró de nuevo, viajando en el recuerdo de aquel fin de semana una sonrisa plena iluminó su rostro en el acto al ver en él a Maca. Quedarse hablando con ella hasta altas horas de la madrugada, poder besarla y abrazarla… dormir a su lado, había sido un sueño que aun no creía que fuera real del todo. Se le hacía tan raro pensar en que estaban saliendo juntas, y a la vez le era tan natural estar a su lado, que aquella mezcla de emoción e inverosimilidad embotaba sus sentidos. De un salto salió de la cama, necesitaba verla.

El teléfono empezó a sonar. Maca se levantó del sofá donde estaba leyendo unos apuntes y descolgó el auricular con la taza de café en la otra mano.

-       ¿Diga? –contestó-.
-       Buenos días –la saludó una voz algo somnolienta al otro lado de la línea-.

Una sonrisa muy dulce se materializó en la cara de Maca tras escucharla.

-       Buenos días, dormilona… ¿te acabas de levantar? –le preguntó Maca a Esther-.
-       Si, pero ha sido una gran desilusión –le contestó Esther-.
-       ¿una gran desilusión? –preguntó Maca-.
-       Sí, porque no estaba ahí, contigo –le respondió Esther, y a Maca le dio un brinco el corazón, pues su dulzura y aquella forma de ser tan suya, sin miedo a expresar sus sentimientos, siempre la cogía por sorpresa-. ¿Estás?
-       Sí, estoy. Yo también te he echado de menos esta mañana –reconoció Maca. Casi no podía creer que hubieran sobrevivido a aquel fin de semana. Dormir junto a Esther la noche del sábado, después de haberse regalado mil besos, había sido una de las cosas más placenteras y difíciles que había hecho en su vida-.
-       ¿En serio? –le preguntó Esther que había vuelto a meterse en la cama para estar con ella, aunque fuera al teléfono-.
-       Muy en serio –le contestó Maca volviéndose a sentar en el sofá-.

Durante unos segundos el silencio reinó entre las dos. El anhelo que sentían la una por la otra, hacía que la electricidad fuera palpable incluso a distancia.

-       ¿Qué estabas haciendo? –quiso saber Esther-.
-       Estudiaba unos apuntes en el sofá –le dijo Maca-.
-       ¿Has desayunado? –Esther no supo por qué le preguntaba algo como aquello, pero preocuparse por ella le era innato-
-       Tengo un café en la mano –le dio Maca como respuesta-.
-       Me gustaría ser ese café –soltó Esther sin pensar, no podía remediarlo-.

Maca soltó un gran suspiro que casi se convirtió en un jadeo, estaba claro que Esther no era consciente de lo difícil que se lo ponía.

-       Me muero por besarte –acabó de rematarla Esther, ya no podía controlarse-.
-       Yo también quiero besarte –reconoció Maca, aquello era indudable-.
-       Pues ven a secuestrarme –le pidió Esther-.
-       ¿ahora? –Maca se sorprendió no de que se lo pidiera, sino de las propias ansias que a ella misma le habían entrado de hacerlo-.
-       Me ducho y me visto, y estoy lista en una hora –empezó a planear Esther incorporándose de nuevo-.
-       ¡Una hora! –Maca se vio ilusionándose con la idea de poder estar junto a ella tras ese periodo de tiempo. Miró su reloj de muñeca calculando mentalmente lo que ella misma tardaría en arreglarse y coger el coche para llegar a recogerla-.
-       Si no te beso pronto me moriré –susurró Esther al teléfono, y lo decía muy en serio. A Maca la respiración empezó a acelerársele, ella empezaba a sentir lo mismo-. ¿Una hora? –se atrevió a preguntar de nuevo Esther ya poniéndose de pie en dirección al baño-.
-       ¡Una hora! –le confirmó Maca poniéndose también en marcha-.

A Esther se le revolucionó toda la sangre.

-       Esther –le susurró Maca de pronto-.
-       ¿Sí? –preguntó Esther conteniendo ya la respiración antes de colgar el teléfono-.
-       No tardes –la apremió Maca, y su tono de voz más grave de lo habitual hizo que a Esther se le erizara toda la piel de golpe-.
-       Tú tampoco –consiguió articular Esther, y tras una breve despedida ambas colgaron el teléfono apresurándose en minimizar el tiempo de estar separadas-.
….
Exactamente fueron 56 minutos. Maca aparcó el coche un poco apartado de la casa y llamó desde su móvil al de Esther previniendo que Encarna estuviera con ella. No es que pensara en esconderse, era sólo que aun no les había dado tiempo a hablar de cómo querían llevar su relación desde fuera, y en cierta forma, Maca no podía evitar sentir aquella parte de responsabilidad con respecto a las recientemente descubiertas tendencias sexuales de Esther.

“Oh Dios... me comporto como una imbécil y una paranoica… estamos en el siglo veintiuno, por el amor de Dios, deja ya de pensar que estás haciendo algo malo” se regañó a sí misma Maca por su acto paranoico, pero aún así hizo la llamada y quedó a la espera de que Esther respondiera al móvil. El sentimiento de culpabilidad que había sentido en silencio por Marta pensando que la había incitado a mantener una relación más allá de la amistad con ella, era un sentimiento difícil de extirpar y demasiado camuflado para reconocerlo a simple vista. Aquella era la primera vez que le pasaba.

-       Maca –contestó Esther al cuarto tono-, ¿por dónde vas? –de pronto Esther sintió miedo de que cambiaran los planes-.
-       Estoy al otro lado de la calle, acabo de aparcar ¿sales? –le dijo Maca y Esther respiró con alivio-.
-       ¿no quieres entrar en casa? –le preguntó Esther que se había hecho ya unos planes en la cabeza-.
-       ¿y tu madre? –preguntó Maca algo inquieta-.
-       ¿Qué pasa con ella? Tiene turno en el hospital, no sale hasta las tres de la tarde –le anunció Esther sin entender su pregunta realmente-.

Maca salió del vehículo y cruzó casi corriendo  la calle.

-       ¿Estás sola? –le preguntó Maca dando las últimas zancadas hasta la vivienda-.
-       ¿Si te garantizo que sí, tendré algún tipo de bonificación compensatoria? –a Esther le hizo gracia aquella pregunta y no pudo evitar jugar con la idea-.

El timbre de la puerta sonó como respuesta y Esther dio casi un salto en su sitio. De repente cubrió los pasos de la entradita y sabiendo con certeza que se trataba de Maca abrió rauda la puerta. Sus ojos no pudieron evitar recorrerla de arriba hasta abajo, sus vaqueros descoloridos de cintura baja, su camiseta de tirantes blanca, su pelo suelto enmarcado por sus rayban y aquella inigualable mirada. Las dos se quedaron sin aliento cuando sus ojos se encontraron. ¿De verdad había pasado tan poco tiempo desde el Domingo por la tarde? A ambas les había parecido una eternidad.

-       ¿Estás sola? –le preguntó de nuevo casi sin voz Maca, su pecho se hinchaba y se deshinchaba con esfuerzo debido a la alterada respiración, mientras colgaba y guardaba el móvil esperando sin cruzar la puerta-.

Esther se había quedado hipnotizada nada más verla, por muy patético que pareciera, acababa de olvidarse por completo de cómo hablar. Asintió con la cabeza.

-       Oh…. ¡Gracias a Dios! –musitó Maca dando una gran zancada-.

Y en menos de un instante, cerró la puerta casi de una patada, borró la distancia y se abalanzó sobre Esther.

44

Las manos cálidas de Maca enmarcaron el rostro de Esther, y en cuanto sus labios se rozaron, el peso del anhelo cerró sus párpados sumergiéndolas en la humedad y sensibilidad de sus bocas. Cada roce era una caricia sensual y devastadora para ambas, cada saludo de sus lenguas una incitación constante a navegar a más profundidad. Esther gimió de deseo en su boca. Maca estaba a punto de perder el conocimiento sintiéndose incapaz de despegar sus labios y sus manos de ella. Sin saber cómo, la espalda de Esther se estrelló contra el cristal del recibidor haciendo caer el paragüero que había al lado. El sobresalto las hizo detenerse jadeando. Ambas miraron los paraguas en el suelo mientras luchaban por respirar, luego se miraron a los ojos.

-       ¿Te has hecho daño? –le preguntó Maca enronquecida, aun mareada por lo turbulento de aquel deseo que sentía en cada partícula de su piel-.
-       No, ¿y tú? –a Esther le costaba respirar, y maldijo en silencio aquella distracción tan inoportuna cuando sitió el frío de la separación de las caderas de Maca que habían estado contra las suyas-.
-       Estoy bien –musitó Maca soltándola lentamente como si el mero hecho de distanciarse de ella le arrancara las entrañas-.

Se agachó a recoger el estropicio aún mareada por lo que acababa de suceder. “Dios mío… ¿qué me ha pasado?... si no llega a ser por… Ni siquiera lo vi venir, sólo… sólo pensaba en besarla y…. no puede controlarme… ¡Dios, y en su casa!”, trató Maca de poner en orden la agitación que sentía en su interior en aquellos momentos.

-       ¿Seguro que estás bien, Maca? –Esther se agachó a ayudarla en cuanto vio que se quedaba parada, sin reaccionar-.

Sus ojos se encontraron, oscuros y brillantes, velados por lo perturbador de aquel sentimiento que las envolvía.

-       Creo que estoy un poco mareada –reconoció Maca y trató de ponerse en pie-.
-       Deja que te ayude –la cogió del brazo Esther incorporándose a su lado-. ¿Un poco de agua?
-       Sí, por favor –Maca necesitaba algo con lo que apagar el sofoco que ahora mismo se agolpaba en su pecho-.
-       Ven –le dijo dulcemente Esther esbozando una sonrisa tranquilizadora, y cogiéndola de la mano tiró suavemente de ella para conducirla hasta la cocina-.

Maca se sentó en una de las sillas, y apuró en pequeños tragos el vaso de agua fría que Esther le acababa de servir.

-       ¿Mejor? –le preguntó Esther con cariño, mientras veía como la calma volvía a aquel rostro que ella ya conocía de memoria-.
-       Sí, no se que me ha pasado –le dijo Maca dejando el vaso en la mesa-.

Esther la miró sin dejar de sonreír, las mejillas de Maca se habían sonrojado ligeramente, y le entraron unas ganas horribles de dibujarla en aquel gesto. Aquello hizo que recordara el verdadero motivo por el que había deseado que Maca entrara en casa, quería enseñarle sus cosas, su estudio. Se puso en pie y Maca levantó la vista para seguirla.

-       Anda, vamos –le dijo Esther tendiéndole de nuevo la mano-.

Maca la miró sorprendida, pero la obedeció.

-       ¿A dónde vamos? –le preguntó cogiéndosela e incorporándose-.
-       A arriba –le indicó Esther con un gesto de cabeza mientras ya la arrastraba hacia las escaleras-.

Maca tragó saliva e hizo que se detuvieran antes de subirlas.

-       ¿A arriba?... Esther no creo que sea muy buena idea… yo no… -Maca empezó a ponerse nerviosa. Si el sólo hecho de marinar la idea de besarla durante una hora había provocado que nada más tenerla delante perdiera la razón abalanzándose sin control sobre ella, no quería ni imaginarse a solas con Esther teniendo una cama cerca. Le asustaba la fuerza con que su cuerpo reaccionaba cuando estaban cerca, y pensar en que las cosas se le fueran de las manos justo en la casa de Encarna, era más que suficiente para que le corriera un sudor frío por la espalda.

Esther se detuvo en el primer escalón, y se acercó de nuevo a ella para tranquilizarla. Su reticencia en cierta forma era adorable, pero también hacía que Esther ganara en confianza y se volviera mucho más atrevida de lo que en realidad era, sin embargo se controló para no torturarla.

-       Sólo quiero enseñarte mi estudio. Anda ven… me portaré bien, lo prometo –jugó un poco con ella Esther, y tras ver la respuesta de su cara, sonrió y le dio un beso en la mejilla-. Vamos, quiero que lo veas.

Y Maca la siguió como un corderito, pues resistirse a ella era tremendamente difícil cuando el rostro se le iluminaba de aquel modo.

Subieron hasta el primer piso, y luego unos cuantos peldaños más hasta una especie de guardilla con grandes ventanales. Esther le soltó la mano y fue a ajustar la luz que entraba por ellas, Maca barrió la estancia con la mirada admirando cada rincón. Los libros de bellas artes, los cuadernos de dibujo de distintos tamaños, lienzos en blanco, tela de lienzo por fabricar, pinceles, acuarelas, óleos, carboncillos sobre un estante de materiales… Maca podía imaginarse las manos de Esther trabajando con ellos, y aquel pensamiento le puso la piel de gallina. De pronto sus pasos se detuvieron en una especie de almacén sin puertas donde parecía que Esther guardaba sus creaciones.

-       ¿Puedo? –le preguntó Maca girándose hacia ella. Esther la estaba contemplando sentada desde un taburete junto a su mesa de trabajo-.
-       Adelante –la invitó a curiosear Esther jugando con un lápiz entre sus dedos, pues que vieran sus trabajos siempre la ponía algo nerviosa, pero que Maca pudiera opinar sobre ellos la hacía sentirse bastante pequeña-.

Maca sacó uno de los lienzos, y vio el campus por donde Esther se paseaba todos los días reflejado en él. A pesar de ser un edificio antiguo y algo gris, Esther había conseguido darle un aire melancólico y entrañable, mientras la mezcla de verdes del césped y los árboles jugaban con sus sombras y los esbozos de figuras humanas disfrutando de rayos de luz en una tarde de primavera. A Maca le pareció que el edificio velaba por ellos, mudo testigo de sus vivencias. Lo dejó donde estaba y cogió un nuevo lienzo y esta vez la sonrisa de un niño que conocía le devolvió un guiño.

-       ¡¿Samuel?! –preguntó a pesar de tener claro que era él-.

Esther asintió con una gran sonrisa.

-       ¡Dios! ¡Es un trasto! –Maca tampoco pudo evitar sonreír con cariño. Aquel niño era un bichito adorable, y Esther había sabido captar la magia de su mirada, la claridad de su sonrisa y el robo de su tiempo. Lo guardó-

Había tanto que ver en aquel almacén que empezaron a picarle las manos inquietas, sin embargo un inconfundible sonido llamó su atención y se volvió hacia el lugar de donde provenía. De pronto Esther tenía un bloc en el regazo y en la mano un lápiz de punta blanda rasgaba una de sus hojas, estaba dibujándola. Maca se quedó paralizada, ahora ya no le picaban las manos, le temblaban. Esther clavó sus ojos en aquellos de color miel que la miraron con sorpresa y con una mezcla entre la timidez y el miedo, le encantaban aquellos ojos y sonrió para iluminarlos. La respuesta en las mejillas de Maca fue inmediata, y el corazón de Esther se aceleró apresurándose a captar aquel detalle, de pronto el lápiz no bastaba. Se le secó la garganta y paró de dibujar.

-       ¡Eres realmente preciosa! –susurró Esther con un nudo que atenazaba su voz-

Aquella simple frase y de quien venía y cómo la había pronunciado, bastó para que a Maca no sólo se le incendiara la cara sino que se le aflojaran también las rodillas. Sintió miedo, ella no solía reaccionar así, normalmente su aspecto era un mero instrumento que atraía a las mujeres y que le proporcionaba placer, Maca había aprendido a utilizarlo muy bien para volverlas locas y los piropos normalmente resbalaban sobre ella sin tan siquiera llegar a halagarla, eran sólo otro más de sus juegos. Pero con Esther todo era diferente e inesperado, cada palabra la alcanzaba como si fueran dardos que penetraban sangrantes en su piel, y toda ella reaccionaba sintiéndose vulnerable, insegura, adulada y sofocada, haciendo que olvidara por completo sus artes de seducción, convirtiéndose de nuevo en aquella adolescente capaz de temblar por cada mirada, por cada palabra. Eso era justo lo que conseguía Esther, la miraba de un modo del que no podía escapar, la envolvía en su calor y la hacía sentirse verdaderamente desnuda, temblorosa y anhelante, hasta tal punto que no podía reaccionar. Se quedó quieta.

Esther dejó el cuaderno y el lápiz, y fue hasta ella. No sabía muy bien que estaba haciendo, pero una fuerza invisible la guiaba y no pudo detenerse hasta encontrarse a un par de pasos de Maca. Su pelo parecía tan suave, y ella lo había dibujado, lo había imaginado tantas veces despierta y dormida, que no pudo contenerse y estiró una mano para recolocar un par de mechones que enturbiaban su linda cara.  Al hacerlo sintió un temblor en las yemas de sus dedos, mientras a Maca se le cerraban tan sólo una milésima de segundo los ojos al sentir su caricia. Se quedó sin aire. Miró un instante a los ojos de Maca y supo que a ella le pasaba lo mismo, dio otro paso hacia ella y Maca reaccionó retrocediendo uno suyo hasta sentir su espalda pegada contra los lienzos.

-       Voy a besarte –le advirtió Esther en un susurro ronco-.

Y vio como a Maca se le entreabrían los labios que temblaban no más que los suyos a la espera. Se acercó más a ella y entonces sus alientos se confundieron, sus labios se rozaron, los latidos de sus corazones bailaron y un remolino empezó a abrirse entre sus bocas cuando sus lenguas encontraron aquella suavidad interna a la que era tan difícil renunciar. Esther puso sus cinco sentidos en aquel beso, en lo dulce del sabor de Maca, en lo goloso de sus labios, en lo sensible que era a sus exploraciones. Empujada por el beso, se pegó más contra ella y el cuerpo de Maca cambió más aún de temperatura. Lo sintió en sus brazos desnudos cuando con una suave caricia ascendió por ellos erizándole la piel, era tan condenadamente suave… lo sintió en su cara, cuando hizo un alto en ella para darle un instante de paz antes de que la lengua de Maca profundizara más en su boca y Esther se volviera tan ansiosa, que se vio atrapando su nuca obligándola a quedarse sumergida en ella. Maca gimió de placer, y Esther al escucharla hizo lo mismo. Como si no pudiera controlarse, Maca atrapó su cintura y Esther para poder ceder a su reclamo de proximidad coló una de sus piernas entre las de ella. Maca volvió a gemir, y Esther se sintió excitada por completo. Las manos de Maca empezaron a revolotear inquietas por su cintura y su camiseta, conteniéndose para no hacerla jirones. Esther supo de inmediato que luchaba por no meter sus manos bajo la ropa y una rebeldía desmedida que no se conocía, la empujó a apretar más su pierna entre las de Maca provocándola para que se decidiera. Esta vez Maca jadeó tratando de respirar. Esther tuvo que dejar que lo hiciera, o correrían el riesgo de desmayarse ambas.

-       Oh Dios, ¿qué estamos haciendo? –musitó Maca respirando con gran dificultad, mientras no podía dejar de apretar contra si a Esther. Hablar le costaba tanto, tener los ojos abiertos le era tan difícil…-
-       Deberías saberlo mejor que yo… -le contestó Esther, y tuvo que esforzarse para reconocer su propia voz que estaba rota y completamente oscurecida por el deseo-.
-       Debería… -ronroneó Maca tratando de centrarse un poco, pero la boca de Esther la llamaba haciendo que perdiera todo lo demás de vista. Su autocontrol se fue al carajo-.

Tomó la cara de Esther con una Mano, y la atrajo de nuevo hasta sus labios. Esther respondió apretándola contra el almacén con brusquedad, y Maca soltó una especie de quejido roto. Esther se apartó un segundo para ver si le había hecho daño, pero en su lugar se encontró con un velo turbio y volcánico en sus ojos. Pronto supo que había despertado a la fiera que Maca llevaba dentro. Maca la atrapó por la nuca y la volvió a besar, esta vez con tanta entrega que Esther empezó a gemir antes de ser consciente que aquellos sonidos salían de su garganta. De pronto era ella la que se encontraba acorralada contra la pared, y el peso de las caderas de Maca el que insistía aplastándose contra las suyas propias. Jadeó cuando Maca mordió sus labios y descendió por su cuello. Le costaba horrores respirar, y agradeció que el cuerpo de Maca no contara con aquel bulto masculino entre las piernas, pues estaba segura que se hubiera corrido a aquellas alturas sólo con el roce. Nunca había sentido algo así. Esther sintió el roce de los finos dientes de Maca en su garganta, y se le erizó la piel, luego la caricia de su lengua y aquella suave humedad que despertó una hermana gemela en otras zonas más íntimas de su cuerpo hasta que otra vez aquella presión de las caderas de Maca contra las suyas extirpó de su garganta un ronco jadeo. “¿Qué me está haciendo?” se preguntó Esther consumiéndose, y las piernas y los ojos cedieron cuando Marca acudió a hacerse cargo nuevamente de su boca mientras sus brazos la envolvían por la cintura y una mano ya se colaba por debajo de su camiseta abrasándole la espalda. Esther tuvo que pasar los brazos alrededor de su cuello para encontrar apoyo, y Maca la alzó un instante del suelo en su afán de sujetarla. De pronto la vibración del móvil de Maca hizo que Esther soltara un pequeño grito, la melodía empezó a sonar y Maca maldijo en voz alta, cosa que secundó Esther rápidamente.

-       Deja que suene, no contestes –le sugirió Esther y Maca se quedó con el móvil en la mano paralizada ante aquellos ojos que ahora parecían negros en lugar de marrones, y ante sus labios más rojos e hinchados por los besos y los mordiscos que ella misma le había dado-.

La melodía del móvil se detuvo, pero no la de sus respiraciones alteradas ni la de los altos estruendos de sus pulsaciones.

Continuará...

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