jueves, 13 de junio de 2013

De Blanco y Negro a Color - 62 y 63 -



La empresa de Pedro Wilson, está a punto de sacar al mercado un láser quirúrgico que revolucionará el mundo de la medicina, el cual ha sido creado por una joven prodigio en ingeniería robótica que resulta que además es su hija, Macarena Wilson. Sin embargo, otros intereses ocultos acechan al proyecto y amenazan con cambiar el futuro de Maca para siempre, si finalmente su trabajo sale a la luz en toda su magnitud. Con la amenaza de perder a su hija, Pedro aceptará la contratación de Esther García, una mujer misteriosa que tomará las riendas de la empresa en pro de un único fin, proteger a la joven. Algo que no le será fácil, dado el espíritu rebelde, guerrero y liberar de Maca, que ajena a lo que sucede a su alrededor, verá a Esther como su única amenaza.


62
Esther y Laura entraron en el mismo momento en que Maca lo hacía en la cocina seguida de Eva.

-         ¿Qué tal os lo habéis pasado en el pueblo? -preguntó Esther tras una sonrisa que llevaba el nombre de Maca-.

Maca se paró en seco.

-         Eh, bien... -dijo Maca y esquivándola se puso a revolver entre las bolsas que habían traído-.
A Esther no le pasó desapercibida la inquietud ni el malestar que parecía envolver a Maca. ¿Quizá no había sido buena idea mandarla al pueblo? ¿quizá verse de nuevo en la civilización había causado el efecto contrario al que esperaba? Se preguntó en menos de un segundo, pero Eva parecía tener las respuestas.

-         Nos lo hemos pasado en grande, no le hagas caso, parece que está en uno de “esos días” -dijo Eva con un gesto de cabeza y un golpecito en el abdomen-.

Maca ni siquiera levantó la cabeza de las bolsas pero miró de reojo a Eva con cara de pocos amigos. “Estupendo... síndrome premenstrual con quince días de antelación”, pensó. Eva sin embargo no pareció percatarse de su mal humor y siguió hablando.

-         Fuimos a comprar, y luego aprovechamos para hacer un pequeño recorrido turístico mientras Laura iba a por el resto de provisiones y a por el correo. Hay unas tiendas chulísimas de ropa tras la iglesia, no se como no las había visto antes -dijo Eva, pero más para sí que para Esther-. Nos probamos algunas cosas y cargamos con otras más... jajaj...
-         Estupendo -dijo Esther algo más relajada y sonriente, se alegraba de que Maca hubiera disfrutado de aquel tiempo libre-.
-         Sí, nos lo hemos pasado genial... ahhh... y Maca te ha traído un regalo -añadió Eva-.

El sonido de un bote de cristal estrellándose contra el suelo les hizo dar un respingo a todas excepto a Maca que se había quedado petrificada.

Esther reaccionó al instante y se acercó hasta donde estaba Maca.

-         ¿Estás bien? ¿Te has cortado? -preguntó preocupada-.
-         Estoy bien, se me ha resbalado -decía Maca tratando de restar importancia a lo ocurrido-.
-         Déjame ver.

Le pidió Esther y antes de que Maca pudiera resistirse, Esther tenía sus manos entre las suyas examinándolas. Las manos de Maca temblaban, Esther la miró de soslayo inquieta por sus nervios, pero lo achacó al susto.

-         No pasa nada, no te preocupes. Esto se limpia y listo. Déjame ver... -dijo Esther y se agachó de pronto hasta llegar a los pies de Maca, ésta no se atrevió ni a pestañear, no sabía porqué estaba tan paralizada-. Urgg... -gruñó Esther con desagrado-. ¡Mierda de sandalias! A ver Maca levanta un poco el pie.

Maca la miró extrañada y sólo reaccionó cuando las manos de Esther le remangaron un poco el pantalón y la sujetaron del tobillo.

-         Te has cortado un poco con los cristales, pero no parece que tengas nada clavado -dijo Esther más para sí que para el resto-.
-         ¿Se ha cortado? -preguntó Laura ya cerca de ellas-.
-         Un poco, no parece nada -le apuntó Esther-.
-         Eva, trae la escoba -le pidió Laura, mientras apartaba algunos cristales de alrededor de Maca, pero en cuanto Eva fue a acercársela Laura la detuvo- dame, ya lo hago yo, que tú también llevas sandalias. Esther, tú también llevas un calzado muy fino, ¿por qué no curas a Maca y dejas que me ocupe yo de esto?. Se ha roto en mil pedazos -añadió Laura con una mueca viendo el estropicio-.
-         De acuerdo -dijo Esther incorporándose-. Con cuidado...

Maca sintió que todo se movía a su alrededor como si ella fuera una marioneta, todas hablaban y ella.... ella no pudo más en cuanto volvió a notar la mano de Esther cogiéndola por la cintura para ayudarla a salir sin pisar los cristales.

-         ¡EH DICHO QUE ESTOY BIEN! ¡PUEDO SOLA! -espetó Maca con un rugido y Esther retiró su apoyo inmediatamente-. ¡Joder, sólo es un bote roto! ¡No hay porque montar tanto espectáculo!

Ninguna de las tres espectadoras dijo ni una palabra, se limitaron a seguirla con la mirada mientras Maca se alejaba por el pasillo a toda prisa. El portazo que dio una vez estuvo en su habitación marcó el fin del paréntesis.

-         ¿Qué le pasa? -preguntó Esther dirigiéndose con la mirada a Eva-.

Eva se encogió de hombros.

-         Creo que tiene la regla o le está por venir, porque en el pueblo estaba bien, pero ha sido llegar, meterse en el baño, y ponerse de ese mal humor -le dijo Eva, pues era toda la información de la que disponía-.

Esther se le quedó mirando, y luego volvió a dirigir la mirada hacia el pasillo, ¿era eso lo que le pasaba? ¿un síndrome premenstrual simplemente? Fuera lo que fuera, lo averiguaría.
....
Cuando Maca abrió los ojos en su habitación había oscurecido. Desconcertada miró por la ventana y vio que empezaba a anochecer. “¿Me he dormido?” se preguntó, y miró el reloj con desconcierto, la respuesta fue un sí rotundo. Se incorporó despacio y se pasó las manos por la cara para despejarse. Se había sentido tan inquieta después del contacto directo con Esther que había sentido la necesidad de huir de allí. Había pretendido cerrar los ojos sólo para tranquilizarse y dejar su mente en blanco, pero le había costado más de lo que quería admitir, hasta que por lo que parecía había terminado durmiéndose. Se rehizo la coleta, y al mirarse se dio cuenta de que la ropa estaba arrugada, así que se cambió de camiseta antes de salir de la habitación.

Alcanzó el pasillo, y tontamente miró si había moros en la costa, pero se sintió ridícula y finalmente avanzó por la casa que estaba en silencio. El rugido de su estómago le recordó que no había comido, así que se dirigió a la cocina y pudo comprobar que ya no había rastro de los cristales y que los víveres ya estaban colocados en las estanterías, no quedaba ni una bolsa por en medio. Maca suspiró recordando el numerito del bote de cristal. “¿Cómo puedo ser tan ridícula?” se dijo, pero la verdad era que cuando Eva dirigió la atención de Esther sobre Maca diciéndole que le había comprado un regalo, le habían temblado las manos y el bote había resbalado sin más. Se resistió a seguir pensando en el incidente, y abrió la nevera en busca de algo que llevarse a la boca.

-         Te he guardado la comida -le dijo Esther sobresaltándola de golpe, por lo que enseguida se disculpó-. Perdona... no pretendía...
-         ¡Joder, que susto! -dijo Maca pero enseguida se recompuso-. No pasa nada... no te preocupes.
-         Es el bol azul... son espaguetis carbonara, peno no sé si te apetecerán -le dijo Esther sin atreverse todavía a aproximarse a Maca. Le daba la impresión de que ella prefería respetar las distancias-.
-         Tengo un hambre que me muero -dijo Maca sacando el bol e introduciéndolo en el microondas, todavía sin atreverse a mirar directamente a Esther a la cara-. ¿Cómo es que no me habéis llamado para comer?
-         Eva entró en tu cuarto y te vio dormida, así que te dejamos descansar -dijo Esther con tranquilidad-. Parecías necesitarlo.

Maca no dijo nada, esperó a que se calentara su comida tratando de no pensar en qué pasaría si cuando se girara para mirar a Esther volvían a invadirle aquellas “visiones”. Cerró los ojos repitiéndose “tranquila, tranquila” y el “pi-piiiiiiiiitt” del microondas la hizo encararse a la realidad. Sacó la comida y se volvió hacia la mesa en el centro de la estancia. Esther estaba sentada en una de las sillas, esperando... esperándola. Sin darse cuenta Maca se paró a mitad de camino entre la encimera y la mesa, y pudo ver en los ojos de Esther el desconcierto y luego la timidez y la duda.

-         Si prefieres comer sola yo puedo.... -le dijo Esther ya levantándose de la mesa-.
-         No, no seas tonta.... quédate -le dijo Maca sintiéndose culpable por dejar que sus paranoias hirieran a Esther-. Menudo show he montado antes, ¿no?

Dijo Maca tratando de romper el hielo, pues estaba decidida a actuar con naturalidad después del espectáculo de aquella mañana.

-         Un poco -le reconoció Esther, y en lugar de hacer un gesto con los dedos para indicar lo poquito que era, estiró los brazos en cruz simulando un gran recorrido-.
-         jajajaj... vale, un montón, me lo merezco -se rió Maca viendo que Esther volvía a comportarse igual con ella, y que no le había tenido en cuenta el gruñido de hacía unas horas-. Esto está buenísimo.
-         Me alegra que te guste -dijo Esther ya sonriente-.
-         Gracias por guardarme un plato -contestó Maca mirándola directamente a los ojos-
-         Bueno, no me las des, lo he hecho por puro interés -quiso quitarle importancia Esther-.
- ¿Ah sí? ¿con qué interés? -le preguntó Maca con una ceja alzada suspicazmente, sorprendida de lo fácil que le era hablar y bromear con ella otra vez-.
-         Aún estoy esperando mi regalo, ¿recuerdas? -le dijo Esther poniendo cara juguetona-.
-         Jajaja... Vale, el regalo.... -se rió Maca y llevándose otro bocado a la boca, se levantó de la silla y se acercó hasta el salón. Encontró el paquete encima de una mesa, donde seguramente Eva lo habría colocado, y luego volvió a la cocina-. Anda toma... ábrelo.

Esther lo cogió y le lanzó una mirada y una gran sonrisa. Maca también sonreía mientras seguía comiendo, esperando que a Esther le gustara lo que había escogido. Cuando lo desenvolvió y sacó el regalo, Esther le lanzó una mirada entusiasmada.

-         ¡Me encanta! -dijo, poniéndolo sobre su pecho para comprobar la medida-.
-         ¿En serio? -le preguntó por inercia Maca-.
-         En serio, y además, creo que has dado con la talla -dijo Esther y se puso de pie-

Maca la siguió con la mirada, pero cuando se percató de las intenciones que habían incorporado a Esther de la mesa, volvió a clavar la mirada en el plato. “Más vale prevenir” pensó, mientras se obligaba a no mirar a Esther mientras se quitaba el suéter que llevaba y se ponía el nuevo para probárselo.

-         Sí, perfecto... es mi talla -anunció Esther con una sonrisa mientras se lo acicalaba-.

Entonces Maca supo que ya podía mirar, y se encontró con aquel azul cielo sobresaliendo encima de aquellos vaqueros de cintura baja azul oscuro que llevaba Esther. La tez algo bronceada por el sol de esos días, resaltaba al contraste del suave tejido. El suéter era muy sobrio, pero caía sobre su cuerpo con naturalidad y candidez, resaltando lo terso de su anatomía como una caricia. Estaba guapísima, ni siquiera Maca pudo negar aquella evidencia.

-         Te queda muy bien, estás guapísima -dijo con voz sincera y algo contenida-.

Los ojos de las dos se encontraron, y al hacerlo la sonrisa exultante y burlona de Esther se fue aplacando tras ver en los de Maca un brillo que la confundió y la hizo estremecerse. Ambas apartaron la mirada al mismo tiempo, Maca volviendo a su comida, y Esther doblando el suéter que se había quitado.

-         Gracias por el regalo, me encanta, de verdad -le agradeció Esther, pero ya no se sentó en la mesa a acompañar a Maca-. Bueno, voy a guardar el otro. Te esperamos fuera, cuando termines de comer estamos en el porche ¿vale?
-         Vale -contestó Maca-.

Se sonrieron tímidamente por última vez, y Esther se marchó de la cocina. Maca soltó el tenedor en cuanto se supo sola y a salvo.

“¿Qué voy a hacer?”, se preguntó Maca con un suspiro, pues ahora que la histeria no la invadía, le era difícil negar la extraña atracción que entre ellas existía.

Esther se apresuró a salir de la cocina, la mirada y el rostro de Maca acababan de lanzarle una descarga eléctrica a cada partícula de su cuerpo y no quería volver a estropearlo con ella haciendo que sus sentimientos confundieran las cosas. En cuanto se halló en el cuarto a salvo, dejó salir un profundo jadeo. “¿Cómo consigue dejarme sin respiración? ¿cómo?...”, se preguntó Esther aún temblando de pies a cabeza. La voz profunda de Maca volvió a sus oídos como una caricia de gélida brisa... “te queda muy bien... estás guapísima”... cerró los ojos, y los ojos de Maca se posaron en los suyos oscuros y brillantes. Esther sólo sabía que se moría por haber cruzado la distancia y haberla besado... otra vez. Daría lo que fuera por besarla otra vez. Abrió los ojos con la respiración aún algo agitada, “no... no va a suceder”. Negó con su cabeza y con todo su cuerpo, se quitó el suéter que Maca le había regalado sin querer plantearse si se ofendería por ello, y se puso de nuevo el que llevaba antes. Ahora mismo no podía tener nada cerca que le recordara a Maca, todavía no.

63

A la mañana siguiente, todas excepto Esther remolonearon hasta bien tarde. La ex comandante sin embargo no había dormido demasiado, pues ahora que su cuerpo apenas notaba el dolor físico, el dolor del deseo la hería con mayor intensidad y las horas de silencio e inactividad no la ayudaban a mantener a raya ni a sus pensamientos ni a las energías que poco a poco crecían en el centro de su abdomen. Así que se levantó temprano y aprovechó para hacer algunas cosas de la casa, luego salió a correr un poco aunque todavía la lesión le impidió hacer una buena carrera y terminó su sesión de desgaste físico con sus ejercicios de taichí con la esperanza de encontrar su equilibrio. Fue en aquel intento, cuando Maca apareció por la puerta de atrás de la casa. Esther estaba sentada en una manta en el suelo de espaldas a la casa, así que no la vio hasta que ella se anunció.

-         Buenos días -dijo Maca con la voz tomada por el sueño recién roto. Esther volvió la cabeza para responderle pero se quedó atontada durante unos instantes mientras contemplaba a Maca con un top deportivo que dejaba su abdomen a la vista, y un pantalón de pijama de cintura baja que no hacía más que insinuar lo apetecible de sus caderas-. Bueno, mejor dicho tardes ya ¿no?

La sonrisa que le dedicó Marca se le clavó como una daga. Ahora sí que necesitaría dosis triples de meditación, porque el fogonazo que la atravesaba no se iba a aplacar por arte de magia.

-         Tranquila, aun te han ganado Laura y Eva -le contestó Esther tratando de no quedarse más tiempo callada como una estúpida-. Todavía no se han despertado.

Maca hizo una mueca y luego añadió.

-         Me parece que sí que se han despertado, pero están.... -Maca se paró, de pronto le dio palo explicarle a Esther lo que estaban haciendo aquellas dos en la habitación-. Digamos que ronquidos exactamente no se están oyendo en la casa.

“Upsss....” exclamó Esther para sus adentros, y con un gesto instintivo se mordió el labio inferior reflejando su envidia sana. Maca apartó la mirada de ella, pues se había quedado otra vez contemplándola.

-         ¿Qué estabas haciendo? -le preguntó Maca para distraerse, pues no le apetecía nada volver a la casa a escuchar a aquellas dos retozar-.
-         Casi he terminado, iba a estirar un poco y listo -dijo Esther cambiando de posición en la manta para ponerse de rodillas, la costilla le dio una punzada que la hizo encogerse un instante-. Agg..
-         ¿Te has hecho daño? -le preguntó Maca saltando del porche para ayudarla-.
-         No... no es nada. Me he levantado muy rápido, eso es todo -se apresuró a comunicarle Esther con la esperanza de evitar que Maca se acercara más a ella. Sólo mirarla ya la estaba poniendo “enferma”-.
-         Desde luego, parece que siempre estamos igual ¿no? -le dijo Maca y Esther la miró interrogante, por lo que Maca se explicó mejor-. Parece que cuando no es una es la otra, andamos siempre al rescate... somos un puto desastre.

Dijo Maca sonriéndole, y Esther tuvo que hacer un esfuerzo por sonreír y apartar sus ojos de aquella boca de fresa.

-         Eso parece, cierto -le contestó y volvió a moverse, pero para su pesar Maca se arrodilló también en la manta junto a ella-.
-         Anda, deja que te ayude. ¿Qué quieres hacer? -le preguntó-.

Esther se sintió desconcertada y nerviosa de pronto. De veras que Maca era una  bomba de relojería, lo mismo pegaba un brinco y no quería saber nada de nadie, que se volvía atenta y complaciente. Esther deseó por un momento que le diera uno de sus ataques de cólera, aquella cercanía amenazaba con hacerla volar en mil pedazos.

-         ¿En serio quieres hacer esto? -le preguntó Esther finalmente-.
-         Tan difícil no creo que sea ¿no? -le contestó ella, aunque aquella pregunta le creó alguna duda-.

Esther pegó un bufido, y Maca alzó una ceja suspicaz ante el gesto, pero no dijo nada, simplemente esperó.

-         Ponte como yo -le dijo Esther finalmente, y Maca imitó su posición sentándose también en el suelo-. Abre las piernas, un poco más... así -Esther hizo lo mismo, colocándolas sobre las suyas, Maca empezó a darse cuenta de que quizá se había precipitado en el ofrecimiento, empezaba a ponerse nerviosa ahora que tenía a Esther de frente y tan cerca-. Vale, dame los brazos... yo cojo los tuyos, y tú los míos... así -le siguió dando instrucciones Esther y Maca ya no tuvo tiempo de echarse atrás-. Ahora tira de mis brazos y yo voy estirando la espalda, ¿vale? Cuando notes mi tope, me aguantas ahí un poco sin estirar hasta que vuelva a ceder y me ayudas a ganar un poco más de recorrido.
- De acuerdo -dijo Maca anotando las indicaciones en su disco duro.  Empezó a tirar de los brazos de Esther hacia ella-.
-         Espera, así no... tira, pero dejando caer tu cuerpo al mismo tiempo hacia el lado que me estiras, porque si haces toda la fuerza sólo con los brazos te van a doler y encima nos vamos a chocar cuando llegue mi tronco hasta donde estás tú -le explicó Esther-.
-         Ah, vale... como si hiciéramos un especie de cunita. Yo tiro y tu vienes para mí... y luego al revés ¿no? -se centró un poco más Maca en lo que Esther le explicaba, aunque en aquella postura le resultaba algo difícil-.
-         Algo así... ¿preparada? -le preguntó Esther-.
-         Cuando quieras -le dijo Maca sujetándola por los brazos-.
-         Vale, empezamos. Despacio, tiene que ser progresivo -le indicaba Esther mientras flexionaba el tronco hacia delante, notando como se iban estirando los músculos de su espalda-.
-         ¿Va bien? -le preguntó Maca-.
-         Sí -dijo Esther soltando aire por la boca y ganando más terreno a medida que Maca la ayudaba a flexionarse-. Vale... ahora déjame que vuelva hacia atrás despacio... eso es... -Esther volvía a erguirse poco a poco, hasta que terminaron de nuevo sentadas-. Genial, gracias -le dijo Esther notándose algo más aliviada- ¿Quieres probar tú? -le ofreció-
-         Vale -dijo Maca viendo que no era tan difícil-.

Le dio los brazos de nuevo a Esther y a su señal empezó a imitar lo que le había visto hacer, Esther fue tirando de ella hasta que alcanzó su tope y lo aguantó unos segundos.

-         Joder, que poca elasticidad tengo ¿no? -se quejó Maca percibiendo que se curvaba menos que Esther-.
-         jajaj... requiere entrenamiento, nada más. Además, no está tan mal para alguien que nunca hace deporte -le contestó Esther aún estirando de ella-. Venga, ahora vuelve despacio hacia atrás, yo te ayudo.

Maca hizo lo que le indicaba Esther hasta que volvieron a estar sentadas una frente a la otra. Maca empezó a frotarse el costado derecho.

-         ¿Qué te pasa? -le preguntó Esther viéndola-.
-         No sé... parece que se me ha montado algo aquí -le dijo Maca señalándose el dorsal derecho-.
-         Eso es porque no estás acostumbrada a estirar, y has hecho el movimiento forzado en lugar de relajarte... a ver... déjame -le dijo Esther, y se acercó más a ella-.

Cuando se fueron a dar cuenta, ya era demasiado tarde, tenían las piernas cruzadas unas sobre las otras, y sus cuerpos y sus caras estaban tan cerca que notaron sus alientos. Esther tragó saliva al sentir el calor que desprendía el cuerpo de Maca. Ella, por otra parte, la miraba expectante sin atreverse a hablar.

-         Bueno, sólo te voy a estirar un poco este lado.... a ver... -Esther trató de mantener la calma, aunque notaba que sus manos empezaban a sudar-. Yo paso los brazos por tu cintura y tú dejas caer los tuyos por mis hombros, ¿vale? Sólo será un... momento -le aseguró Esther, sin saber si realmente lo hacía para Maca o para ella misma-.

Maca no dijo nada, simplemente esperó a que Esther la rodeara con los brazos y luego hizo lo que le había pedido, abrazarla por encima de los hombros.

-         Relaja lo que puedas el cuerpo -le señaló Esther, y la voz casi le falló al hacerlo, pues lo que tocaba ahora era la piel de Maca y sentía que la situación se le iría de las manos si lo pensaba demasiado-.

Maca acomodó su cuerpo contra el de Esther y al rozarse sus pechos ambas tuvieron que controlarse para no estremecerse. Ocultas la una de la otra, ambas cerraros los ojos en aquel abrazo, tratando de refrenar sus sentidos.

“Concéntrate... joder”, se regañó Esther, y tomando aire volvió a intentar tomar el control.

-         Dime dónde te duele exactamente -le pidió Esther y le fue palpando el dorsal y luego tanteó las vértebras hasta que Maca señaló el punto concreto-. A ver, toma aire por la nariz -Maca lo hizo aunque le costaba horrores porque el perfume de la piel de Esther la estaba aguijoneando de cerca-, y ahora expúlsalo despacio por la boca... así... otra vez....

“¡¡¡¡¿¿Coño... otra vez??!!!!” pensó Maca desesperada, pero le hizo caso por miedo a que aquello se prolongara al no hacer lo que le pedía.

-         Expúlsalo -y cuando ya estaba Maca terminando de expulsar el aire, Esther le dio un apretón desde la espalda seco y rápido, con lo que sus vértebras crujieron recolocándose. Inmediatamente la soltó y se apartó de ella como si el contacto la quemara-
-         agggrrr... -se quejó Maca por la grima que el grujido le había producido-.
-         ¿Te ha dolido? -le preguntó Esther con un poco más de aire entre ellas-.
-         No, pero me ha dado un repelús -dijo Maca-.
-         Pero ya no te duele, ¿o sí? -le preguntó Esther con una sonrisa-.

Maca se movió un poco hacia un lado y hacia el otro, y comprobó que ya no le dolía.

-         Guauuu... no me duele. Estás hecha una máquina, ¿eh? -le dijo Maca sonriendo-.
-         Bueno, digamos que no soy un mal partido después todo -le contestó Esther y dándole un toquecito en la nariz con el índice de su mano, empezó a  incorporarse-.

Maca la observó levantarse mientras notaba la corriente de frío que había dejado el cuerpo de Esther al separarse del suyo, pero no dijo nada, pues era mejor no pensar en ello. Esperó a que Esther estuviera de pie, y luego hizo lo mismo.

-         ¿Nos atrevemos a entrar o les damos más tiempo? -le preguntó Esther con una mueca de complicidad-.
-         Algún día tendrán que salir de la habitación ¿no? -le contestó Maca con mejor humor-.
-         Jajajaj... vale, pero como se pongan escandalosas, te toca a ti interrumpirlas -le advirtió Esther riéndose-.
-         Si hombreeeeeeeeeee..... ni pensarlo, que éstas son capaces de incorporarme en un trío y todo… jajajajaja ... -bromeó Maca-.
-         Como que tú te ibas a dejar vamos... jajaja... con el derechazo que tienes, salen cagando leches en menos que canta un gallo... jajajaj -se burló Esther-.

A Maca se le desencajó la mandíbula por la sorpresa, pues sabía que se estaba refiriendo a la bofetada que le había propinado cuando la había besado.

-          ¡Eso ha sido un golpe bajo! -le dijo Maca apuntándola y dándole unos golpes en el pecho con el dedo índice a modo de regañina-.
-         Jajajaj... puede, pero no por ello es menos cierto -le dijo Esther haciendo un juego divertido con las cejas-.

Y cuando la tensión entre ellas parecía estar disipándose, Maca acabó por destartalarla.

-         Hasta la verdad más absoluta sufre modificaciones en el tiempo... piénselo COMANDANTE -le dijo Maca en un susurro mientras le dedicaba una mirada seductora que dejó a Esther parada en el sitio, mientras ella sonreía triunfal y se dirigía hacia la casa-.

Continuará...

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