lunes, 8 de julio de 2013

De Blanco y Negro a Color - 70 y 71 -




La empresa de Pedro Wilson, está a punto de sacar al mercado un láser quirúrgico que revolucionará el mundo de la medicina, el cual ha sido creado por una joven prodigio en ingeniería robótica que resulta que además es su hija, Macarena Wilson. Sin embargo, otros intereses ocultos acechan al proyecto y amenazan con cambiar el futuro de Maca para siempre, si finalmente su trabajo sale a la luz en toda su magnitud. Con la amenaza de perder a su hija, Pedro aceptará la contratación de Esther García, una mujer misteriosa que tomará las riendas de la empresa en pro de un único fin, proteger a la joven. Algo que no le será fácil, dado el espíritu rebelde, guerrero y liberar de Maca, que ajena a lo que sucede a su alrededor, verá a Esther como su única amenaza.

70

Laura y Eva no tardaron mucho más en irse a la cama. Esther sin embargo no se hacía a la idea de conciliar el sueño, así que se quedó recogiendo los restos de la fiesta. Mientras lo hacía no paraba de pensar que quizá había malinterpretado las reacciones de Maca. Quizá la piel de gallina se debía a la destemplanza que sentía o quizá no... Esther no terminaba de decidirse después de todo. Se sentó un rato más en el porche cuando terminó de recogerlo todo, analizando los detalles de la velada en su cabeza. Las señales eran confusas, pero claro, siempre lo eran cuando eras parte implicada, y ella estaba hasta el cuello en cuanto implicación se refería. Se puso en pie y respiró hondo, lo que hizo que la herida le doliera un poco todavía, luego cerró las luces y se encaminó a su cuarto, no sin antes decidir firmemente que mañana volvería a intentarlo.
....
Maca despertó con el cuerpo dolorido. Había pasado la peor noche de su vida con diferencia, y ahora le pasaba factura en cada uno de sus músculos entumecidos. Como pudo se estiró en la cama y luego se incorporó lentamente. Miró el reloj y descubrió con asombro que eran casi las doce de la mañana. “Mierdaaa, me he perdido la sesión de footing” se lamentó, pues aquel momento del día se había convertido para ella en uno de los mejores, ya que Esther y ella los pasaban a solas. Se encaminó al armario y empezó a vestirse. Iba a ponerse su camiseta de Nirvana cuando miró de reojo la bolsa de ropa que había lanzado despreocupadamente al fondo del armario. Colgó de nuevo la camiseta y abrió la bolsa, examinando las camisetas mucho más ajustadas y escotadas que Eva le había hecho comprarse. Al final se puso una de las nuevas, aquello no podía hacerle daño a nadie, ¿o sí? Fue al cuarto de baño, orinó, se lavó la cara, los dientes y se cepilló el pelo. Al mirar su imagen en el espejo no pudo evitar sonreír, no le quedaba nada mal la camiseta a fin de cuentas, y aunque no era su intención provocar a Esther, una parte de ella no podía evitar querer gustarle.

El silencio en la casa le pilló por sorpresa. Todas debían estar fuera, pues no había rastro de las chicas, así que fue a buscarlas. Miró en la parte de atrás saliendo por la puerta de la cocina, y no vio a nadie. Cruzó la casa en dirección a la puerta principal, tampoco había rastro de ellas o eso le pareció en un primer momento cuando miró al frente, hasta que se giró para volver a la casa y entonces se topó con Esther en uno de los extremos del porche tomando el sol sobre una de las hamacas.

-         Se te han pegado las sábanas hoy, ¿eh? -le dijo Esther subiéndose las gafas de sol para mirarla-.

Maca aún tenía las pupilas dilatadas por la sorpresa, pues Esther tan sólo llevaba puesto un pequeño pantalón corto y el torso lo tenía desnudo mientras la luz del sol lo golpeaba haciéndolo hermoso.

Esther la miró a los ojos, y luego siguió su mirada que se había fijado en su semidesnudez, al volverla a mirar esbozó una sonrisa traviesa que hizo que Maca se diera cuenta de que se había quedado boba mirándola, se sonrojo, y carraspeó.

-         ejemmm... un poco, sí ¿Y Eva y Laura? -preguntó tratando de buscar un tema que la distrajera de tal paisaje-.
-         Se han ido a la charca, así que he aprovechado que no están las “hot girls” del grupo para poder tomar el sol, espero que no te importe -le dijo Esther fingiendo una inocencia casual que en absoluto tenía-.
-         ¿A mí? ¡Qué va! -contestó rápidamente Maca, pero lo cierto era que había pasado mucho tiempo desde que había visto a Esther desnuda por primera vez, y ahora las cosas las percibía de un modo muy diferente, en realidad era su cuerpo quien las percibía completamente diferente-. ¡Tranquila, estás a salvo!
-         ¡Vaya... que pena! -murmuró Esther sonriendo, y luego se puso de nuevo las gafas  y continuó tomando el sol-.

Maca se quedó como una idiota allí de pie sin saber que hacer o decir.

-         Por cierto... ¿cómo te encuentras hoy? ¿Ya estás mejor? -le preguntó Esther sin volver a mirarla-.
-         Sí, perfectamente -le contestó Maca agradeciendo la conversación-. Bueno excepto por un poco de resaca. No estoy acostumbrada al vino.
-         A mí me ha costado horrores hacer los kilómetros esta mañana, parecía que pesaba diez kilos más. Sin duda me ha hecho recordar porqué no suelo beber nunca... jajajaj... me deja echa una mierda -le contestó Esther mientras disfrutaba del sol-.

Maca también rió, aunque su risa era más una risa nerviosa, pues su impulso era salir corriendo hacia la casa para escapar de aquella panorámica de Esther, pero no quería parecer estúpida.

-         Debiste despertarme, hubiera ido a correr contigo -le dijo Maca-.
-         Preferí que descansaras, no parecías encontrarte demasiado bien anoche. Mañana correremos juntas -le contestó Esther-. Por cierto, ¿me puedes hacer un favor?
-         Dime -contestó Maca que aún no se había decidido a sentarse, pues pretendía salir de allí lo antes posible-.
-         Te importaría ponerme crema en la espalda, quiero tostarme vuelva y vuelta -le dijo Esther levantándose de nuevo las gafas de sol para mirarla-.
-         Ehhh... -Maca debió poner nuevamente cara de idiota, pues se había quedado con la palabra en la boca-.
Esther siguió mirándola hasta que reaccionó.
-         Eh, si claro... ¿dónde está? -le preguntó Maca finalmente-.

Esther estiró el brazo por detrás de la tumbona y le tendió el bote. Maca tuvo que acercarse para que no se le notara lo contrariada que estaba, agarró la crema mientras veía a Esther incorporarse y ponerse de espaldas a ella dejándole al alcance  la piel desnuda. Maca tardó unos segundos en decidirse, las manos le empezaban a sudar así que se las secó en el pantalón aprovechando que Esther no podía verla y luego abrió el tapón del bote para echarse una pequeña cantidad de crema en la mano. Esther le había dejado sitio para que pudiera sentarse, así que lo hizo. De cerca la piel de Esther se veía tersa y nutrida, pero jamás hubiera sospechado la suavidad ni la calidez que descubrió en cuanto le puso la mano encima. “Ohh... joder, joder... joder...” se quejaba Maca, sin poder evitar disfrutar de lo que estaba haciendo. Esther se apartó más el pelo, con un movimiento que a Maca le pareció de lo más sexy mientras descubría su sensual cuello y lo firme de los músculos de su espalda. Maca puso un poco más de crema y deslizó de nuevo las palmas de sus manos sobre aquella espalda. Sin darse apenas cuentas, empezó a acariciarla más que a limitarse a esparcir la crema, hipnotizada por la suavidad del tacto y por la reacción que estaba teniendo Esther bajo sus manos. Ahora era ella la que tenía la piel de gallina, Maca quedó absorta contemplando cómo la piel de Esther respondía más en unas zonas que otras. Intrigada por aquella sensación de poder, se descubrió a sí misma atreviéndose a deleitarse en los recodos de aquella mujer. Deslizó los dedos por su columna, cubrió con las palmas sus omóplatos, amasó con dulzura sus trapecios y tanteó su cuello que pareció extremadamente sensible a su roce... Nunca había experimentado nada igual. Con deleite trazó surcos por los músculos paravertebrales de Esther, estaban tan bien definidos que era imposible no querer tocarlos, y entonces encontró aquel ligero hoyito al final de su columna. Maca sintió la necesidad de besarlo, pero no lo hizo, y en su lugar trazó unos círculos sobre él que pusieron más en punta los poros de Esther. Sin pensárselo, Maca trazó una línea descendente por la espalda de Esther con las yemas de sus dedos y con sus uñas... tan sutil y tan suave que apenas era un arañazo exquisito que terminó con un jadeo que Esther no pudo controlar. En ese momento Maca despertó de aquel encantamiento, y avergonzada por lo que estaba haciendo, se separó de Esther con brusquedad. Ésta ni siquiera se atrevió a girarse, a pesar de que hubiera querido retenerla.

-         Ya está... voy a… a lavarme las manos -dijo Maca y a toda prisa se introdujo en la casa-.

Entonces fue cuando Esther empezó a hiperventilar de verdad. Pues sin lugar a dudas, acababa de quemarse en su propia hoguera.

71

Maca volvía a estar encerrada en el cuarto de baño. “¿Qué estoy haciendo... qué coño estoy haciendo?” no dejaba de repetirse. Abrió el grifo de agua fría y se mojó la cara, las manos le temblaban, pero las ignoró porque no tenía tiempo para eso, no tenía tiempo de ocultar que se estaba consumiendo. “No puedo, no estaría bien... no debo”, se decía mientras con una mano fría se frotaba la nuca y se sentaba en la tapa del WC. Las piernas no dejaban de tamborilear en el suelo nerviosas, acababa de ser plenamente consciente de su deseo y de lo que acababa de hacer con Esther, se sentía fatal por ello. “Joder.... soy una calienta braguetas... o calienta bragas... o yo que sé... mierda, mierda, por qué no me limité a untar la puta crema y ya está” se reprochaba, pero lo cierto era que no habría podido controlarse ni aunque hubiera querido, y no había querido en realidad, por eso se fustigaba. Se puso otra vez en pie, se miró en el espejo y se vio bastante borrosa. El deseo, a pesar de lo mal que se sentía por haber jugado con Esther cuando no quería que sucediera nada entre ellas, la estaba matando. Abrió otra vez el grifo, y esta vez metió la cabeza debajo, necesitaba despertar a sus neuronas a toda costa. Aquello le sentó bastante bien, cuando se sintió algo más calmada, cogió una toalla y envolvió su pelo con ella. Luego se sentó otra vez en el WC abatida. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo iba a explicar aquel comportamiento a Esther? Le daba la impresión de que acababa de abrir una puerta que no podría cerrar fácilmente.
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Esther tardó bastante en controlar el estremecimiento que Maca había causado en ella. La piel le quemaba como nunca antes lo había hecho, le dolían las caderas, los pezones le escocían henchidos por el deseo... ¿Cómo podía hacer que se sintiera así? ¿Cómo? La fuerza de las reacciones que Maca había causado en ella sólo con unas caricias la habían cogido completamente desprevenida. Por primera vez sintió miedo. ¿Cómo alguien iba a estar preparado para algo así? En cuanto había estado en manos de Maca, se había sentido sin voluntad propia. En aquel momento hubiera hecho cualquier cosa que le pidiera Maca, cualquier cosa... era aterrador. Despacio alcanzó la camiseta del suelo y se la puso, no sabía si sus piernas le sostendrían pero aún así se puso en pie. Anduvo durante unos minutos de un lado para otro, decidiendo qué debía hacer. Aterrada o no, ella había provocado aquello, y temía haber asustado a Maca con sus reacciones. Al final la preocupación por Maca pudo más que sus propios miedos, al fin y al cabo era ella la mayor de las dos, ya iba siendo hora que se comportara como tal y asumiera las consecuencias y sus responsabilidades.
...
Maca terminó de peinarse el cabello mojado, y se lo recogió en una coleta. Tenía miedo a salir de allí, pero sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a lo que acababa de pasar, así que se armó de valor y salió del lavabo. Anduvo por el pasillo y supo que Esther estaba en la cocina por el sonido del agua corriendo en el fregadero. Se paró a mitad de camino, tentada de salir corriendo de nuevo hacia el baño, pero sacudió aquella estúpida idea con un movimiento de cabeza y volvió a retomar el paso.

-         ¿Ya no tomas más el sol? -le preguntó Maca algo nerviosa-.

Esther apagó el agua en cuanto la oyó, pero tardó un poco en darse la vuelta para mirarla.

-         No -le contestó secándose las manos a la par que le sostenía la mirada-.

Maca no supo que añadir, y agachó el rostro mientras se concentraba en doblar un paño de cocina. Esther la observó con detenimiento, estaba claro que se había refrescado, y aun así el rubor persistía en sus mejillas. “Ya bastaaa” se dijo a sí misma, no podía soportar más aquella tortura. Soltó el trapo y avanzó hacia ella.
-         Maca... -la llamó-.
-         ¿Si? -respondió ella con sobresalto-.
-         ¿Qué ha sido lo que ha pasado ahí fuera? -le preguntó directamente Esther-.
-         ¿A qué te refieres? -Maca se hizo la loca, estaba asustada, nunca se imaginó que las cosas dieran un vuelco tan precipitado-.
-         Sabes perfectamente a qué me refiero -le dijo Esther en un suspiro-.

Maca se encogió de hombros como si no supiera de qué estaba hablando Esther, pero en seguida se cruzó de brazos en una actitud protectora. Esther miró hacia otro lado mientras tomaba aire, estaba claro que tendría que ser ella. Dio dos pasos, Maca retrocedió por inercia.

-         Quiero saber que está pasando entre nosotras -le dijo Esther mirándola a la cara-.
-         ¿Entre nosotras? -preguntó Maca todo lo tranquila que pudo aparentar-. ¿Qué va a pasar? Me pones un poco de los nervios a veces, pero te considero mi amiga. Somos amigas.
-         ¡Amigas! -exclamó Esther sin poder evitar que se le dibujara una sonrisa cínica en el rostro-. ¡Ya! Eso pensaba.

En ese momento Esther avanzó rápidamente hasta ella. Maca reculó un par de pasos pero se encontró con la mesa de la cocina. Se quedó sentada en ella sobresaltada, con Esther acorralándola a escasos centímetros de su cuerpo.

-         ¡Esther, no lo hagas! -le pidió de pronto Maca clavándole la mirada-.

Esther se quedó quieta, los ojos de Maca reflejaban sus temores y su indefensión ante aquella actitud que había tomado. Sin poder evitarlo, retrocedió unos pasos. Maca agachó la mirada y empezó a respirar con dificultad. Esther no supo que hacer, se quedó esperando.

-         ¿Te doy miedo? -le preguntó Esther de pronto-.

Maca la miró esta vez, el rostro autosuficiente de Esther había cambiado completamente.

-         No, no me das miedo -le dijo Maca, pues no soportaba la tristeza que reflejaban sus ojos de pronto-. Me doy miedo yo.

La sorpresa tiñó el rostro de Esther, pero Maca no quería poner más palabras en su boca y pretendió huir de allí levantándose de la mesa. Esther la retuvo cogiéndola por los brazos.

-         ¿Por qué? ¡Dímelo! -le pidió Esther- ¿Dime por qué? ¿qué es lo que temes?

Maca no quería responder, sólo quería salir de allí corriendo pero las manos de Esther no la dejaban, se aferraban fuertemente a ella al igual que su voz se aferraba a obtener las respuestas.

-         Esther, deja que me marche -le pidió Maca sin girarse-.
-         ¡NO! -contestó Esther con rotundidad y decisión-.
-         ¡Me estás haciendo daño! -trató de buscar una excusa Maca para que la soltara, aunque no era cierto-.
-         No, hasta que me contestes... ¿POR QUÉ? -Esther la obligó a girarse-.
-         ¡No quiero hablar de esto! ¡¡¿Qué parte no entiendes?!! -le dijo de pronto Maca estallando-.
-         ¡No entiendo por qué huyes, cuando es evidente que sientes algo por mí! -ya está, ya lo había dicho. Con rabia, y algo furiosa por la impotencia que sentía, pero lo había dicho-.
-         ¡Yo no siento nada por ti Est....

Maca no pudo terminar la frase, porque Esther selló sus labios con los suyos en un anhelante beso, brusco y desesperado.

-         ¡Ahora, pégame si quieres, pero no pienso arrepentirme por quererte y sé que tú también sientes algo por mí! -le dijo Esther soltándola de golpe mientras luchaba por recobrar el aliento-.

Maca la miró con sorpresa, pero también con deseo. La poca integridad y determinación que había logrado durante su estancia en el baño, se había ido a tomar puñetas tras saborear los labios de Esther. ¿A quién pretendía engañar? Estaba claro que a Esther no había podido y en lo que se refería a ella misma...
Esther esperó la bofetada o la cólera en bramidos de Maca, pero no llegaban, y de pronto... las manos de Maca alcanzaron su cara atrayéndola hacia ella, y sus labios se encontraron entreabiertos y henchidos. Esther la abrazó con urgencia estampándola contra la pared, Maca tiró de ella para que la aplastara aún más con su cuerpo mientras sus bocas viajaban en un beso desenfrenado y desesperado. La mecha se había prendido y ahora era imparable. Maca no sabía cuánto aguantarían sus piernas sosteniéndola, pero no le importaba, lo único que deseaba era toda aquella humedad que la boca cálida y dulce de Esther le proporcionaba, por eso soltó un quejido cuando aquellos labios la abandonaron para buscar su cuello. La lengua y un ligero mordisco de Esther le hizo soltar un gemido. Maca buscó la cara de Esther con sus manos, y volvió a reclamar sus besos. Esther se entregó en cuerpo y alma a satisfacer su sed, besándola y explorando cada recodo sensible de sus labios, su lengua y su boca, mientras las manos ansiosas empezaban a esconderse bajo la ropa en busca del calor de la carne. Maca volvió a gemir tras sentir el fuego de sus manos en su cintura. Esther mordisqueó su barbilla dejándole que tomara aire mientras descendía beso a beso por su cuello, en contraposición al ascenso que sus manos iban siguiendo.

-         Esther... -susurró Maca con un hilo de voz ronca, tomada por el deseo-.

Su nombre envuelto en súplica de pasión, terminó por desbordar a las ya torturadas terminaciones nerviosas del cuerpo de Esther. Volvió a besarla, mientras deslizaba una pierna entre las de Maca para sujetarla y acto seguido colmaba entre sus manos los pechos de aquella mujer. Maca no tardó en reaccionar como esperaba, gimió de placer dentro de la boca de Esther y las piernas parecieron aflojársele de pronto.

-         Te deseo tanto, que temo hacerte daño... -le susurró Esther dándole un momento de tregua-.

Maca la miró, en sus ojos no había temor alguno, sólo lava oscura que corría a raudales asomándose a aquellas dos preciosas ventanas. Con algo de brusquedad cogió del pelo a Esther y la atrajo contra sí, mientras con una mano la invitaba a acariciarle los pechos con mayor determinación. Esther sucumbió ante el reclamo de Maca, ya era demasiado tarde para echarse atrás, para ser delicada con ella, para preocuparse de que Maca estuviera segura de lo que iban a hacer. Ya era demasiado tarde para frenar y tomarlo con calma, ahora todo estaba en llamas y tendría que terminar lo que había empezado.

5 comentarios:

  1. Por fiiiiiiiin...
    Me voy a la ducha
    Ah, no puedo, estoy en el trabajo o_O

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    1. jajaja... a partir de ahora, os recomiendo tener un extintor a mano, creerme... os va a hacer falta

      ;P

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  2. creo que ahora el calor de la calle es insignificante... necesito una ducha FRÍA, muy fría...

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    1. Me parece una estupendísima idea, así le vas a haciendo compañía a Maca, que también la iba necesitando y aun no había empezado la cosa.

      ;-)

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    2. genial! ahora tengo la imagen de "Maca en mi ducha" en la cabeza... gracias -.-"

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