(Fanfic escrito para el foro Maca y Esther –Hospital Central-, por Sageleah)
DESCRIPCIÓN:
Una estudiante de bellas artes con gran talento y una inocencia casi mágica, se adentrará en la edad adulta hipnotizada por una estudiante de medicina mayor que ella y un abismo de vivencias que las separan. Juntas descubrirán los claros-oscuros que la pasión y el amor encierran, en un relato donde el crecimiento personal y la lucha por ser uno mismo, combate con el equilibrio de forjar una unión entre dos mujeres, sus anhelos y sus miedos.
109
Amsterdam.
Los días fueron
sucediéndose y antes de lo esperado llegó la despedida. Entre Esther y Alex se
había asentado un tácito acuerdo de no pensar más allá del momento, y a pesar
de los miedos y de las miles de preguntas sin respuesta, seguían ocultando bajo
los silencios y la pasión todo aquello que no se decían.
-
Bueno, yo tengo que irme a la facultad. Nos vemos
en la comida del departamento, ¿no? –le preguntó Kate antes de recoger sus
cosas y marcharse-.
-
Sí, claro. Allí nos vemos –le contestó Alex
fingiendo terminarse despacio el desayuno-. No trabajes mucho
-
Tranquila. Nos vemos, despídeme de Esther, sino
llegaré tarde –le dijo Kate-.
-
Descuida
Alex vio como
Kate cerraba la puerta y todo quedaba en silencio. Se acercó a la mirilla y
observó como Kate se metía en el ascensor. En cuanto supo que estaban solas,
corrió por el pasillo en dirección al cuarto de baño mientras se deshacía de su
ropa a toda prisa. Entró en el diminuto espacio con vapor, y escuchó el sonido
del agua mientras la figura de Esther se insinuaba tras la mampara. La boca se
le hizo agua antes si quiera de poder tocarla.
-
¿Hay espacio para mí ahí dentro? –le preguntó
Alex con una sonrisa en la voz-.
-
¡Alex! –Esther dio un respingo por la sorpresa,
no la había escuchado y se asustó cuando Alex empezó a entrar en la bañera-.
¿Qué haces? ¡Está Kate!
-
No, no está. Se acaba de ir –le dijo Alex
sonriendo, mientras dedicaba todo un señor repaso con la mirada a la extensa
desnudez de Esther-. Y no sabes las ganas que tenía de que se fuera –le
susurró-.
La voz tomada de
Alex junto con lo abrasador de sus ojos, puso a Esther a cien en sólo unos
segundos.
-
Podría volver, haberse olvidado algo –repuso
Esther aunque su cuerpo empezaba a tener una idea bastante nítida de lo
inoportuno que sería aquello en contraposición con lo que estaban ambas
pensando hacerse-.
-
No va a volver, y aunque lo hiciera, me daría
exactamente igual –repuso Alex acercándose a ella-.
-
Ya, pero a mí no. No me gustaría que se enterase
–le dijo Esther, y era cierto. Desde que Alex y ella se habían acostado por
primera vez, habían tratado de llevarlo en secreto lo mejor posible, aún así no
las tenía todas consigo con respecto a su mentora-.
-
Esther, supongo que ya lo sabe –le dijo Alex
besándola en el cuello-.
Esther se apartó
de golpe.
-
¡¿Cómo qué lo sabe?! ¡¿Te ha dicho algo?! –le
preguntó nerviosa-.
-
No, no me ha dicho nada, pero es Kate, y no creo
que nuestras miradas se le escapen. No es alguien fácil de engañar, y además,
aunque lo supiera no se entrometería –le dijo Alex rodeándole la cintura con
los brazos-.
-
Me muero de vergüenza como lo sepa, te lo juro
–dijo Esther sin pensar-.
-
Vaya, gracias –repuso Alex con el ceño
fruncido-.
Esther se
percató de lo que sus palabras implicaban y le acarició el rostro con ambas
manos, tratando de serenar delante de ella, la inquietud que aquella idea le producía.
-
Lo siento, lo siento…. Perdóname –Esther le dio
un beso, un beso que pretendía ser corto y que acabó con el roce completo de
sus cuerpos desnudos, incendiándolas-. ¡Te recompensaré! –le susurró con la voz
tomada y aquel brillo juguetón en los ojos-.
-
Mmmm… eso se ajusta más a lo que esperaba oír
–le confesó Alex con una sonrisa cargada de intenciones-.
Esther también
sonrió y luego deslizó las manos para acariciar los hombros, los brazos y los
costados de Alex, a la que se le fue erizando la piel sólo con el suave roce de
sus manos.
-
¿Y qué más esperabas oír? Si puedo saberlo –le
susurró Esther entrando en materia, mientras besaba su cuello y cosquilleaba el
lóbulo de su oreja con la lengua-.
-
Mmm… no sé…. Que tengo un cuerpo estupendo –jugó
Alex-.
-
Tienes un cuerpo increíble, y jodidamente divino
–le susurró Esther acariciándola, besándola-.
Alex gimió por
lo que le estaba haciendo, pero no se dejó vencer, le gustaba demasiado aquella
sensación de volverla loca. Cuando Esther entraba en aquel estado, el mundo
desaparecía y sólo quedaban ellas dos. No existía nadie más, ni siquiera la
sombra de Maca, y aquello le daba esperanzas, la reconfortaba.
-
Mmm… Que te gustaría hacerme el amor aquí, de
pie y ahora –sugirió Alex-.
Y como
respuesta, Esther apretó su trasero con ambas manos mientras le introducía la
lengua, robándole un beso de órdago.
-
Creo que queda muy claro que voy a hacerte el
amor, aquí y ahora –le soltó Esther al liberarla-.
La temperatura subió
al menos cinco grados entre ellas, y empezaron a besarse y acariciarse debajo
de la ducha. Alex gimió mientras Esther la bloqueaba contra una de las paredes,
y le hacía el amor a sus pechos con la boca.
-
Dime… dime que me deseas –articuló Alex con
dificultad mientras Esther mordía uno de sus pezones y masajeaba sus caderas
provocándola-, tanto… tanto como yo a ti.
Esther trepó por
su esternón besándola, y cosquilleó todo su cuello húmedo con la lengua.
-
¡Oh sí! Te deseo… -Esther mordió su cuello-… no
sabes cuánto te he deseado y te deseo aún ahora. Mucho… muchísimo.
A Alex le iba a
estallar el pecho entre sus palabras y lo que le estaba haciendo. Apretó los
muslos alrededor de la pierna que Esther había deslizado entre las suyas como
anclaje, y gimió frotándose fuertemente contra su muslo.
-
¡Me vuelves loca! –musitó Alex aferrándose a
ella-.
-
¿En serio? Nadie lo diría –se permitió bromear
Esther. Le encantaba verla trepar por la estrecha ola de la pasión, que
difuminaba por completo todos sus límites. Nunca se imaginó, que Alex pudiera
tener aquel fuego tan fiero a la hora de hacerlo, como lo tenía sin duda
esculpiendo. Le encantaba-. ¿Te vas a correr para mí?
Esther interpuso
una mano entre el sexo de Alex y su propia pierna. Alex cerró los ojos de
placer al notar las caricias y el aumento de presión sobre su centro.
-
¿Cuántas veces quieres que me corra? ¿una?
–gimió Alex besándola entre jadeos con cada caricia certera de Esther sobre su
clítoris hinchado-. ¿Diez? –le mordisqueó Alex el labio, estaba tan cerca-…
¿Cien? –y a aquellas alturas sudaba bajo el agua, mientras Esther ya había
introducido dos de sus dedos en su interior, y ella cabalgaba contra su
presencia absoluta tratando de no caerse-.
-
Morirías deshidratada… siempre estás tan mojada
–jadeo también Esther como respuesta mientras trataba de no perder el ritmo por
y para ella-.
Alex se permitió
una carcajada rota frente aquel comentario. Nunca se había considerado mala en
la cama, pero jamás había estado tan predispuesta a la hora de hacerlo como lo
estaba siempre con ella. Cuando pensaba que ya no podría estar lista para una
vez más, era mirarla o que la tocara, y todo volvía de nuevo a estar allí,
preparado y dispuesto para volver a derramarse.
-
¡Joder….! –Alex apretó los dedos sobre la
espalda de Esther, hasta hacerle girones la piel. Estaba a punto de correrse-…
¡¡Joder!! –masculló con la siguiente envestida de Esther y mordió su hombro
para impedirse gritar más fuerte-.
Esther la sujetó
con fuerza de la cintura y ancló bien sus pies al suelo, mientras con los
últimos movimientos de su mano conseguía que Alex se corriera pegada a ella,
acunándola entre sus brazos cuando llegaron los espasmos.
----
Madrid.
Maca enfiló el
pasillo rumbo al ascensor. La noche había sido larga, en realidad lo habían
sido todos los días de esa semana, pero no le importaba porque el trabajo duro
iba a tener su recompensa muy pronto. La falta de tiempo, las cortas
comunicaciones con Esther por culpa de tanto trabajo y estudios, por fin iban a
poder ser resarcidas. Esperó frente a las compuertas mientras examinaba unos
historiales, y al meterse dentro del habitáculo se encontró con ella.
-
Buenos días, doctora Wilson –la saludó Bea con
una gran sonrisa-.
-
Buenos días, doctora Azhue… jajaja… -Maca rió.
Su aire risueño y sus ojos vibrantes, empezaban a ser una constante agradable
en sus días de hospital-.
-
¿Qué tal el ojo? ¿Todo bien? –se interesó Bea
mientras ascendían-.
-
Mucho mejor, aún algo molesta al terminar la
jornada, pero bueno… son gajes de oficio –le contestó-.
Bea golpeó con
su hombro el de Maca.
-
Gajes del oficio no. Tú, que no sabes divertirte
–la reprendió amistosamente Bea-.
-
Jajajaja… -a Maca se le escapó una sonora
carcajada-.
-
¿Te ríes? –le preguntó Bea con una ceja alzada-.
-
Sí, es que no sabes la cara que pondría mi amiga
Claudia al escuchar esa opinión sobre mí – le contestó Maca, estaba de buen
humor-.
Bea aún se
interesó más, y se giró hacia ella.
-
¿Por qué? ¿Es que acaso me he perdido algo? ¿No
me diga que la doctora Wilson no es tan formal como parece? –bromeó Bea con un
juego de cejas-.
El ascensor se
detuvo y dos enfermeras entraron interrumpiendo su conversación. Bea guardó la
compostura pacientemente, Maca pegó su hombro al de Bea para contestarle sin
levantar la voz.
-
Tengo mis momentos, aunque no lo creas –le confesó-.
-
Mmm… interesante, muy interesante –le contestó
Bea como si nada, pero la verdad es que la confianza que estaban desarrollando
espontáneamente, le era muy gratificante-. ¿Y dígame, doctora? ¿Cómo de
divertida puede usted llegar a ser? ¿de las de me tomo unas copas, buen rollo
con amigas, y todo risas? ¿o de esas otras con las que nunca sabes cómo
terminará la noche, altamente estimulantes y peligrosas?
El ascensor
volvió a abrirse, y ambas salieron al pasillo.
-
¿Por qué? ¿Te interesaría salir de fiesta
conmigo? –le preguntó sin más Maca, de un modo tan natural que no se dio cuenta
de que a lo tonto parecía que estuviera coqueteando con ella. Le pareció
divertido-.
-
Puede –le respondió Bea sin azoro ni respuesta
nerviosa al respecto-.
Aquello le hizo
ganar puntos delante de Maca, parecía una mujer segura y cómoda consigo misma,
y no de aquellas otras que en otro tiempo, se le hubieran lanzado al cuello
sólo con insinuarles una cita.
-
¿De qué dependería, si puede saberse? –Maca
quiso tantear hasta que punto Bea era capaz de bromear sin que las cosas se
complicaran-.
Bea alcanzó la
puerta de su despacho y la miró.
-
De que fueras de las estimulantes y peligrosas
–le dijo Bea por lo bajito, con una sonrisa deliciosa y un guiño coqueto-.
Luego se rió a
carcajadas frescas, y Maca se unió a ella.
-
Nos vemos luego, ¿vale? –le dijo Bea
despidiéndose-.
-
Vale. No trabaje mucho, doctora –le contestó
Maca retomando su camino-.
-
Aplíquese para variar su consejo, Wilson –le
espetó Bea mientras la veía marchar. Maca le parecía increíble. Le encantaba-.
Amsterdam.
Después de haber
hecho el amor con Esther varias veces esa mañana, Alex terminó de vestirse y
arregló unos asuntos de la facultad antes de salir de su cuarto. Cuando colgó
el teléfono inalámbrico en el salón, vio a Esther sentada frente al lienzo, y
no tuvo más remedio que pararse a contemplarla. El pelo, ondulado por no haber
podido secárselo, le caía en greñas por la cara a pesar del turbante que
llevaba, dándole un aire infantil y bohemio, que contrastaba enormemente con lo
fibroso y nervioso de sus antebrazos. Alex se permitió recorrerla con la mirada
una vez más, deleitándose en sus muslos prietos con aquel pantalón tan corto, y
en su figura menuda y proporcionada. El aura casi mágica que despedía cuando
pintaba, fue atrapándola poco a poco hasta imantarla.
-
Hola –la saludó dulcemente Alex acercándose a
ella-.
Como siempre le
sucedía cuando estaba tan concentrada, Esther dio un bote.
-
No te había oído. ¿Ya has terminado? –le
preguntó Esther sólo girándose un momento para sonreírle antes de volver al
cuadro-.
-
Sí, vuelvo a ser toda tuya –le dijo Alex
colocándose a su espalda y rodeándole la cintura-.
Esther detuvo su
pincel cuando Alex apartó su cabello para depositar un intenso beso en su nuca.
-
¿Otra vez? –musitó Esther notando como la piel
se le levantaba-.
-
Todas las veces –le respondió ella volviendo a
besarla, a respirarla. Nunca tendría suficiente de aquello, nunca-.
Alex hizo que se
girara entre sus brazos.
-
Hola –volvió a saludarla, como si empezaran desde
el principio-.
-
Hola –le contestó Esther sabiendo lo que se
avecinaba. Empezaba a conocer muy bien los cambios de color que sufrían los
ojos de Alex cuando se calentaba-.
La boca de Alex
buscó suavemente la de Esther, y poco a poco la arrastró a sus profundidades.
-
Debería terminar lo que estaba haciendo o se
secará la pintura –le dijo Esther entre beso y beso. Alex la poseía de una
forma, que le era increíblemente difícil no dejarse llevar por ella-.
-
El oleo aguanta mucho –le contestó Alex, sin
dejar de besarla-.
-
Hoy pinto con acrílico –le respondió, colgándose
ya de su cuello. Frenarse ahora era algo que no contemplaba-.
-
Ah… pues luego te ayudo a rascar la paleta –se
ofreció Alex cogiéndola fuertemente de las caderas, y subiéndola para que
abrazara con las piernas su cintura-.
-
Trato hecho –musitó Esther aferrándose a ella y
dejándose conducir hasta el sofá beso a beso-.
El calor se apoderó de ellas, y cuando no pudieron más, Alex empezó a
desabrocharle el pantalón a Esther a toda prisa.
-
Si no te saboreo ya, te juro que reviento –rugió
Alex mientras se deshacía a trompicones de la ropa-.
Esther gimió por su deseo, tan real como intenso, y no opuso ni un ápice
de resistencia cuando Alex por fin halló el camino entre sus piernas con la
lengua. Los dedos se le engarrotaron en la suave textura de los cabellos de
Alex, mientras luchaba por no ahogarla contra sus pliegues inflamados.
-
Oh, Dios mío…. –jadeó Esther. El placer era tan
intenso que escapaba de su voluntad y control siempre-.
A pesar de que se encontraba hambrienta, Alex se tomó su tiempo para
saciarla. Quería amarla despacio, quería amarla infinidad de veces… quería
dejar en su piel, su memoria y su alma, el recuerdo perpetuo que hiciera que
Esther regresara a ella cuando se marchara. Deseaba tanto creer que alguna
parte de ella le pertenecía, que sin darse cuenta volcó en lo que estaba
haciendo toda la intensidad de sus anhelos.
-
Oh… madre mía…. Alex, para… -le pidió Esther al
cabo de un rato, con una risa sin fuerzas en la boca, sudada, exhausta y
temblando porque Alex la había obligado a encadenar un par de orgasmos, y no
parecía tener intención de detenerse-. Me vas a matar, para… ya no puedo.
Alex se detuvo a regañadientes cuando las manos de Esther tiraron con
fuerza de ella. Se limpió la boca rápidamente contra el sofá, y se extendió
sobre su cuerpo para besarla. Esther tuvo que apartarse para poder respirar.
-
Uf, Dios mío… ¿pero tú qué has desayunado hoy?
¿Qué es lo que te pasa? –le preguntó Esther entre suaves risas, sobrepasada por
la intensidad de Alex aquella mañana-.
-
Que te marchas –musitó Alex sin saber ni cómo ni
de dónde le arañaba aquel sentimiento, que rápidamente le trepó helado y
punzante por toda la espalda-.
Esther dejó de reírse, congelada. Levantó el rostro que Alex había hundido
en su cuello despacio, y la miró a los ojos. Su verde oscuro pasó a un claro
acuoso, triste y melancólico. La besó en silencio, dulcemente, consolándola.
Alex empezó a llorar y el corazón de Esther se estranguló, hiriéndola tanto
como lo estaba ella.
-
No llores –le rogó-. Me apuñala saber que te
hago daño.
-
Lo siento, no lloro –le dijo Alex, pero no era
cierto, apenas podía detener sus lágrimas-.
-
Sí, si lloras… -Esther besó su cara para beberse
aquel dolor que caía por sus mejillas aun sonrosadas-. Y está bien… yo también
tengo ganas de llorar, muchas ganas.
Esther volvió a
besarla y ambas lloraron silenciosamente labio contra labio. Aquello era una
puta mierda, y por mucho que se hubieran aislado de todo y se hubieran dejado
llevar como si nada más existiera, la realidad se implantaba desgarrándolas.
-
Te quiero –pronunció Esther espontáneamente-
-
¿Qué… qué has dicho? –Alex se detuvo, impactada
por lo que acababa de pronunciar-.
Esther era
consciente de que era la primera vez que se lo decía calmadamente, y de lo
mucho que Alex había deseado escucharlo de su boca. Le acarició el rostro con la
mano y le sonrió con la mirada.
-
Te quiero, y esta vez no voy a poner
complementos ni excusas a este sentimiento. Hace mucho que en el fondo siento
que te quiero, tenías razón… me enamoré de las dos. Pero no es justo para
ninguna, y tiene que acabar por mi parte. Estos días contigo me han hecho
pensar que si dejé que entraras en mi corazón, es porque algo entre Maca y yo
no estaba funcionando. No te voy a mentir, aún siento que la amo, la verdad es
que no sé cómo reaccionaría si la tuviera delante, pero no puedo seguir
engañándola… algo se muere dentro de mí cada vez que me llama y me quedo
callada. Y además, odio que llores, que llores por mi culpa, mis miedos y mis meteduras
de pata –le dijo Esther y a Alex se le dibujó una sonrisa inevitable en la
cara-.
Besó a Esther,
la besó con pasión y con gratitud por ser capaz de quererla, por dejarla entrar
pese a todo pronóstico en su corazón.
-
Te quiero, te quiero mucho –le musitó Alex entre
besos-.
-
Yo también a ti –le contestó Esther tratando de
mitigar el peso que se le había puesto en mitad del pecho pensando que tendría
que hablar con Maca-.
-
Ahora ya lo sé, y es todo un alivio –sonrió
Alex. Su cara había cambiado por completo, brillaba-.
-
Te lo noto, pero por favor ten paciencia
conmigo. Hablar con Maca, bueno… romper… romper con ella –Esther casi no podía
pronunciar aquella idea-, en fin… no, no sé muy bien cómo voy a hacerlo.
Esther se
removió debajo de Alex, y ésta le dio espacio para que pudieran sentarse. Alex
le acarició el pelo tratando de darle apoyo, por mucho que la quisiera sólo
para ella, entendía la situación por la que estaba pasando Esther. Que la
quisiera no significara que no fuera duro desprenderse del sentimiento que también
tenía por Maca, por mucho que eso le doliera.
-
No voy a presionarte, Esther. Hazlo cuando tú
creas y cómo creas que será mejor para ambas. Yo sé que estás conmigo, y con
eso me basta. No voy a ponerte una pistola, si es eso lo que te preocupa –le
hizo saber Alex dándole calor con sus palabras-.
Esther se giró
para mirarla a los ojos.
-
Si quieres podemos esperar a regresar a España.
Si te ayuda, podríamos decírselo juntas –le insinuó Alex para que supiera que
ella siempre estaría a su lado-.
-
No, tengo que hacerlo sola. Se lo debo, voy a apuñalarla…
¡Dios mío! ¡No sé cómo coño voy a hacerle esto! Pero tengo que hacerlo, no
puedo jugar con las dos –Esther tembló con la idea de partirle el corazón a
Maca. Un corazón que aún sentía que amaba pero ya no sabía si con ello era
suficiente, no después de lo que estaba ocurriendo entre Alex y ella. A Alex
también la quería. Se sentía como una auténtica zorra jugando a dos bandas-. No
puedo seguir siendo esta persona, simplemente no puedo, ¿lo entiendes, verdad?
-
Sí… Anda, ven –le dijo Alex estrechándola entre
sus brazos-.
Esther se dejó
acunar mientras sentía los labios de Alex en su pelo, besándola. Cerró los ojos
y respiró el olor de su piel. Ya no recordaba como olía la piel de Maca, y sin
querer, se puso a llorar.
(Fanfic escrito para el foro Maca y Esther –Hospital Central-, por Sageleah)
DESCRIPCIÓN:
Una estudiante de bellas artes con gran talento y una inocencia casi mágica, se adentrará en la edad adulta hipnotizada por una estudiante de medicina mayor que ella y un abismo de vivencias que las separan. Juntas descubrirán los claros-oscuros que la pasión y el amor encierran, en un relato donde el crecimiento personal y la lucha por ser uno mismo, combate con el equilibrio de forjar una unión entre dos mujeres, sus anhelos y sus miedos.
109
Amsterdam.
Los días fueron
sucediéndose y antes de lo esperado llegó la despedida. Entre Esther y Alex se
había asentado un tácito acuerdo de no pensar más allá del momento, y a pesar
de los miedos y de las miles de preguntas sin respuesta, seguían ocultando bajo
los silencios y la pasión todo aquello que no se decían.
-
Bueno, yo tengo que irme a la facultad. Nos vemos
en la comida del departamento, ¿no? –le preguntó Kate antes de recoger sus
cosas y marcharse-.
-
Sí, claro. Allí nos vemos –le contestó Alex
fingiendo terminarse despacio el desayuno-. No trabajes mucho
-
Tranquila. Nos vemos, despídeme de Esther, sino
llegaré tarde –le dijo Kate-.
-
Descuida
Alex vio como
Kate cerraba la puerta y todo quedaba en silencio. Se acercó a la mirilla y
observó como Kate se metía en el ascensor. En cuanto supo que estaban solas,
corrió por el pasillo en dirección al cuarto de baño mientras se deshacía de su
ropa a toda prisa. Entró en el diminuto espacio con vapor, y escuchó el sonido
del agua mientras la figura de Esther se insinuaba tras la mampara. La boca se
le hizo agua antes si quiera de poder tocarla.
-
¿Hay espacio para mí ahí dentro? –le preguntó
Alex con una sonrisa en la voz-.
-
¡Alex! –Esther dio un respingo por la sorpresa,
no la había escuchado y se asustó cuando Alex empezó a entrar en la bañera-.
¿Qué haces? ¡Está Kate!
-
No, no está. Se acaba de ir –le dijo Alex
sonriendo, mientras dedicaba todo un señor repaso con la mirada a la extensa
desnudez de Esther-. Y no sabes las ganas que tenía de que se fuera –le
susurró-.
La voz tomada de
Alex junto con lo abrasador de sus ojos, puso a Esther a cien en sólo unos
segundos.
-
Podría volver, haberse olvidado algo –repuso
Esther aunque su cuerpo empezaba a tener una idea bastante nítida de lo
inoportuno que sería aquello en contraposición con lo que estaban ambas
pensando hacerse-.
-
No va a volver, y aunque lo hiciera, me daría
exactamente igual –repuso Alex acercándose a ella-.
-
Ya, pero a mí no. No me gustaría que se enterase
–le dijo Esther, y era cierto. Desde que Alex y ella se habían acostado por
primera vez, habían tratado de llevarlo en secreto lo mejor posible, aún así no
las tenía todas consigo con respecto a su mentora-.
-
Esther, supongo que ya lo sabe –le dijo Alex
besándola en el cuello-.
Esther se apartó
de golpe.
-
¡¿Cómo qué lo sabe?! ¡¿Te ha dicho algo?! –le
preguntó nerviosa-.
-
No, no me ha dicho nada, pero es Kate, y no creo
que nuestras miradas se le escapen. No es alguien fácil de engañar, y además,
aunque lo supiera no se entrometería –le dijo Alex rodeándole la cintura con
los brazos-.
-
Me muero de vergüenza como lo sepa, te lo juro
–dijo Esther sin pensar-.
-
Vaya, gracias –repuso Alex con el ceño
fruncido-.
Esther se
percató de lo que sus palabras implicaban y le acarició el rostro con ambas
manos, tratando de serenar delante de ella, la inquietud que aquella idea le producía.
-
Lo siento, lo siento…. Perdóname –Esther le dio
un beso, un beso que pretendía ser corto y que acabó con el roce completo de
sus cuerpos desnudos, incendiándolas-. ¡Te recompensaré! –le susurró con la voz
tomada y aquel brillo juguetón en los ojos-.
-
Mmmm… eso se ajusta más a lo que esperaba oír
–le confesó Alex con una sonrisa cargada de intenciones-.
Esther también
sonrió y luego deslizó las manos para acariciar los hombros, los brazos y los
costados de Alex, a la que se le fue erizando la piel sólo con el suave roce de
sus manos.
-
¿Y qué más esperabas oír? Si puedo saberlo –le
susurró Esther entrando en materia, mientras besaba su cuello y cosquilleaba el
lóbulo de su oreja con la lengua-.
-
Mmm… no sé…. Que tengo un cuerpo estupendo –jugó
Alex-.
-
Tienes un cuerpo increíble, y jodidamente divino
–le susurró Esther acariciándola, besándola-.
Alex gimió por
lo que le estaba haciendo, pero no se dejó vencer, le gustaba demasiado aquella
sensación de volverla loca. Cuando Esther entraba en aquel estado, el mundo
desaparecía y sólo quedaban ellas dos. No existía nadie más, ni siquiera la
sombra de Maca, y aquello le daba esperanzas, la reconfortaba.
-
Mmm… Que te gustaría hacerme el amor aquí, de
pie y ahora –sugirió Alex-.
Y como
respuesta, Esther apretó su trasero con ambas manos mientras le introducía la
lengua, robándole un beso de órdago.
-
Creo que queda muy claro que voy a hacerte el
amor, aquí y ahora –le soltó Esther al liberarla-.
La temperatura subió
al menos cinco grados entre ellas, y empezaron a besarse y acariciarse debajo
de la ducha. Alex gimió mientras Esther la bloqueaba contra una de las paredes,
y le hacía el amor a sus pechos con la boca.
-
Dime… dime que me deseas –articuló Alex con
dificultad mientras Esther mordía uno de sus pezones y masajeaba sus caderas
provocándola-, tanto… tanto como yo a ti.
Esther trepó por
su esternón besándola, y cosquilleó todo su cuello húmedo con la lengua.
-
¡Oh sí! Te deseo… -Esther mordió su cuello-… no
sabes cuánto te he deseado y te deseo aún ahora. Mucho… muchísimo.
A Alex le iba a
estallar el pecho entre sus palabras y lo que le estaba haciendo. Apretó los
muslos alrededor de la pierna que Esther había deslizado entre las suyas como
anclaje, y gimió frotándose fuertemente contra su muslo.
-
¡Me vuelves loca! –musitó Alex aferrándose a
ella-.
-
¿En serio? Nadie lo diría –se permitió bromear
Esther. Le encantaba verla trepar por la estrecha ola de la pasión, que
difuminaba por completo todos sus límites. Nunca se imaginó, que Alex pudiera
tener aquel fuego tan fiero a la hora de hacerlo, como lo tenía sin duda
esculpiendo. Le encantaba-. ¿Te vas a correr para mí?
Esther interpuso
una mano entre el sexo de Alex y su propia pierna. Alex cerró los ojos de
placer al notar las caricias y el aumento de presión sobre su centro.
-
¿Cuántas veces quieres que me corra? ¿una?
–gimió Alex besándola entre jadeos con cada caricia certera de Esther sobre su
clítoris hinchado-. ¿Diez? –le mordisqueó Alex el labio, estaba tan cerca-…
¿Cien? –y a aquellas alturas sudaba bajo el agua, mientras Esther ya había
introducido dos de sus dedos en su interior, y ella cabalgaba contra su
presencia absoluta tratando de no caerse-.
-
Morirías deshidratada… siempre estás tan mojada
–jadeo también Esther como respuesta mientras trataba de no perder el ritmo por
y para ella-.
Alex se permitió
una carcajada rota frente aquel comentario. Nunca se había considerado mala en
la cama, pero jamás había estado tan predispuesta a la hora de hacerlo como lo
estaba siempre con ella. Cuando pensaba que ya no podría estar lista para una
vez más, era mirarla o que la tocara, y todo volvía de nuevo a estar allí,
preparado y dispuesto para volver a derramarse.
-
¡Joder….! –Alex apretó los dedos sobre la
espalda de Esther, hasta hacerle girones la piel. Estaba a punto de correrse-…
¡¡Joder!! –masculló con la siguiente envestida de Esther y mordió su hombro
para impedirse gritar más fuerte-.
Esther la sujetó
con fuerza de la cintura y ancló bien sus pies al suelo, mientras con los
últimos movimientos de su mano conseguía que Alex se corriera pegada a ella,
acunándola entre sus brazos cuando llegaron los espasmos.
----
Madrid.
Maca enfiló el
pasillo rumbo al ascensor. La noche había sido larga, en realidad lo habían
sido todos los días de esa semana, pero no le importaba porque el trabajo duro
iba a tener su recompensa muy pronto. La falta de tiempo, las cortas
comunicaciones con Esther por culpa de tanto trabajo y estudios, por fin iban a
poder ser resarcidas. Esperó frente a las compuertas mientras examinaba unos
historiales, y al meterse dentro del habitáculo se encontró con ella.
-
Buenos días, doctora Wilson –la saludó Bea con
una gran sonrisa-.
-
Buenos días, doctora Azhue… jajaja… -Maca rió.
Su aire risueño y sus ojos vibrantes, empezaban a ser una constante agradable
en sus días de hospital-.
-
¿Qué tal el ojo? ¿Todo bien? –se interesó Bea
mientras ascendían-.
-
Mucho mejor, aún algo molesta al terminar la
jornada, pero bueno… son gajes de oficio –le contestó-.
Bea golpeó con
su hombro el de Maca.
-
Gajes del oficio no. Tú, que no sabes divertirte
–la reprendió amistosamente Bea-.
-
Jajajaja… -a Maca se le escapó una sonora
carcajada-.
-
¿Te ríes? –le preguntó Bea con una ceja alzada-.
-
Sí, es que no sabes la cara que pondría mi amiga
Claudia al escuchar esa opinión sobre mí – le contestó Maca, estaba de buen
humor-.
Bea aún se
interesó más, y se giró hacia ella.
-
¿Por qué? ¿Es que acaso me he perdido algo? ¿No
me diga que la doctora Wilson no es tan formal como parece? –bromeó Bea con un
juego de cejas-.
El ascensor se
detuvo y dos enfermeras entraron interrumpiendo su conversación. Bea guardó la
compostura pacientemente, Maca pegó su hombro al de Bea para contestarle sin
levantar la voz.
-
Tengo mis momentos, aunque no lo creas –le confesó-.
-
Mmm… interesante, muy interesante –le contestó
Bea como si nada, pero la verdad es que la confianza que estaban desarrollando
espontáneamente, le era muy gratificante-. ¿Y dígame, doctora? ¿Cómo de
divertida puede usted llegar a ser? ¿de las de me tomo unas copas, buen rollo
con amigas, y todo risas? ¿o de esas otras con las que nunca sabes cómo
terminará la noche, altamente estimulantes y peligrosas?
El ascensor
volvió a abrirse, y ambas salieron al pasillo.
-
¿Por qué? ¿Te interesaría salir de fiesta
conmigo? –le preguntó sin más Maca, de un modo tan natural que no se dio cuenta
de que a lo tonto parecía que estuviera coqueteando con ella. Le pareció
divertido-.
-
Puede –le respondió Bea sin azoro ni respuesta
nerviosa al respecto-.
Aquello le hizo
ganar puntos delante de Maca, parecía una mujer segura y cómoda consigo misma,
y no de aquellas otras que en otro tiempo, se le hubieran lanzado al cuello
sólo con insinuarles una cita.
-
¿De qué dependería, si puede saberse? –Maca
quiso tantear hasta que punto Bea era capaz de bromear sin que las cosas se
complicaran-.
Bea alcanzó la
puerta de su despacho y la miró.
-
De que fueras de las estimulantes y peligrosas
–le dijo Bea por lo bajito, con una sonrisa deliciosa y un guiño coqueto-.
Luego se rió a
carcajadas frescas, y Maca se unió a ella.
-
Nos vemos luego, ¿vale? –le dijo Bea
despidiéndose-.
-
Vale. No trabaje mucho, doctora –le contestó
Maca retomando su camino-.
-
Aplíquese para variar su consejo, Wilson –le
espetó Bea mientras la veía marchar. Maca le parecía increíble. Le encantaba-.
Amsterdam.
Después de haber
hecho el amor con Esther varias veces esa mañana, Alex terminó de vestirse y
arregló unos asuntos de la facultad antes de salir de su cuarto. Cuando colgó
el teléfono inalámbrico en el salón, vio a Esther sentada frente al lienzo, y
no tuvo más remedio que pararse a contemplarla. El pelo, ondulado por no haber
podido secárselo, le caía en greñas por la cara a pesar del turbante que
llevaba, dándole un aire infantil y bohemio, que contrastaba enormemente con lo
fibroso y nervioso de sus antebrazos. Alex se permitió recorrerla con la mirada
una vez más, deleitándose en sus muslos prietos con aquel pantalón tan corto, y
en su figura menuda y proporcionada. El aura casi mágica que despedía cuando
pintaba, fue atrapándola poco a poco hasta imantarla.
-
Hola –la saludó dulcemente Alex acercándose a
ella-.
Como siempre le
sucedía cuando estaba tan concentrada, Esther dio un bote.
-
No te había oído. ¿Ya has terminado? –le
preguntó Esther sólo girándose un momento para sonreírle antes de volver al
cuadro-.
-
Sí, vuelvo a ser toda tuya –le dijo Alex
colocándose a su espalda y rodeándole la cintura-.
Esther detuvo su
pincel cuando Alex apartó su cabello para depositar un intenso beso en su nuca.
-
¿Otra vez? –musitó Esther notando como la piel
se le levantaba-.
-
Todas las veces –le respondió ella volviendo a
besarla, a respirarla. Nunca tendría suficiente de aquello, nunca-.
Alex hizo que se
girara entre sus brazos.
-
Hola –volvió a saludarla, como si empezaran desde
el principio-.
-
Hola –le contestó Esther sabiendo lo que se
avecinaba. Empezaba a conocer muy bien los cambios de color que sufrían los
ojos de Alex cuando se calentaba-.
La boca de Alex
buscó suavemente la de Esther, y poco a poco la arrastró a sus profundidades.
-
Debería terminar lo que estaba haciendo o se
secará la pintura –le dijo Esther entre beso y beso. Alex la poseía de una
forma, que le era increíblemente difícil no dejarse llevar por ella-.
-
El oleo aguanta mucho –le contestó Alex, sin
dejar de besarla-.
-
Hoy pinto con acrílico –le respondió, colgándose
ya de su cuello. Frenarse ahora era algo que no contemplaba-.
-
Ah… pues luego te ayudo a rascar la paleta –se
ofreció Alex cogiéndola fuertemente de las caderas, y subiéndola para que
abrazara con las piernas su cintura-.
-
Trato hecho –musitó Esther aferrándose a ella y
dejándose conducir hasta el sofá beso a beso-.
El calor se apoderó de ellas, y cuando no pudieron más, Alex empezó a
desabrocharle el pantalón a Esther a toda prisa.
-
Si no te saboreo ya, te juro que reviento –rugió
Alex mientras se deshacía a trompicones de la ropa-.
Esther gimió por su deseo, tan real como intenso, y no opuso ni un ápice
de resistencia cuando Alex por fin halló el camino entre sus piernas con la
lengua. Los dedos se le engarrotaron en la suave textura de los cabellos de
Alex, mientras luchaba por no ahogarla contra sus pliegues inflamados.
-
Oh, Dios mío…. –jadeó Esther. El placer era tan
intenso que escapaba de su voluntad y control siempre-.
A pesar de que se encontraba hambrienta, Alex se tomó su tiempo para
saciarla. Quería amarla despacio, quería amarla infinidad de veces… quería
dejar en su piel, su memoria y su alma, el recuerdo perpetuo que hiciera que
Esther regresara a ella cuando se marchara. Deseaba tanto creer que alguna
parte de ella le pertenecía, que sin darse cuenta volcó en lo que estaba
haciendo toda la intensidad de sus anhelos.
-
Oh… madre mía…. Alex, para… -le pidió Esther al
cabo de un rato, con una risa sin fuerzas en la boca, sudada, exhausta y
temblando porque Alex la había obligado a encadenar un par de orgasmos, y no
parecía tener intención de detenerse-. Me vas a matar, para… ya no puedo.
Alex se detuvo a regañadientes cuando las manos de Esther tiraron con
fuerza de ella. Se limpió la boca rápidamente contra el sofá, y se extendió
sobre su cuerpo para besarla. Esther tuvo que apartarse para poder respirar.
-
Uf, Dios mío… ¿pero tú qué has desayunado hoy?
¿Qué es lo que te pasa? –le preguntó Esther entre suaves risas, sobrepasada por
la intensidad de Alex aquella mañana-.
-
Que te marchas –musitó Alex sin saber ni cómo ni
de dónde le arañaba aquel sentimiento, que rápidamente le trepó helado y
punzante por toda la espalda-.
Esther dejó de reírse, congelada. Levantó el rostro que Alex había hundido
en su cuello despacio, y la miró a los ojos. Su verde oscuro pasó a un claro
acuoso, triste y melancólico. La besó en silencio, dulcemente, consolándola.
Alex empezó a llorar y el corazón de Esther se estranguló, hiriéndola tanto
como lo estaba ella.
-
No llores –le rogó-. Me apuñala saber que te
hago daño.
-
Lo siento, no lloro –le dijo Alex, pero no era
cierto, apenas podía detener sus lágrimas-.
-
Sí, si lloras… -Esther besó su cara para beberse
aquel dolor que caía por sus mejillas aun sonrosadas-. Y está bien… yo también
tengo ganas de llorar, muchas ganas.
Esther volvió a
besarla y ambas lloraron silenciosamente labio contra labio. Aquello era una
puta mierda, y por mucho que se hubieran aislado de todo y se hubieran dejado
llevar como si nada más existiera, la realidad se implantaba desgarrándolas.
-
Te quiero –pronunció Esther espontáneamente-
-
¿Qué… qué has dicho? –Alex se detuvo, impactada
por lo que acababa de pronunciar-.
Esther era
consciente de que era la primera vez que se lo decía calmadamente, y de lo
mucho que Alex había deseado escucharlo de su boca. Le acarició el rostro con la
mano y le sonrió con la mirada.
-
Te quiero, y esta vez no voy a poner
complementos ni excusas a este sentimiento. Hace mucho que en el fondo siento
que te quiero, tenías razón… me enamoré de las dos. Pero no es justo para
ninguna, y tiene que acabar por mi parte. Estos días contigo me han hecho
pensar que si dejé que entraras en mi corazón, es porque algo entre Maca y yo
no estaba funcionando. No te voy a mentir, aún siento que la amo, la verdad es
que no sé cómo reaccionaría si la tuviera delante, pero no puedo seguir
engañándola… algo se muere dentro de mí cada vez que me llama y me quedo
callada. Y además, odio que llores, que llores por mi culpa, mis miedos y mis meteduras
de pata –le dijo Esther y a Alex se le dibujó una sonrisa inevitable en la
cara-.
Besó a Esther,
la besó con pasión y con gratitud por ser capaz de quererla, por dejarla entrar
pese a todo pronóstico en su corazón.
-
Te quiero, te quiero mucho –le musitó Alex entre
besos-.
-
Yo también a ti –le contestó Esther tratando de
mitigar el peso que se le había puesto en mitad del pecho pensando que tendría
que hablar con Maca-.
-
Ahora ya lo sé, y es todo un alivio –sonrió
Alex. Su cara había cambiado por completo, brillaba-.
-
Te lo noto, pero por favor ten paciencia
conmigo. Hablar con Maca, bueno… romper… romper con ella –Esther casi no podía
pronunciar aquella idea-, en fin… no, no sé muy bien cómo voy a hacerlo.
Esther se
removió debajo de Alex, y ésta le dio espacio para que pudieran sentarse. Alex
le acarició el pelo tratando de darle apoyo, por mucho que la quisiera sólo
para ella, entendía la situación por la que estaba pasando Esther. Que la
quisiera no significara que no fuera duro desprenderse del sentimiento que también
tenía por Maca, por mucho que eso le doliera.
-
No voy a presionarte, Esther. Hazlo cuando tú
creas y cómo creas que será mejor para ambas. Yo sé que estás conmigo, y con
eso me basta. No voy a ponerte una pistola, si es eso lo que te preocupa –le
hizo saber Alex dándole calor con sus palabras-.
Esther se giró
para mirarla a los ojos.
-
Si quieres podemos esperar a regresar a España.
Si te ayuda, podríamos decírselo juntas –le insinuó Alex para que supiera que
ella siempre estaría a su lado-.
-
No, tengo que hacerlo sola. Se lo debo, voy a apuñalarla…
¡Dios mío! ¡No sé cómo coño voy a hacerle esto! Pero tengo que hacerlo, no
puedo jugar con las dos –Esther tembló con la idea de partirle el corazón a
Maca. Un corazón que aún sentía que amaba pero ya no sabía si con ello era
suficiente, no después de lo que estaba ocurriendo entre Alex y ella. A Alex
también la quería. Se sentía como una auténtica zorra jugando a dos bandas-. No
puedo seguir siendo esta persona, simplemente no puedo, ¿lo entiendes, verdad?
-
Sí… Anda, ven –le dijo Alex estrechándola entre
sus brazos-.
Esther se dejó
acunar mientras sentía los labios de Alex en su pelo, besándola. Cerró los ojos
y respiró el olor de su piel. Ya no recordaba como olía la piel de Maca, y sin
querer, se puso a llorar.
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