domingo, 8 de septiembre de 2013

Dibujada en mi mente (TOMO 2) -cap 112-


undefined“DIBUJADA EN MI MENTE" (TOMO 2)
(Fanfic escrito para el foro Maca y Esther –Hospital Central-, por Sageleah)

DESCRIPCIÓN:
Una estudiante de bellas artes con gran talento  y una inocencia casi mágica, se adentrará en la edad adulta hipnotizada por una estudiante de medicina mayor que ella y un abismo de vivencias que las separan. Juntas descubrirán los claros-oscuros que la pasión y el amor encierran, en un relato donde el crecimiento personal y la lucha por ser uno mismo, combate con el equilibrio de forjar una unión entre dos mujeres, sus anhelos y sus miedos.

112

Londres.

-       Aún no me ha dado tiempo a familiarizarme con el apartamento porque llegamos anoche, pero es bastante grande. Kate suele escoger sitios con salones amplios para instalar un área de estudio. El de Italia daba a un patio lleno de flores impresionante, era muy romántico… el de Amsterdam era más minimalista, pero estaba lleno de luz y era gigante –comentó Esther mientras nerviosa y distraída jugaba con las llaves entre sus manos. Estaba convencida de que Maca detectaba su divagar, aún así no se veía capaz de parar de hablar-.

Maca soltó la maleta tras cerrar la puerta de la vivienda y se quedó mirando a Esther mientras hablaba sobre el apartamento. Su nerviosismo la hizo sonreír y pensó que las tornas se habían cambiado desde aquel reencuentro en Navidades, cuando la histérica había sido sin duda ella. No podía creer tenerla de nuevo frente a sí, su caminar infantil, casi a saltos, y esa forma tan suya de gesticular.

-       Esther –la llamó suavemente Maca-.
-       ¿Sí? –contestó Esther volviéndose a ella sin evitar un sobresalto-.

La sonrisa plena y pícara de Maca sobre ella, le produjo un hormigueo por todo el cuerpo casi instantáneo. Petrificada, Esther vio como Maca se aproximaba a ella, el latir de su corazón era tan rápido y fuerte, que se sintió ensordecida.

-       Esther… -musito Maca, y su voz más profunda de repente, fue una caricia que le erizó la piel-. Estás… estás tan cambiada.

Maca alargó una mano mientras la miraba, y sus finos dedos, se deslizaron con uno de los mechones de pelo de Esther de la cara hasta su oreja. Esther no pudo evitar cerrar los ojos en aquel gesto, y mientras lo hacía todo el olor de Maca, ese que había olvidado por completo, la removió interiormente produciéndole un anhelo y un dolor indescriptible.

-       Tu pelo está más largo –siguió musitando Maca acercándose poco a poco a ella-, me gusta… ¡Dios mío! Estás aún más guapa de lo que recordaba.

La caricia que Maca fue dibujando con las yemas de los dedos sobre la cara de Esther hasta pararse en sus labios, hizo que se le cortara la respiración, tembló.

-       Maca… no crees que… que tendríamos que hablar –Esther no supo de dónde le salieron las fuerzas, todo le daba vueltas-.

Maca franqueó los dos pasos que le quedaban hasta llegar a ella.

-       Luego…

Sintió el impacto del cuerpo de Maca abalanzándose contra el suyo, y después aquella boca… aquel sabor… aquella saliva. Sus sentidos reconocieron cada sensación como si fuera una impronta, el llamamiento de algo innato que las unía y que le hacía desatar un sonido gutural desde las mismísimas entrañas. Esther mantuvo los ojos fuertemente cerrados. No podía pensar, no podía hablar, no podía luchar… la piel le ardía, y apenas fue consciente de lo que estaban haciendo hasta que Maca musitó… “tu habitación”. Algo se encendió en su cabeza y abrió los ojos, parpadeando y completamente aturdida. ¿Dónde estaba su camiseta? ¿Por qué Maca estaba ya en sujetador y su vaquero desabrochado? Miró fijamente los labios rojos e hinchados de Maca que hablaban de la batalla que estaban librando, y luego subió rápidamente la mirada hacia sus ojos. Aquellos ojos color avellana ahora casi negros que permanecían serios, turbados por una pasión que les quemaba la piel y que la volvió a dejar sin aliento. Su cabeza se llenó de colores, y todo el cuerpo le cosquilleó, no sólo sus manos. El pánico se mezcló con su incapacidad de freno, y no pudo hablar.

-       Da igual… no importa… -musitó con avidez Maca, y volvió a besarla arrastrándola con ella a la primera puerta de habitación que encontró-.

Cuando Esther volvió a tener un ápice de consciencia, ambas ya estaban desnudas sobre una cama, y Maca la atormentaba con el cosquilleo de su lengua por el vientre.

-       Dios mío, cuánto echaba de menos esto –murmuró Maca más para sí misma que para Esther. Gimió cuando la humedad entre las piernas de Esther le permitió penetrarla sin más-. ¡¡Dios!!

Maca dejó caer la cabeza vencida sobre su vientre, y Esther creyó desfallecer al sentir el movimiento lánguido y a la vez curioso de Maca en su interior. No entendía nada. La piel le escocía, tenía lagunas de cómo habían acabado en la cama, y un deseo atronador la mantenía maniatada a Maca, la cual se entretenía en cada centímetro de su piel desquiciándola. Sin previo aviso Esther se enfureció, sus dedos atraparon el pelo de Maca con más brusquedad de la que pretendía, y ésta le dio todo lo que con palabras no pedía. El orgasmo de Esther llegó tan deprisa y tan enérgico, que a Maca se le escapó una risa de satisfacción.
-       ¡¡Oh sí!!… cuánto lo echaba de menos –musitó Maca tendiéndose con la plenitud de su cuerpo desnudo sobre el de Esther, besándola nuevamente-. ¿Estás bien?

Le preguntó Maca mientras le sonreía con cariño y le acariciaba dulcemente. La nariz de Maca cosquilleó la suya, y sintió el peso profundo de su frente contra la suya propia. Esther la respiró, llenándose una vez más de ella.

-       Tenemos que hablar –musitó esta vez Maca y a Esther le dio un escalofrío-, sé que tenemos que hablar, ponernos al día… han pasado tantos meses, y yo he estado tan lejos –Maca suspiró, no podía creerse que hubiera dejado pasar su vida al margen de ella ahora que la tenía de nuevo. La besó tiernamente en los labios y el deseo volvió a chispear en sus terminaciones nerviosas, aún así se contuvo-. Perdóname por haber estado tan ausente. Los estudios, las prácticas… el trabajo…
-       Maca, no. No tienes que disculparte, yo también he estado… -Esther se removió inquieta, no podía hablar de aquello con ella así, desnudas… en brazos una de la otra, se asustó-.

Maca la acalló acariciándole el cabello y besándola por toda la cara.

-       Tienes razón, tienes razón… no hablemos de eso ahora. Hay muchas cosas de las que quiero hablarte y que me cuentes, pero ahora no –Maca se paró, y su mirada cambió al igual que lo hicieron sus piernas enredadas con las de Esther-. Ahora mismo lo único que necesito, lo único que quiero, es a ti –el muslo de Maca encontró la forma de estimular el centro de Esther y sus caderas se encontraron sin esfuerzo-, no me importa nada más.

Esther la miró a los ojos con los labios entreabiertos por lo que empezaba a hacerle. Nunca había sido tan consciente de la profundidad que había en su mirada. Deslizó las manos por los costados de Maca para asegurarse de que era real, y la vio arquear la espalda involuntariamente mientras se dejaba arrastrar suavemente contra su cuerpo. Tan hermosa, tan dulce… con aquella fuerza y vulnerabilidad ceñidas que la habían enamorado casi a primera vista. Esther deseo con todas sus fuerzas parar el tiempo, encerrarse con ella en aquella habitación de por vida. Posó sus labios en la clavícula de Maca, y aspirando su aroma, se dejó llevar una vez más.

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 Amsterdam

Alex trató de localizar a Esther por enésima vez al teléfono. Eran más de las diez de la noche y el piso, ahora que Kate y Esther no estaban, se le hacía inmenso. El mes de clases que le quedaba antes de volver a España se le antojaba eterno. Tras no obtener respuesta en el móvil, Alex suspiró y volvió a la mesa del comedor a trabajar con su portátil. Tamborileó ausente con sus dedos, incapaz de concentrarse, y al abrir una página en el navegador, una oferta de vuelos a Londres hizo que se le encendiera una luz. Estaban casi a fin de semana, y ella no tendría clases, sin pensárselo entró para ver cómo estaban los precios. Una sonrisa fue aflorando en el rostro de Alex cuando vio que podía permitírselo, y no lo dudó ni un segundo. Se moría por ver la cara de Esther ante su visita sorpresa.

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Londres.

-       Menuda “trola” … jajaja –le dijo entre risas Esther a Maca-
-       Jajajaja… vale, es mentira, pero por un momento te lo has creído, ¿eh? –le dio la razón Maca mientras la hacía reír-.
-       Jajaja ni de coña
-       ¿Y tú? ¿Ya se te han agotado las anécdotas qué contarme? –le preguntó Maca mientras acariciaba las piernas de Esther que tenía sobre su regazo-.
Esther apoyó el codo en el respaldo del sofá en el que se encontraban, y se miraron a los ojos. Ambas sonreían, pues habían pasado un gran día juntas, y Kate ya las había dejado a solas tras la cena. Esther no podía describir lo que sentía, aquella sensación de júbilo, excitación, familiaridad y a la vez inmenso precipicio, siempre la cogía por sorpresa, y francamente, a veces le resultaba demasiado abrumadora.

-       ¿Qué? –le preguntó Maca viendo que sólo la miraba-.
-       Nada, es que aún no puedo creerme que estés aquí –le contestó Esther-.

La sonrisa de Maca se ensanchó ante aquellos ojos sinceros, que la miraban con la magia impresa de un cuento. Tiró despacio de sus piernas y la acercó hasta ella. Ambas se quedaron calladas unos segundos, y la intensidad se hizo palpable entre las dos. Esther miró esos labios que sabía que no debía besar, pero a los que sentía que pertenecía, y Maca también miró los suyos en un preludio de lo que pasaría.

-       Pues estoy aquí –musitó Maca. Cogió una mano de Esther y la posó en su mejilla. El contacto hizo que le ardiera la piel, le encantaba que Esther la tocara… era algo químico que siempre la impactaba-.

Sus ojos volvieron a encontrarse tras aquellas simples caricias, y ambas supieron sin palabras lo que sentían. En silencio Maca se levantó del sofá y le tendió una mano, Esther la cogió para ponerse de pie y seguirla. La certeza de que seguiría a Maca a los confines del mundo si se lo pidiera, se irradió por su cuerpo con un tremendo escalofrió. Maca abrió la puerta de su cuarto y la soltó de la mano para entrar. Por un momento Esther se quedó varada en el quicio, inmóvil.  Maca la miró a los ojos. Esther sintió como volvía a abrirse bajo sus pies aquel terreno inestable que la engulliría, aún así entró anclada a su mirada cambiante y a aquella inexplicable y aterradora sensación de pertenencia que sentía hacia Maca.

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