Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
25
Maca
estaba muy borracha, aquello era una ventaja y una desventaja a su vez. Por un
lado, la proximidad de Esther no le afectaba tanto, porque su mente no estaba
en condiciones de regir con lucidez, pero por otra la volvía atrevida y deseosa
de satisfacer sus apetitos sexuales hasta cierto grado. Sin embargo, Esther no
era como las demás, tenía experiencia y era más peligrosa para jugar con ella,
así que Maca trató de no tomarse muy en serio el reclamo que le hacía su propio
cuerpo.
- ¿Cómo un
queso de bola? –bromeó Maca y esbozó una sonrisa de niña que a Esther la hizo
tiritar-.
“¡Agggggg…
por Diossssssssss…. ¡Me trae loca!”… pensó Esther, luego se agachó y empezó a
quitarle una bota.
- jajajaj…
si una bola gorda. Anda que… jajaj…-se rió Esther-. A ver levanta la pierna.
- ¡¿No la
estoy levantandooo?! –se sorprendió Maca, que se había caído otra vez en la
cama-.
- agggg…
ya, joder… la otra, venga –le ordenó Esther cogiéndole el otro pie-.
- ¡Auuu…
que no puedo levantarla más! –se quejó Maca haciendo un intento por estirar la
pierna-.
- ¡Ya, ya
está! –Esther tiró las dos botas lejos de la cama, se dio la vuelta y miró a
Maca que jugaba con las manos estiradas a hacer juegos de luz mirando hacia la
lámpara del techo-.
“¡Madre
míaaaaa… dónde me estoy metiendo! ¡Me parece tan dulce! ¡Mierdaaaa, y encima
está tremenda, joder!”
- Esther…
-la llamó Maca-.
- ¿Sí?
–contestó Esther acercándose a los pies de la cama-.
- ¿Cuándo
nos han traído los cristalitos rosas? –le preguntó Maca totalmente hipnotizada
por la luz de la habitación-.
- jajajja…
¿el qué?... –le preguntó Esther-.
- ¡Los
cristalitos rosas! –le dijo totalmente convencida Maca y señalando el techo-.
- jajaja…
No hay ningún cristalito rosa, cariño –le dijo Esther pacientemente, pero
entonces Maca se alzó en la cama y la cogió de la mano tirando de ella-.
Esther
cayó sobre el cuerpo de Maca, por un momento se asustó por ella, pues no sabía
que límites tenía aquella mujer en cuanto al contacto físico. Maca y ella
habían hablado algo durante sus charlas telefónicas respecto a eso, de momento
sabía que Maca en el último año había sólo mantenido relaciones esporádicas con
mujeres a las que les hacía el amor, pero que ella no había podido dejarse
corresponder del mismo modo. Las veces que mantenía aquel tipo de encuentros
Maca por supuesto había bebido: “necesito beber para poder controlarlo, sino no
podría permanecer cerca de ellas, no podría abrazarlas ni acariciarlas… no
podría dejar que me pusieran una mano encima o se acercaran a mí lo suficiente
para disfrutar de ellas”. Aquellas eran las palabras que le había dicho, y las
que ahora mismo tenía Esther en mente sintiendo el calor de la piel desnuda de
Maca en su propio ombligo descubierto.
- ¿Las
ves? –Maca le preguntó susurrando y señalando al techo-.
Esther
agradeció que aquel licor le permitiera estar tan cerca de ella sin que tuviera
que asistirla cardiorespiratoriamente. Se tumbó a su lado y miró hacia donde
señalaba Maca.
- Cariño,
ahí no hay nada, son sólo los reflejos de la luz sobre la lámpara –le contestó
Esther, mientras se volvía a girar hacia ella, y se apoyaba sobre un codo en la
cama-.
- ¡Pues es
bonito! –le dijo Maca y se levantó un poco para poder mirar a Esther-. ¡Aunque
lo más bonito de aquí eres tú!
“agggggggg…
te voy a comerrrrrrrrr”… aulló Esther por dentro, que estaba como una moto. Nunca
había deseado tanto hacer el amor con una de sus clientes, y sin embargo justo
con la que más le apetecía satisfacer sus fantasías no estaba por la labor.
Aquello si era nuevo para ella. ¿Qué merito tenía hacerlo con una diosa como
aquella si estaba bebida?
- ¡Si
piensas que me vas a bajar las bragas así, la llevas clara! -Esther se rió de
la cara que puso Maca-.
- ¡Yo no
quiero quitarte las bragas! -rechistó Maca y cogiendo el cojín, le atizó antes
de que Esther reaccionara-.
- jajaj…
¡Ah, con que esas tenemos!... jjajaj… -Esther recibió otro cojinazo mientras
Maca se reía-. ¡Te la has ganado!
Esther
cogió la otra almohada y atizó con ella a Maca, durante unos minutos pelearon
arrodilladas sobre la cama, luego Maca se tumbó de nuevo en la cama con los
brazos en cruz.
- Me
rindo… he cogido un pedo que te cagas, no estoy en condiciones de luchar
–reconoció Maca mientras cogía de nuevo aire-.
Esther se
tumbó a su lado, también cansada por las risas.
- Míralo
por el lado bueno, al menos puedo tocarte sin que te me desmayes –le dijo
Esther en un arrebato, pues estaba obsesionándose con la posibilidad de hacer
cosas con aquella mujer-.
Maca se
incorporó sobre sus codos nuevamente para mirarla, pero no dijo nada. Esther se
le quedó mirando.
- ¿Qué?
–quiso saber Esther viendo que Maca tenía la mirada fija en ella-.
- ¿Por qué
yo estoy medio en bolas y tú todavía estás completamente vestida? –le espetó
Maca con el ceño fruncido, pues acababa de ser consciente de aquella
revelación-.
- jaja…
¿el qué?... –Esther no se esperaba para nada aquella pregunta-.
- Qué yo
también quiero ver cacho, no es justo que tú te recrees y yo no… ¡Estoy
borracha, pero no tonta! –le dijo Maca con una sonrisa traviesa que hizo que
Esther se derritierra-.
“agggggggg…
paraaaaaaaaaa yaaaaaaaaaa”… quiso gritar Esther, aquella manera de torearla la
estaba poniendo a mil, y lo peor era que no quería aprovecharse de ella en su
estado.
- ¡Tonta no,
lo que estás es salida! -le dijo Esther y volvió a darle un cojinazo-.
- jajaja… ¡ohhh…
que dañoooooooo! –se quejó Maca-.
Para
evitar el aluvión de cojinazos de Esther, la cogió de las muñecas hasta que
consiguió que Esther tirara el cojín. Como Esther era más fuerte de lo que se
imaginaba, Maca tuvo que ponerse a horcajadas sobre su cuerpo y así conseguir bloquearla.
- ¡Joder…
que fuerte estás! Recuérdame que me ponga en forma… jejeje… -le dijo Maca
sonriendo, porque había conseguido que Esther se rindiera-.
Esther
dejó de reírse ante aquella visión sensual y placentera de Maca inmovilizándola
encima suyo.
- ¿Y ahora
qué? –le preguntó Esther con la voz tomada-.
26
Una ráfaga
inundó de nuevo los pensamientos de Maca. Estaba allí, encima de Esther, una
mujer caliente, sensual y apetecible. Sabía lo que tenía que hacer, pero no
sabía hasta dónde podría llegar. Su cuerpo estaba aún bajo control, el fuego
subía y bajada sin descontrolar su interior. Sin contestar a Esther, totalmente
hipnotizada por lo que quería hacer, empezó a deslizar la camiseta de Esther
hacia arriba. Su vientre tembló cuando sintió las manos de Maca deslizarse por
él y ésta contuvo el aliento al percibirlo.
Maca no
pudo contenerse y siguió deslizando sus manos sobre el cuerpo de Esther,
totalmente embelesada por aquel tacto tan suave, tan cálido. La piel de Esther
era volcánica, y no opuso resistencia cuando Maca terminó por quitarle la
prenda. Esther lucía un sujetador azul de encaje sin tirantes, Maca no pudo
soportarlo, quería volver a ver aquellos pechos. Deslizó sus manos por la
espalda de Esther y desenganchó el sujetador rápidamente… “Oh sí, lo has hecho
cientos de veces, está claro”… pensó para sí Esther que no se atrevía casi ni a
respirar por no estropear el momento. A aquellas alturas ya nada le importaba,
estaba caliente y sólo podía pensar en aquella diosa que tenía a horcajadas
sobre ella.
Viendo que
Esther no decía nada, Maca la miró directamente a los ojos, y lo que vio sólo
le sirvió para alentarle a hacer lo que deseaba. Se agachó y empezó a besar la
tripa de Esther, sintiendo como aquella mujer se brindaba a sus labios… lamió
la fina línea media de sus abdominales y arañó con sus dientes la suave piel
hasta conseguir que a Esther se le escapara un delicioso gemido que atizó su
deseo con ferocidad.
“Diossss….
Lo siento Esther, lo siento, perdóname”… se disculpó Maca por lo que iba a
ocurrir, pero ya no podía dar marcha atrás. Recorrió con su lengua el contorno
de uno de los pechos de Esther y luego lo coronó chupándolo con un deseo lento
y calmado. Esther se derritió… “aggggggg… que boca”… pensaba Esther mientras
notaba como se encendía. Se miraron un instante, Maca estaba dominada por el
deseo de saborearla y sentirla, Esther quiso coger su cabeza con las manos,
obligarla a profundizar en su piel, pero no estaba segura de la reacción de
Maca si no le dejaba hacerlo a su manera. Aún no tenía claro cuando podía o no
podía tocarla. En su lugar, Esther se agarró a la colcha de la cama.
Maca
volvió a torturarla, dejó un reguero de saliva cristalina sobre su pezón
erecto, y se encaprichó de su otro pecho con el mismo deseo. Esther iba a
enloquecer, aquella mujer sabía lo que se hacía, tenía una boca experimentada y
apasionada, sintió sus dientes en la débil carne y un hilo eléctrico se deslizó
a su entrepierna.
- Diossss…
–dijo Esther, pues no se lo esperaba-.
Maca se
sobresaltó al escucharla… “joderrrrrr… me he pasado”… se asustó Maca y la miró
a los ojos. Lo que vio la inquietó, Esther estaba, estaba… extasiada… Sus ojos
brillaban más de lo que recordaba haberlos visto jamás, su piel tenía una
temperatura extrema y su boca, su boca estaba húmeda y entreabierta.
- ¡Si te
detienes ahora, me moriré! –jadeó Esther-.
Y el
cuerpo de Maca tiritó con una violencia que no tenía descripción alguna. No, ya
no podía parar. Deslizó sus manos por el contorno del torso de Esther haciendo
que ésta arqueara la espalda de un modo sensual y sublime. Los pechos de Esther
se brindaban y Maca volvió a acogerlos en su boca dándoles calor y vida. Esther
se deshacía entre aquellas manos, en aquella boca húmeda que sacaba más de ella
de lo que en un principio pudo imaginar. Maca se deslizó hacia su cuello y lo
mordió con moderación, el escalofrío que Esther había sentido en el bar cuando
Maca se tomaba el licor, sólo era un atisbo del terremoto que ahora le corría
por las venas. Maca sabía muy bien lo qué hacía y cómo lo hacía, y aunque
Esther estaba segura de que aquella zona de su cuerpo quedaría marcada, a
aquellas alturas ya no le importaba, pues no había disfrutado de aquel grado de
excitación en su cuerpo desde hacía muchísimo tiempo. Cuando la boca de Maca
abandonó su cuello, Esther gimió por el abandono… quiso rechistar, pero
entonces Maca deslizó de nuevo su sensual lengua por sus abdominales,
descendiendo por su ombligo, y la visión
de aquella belleza por su cuerpo la electrificó con intensidad. Las manos de
Maca alcanzaron el cinturón de Esther y consiguieron retirarlo sin esfuerzo.
- ¡Ayúdame!
–le susurró Maca con una voz ronca y profunda que Esther aún no le conocía-.
Viendo que
Maca se refería a los botones de sus vaqueros, deslizó sus manos con más calma
de la que tenía hasta conseguir dejárselos desabrochados. Maca agradeció que
Esther no se precipitara en aquel movimiento, pues disfrutaba de cada sensación,
olor y sabor que desprendía aquel encuentro entre las dos. Deslizó sus manos
hasta la cintura del pantalón, y se lo quitó despacio, deslizándolo por sus
caderas y sus piernas mientras acariciaba cada ápice de piel que dejaba al
descubierto… “es una experta, de eso no hay duda”… pensaba Esther que sentía
aquel tacto dulce y aterciopelado como una primicia de orgasmo general.
Maca
aprovechó que se había deslizado hasta el suelo, para subir por una de las
piernas de Esther beso a beso, mientras con la otra mano acariciaba su otra
pierna para que no se sintiera sola o descuidada. Cada beso de Maca era una quemadura
que escocía y aliviaba. Esther no podía definir aquella sensación en su piel de
una forma mejor. Maca cogió la cintura de Esther y tiró de ella para acercarla.
Esther vio que Maca estaba de rodillas ante ella y supo lo que iba a pasar.
Maca deslizó sus manos hasta sus caderas, y se deshizo sin prisas de la última
prenda que cubría aquel hermoso cuerpo. “Por favor… Dios mío, dame fuerzas”…
suplicó Maca cuando tuvo ante sí la zona más sensible del cuerpo de Esther. Acarició
aquellas piernas y las separó con delicadeza para introducirse entre ellas. Un
reguero de saliva acarició la parte interna de los muslos de Esther, era la
lengua de Maca recorriendo y torturando su más bajo instinto.
“MMM… si
tengo que morir, que sea ahora…” pensaba Esther, mientras notaba como los
dientes de Maca arañaban su piel ya destrozada por sus besos. Sintió un fuego
intenso, y de repente, una losa en mitad del pecho que no le dejaba respirar.
Esther creía morir pues Maca acababa de conocer su verdadero sabor y parecía
estar hambrienta. La fina sensación de tener su lengua en cada recodo, la firme
presencia de sentirla en su interior, ese ir y venir de sus dientes, sus labios…
hasta el roce de su nariz, le recordaron la intensidad de aquel profundo fervor
que Maca estaba brindándole. Sin prisas, sin pausas, sin ápice de pudor ni
torpeza, Maca la provocaba, la ansiaba, la deseaba con una profundidad que sólo
el aletear de su lengua entre aquellos labios acuosos reafirmaban, extrayendo
de la garganta de Esther sonidos que no sabía ni que existieran. Como el ave
fénix, Esther explosionó con violencia y belleza cuando Maca así lo quiso, y al
igual que él, Maca la vio resurgir de sus cenizas con las mejillas sonrosadas,
una respiración agitada, y un temblor exquisito por todo el cuerpo.
“¡Has sido
mía…! ¡Esta noche, en este instante, has sido mía! Y yo te he pertenecido
aunque aún no lo entiendas”… pensó Maca con el cuerpo dolorido, mientras se
sentaba en el suelo y echaba la cabeza hacia atrás apoyándola en la cama para
poder respirar.
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