jueves, 16 de enero de 2014

Pretty Bollo -cap 25 y 26-



Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado,  maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer,  se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.

Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.




25
Maca estaba muy borracha, aquello era una ventaja y una desventaja a su vez. Por un lado, la proximidad de Esther no le afectaba tanto, porque su mente no estaba en condiciones de regir con lucidez, pero por otra la volvía atrevida y deseosa de satisfacer sus apetitos sexuales hasta cierto grado. Sin embargo, Esther no era como las demás, tenía experiencia y era más peligrosa para jugar con ella, así que Maca trató de no tomarse muy en serio el reclamo que le hacía su propio cuerpo.

- ¿Cómo un queso de bola? –bromeó Maca y esbozó una sonrisa de niña que a Esther la hizo tiritar-.

“¡Agggggg… por Diossssssssss…. ¡Me trae loca!”… pensó Esther, luego se agachó y empezó a quitarle una bota.

- jajajaj… si una bola gorda. Anda que… jajaj…-se rió Esther-. A ver levanta la pierna.
- ¡¿No la estoy levantandooo?! –se sorprendió Maca, que se había caído otra vez en la cama-.
- agggg… ya, joder… la otra, venga –le ordenó Esther cogiéndole el otro pie-.
- ¡Auuu… que no puedo levantarla más! –se quejó Maca haciendo un intento por estirar la pierna-.
- ¡Ya, ya está! –Esther tiró las dos botas lejos de la cama, se dio la vuelta y miró a Maca que jugaba con las manos estiradas a hacer juegos de luz mirando hacia la lámpara del techo-.

“¡Madre míaaaaa… dónde me estoy metiendo! ¡Me parece tan dulce! ¡Mierdaaaa, y encima está tremenda, joder!”

- Esther… -la llamó Maca-.
- ¿Sí? –contestó Esther acercándose a los pies de la cama-.
- ¿Cuándo nos han traído los cristalitos rosas? –le preguntó Maca totalmente hipnotizada por la luz de la habitación-.
- jajajja… ¿el qué?... –le preguntó Esther-.
- ¡Los cristalitos rosas! –le dijo totalmente convencida Maca y señalando el techo-.
- jajaja… No hay ningún cristalito rosa, cariño –le dijo Esther pacientemente, pero entonces Maca se alzó en la cama y la cogió de la mano tirando de ella-.

Esther cayó sobre el cuerpo de Maca, por un momento se asustó por ella, pues no sabía que límites tenía aquella mujer en cuanto al contacto físico. Maca y ella habían hablado algo durante sus charlas telefónicas respecto a eso, de momento sabía que Maca en el último año había sólo mantenido relaciones esporádicas con mujeres a las que les hacía el amor, pero que ella no había podido dejarse corresponder del mismo modo. Las veces que mantenía aquel tipo de encuentros Maca por supuesto había bebido: “necesito beber para poder controlarlo, sino no podría permanecer cerca de ellas, no podría abrazarlas ni acariciarlas… no podría dejar que me pusieran una mano encima o se acercaran a mí lo suficiente para disfrutar de ellas”. Aquellas eran las palabras que le había dicho, y las que ahora mismo tenía Esther en mente sintiendo el calor de la piel desnuda de Maca en su propio ombligo descubierto.

- ¿Las ves? –Maca le preguntó susurrando y señalando al techo-.

Esther agradeció que aquel licor le permitiera estar tan cerca de ella sin que tuviera que asistirla cardiorespiratoriamente. Se tumbó a su lado y miró hacia donde señalaba Maca.

- Cariño, ahí no hay nada, son sólo los reflejos de la luz sobre la lámpara –le contestó Esther, mientras se volvía a girar hacia ella, y se apoyaba sobre un codo en la cama-.
- ¡Pues es bonito! –le dijo Maca y se levantó un poco para poder mirar a Esther-. ¡Aunque lo más bonito de aquí eres tú!

“agggggggg… te voy a comerrrrrrrrr”… aulló Esther por dentro, que estaba como una moto. Nunca había deseado tanto hacer el amor con una de sus clientes, y sin embargo justo con la que más le apetecía satisfacer sus fantasías no estaba por la labor. Aquello si era nuevo para ella. ¿Qué merito tenía hacerlo con una diosa como aquella si estaba bebida?

- ¡Si piensas que me vas a bajar las bragas así, la llevas clara! -Esther se rió de la cara que puso Maca-.

- ¡Yo no quiero quitarte las bragas! -rechistó Maca y cogiendo el cojín, le atizó antes de que Esther reaccionara-.
- jajaj… ¡Ah, con que esas tenemos!... jjajaj… -Esther recibió otro cojinazo mientras Maca se reía-. ¡Te la has ganado!

Esther cogió la otra almohada y atizó con ella a Maca, durante unos minutos pelearon arrodilladas sobre la cama, luego Maca se tumbó de nuevo en la cama con los brazos en cruz.

- Me rindo… he cogido un pedo que te cagas, no estoy en condiciones de luchar –reconoció Maca mientras cogía de nuevo aire-.

Esther se tumbó a su lado, también cansada por las risas.

- Míralo por el lado bueno, al menos puedo tocarte sin que te me desmayes –le dijo Esther en un arrebato, pues estaba obsesionándose con la posibilidad de hacer cosas con aquella mujer-.

Maca se incorporó sobre sus codos nuevamente para mirarla, pero no dijo nada. Esther se le quedó mirando.

- ¿Qué? –quiso saber Esther viendo que Maca tenía la mirada fija en ella-.
- ¿Por qué yo estoy medio en bolas y tú todavía estás completamente vestida? –le espetó Maca con el ceño fruncido, pues acababa de ser consciente de aquella revelación-.
- jaja… ¿el qué?... –Esther no se esperaba para nada aquella pregunta-.
- Qué yo también quiero ver cacho, no es justo que tú te recrees y yo no… ¡Estoy borracha, pero no tonta! –le dijo Maca con una sonrisa traviesa que hizo que Esther se derritierra-.

“agggggggg… paraaaaaaaaaa yaaaaaaaaaa”… quiso gritar Esther, aquella manera de torearla la estaba poniendo a mil, y lo peor era que no quería aprovecharse de ella en su estado.

- ¡Tonta no, lo que estás es salida! -le dijo Esther y volvió a darle un cojinazo-.
- jajaja… ¡ohhh… que dañoooooooo! –se quejó Maca-.

Para evitar el aluvión de cojinazos de Esther, la cogió de las muñecas hasta que consiguió que Esther tirara el cojín. Como Esther era más fuerte de lo que se imaginaba, Maca tuvo que ponerse a horcajadas sobre su cuerpo y así conseguir bloquearla.

- ¡Joder… que fuerte estás! Recuérdame que me ponga en forma… jejeje… -le dijo Maca sonriendo, porque había conseguido que Esther se rindiera-.

Esther dejó de reírse ante aquella visión sensual y placentera de Maca inmovilizándola encima suyo.

- ¿Y ahora qué? –le preguntó Esther con la voz tomada-.

26
Una ráfaga inundó de nuevo los pensamientos de Maca. Estaba allí, encima de Esther, una mujer caliente, sensual y apetecible. Sabía lo que tenía que hacer, pero no sabía hasta dónde podría llegar. Su cuerpo estaba aún bajo control, el fuego subía y bajada sin descontrolar su interior. Sin contestar a Esther, totalmente hipnotizada por lo que quería hacer, empezó a deslizar la camiseta de Esther hacia arriba. Su vientre tembló cuando sintió las manos de Maca deslizarse por él y ésta contuvo el aliento al percibirlo.

Maca no pudo contenerse y siguió deslizando sus manos sobre el cuerpo de Esther, totalmente embelesada por aquel tacto tan suave, tan cálido. La piel de Esther era volcánica, y no opuso resistencia cuando Maca terminó por quitarle la prenda. Esther lucía un sujetador azul de encaje sin tirantes, Maca no pudo soportarlo, quería volver a ver aquellos pechos. Deslizó sus manos por la espalda de Esther y desenganchó el sujetador rápidamente… “Oh sí, lo has hecho cientos de veces, está claro”… pensó para sí Esther que no se atrevía casi ni a respirar por no estropear el momento. A aquellas alturas ya nada le importaba, estaba caliente y sólo podía pensar en aquella diosa que tenía a horcajadas sobre ella.

Viendo que Esther no decía nada, Maca la miró directamente a los ojos, y lo que vio sólo le sirvió para alentarle a hacer lo que deseaba. Se agachó y empezó a besar la tripa de Esther, sintiendo como aquella mujer se brindaba a sus labios… lamió la fina línea media de sus abdominales y arañó con sus dientes la suave piel hasta conseguir que a Esther se le escapara un delicioso gemido que atizó su deseo con ferocidad.

“Diossss…. Lo siento Esther, lo siento, perdóname”… se disculpó Maca por lo que iba a ocurrir, pero ya no podía dar marcha atrás. Recorrió con su lengua el contorno de uno de los pechos de Esther y luego lo coronó chupándolo con un deseo lento y calmado. Esther se derritió… “aggggggg… que boca”… pensaba Esther mientras notaba como se encendía. Se miraron un instante, Maca estaba dominada por el deseo de saborearla y sentirla, Esther quiso coger su cabeza con las manos, obligarla a profundizar en su piel, pero no estaba segura de la reacción de Maca si no le dejaba hacerlo a su manera. Aún no tenía claro cuando podía o no podía tocarla. En su lugar, Esther se agarró a la colcha de la cama.

Maca volvió a torturarla, dejó un reguero de saliva cristalina sobre su pezón erecto, y se encaprichó de su otro pecho con el mismo deseo. Esther iba a enloquecer, aquella mujer sabía lo que se hacía, tenía una boca experimentada y apasionada, sintió sus dientes en la débil carne y un hilo eléctrico se deslizó a su entrepierna.

- Diossss… –dijo Esther, pues no se lo esperaba-.

Maca se sobresaltó al escucharla… “joderrrrrr… me he pasado”… se asustó Maca y la miró a los ojos. Lo que vio la inquietó, Esther estaba, estaba… extasiada… Sus ojos brillaban más de lo que recordaba haberlos visto jamás, su piel tenía una temperatura extrema y su boca, su boca estaba húmeda y entreabierta.

- ¡Si te detienes ahora, me moriré! –jadeó Esther-.

Y el cuerpo de Maca tiritó con una violencia que no tenía descripción alguna. No, ya no podía parar. Deslizó sus manos por el contorno del torso de Esther haciendo que ésta arqueara la espalda de un modo sensual y sublime. Los pechos de Esther se brindaban y Maca volvió a acogerlos en su boca dándoles calor y vida. Esther se deshacía entre aquellas manos, en aquella boca húmeda que sacaba más de ella de lo que en un principio pudo imaginar. Maca se deslizó hacia su cuello y lo mordió con moderación, el escalofrío que Esther había sentido en el bar cuando Maca se tomaba el licor, sólo era un atisbo del terremoto que ahora le corría por las venas. Maca sabía muy bien lo qué hacía y cómo lo hacía, y aunque Esther estaba segura de que aquella zona de su cuerpo quedaría marcada, a aquellas alturas ya no le importaba, pues no había disfrutado de aquel grado de excitación en su cuerpo desde hacía muchísimo tiempo. Cuando la boca de Maca abandonó su cuello, Esther gimió por el abandono… quiso rechistar, pero entonces Maca deslizó de nuevo su sensual lengua por sus abdominales, descendiendo por su ombligo, y  la visión de aquella belleza por su cuerpo la electrificó con intensidad. Las manos de Maca alcanzaron el cinturón de Esther y consiguieron retirarlo sin esfuerzo.

- ¡Ayúdame! –le susurró Maca con una voz ronca y profunda que Esther aún no le conocía-.

Viendo que Maca se refería a los botones de sus vaqueros, deslizó sus manos con más calma de la que tenía hasta conseguir dejárselos desabrochados. Maca agradeció que Esther no se precipitara en aquel movimiento, pues disfrutaba de cada sensación, olor y sabor que desprendía aquel encuentro entre las dos. Deslizó sus manos hasta la cintura del pantalón, y se lo quitó despacio, deslizándolo por sus caderas y sus piernas mientras acariciaba cada ápice de piel que dejaba al descubierto… “es una experta, de eso no hay duda”… pensaba Esther que sentía aquel tacto dulce y aterciopelado como una primicia de orgasmo general.

Maca aprovechó que se había deslizado hasta el suelo, para subir por una de las piernas de Esther beso a beso, mientras con la otra mano acariciaba su otra pierna para que no se sintiera sola o descuidada. Cada beso de Maca era una quemadura que escocía y aliviaba. Esther no podía definir aquella sensación en su piel de una forma mejor. Maca cogió la cintura de Esther y tiró de ella para acercarla. Esther vio que Maca estaba de rodillas ante ella y supo lo que iba a pasar. Maca deslizó sus manos hasta sus caderas, y se deshizo sin prisas de la última prenda que cubría aquel hermoso cuerpo. “Por favor… Dios mío, dame fuerzas”… suplicó Maca cuando tuvo ante sí la zona más sensible del cuerpo de Esther. Acarició aquellas piernas y las separó con delicadeza para introducirse entre ellas. Un reguero de saliva acarició la parte interna de los muslos de Esther, era la lengua de Maca recorriendo y torturando su más bajo instinto.

“MMM… si tengo que morir, que sea ahora…” pensaba Esther, mientras notaba como los dientes de Maca arañaban su piel ya destrozada por sus besos. Sintió un fuego intenso, y de repente, una losa en mitad del pecho que no le dejaba respirar. Esther creía morir pues Maca acababa de conocer su verdadero sabor y parecía estar hambrienta. La fina sensación de tener su lengua en cada recodo, la firme presencia de sentirla en su interior, ese ir y venir de sus dientes, sus labios… hasta el roce de su nariz, le recordaron la intensidad de aquel profundo fervor que Maca estaba brindándole. Sin prisas, sin pausas, sin ápice de pudor ni torpeza, Maca la provocaba, la ansiaba, la deseaba con una profundidad que sólo el aletear de su lengua entre aquellos labios acuosos reafirmaban, extrayendo de la garganta de Esther sonidos que no sabía ni que existieran. Como el ave fénix, Esther explosionó con violencia y belleza cuando Maca así lo quiso, y al igual que él, Maca la vio resurgir de sus cenizas con las mejillas sonrosadas, una respiración agitada, y un temblor exquisito por todo el cuerpo.

“¡Has sido mía…! ¡Esta noche, en este instante, has sido mía! Y yo te he pertenecido aunque aún no lo entiendas”… pensó Maca con el cuerpo dolorido, mientras se sentaba en el suelo y echaba la cabeza hacia atrás apoyándola en la cama para poder respirar.

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