lunes, 10 de febrero de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 4-



PRÓLOGO:

Han pasado diez años. La prometedora estudiante de pediatría, Macarena Wilson, se ha transformado en una doctora de referencia en enfermedades infantiles del tercer mundo. Sus trabajos de investigación y su protocolo de actuación en desnutrición y enfermedades gastrointestinales pediátricas, son implantadas en hospitales de Europa. Su vida gira completamente entorno a su trabajo, y atrás quedó aquella joven camarera de bar de ambiente de noche, y modelo sin tapujos de día, que le dieron la oportunidad de labrarse un futuro.


Esther García por su lado, también salió de España tras la ruptura sin palabras con Maca. Terminó su carrera y entró en una espiral de autodescubrimiento, que la llevó a afincarse finalmente en Los Ángeles,  llegando a tener el reconocimiento de la comunidad de bellas artes más fuera que dentro de su país. Actualmente sus obras alcanzan cifras escandalosas en las galerías de Nueva York, L.A y San Francisco.




4.-

-       ¡Esther! ¡Enhorabuena! –Lucía consiguió acercarse a ella, y la besó en las mejillas deleitándose más de la cuenta- ¡Te he echado de menos! –le susurró antes de separarse-.

Esther le sonrió pero no como lo había hecho con el resto de la gente, y Lucía quedó atada a su sonrisa traviesa y el brillo de sus ojos.

-       Gracias, yo también me alegro de verte –musitó Esther en un tono más grave-. Si nos disculpáis –Esther se alejó del grupo que saludaba, para atender a solas a Lucía unos segundos-.

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-       ¿Quieres que nos marchemos? –le preguntó Bea-.
-       Ya no tengo edad para salir corriendo, ¿no te parece? –le dijo Maca tratando de aparentar una tranquilidad que para nada sentía-. Anda vamos, echemos un vistazo y luego vayámonos a cenar como teníamos previsto.

Bea asintió y ambas empezaron a visitar la exposición entremezcladas con la gente. La intranquilidad de Maca se fue templando a medida que avanzaban y el bullicio potenciaba el poder pasar desapercibidas. Bea estaba muy sorprendida con la obra de Esther, y le era imposible no mostrarse entusiasmada y asombrada por lo que veía.

-       ¿Has visto éste? –le preguntó Bea-. He de reconocer que tu ex tiene mucho talento, y una vida bastante “movidita” por lo que parece –comentó en voz alta Bea y Maca supo que se refería al alto voltaje que despedía cada obra que había allí colgada. A Maca tampoco le había pasado desapercibida la pasión y la lujuria que representaba cada una de ellas-.
-       Sí, tiene mucho talento –reconoció Maca sin querer entrar en por mayores. Había un nudo molesto en la boca de su estómago, y se estaba poniendo otra vez de los nervios-. ¡Voy a por otra copa! ¿Te traigo una?
-       Sí, gracias –le contestó Bea sin poder apartar la mirada del cuadro-.

Maca se hizo paso entre la gente, esperando dar con alguna de las azafatas que servían champán por la sala. Pasaron por su lado bandejas de canapés y aperitivos, hasta que consiguió dar con las bebidas.

-       Te cojo dos, gracias –le dijo Maca con una sonrisa amable-.

Maca no esperó para tomar un largo trago y vaciar la mitad de su copa. “Por Dios, es ridículo… no puedo estar tan nerviosa por una tontería como encontrármela. Madura de una vez”, se reprendió a si misma, y tras tranquilizarse un poco decidió volver al lado de Bea y terminar con aquello. De pronto, un grupo de chicas se hizo a un lado despejándole el camino, y entonces la vio a escasos tres metros de ella. El corazón empezó a bombearle con fuerza en mitad del pecho, imitando el canto tribal de los tambores, y las manos se le aferraron con fuerza a las copas que transportaba.

-       ¡Esther! –musitó-.

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-       No creo que pueda. Pero te llamaré, ¿vale? –le dijo Esther a Lucía, la cual esperaba volver a pasar la noche juntas-.
-       Oh, claro… vale –el desencanto de Lucía fue demasiado evidente, pero Esther no quería ataduras, y repetir con ella tan pronto sería darle falsas esperanzas-.
-       Disfruta de la fiesta –Esther se acercó a ella acariciando su nuca en una actitud claramente íntima, mientras pegaba la plenitud de su cuerpo al de Lucía para dejarle un beso cerca de la comisura de los labios-. ¡Estás muy guapa! –le señaló Esther con un guiño y una sonrisa, que consiguieron derretir el velo gris que se había posado sobre la joven segundos antes-.

Esther se separó de ella para volver a sus obligaciones como anfitriona, pero al volverse, sintió que la tierra se removía bajo sus pies. El espejismo de Maca apareció ante sus ojos haciéndola parpadear de incredulidad. Durante unos minutos, ninguna fue capaz de reaccionar. Maca porque tenía miedo de dar un paso y caerse, las piernas parecían habérsele vuelto de mantequilla de repente. Esther porque no podía procesar que lo que veía ante ella era real y no fruto de su mente. Finalmente, Maca le sonrió y alzó una copa en señal de brindis por la exposición. A Esther el corazón empezó a darle pedradas en el pecho, ante aquella sonrisa tan conocida. Sus pasos avanzaron hacia ella por inercia. Maca la esperó tratando de tranquilizarse, sin saber qué podrían decirse.

-       Maca… -musitó Esther al llegar a ella-. Cuánto tiempo.
-       Esther… -Maca asintió-. Me alegro de verte.

Tras un momento de dudas por parte de ambas, las dos se acercaron y se abrazaron.

-       Aún no me creo que seas real –susurró Esther respirando su aroma. Sus brazos se resistieron a liberarla, pero finalmente lo hicieron-.
-       Ni yo –Maca cerró los ojos al sentir de nuevo su tibieza. Alegrándose de tener las manos ocupadas para no retenerla-. Creía que vivías en América.
-       Sí, tengo mi residencia en Los Ángeles, pero viajo mucho por mi madre. Privilegios de tener una profesión sin horarios, ya sabes –le respondió Esther, y Maca pudo volver a ver después de tanto tiempo aquella sonrisa ancha en su rostro y su mirada-. ¿Y tú? Me enteré que te habían dado un premio de investigación sobre problemas intestinales en niños o algo así. Mi madre me contó que era algo importante.
-       Sí, bueno… ahora trabajo en una unidad de trastornos y enfermedades gastrointestinales pediátricas, estamos tratando de abrir nuevas vías que les aporten una mayor calidad de vida –explicó brevemente Maca-.
-       Vaya, me alegro mucho por ti. Sé lo importante que era poder ayudar en ese campo.

A las dos les vino la historia de Marta, el primer amor de Maca, a la cabeza. Pues a pesar de que la enfermedad causante de su muerte, había sido un trastorno de conducta alimenticio de raíces psicológicas, no dejaba de ser el principal motivo por el cual Maca había decidido ser médico pediátrica.

-       Gracias –los ojos de Maca se clavaron sinceros en los de Esther-.
-       De nada –le contestó entendiendo su mirada-.

Maca decidió cambiar de tema, Esther era de las pocas personas con las que se había sincerado al respecto, y quiso expulsar aquel momento de melancolía e intimidad entre ambas.

-       ¿Y tú? ¡Te juro que no había visto algo así en mi vida! Claramente habéis tirado la casa por la ventana –le dijo Maca alabando todo el trabajo y mimo que había en aquella inauguración-.
-       Jajajaja… -Esther soltó una carcajada de pronto, y Maca se quedó prendada. Hacía tanto que no la escuchaba, que casi había olvidado lo espontánea y sincera que podía ser-. Bueno, en eso tengo yo la culpa –Esther se frotó la nuca en un tic nervioso, y Maca vislumbró por primera vez un tatuaje-.

“Pelo corto… tatuada… ésta no es mi Esther”, pensó Maca para sus adentros, aunque ya no pudo apartar la mirada de aquellos símbolos que asomaban por el cuello de la camisa blanca de Esther, y que claramente descendían por su clavícula y hombro hasta saber a qué altura de su anatomía. Un temblor involuntario, le avisó de que no podía continuar con aquella línea de pensamiento. Maca volvió a centrarse en lo que Esther le decía.

-       En Nueva York las cosas son como más a lo grande, hay mucho de espectáculo en este tipo de cosas y el marketing es arrollador. Pensamos que quizá para Madrid fuera algo excesivo, pero aún no había podido montar una exposición mía aquí por motivos de tiempo y compromisos que no vienen al caso, así que cuando por fin me decidí a hacerlo quise que fuera algo que no pasara desapercibido. Quién sabe cuando volveré a colgar una colección en Madrid –explicó Esther ilusionada-.
-       Pues sin duda lo has conseguido. No creo que nadie de esta sala deje de soñar hoy con alguno de tus cuadros –bromeó Maca coquetamente, aunque algo de verdad había en sus palabras-.

Esther rió con ganas ante sus palabras, y una sonrisa ancha se instauró en el rostro de Maca al escucharla.

-       ¿Un poco picantes? ¿quizás? –preguntó divertida Esther-.
-       Noooo… que va. Aunque estoy segura que contarán contigo si deciden ampliar visualmente el Kamasutra Lésbico –la provocó de nuevo Maca, y obtuvo la recompensa de una nueva risa-.

“¿Pero qué coño estoy haciendo?”, pensó Maca, había algo inexplicable en su comportamiento.

-       La verdad es que son espectaculares. Siempre he pensado que tenías un gran talento, pero esto, tu obra… es increíble. Me alegro mucho por ti, y por tu éxito. Sé que has tenido que luchar duramente por ello –le dijo Maca más seria, aunque todavía sonreía-.

La piel de Esther se erizó bajo la camisa que llevaba ante sus palabras. El tono firme y sincero de Maca era algo difícil a lo que acostumbrarse, por muchos años que pasaran.

-       Gracias, significa mucho para mí que seas tú quien me lo diga –reconoció Esther, y sus miradas volvieron a anclarse en un lenguaje sin palabras-.


De pronto una chica las interrumpió.

-       Disculpa –la joven se acercó a Esther con nerviosismo pero decidida-. Perdona que te moleste, pero ¿te importaría hacerte una foto conmigo en aquel cuadro? Soy estudiante y admiro profundamente tu trabajo…

Los ojos de la joven hacían claramente chiribitas de la emoción, y Esther no pudo decir que no pese a que en aquel momento, nada le importaba más que seguir hablando con Maca.

-       ¿Te importa? Será un momento –le preguntó Esther-.
-       No, claro que no. Ve, tranquila, atiende a tus invitados –le contestó Maca, que se alegraba sinceramente de que su encuentro hubiera sido tan fácil-.

Esther empezó a alejarse de ella para cumplir con su cometido, pero de pronto un temor hizo brincar a su corazón. Se giró y se acercó de nuevo a Maca.

-       Por favor, no te vayas. Me gustaría que siguiéramos hablando cuando termine –le pidió Esther dándole un suave apretón en el antebrazo-.
-       Si, claro. Esperaré –le contestó con algo de dificultad Maca que rápidamente la vio marchar con una sonrisa tras escuchar su respuesta-.

El calor que Esther había dejado en su brazo con un simple contacto, subió a sus mejillas rápidamente. Maca sintió la necesidad de aplacarlo apurando su bebida y parte de la que había reservado para Bea. “Esto no va bien. Demasiados recuerdos…”, pensó Maca y luego miró a su alrededor para depositar la copa vacía en una bandeja. Regresar al lado de Bea en aquel momento, le pareció la mejor idea.

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