domingo, 30 de marzo de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 11-



PRÓLOGO:

Han pasado diez años. La prometedora estudiante de pediatría, Macarena Wilson, se ha transformado en una doctora de referencia en enfermedades infantiles del tercer mundo. Sus trabajos de investigación y su protocolo de actuación en desnutrición y enfermedades gastrointestinales pediátricas, son implantadas en hospitales de Europa. Su vida gira completamente entorno a su trabajo, y atrás quedó aquella joven camarera de bar de ambiente de noche, y modelo sin tapujos de día, que le dieron la oportunidad de labrarse un futuro.

Esther García por su lado, también salió de España tras la ruptura sin palabras con Maca. Terminó su carrera y entró en una espiral de autodescubrimiento, que la llevó a afincarse finalmente en Los Ángeles,  llegando a tener el reconocimiento de la comunidad de bellas artes más fuera que dentro de su país. Actualmente sus obras alcanzan cifras escandalosas en las galerías de Nueva York, L.A y San Francisco.


11.

El corazón de Maca se disparó sin que apenas pudiera hacer nada, y los nervios que horas antes había sentido frente a su conferencia, se quedaron en un juego de niños en comparación con tenerla delante. Por unos segundos su mente quedó suspendida en la vorágine que la simple figura de Esther, representaba en su vida.

Esther cerró el periódico complacida y cogió el cambio cuando el chico de la barra se hubo cobrado la cuenta.

-       Gracias –le dijo ella-.
-       A usted por la propina. ¡Qué tenga un buen día! –le dijo el joven-.
-       Igualmente –sonrió ella. Siempre le hacía gracia que la trataran de usted. Era tan raro pese a saber que era puro formalismo-.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó el móvil para mirar la hora. Mientras calculaba lo que tardaría en llegar a su piso, ducharse y cambiarse, empezó a marcar el teléfono de Kate. Desde el domingo no conseguía coincidir con ella para comer, y empezaba a sospechar que la rehuía a propósito. El móvil empezó a dar los tonos, y Esther alzó la mirada distraída en espera de su madre, cuando sin previo aviso las piernas le fallaron, y todo se movió a su alrededor como en un temblor de tierra. Esther se olvidó del teléfono, de Kate, de su madre, y hasta de las pulsaciones aceleradas que de pronto golpearon su pecho… Maca se aproximaba a ella, y pese a estar acompañada, volvía a eclipsarlo todo.


-       ¡Esther! – Cruz fue la primera en saludarla dándole un par de besos y un gran abrazo-. ¿Qué haces tú por aquí? ¿Estás con tu madre? –preguntó Cruz alzando la vista en busca de Encarna-.
-       ¡Hola Cruz! Sí, he venido a tomarme algo con ella. Está en el baño –indicó Esther, un poco aún fuera de juego-.
-       Ah, bien… muy bien. Oye, siento mucho no haber podido ir a lo de la inauguración, pero este fin de semana Enrique y yo nos pasaremos sin falta. Espero que no te haya molestado –se disculpó Cruz con ella. Había tenido guardias el anterior fin de semana, y le había sido imposible acudir al evento-.
-       No te preocupes, ya sé como funciona la vida hospitalaria –le dijo Esther regalándole una sonrisa sincera-.
-       Me supo fatal, encima me han dicho que fue espectacular… bueno, sin ir más lejos Bea me estaba diciendo el otro día… -Cruz como siempre, empezó a acaparar la conversación sin darse cuenta de su alrededor, cuando cayó de pronto en la cuenta de que iba acompañada-. Oh… ¿Conoces a Bea? Es la … -Cruz de pronto se paró en seco. Con la emoción de la conferencia y el descontrol que llevaba en su día a día por el trabajo, se le había pasado por alto la relación que Maca y Esther habían mantenido años atrás-.
-       Sí… ¡Hola Bea! ¿Cómo estás? –la saludó Esther dándole dos besos-.
-       ¡Esther! ¡Qué gusto encontrarte de nuevo! –le correspondió con afecto Bea, y Esther se sorprendió de que su abrazo fuera tan cálido-.
-       ¡Maca! –la saludó Esther mirándola a los ojos. Hubiera querido salir corriendo de allí, pero eludirla era imposible, así que reprimió todo aquel murmullo que sintió en su interior, cuando sus mejillas se rozaron al saludarse-.
-       ¡Me alegra verte! –le contestó Maca tras darse dos besos y volver a quedarse de frente-.


Por suerte para Esther, Encarna llegó en ese momento al grupo.

-       Ey… ¿Qué hacéis todas aquí? ¿Ya ha terminado la conferencia? –preguntó Encarna saludándolas una por una-.
-       Sí, íbamos a tomarnos algo en la cafetería del hospital, pero no te lo vas a creer… ¡Pues no se han puesto los de traumatología a echarle los trastos a Maca en cuanto se ha bajado del estrado!.... jajajaja –le empezó a contar Cruz a su vieja amiga-.
-       ¿No?... jajaja… ¿los del equipo de Palomares? –Encarna se echó unas risas. Cruz y ella se llevaban un cachondeo con los dos nuevos que habían entrado al departamento, así que se entendieron a la primera sólo con mencionarlo por encima-. Como si los viera, vamos… vamos, vamos… estos hombres, es que les paseas un culo y unas buenas piernas por delante y les tiembla el morrillo… jajaja…
-       ¿Quién se pasea? ¿Qué culo? –se quejó Maca viendo el cachondeo que llevaban Cruz y Encarna con el tema-.
-       Cariño, el tuyo –se rió también Bea uniéndose a ellas-.
-       Ya, ya sé que están hablando del mío, pero que yo no me he pavoneado por ahí… que estaba dando una conferencia, ¿eh? –bromeó Maca, porque unirse a la sonrisa general era mejor que seguir sintiendo aquel nudo en el estómago sólo con saber que Esther la miraba-.

La conversación se hizo ligera y llena de risas durante unos minutos más, hasta que Esther anunció que se marchaba.

-       Bueno, yo me tengo que ir. Mamá… -Esther le dio un beso-, esta noche te llamo y hablamos. Nos vemos el sábado.
-       Vale, cariño. Si no te lo cojo ya sabes que estoy en quirófano –le dijo Encarna devolviéndole el beso-.
-       Sí, no te preocupes.
-       ¿Entonces no te quedas a tomarte algo? –preguntó Cruz-.
-       No, que va. Había salido sólo a correr y al final se me ha echado el tiempo encima –se disculpó Esther con ella-. Otro día quedamos.
-       Te tomo la palabra –le dijo Cruz guiñándole un ojo, y Esther le devolvió una sonrisa-.

De pronto se vio de nuevo frente a aquella pareja que debía asimilar por su bien.

-       Bueno… me alegro de haber coincidido con vosotras de nuevo –mintió Esther, pero aún así puso su mejor cara-.
-       Lo mismo digo –se despidió de ella Bea con un par de besos-. Lástima que no te puedas quedar más tiempo.
-       Ya –dijo Esther-. ¿Maca?
-       Dale recuerdos a Kate de nuestra parte –le pidió ésta, y Esther no supo como mantenerse en pie cuando Maca la abrazó y le dio un beso en la mejilla-.
-       Sí, claro… se los daré de vuestra parte –articuló mecánicamente, deseando salir de allí a toda prisa-. Nos vemos, hasta luego.


Esther puso rumbo hacia la puerta y no quiso mirar atrás. Encarna vio marchar a su hija sabiendo que algo no marchaba bien, y al encontrarse con la mirada de Maca no pudo evitar que se le notara aquella nota de desazón que llevaba pintada. Maca se sintió responsable de ello sin saber bien los motivos.


El paso de Esther se fue acelerando poco a poco, al principio movido por un impulso de salir de allí, más tarde por un deseo desesperado de dejarlo todo atrás. Cuando Esther se vino a dar cuenta, corría… corría como un galgo sin rumbo fijo escapando de ella, de Maca. Aquellos ojos la traspasaban como un sable de punta a punta, su alma se troceaba con su sola presencia. Al cabo de unas manzanas tuvo que detenerse para recobrar el aliento. Se tomó el pulso, y decidió tumbarse en el césped boca arriba. “Maldita sea, Maca…. Maldita sea”, musitó mientras el corazón le iba a mil por hora, y cerraba los ojos para tratar de serenarse.

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Tras tomarse un café, las cuatro decidieron volver al hospital. Encarna y Cruz iban delante hablando de sus cosas, y Bea aprovechó para tener un momento a solas con Maca tras el inesperado encuentro.

-       ¿Qué sorpresa habernos encontrado con Esther, eh? –le dijo-.

Maca la conocía demasiado para no saber por dónde iba, aún así se hizo la idiota.

-       Sí, la verdad es que sí –contestó-.
-       Igual me equivoco, pero parecía nerviosa –prosiguió-.
-       ¿Sí? No sé, no me he dado cuenta –mintió Maca-.

Bea sonrió, a Maca se le daba bien lo de “escurrirse”, pero no con ella.

-       Tú también parecías algo tensa –clavó la puntita Bea-.
-       Quizá sea porque no esperaba encontrármela –reconoció Maca intentando mantener la calma-.
-       Evidentemente –aceptó Bea-. ¿Y no te gustaría qué eso cambiara?
-       ¿A dónde quieres llegar, Bea? –se detuvo Maca antes de que entraran al hospital. Sabía que la conversación iba a cambiar de rumbo, y no le apetecía que las escucharan-.
-       A que es evidente que hay un choque de energía cuando os topáis de frente, y que me mosquea esa posición tuya de no querer intentar resolver vuestros asuntos pendientes –le contestó ella-.
-       ¿Te mosquea? –preguntó Maca alzando una ceja-.
-       Sí, me mosquea –respondió Bea-.
-       Si no te conociera, pensaría que estás celosa –le dijo Maca, y Bea se echó a reír. La sensación de celar algo o a alguien estaba muy lejos de su persona-.
-       Eso te gustaría, ¿a qué sí? –acertó Bea mientras le regalaba una sonrisa-.
-       Ser temperamental a veces, también tiene su puntito –Maca también sabía jugar con ella-.
-       No soy yo quien puso límites ni quien vive con barreras –le disparó Bea, y Maca arrugó la nariz-.
-       Como te gusta recordármelo. ¿Me estás diciendo que quieres algo convencional conmigo? Porque en unos meses vamos a casarnos, y aun puedo montar una boda a lo grande… -le dijo Maca, y recibió un pellizco en el brazo que le borró aquel tono burlón de la cara-…. Jajaja… vale, vale.
-       No te rías, a mí no me hace gracia –la regañó Bea-.
-       Lo sé – Maca le pasó los brazos por encima de los hombros-. No te lo tomes tan en serio.
-       ¿Cómo no voy a tomármelo en serio? Me he pasado media vida luchando por mis ideas, por las libertades, y ahora esto… Me revienta pasar por el aro y arrastrarte a ti conmigo.
-       A mí me puedes arrastrar a donde tú quieras –le guiñó un ojo Maca para que cambiara el semblante, y su tono lascivo hizo que a su pesar Bea sonriera-.
-       Veo que empieza a sentarte bien el ambiente madrileño –le dijo ella-. Estás muy crecidita tú, ¿no?
-       ¿Yo? ¿tú crees? ¡No! –se hizo la tonta Maca, y luego la besó con ganas-.

Bea se separó de sus labios reconociendo que una de las cosas que adoraba de ella como amante, eran sus besos. De pronto se le vino a la mente aquella conversación con Cruz sobre los rumores de pasillo que envolvían a Maca cuando era estudiante, y no le cupo la menor duda de que seguramente habían sido merecidos. Sin embargo, la imagen de la cara aniñada de Esther, y el contraste con la pasión de sus lienzos, revivió en su cabeza, y no pudo evitar preguntarse cómo había sido la relación física entre ellas.
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Esther no consiguió localizar a Kate, y casi se alegró de que no pudieran comer juntas. Tras la ducha había tratado de trabajar un poco en el estudio, pero su cabreo se hizo mayúsculo cuando sus manos empezaron a trazar rasgos demasiado familiares y tuvo que dejarlo para esquivar viejas obsesiones. Finalmente se refugió en lo único que le había ayudado en los últimos años, el yoga. Preparó con música y luces la sala dónde se ejercitaba, y poco a poco fue vaciando la mente mientras ponía sus sentidos y su cuerpo a merced de la rutina de movimientos que le había costado años perfeccionar hasta volver a la calma.

Kate entró una hora después en casa de Esther con su llave. Después de ver las seis llamadas perdidas que le había hecho y ningún mensaje en el buzón de voz, su alarma se había prendido y decidió ir a visitarla. Se paró en el recibidor, en la planta de la vivienda no se oía nada, y afinó el oído hasta escuchar la música en el segundo piso. Dejó el abrigo y su mochila allí mismo, y subió por las escaleras interiores hasta encontrarla. En lo más alto, a más de siete metros sobre el suelo, Kate divisó a Esther en la pared de escalada que había montada en su casa. En cuanto se dio cuenta de que no llevaba ni el arnés ni las cuerdas de seguridad puestas, el corazón se le encogió y tuvo miedo de moverse y desconcentrarla. Esperó en silencio a su descenso.

-       ¿Se puede saber qué hacías subiendo sin los amarres de seguridad? –le espetó enfadada Kate en cuanto Esther pisó el suelo-.
-       ¡Kate! No te había visto –le dijo ella secándose la cara y los brazos con la toalla-.
-       ¿Estás loca o qué te pasa? Podrías partirte la cabeza desde esa altura –Kate estaba revuelta y se le notaba en la cara-.

Esther se paró para mirarla y luego se acercó a ella.

-       Estoy bien, ¿vale? No ha pasado nada –le aseguró tratando de tranquilizarla-.
-       Pero podría haber pasado –insistió Kate-.
-       No lo volveré a hacer, ¿de acuerdo? Entrenaré con los amarres, te lo prometo –le dijo Esther-.

Kate no contestó. No era típico de ella perder los papeles, pero ver a Esther cometer según que actos, le recordaba situaciones en las que no quería volver a verse. Esther leyó en sus ojos lo que pensaba.

-       Perdóname, no volveré a hacerlo –se disculpó Esther con ella por preocuparla, y se abrazó a su cuerpo-.

A su pesar, Kate se derritió entre sus brazos como la mantequilla.

-       Para ser alguien que lleva días evitándome, te preocupas demasiado por mí, ¿no te parece? –quiso bromear en el tono Esther, pero la delató el sentimiento de extrañarla-.
-       No te evito –le aseguró Kate abrazándola a su vez y besando su cabeza-. Simplemente tenía que resolver algunas cosas, y he estado ocupada.
-       ¿Cosas? ¿Qué cosas? –le preguntó Esther. No es que Kate la involucrara en sus asuntos ciertamente, pero llevaban años juntas, con algunos periodos de distancias, y “sus cosas” solían ser “nuestras cosas”, en ambos sentidos, aunque no se lo contaran todo-.
-       Quería esperar a tener el tema un poco más asentado, pero supongo que tarde o temprano iba a decírtelo, así que allá va… Vuelvo a la universidad –le anunció Kate-.

Esther parpadeó no entendiendo del todo sus palabras. Kate se había hecho cargo de su representación casi desde el principio. Se encargaba de su obra, de las salas, de su marketing… Sí, pasaba largas temporadas en España lejos de Los Ángeles, lejos de ella, pero sus caminos estaban tan estrechamente unidos, que le costó reaccionar ante tal noticia y lo que sin duda significaba.

-       ¿Vas a volver a la universidad? ¿Cuándo? ¿Por qué? –le preguntó Esther desconcertada-.
-       Dentro de dos meses, empezamos en Enero –le comunicó Kate con una escueta sonrisa-. Llevo tiempo pensando en volver a enseñar, y la facultad de bellas artes me propuso este verano hacer un postgrado con ellos. No te había dicho nada porque con el jaleo de la galería de “San Francisco” y los planes para la inauguración en Madrid, no quería que te preocuparas.
-       Pues ahora estoy preocupada –le dijo Esther separándose de ella-. Creía que el próximo mes volverías conmigo a L.A., ¿no era ese el plan inicial? ¿Volver y rodar un poco más la colección? ¿Qué va a pasar ahora?

Kate borró con su paso la distancia que Esther había impuesto entre ellas.

-       No va a pasar nada –Kate le acarició la cara- Tú volverás a L.A, y yo gestionaré desde aquí las dos exposiciones que tenemos concertadas. Después harás lo de siempre, te tomarás un par de meses sabáticos, viajarás a Miami y seguramente te enredarás entre más piernas de las que a mí me gustaría. Lo pasarás bien, crearás… y antes de que nos demos cuenta, terminará el curso, y tú estarás inmersa en nuevas obras que enseñarme. No te preocupes, no es tan grave… hace tiempo que no me necesitas.

Esther alzó la mirada en aquel punto. ¿Cómo podía decirle que no la necesitaba?

-       No digas eso –se quejó Esther sintiéndose triste de repente-.
-       ¿El qué? ¿Qué no es tan grave? –quiso quitarle hierro al asunto, leía en sus ojos como en un libro abierto-.
-       No… que no te necesito –le contestó ella, y se miraron a los ojos-.

Kate asintió, y le regaló una media sonrisa.
-       A veces me olvido de que en el fondo sigues siendo aquella niña –le dijo Kate-.
-       No sé de qué niña hablas –le contestó ella agachando la mirada-.

Kate le alzó la cara de nuevo, y esta vez la miró con esa profundidad que los años y sus lazos habían creado en silencio.

-       Si lo sabes, y espero que algún día apartes del todo ese miedo y vuelvas a dejarla salir.

Esther no dijo nada, pero tampoco hacía falta. Kate le pasó un brazo por los hombros y la apretó contra su cuerpo.

-       Anda, vamos a ducharte –le dijo Kate-. Así de paso me cuentas en que estabas pensando para subirte ahí a pelo.
-       ¡Kate! No quiero tener que extrañarte.

Kate le sonrió con dulzura, y luego le revolvió el cabello en aquel gesto tan suyo.

-       ¡Tonta! No tengas miedo, yo también voy a echarte de menos.

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