domingo, 9 de marzo de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 8-




PRÓLOGO:

Han pasado diez años. La prometedora estudiante de pediatría, Macarena Wilson, se ha transformado en una doctora de referencia en enfermedades infantiles del tercer mundo. Sus trabajos de investigación y su protocolo de actuación en desnutrición y enfermedades gastrointestinales pediátricas, son implantadas en hospitales de Europa. Su vida gira completamente entorno a su trabajo, y atrás quedó aquella joven camarera de bar de ambiente de noche, y modelo sin tapujos de día, que le dieron la oportunidad de labrarse un futuro.

Esther García por su lado, también salió de España tras la ruptura sin palabras con Maca. Terminó su carrera y entró en una espiral de autodescubrimiento, que la llevó a afincarse finalmente en Los Ángeles,  llegando a tener el reconocimiento de la comunidad de bellas artes más fuera que dentro de su país. Actualmente sus obras alcanzan cifras escandalosas en las galerías de Nueva York, L.A y San Francisco.



8

Apartamento de Maca.

A pesar del silencio que había mantenido Maca durante todo el trayecto, Bea continuó pacientemente cediéndole espacio cuando al llegar a casa, Maca le indicó que le apetecía darse un baño antes de acostarse.

-       Aún me siento algo mareada por la bebida. ¿No te importa que tome un baño, verdad? –le había dicho-.
-       No, ve… tranquila –le contestó Bea-.

Y tras un beso que nada tenía que ver con los de aquella mañana, la había dejado encerrarse en aquel habitáculo al que no estaba invitada. Bea encendió la luz de la cocina, y buscó en el armario alguna infusión que prepararse. Mientras esperaba a que el agua hirviera sus pensamientos volaron muchos años atrás.

“República del Congo. Likouala.

-       Soy Bea, estoy buscando a la doctora… la pediatra, ¿los niños? –trató de hacerse entender Bea a un grupo de mujeres que estaban trasvasando agua-. ¿Allí? Gracias.

Bea agradeció las indicaciones y siguió su camino en busca de Maca. A pesar de que la central ya había comunicado a Maca que le habían cambiado de supervisor, Bea no había dejado que le anunciaran que sería ella misma su superiora a partir de ahora. Secretamente esperó que la sorpresa por el cambio, fuera bien recibida por la pediatra.

Anduvo unos cuantos metros, y luego giró a la derecha, de pronto se encontró con una de las tiendas de Médicos sin Fronteras, y vislumbró a Maca auscultando a una mujer embarazada. Bea se detuvo para contemplarla en la distancia, se apoyó en uno de los árboles, y contempló a aquella joven de pelo castaño sonreír a la mujer que había atendido pese a que su campo no era la ginecología, mientras se defendía en su dialecto para hacerle saber al menos que su bebé estaba bien. La nativa apretó las manos de la joven doctora con afecto y gratitud, mientras sus otros tres hijos revoloteaban cogidos a sus piernas. Maca se sintió agradecida sólo con la sonrisa de la mujer, pero su rostro mutó de la serenidad al vacío en cuanto se quedó a solas.

-       Tan profesional y tan refugiada tras sus muros como siempre –pensó Bea en aquel momento-.”

El silbido del agua hirviendo sacó a Bea de sus pensamientos. Se preparó la infusión y se sentó en el sofá a esperar a que Maca saliera del baño. Tenían que hablar de lo ocurrido, y Maca no se lo pondría fácil.

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Casa de Esther.

Kate dejó a Encarna y Víctor con el coche, y luego llevó a Esther hasta casa. Había detectado los síntomas mucho antes de que fueran visibles, pero aún así dejó que Esther abriera la botella de champán, y soltara aquel discurso entusiasta sobre el éxito de la inauguración de aquella noche.

-       Todo ha salido a pedir de boca, eh Kate. Los medios han estado súper receptivos… no… no… lo digo en serio. Las entrevistas que me han hecho han sido estupendas, había una pregunta… ¿cómo era?... Bueno, no me acuerdo, pero por un momento, estuve a punto de quedarme en blanco… jajaja.. Ya no recordaba como era la picaresca española, y me ha resultado muy refrescante. No como aquel… ¿cómo se llamaba? ¡Ah sí! Herry Cors… ese hijo de puta si que fue a saco con su vena más conservadora –masculló Esther, mientras Kate la observaba danzar por el salón vaciando la botella que llevaba empuñada en la mano, trago tras trago-.

La dejó desahogarse, mientras hablaba y hablaba sin llegar a ninguna parte, hasta que el cariz de su discurso empezó a enervarse, entonces Kate supo que Esther ya había bebido suficiente por aquella noche. Se levantó del sofá, y con cariño se hizo con la botella que Esther soltó algo aturdida, pero sin resistencia.

-       Ha sido un día muy largo, será mejor que te acuestes y descanses –le sugirió Kate mientras cerraba el champán y lo metía en la nevera-. Mañana vendré a ver como llevas esa resaca.

No la vio acercarse, pero supo antes de girarse que estaba a su espalda. Igual que supo antes de que la tocara, lo que buscaba de ella, y a lo que iban a enfrentarse. Se irguió, y cerró los ojos cuando las manos de Esther se deslizaron por su espalda.

-       Esther, ¿qué crees que haces? –le preguntó Kate girándose-.
-       Quédate esta noche –le pidió agachando la cabeza. No quería mirarla a la cara, sabía que si lo hacía, sus ojos azules la frenarían. Rebuscarían en sus entrañas, le exigirían respuestas cuyas preguntas no deseaba hacerse. No aquella noche-.

Las manos de Esther empezaron a desabrochar la camisa de Kate, un botón, luego el otro… Esther cerró los ojos cuando la mano de Kate alzó su barbilla para que se miraran.

-       Abre los ojos –le pidió Kate-.

Esther negó con la cabeza, y se zafó de su mano. Desabotonó más rápido su camisa y buscó su piel desnuda con los labios. Kate acarició su pelo con cariño, en su memoria se reactivó el dolor y la angustia de una etapa en la que casi estuvieron a punto de perder a Esther. De pronto la calidez de aquellas manos que conocía, liberaron uno de sus pechos del sostén, y Kate sintió el ansia de sus labios succionando un tipo de amor, que nunca podría darle. En aquel instante, Kate supo lo mucho que Esther sufría. Todo vuelve a alcanzarnos en esta vida, no importa lo mucho que se corra o lo lejos que se huya. Hundió sus dedos en la nuca desnuda de Esther, y aprisionó aquella boca necesitada contra su seno mientras depositaba un beso en su cabeza, esperando, esperándola. Las respiraciones se aceleraron, y las exigencias crecieron en Esther como las de una fiera que no encuentra salida. Kate agarró sus manos impidiéndole las necesidades que sentía, hasta que casi la escuchó rugir por no poder desabrochar sus pantalones. Luego la atrapó entre sus brazos conteniéndola.

-       Ya hemos pasado por esto –le susurró Kate apaciguadora-.
-       No, Kate… ¡No! –Esther no quería escucharla, no quería, y se revolvió entre sus brazos con una fuerza que a Kate, pese a ser más alta, le costó controlar-.
-       Shhh… -trató de serenarla sin soltarla-.
-       ¡Mierda, Kate! ¡No soy una niña! ¡HE DICHO QUE NO! –gritó Esther forzando su liberación, y en menos de un segundo atrapó bruscamente la boca de Kate, que del impulso se vio acorralada contra la nevera de acero inoxidable-.

Por un momento, Kate se vio arrollada por el torbellino en que Esther se había convertido con el paso de los años. Sus labios, su lengua, sus manos… sus manos. Kate había luchado mucho por aquellas manos, única vía de salida con la que Esther expresaba realmente quién era, lo que sentía. Recordó a aquella estudiante de ojos alegres, vivos e inocentes, que cruzó su despacho en primero de carrera. A simple vista tan serenos, tan tranquilos, y sin embargo, Kate detectó al segundo que eran tan profundos como lo que guardaban latentes.

La mano de Esther se coló en sus bragas haciéndoles gemir a ambas. “Dios, siempre olvido lo rápida que eres”, pensó Kate tras su ausencia, y reaccionando al fin, cogió la cara de Esther entre sus manos, la besó con la misma intensidad que Esther buscaba, y cambió los roles del juego, levantando a aquella mocosa, que de mocosa ya no tenía nada, en brazos, para empotrarla contra los azulejos de la cocina junto a sus exigencias. Esther jadeó, rodeando la cintura de Kate fuertemente con sus piernas.

-       ¿De verdad, es esto lo que quieres? –la voz ya ronca, pero segura de Kate, hizo que Esther temblara-.
-       Sí –dijo Esther, aunque sólo había hecho falta escuchar la voz sin reproches de Kate para hacer tambalear su conciencia-.

Kate bajó la presión del momento, y besó esta vez a Esther con extrema dulzura y profundidad en la boca. Acariciando su rostro y su cuello suavemente.

-       Sabes que te quiero, y mi concepto de la moralidad desde luego no me impide darte hoy lo que me pides, pero… te lo vuelvo a preguntar… ¿Es esto lo que quieres? ¿lo que necesitas de mí?

Los ojos de Esther por fin la buscaron, la miraron, y unas lágrimas silenciosas rodaron por sus mejillas.

-       ¡Kate! –musitó pidiendo auxilio-.
-       ¡Todo va a ir bien! –la tranquilizó Kate, y acariciándole la espalda, la condujo subida en brazos como la tenía hasta el dormitorio, mientras Esther mojaba con lágrimas su camisa, con la cara enterrada en su cuello-.
-       La ha encontrado, Kate… van a casarse –sollozó Esther mientras Kate le quitaba los zapatos, y ambas se metían en la cama aún vestidas-.
-       ¡Ven aquí! –le dijo Kate acurrucándola entre sus brazos, y durante varios minutos la dejó llorar sin añadir nada. Abrir una herida así después de diez años, había dejado a Esther desbordada-.

El llanto poco a poco fue cediendo, liberando los nervios, la tensión, el alcohol y las emociones que el día había traído consigo. La razón asomó tímidamente en los labios de Esther.

-       No pensé que bastara sólo con verla para que volviera a poner mi mundo patas arriba –confesó-. En serio que llegué a creer que la había soltado.
-       Lo sé, pero la razón no puede mandar sobre los sentimientos. Igual que por mucho que lo desees, no puedes retener a los que quieres –le dijo Kate-.
-       Perdona lo de antes… sabes que yo, no… -Esther se irguió un momento para mirar a Kate a los ojos-.

La mano de Kate sobre su cara, hizo que cerrara los ojos de nuevo. Las dos se besaron en silencio, hasta que sus corazones se templaron.

-       Te quiero –le aseguró Esther-.
-       Lo sé, yo también a ti –le contestó Kate y luego la volvió a atraer hacia su pecho para que se acurrucara-.
-       ¿Por qué no funcionó entre nosotras? ¿Por qué simplemente no podemos estar juntas? –las eternas preguntas que con los años habían surgido, volvían a hacer acto de presencia-.
-       ¡Estamos juntas! –contestó Kate-.
-       Ya sabes a lo que me refiero –le dijo Esther entrelazando sus dedos a los de Kate-.

Kate sonrió por el gesto, claro que sabía a lo que se refería. Le apartó el flequillo de la frente y la besó.

-       Nuestra concepción del amor es muy diferente. Tú internamente siempre buscarás ese amor que te pilla por sorpresa, sin esperarlo, hasta dejarte sin aliento. Es brutal, profundo y desgarrado, como lo es tu pasión por la vida, y por la cual al mismo tiempo te castigas cuando se desborda sin control ni voluntades. Mi amor no conoce posesiones, es tranquilo, porque está en paz consigo mismo, y porque entiendo la vida de otro modo. Por mucho que quisiera, no podría ser ese tipo de amor para ti –le contestó Kate-.
-       Quisiera sentir el amor como lo haces tú, tranquilo… incondicional, sin esta montaña rusa –dijo Esther-.

Kate se echó a reír.

-       No, no lo quieres, y está bien así. No hay un tipo de amor “mejor” que otro, es lo que trato de decirte. Tu forma de amar es maravillosa y es la correcta para ti, sólo tienes que dejar de luchar y castigarte por ella, para abrirte a la persona adecuada, y que juntas encontréis el equilibrio. ¡Nada más!
-       Ohh… ¿nada más, eh? ¡Así de fácil! –Esther no pudo evitar bromear, aunque se había quedado con cada una de sus palabras-.

Las dos empezaron a reírse, y se dispararon mutuamente unos cuantos dardos bromeando. Luego volvieron a sonreír y serenarse, una en brazos de la otra.

-       Me ha dolido muchísimo recordar y comprobar que perdí por completo a Maca –soltó de pronto Esther. Kate la apretó con fuerza en señal de apoyo-. Reconozco que saber que Bea y ella se conocieron cuando aún estábamos juntas, aunque lo suyo surgiera más tarde, ha despertado unos celos en mí que hacía mucho no sentía. Ella siempre tuvo la capacidad de desquiciarme. Como si habitara en mis entrañas.

Esther guardó unos segundos de silencio. Luego continuó hablando.

-       ¿Sabes? A veces maldigo el día en que me asomé por esa ventana y vi a Maca, porque como una espora penetró por mis pupilas y fue creciendo dentro de mí hasta llenarlo todo. Nunca había sentido algo así. Estaba tan muerta de miedo por la intensidad de lo que sentía cuando estaba con ella, que acabé detonándonos de la peor forma posible.
-       Debes dejar de pelearte con tus sentimientos hacia Maca, sino nunca la dejarás marchar –musitó Kate besándole la cabeza-
-       Lo sé, pero no es fácil. Hoy me ha bastado con tenerla sólo delante para volver a sentir esa angustiosa necesidad de que sea mía, es como si fuera parte de mi cuerpo, y quiero retenerla, pegarla a mí… como un amputado añora su “miembro fantasma”. ¡Es de locos! –Esther se daba cuenta de lo irracional y devastador que eran sus pensamientos, sus deseos-.
-       Jajajaja… bueno, el amor desde luego no es para cuerdos –intentó bromear Kate, y consiguió que Esther se relajara con su risa-.
-       ¿Crees que dejaré de querer a Maca algún día? –preguntó Esther-.
-       No, no lo creo. Es de esas personas que llevarás siempre dentro –fue sincera Kate-.
-       Yo tampoco lo creo. Siento que ella constituye una parte de lo que soy, como mamá, como tú – Esther se abrazó como una niña pequeña sobre el cuerpo de Kate, y ésta supo que estaba preparada para conciliar el sueño-.
-       Así es – Kate la arropó y se amoldó al peso de su cuerpo cálido y pequeño sobre ella-.
-       En el fondo me alegro de que al menos una de las dos haya por fin encontrado a “ese alguien” –dijo Esther cayendo en el sopor. Kate sonrió con los ojos cerrados, porque aunque no creía que en el mundo sólo existiera “un alguien” indicado para cada persona, aquellas frases y visión idílica e inocente de Esther, le recordaban a quien fue una vez la niña que robó eternamente una parte de su corazón-. Siempre he deseado que Maca fuera feliz, yo no supe hacerlo, espero que Bea si lo consiga.
-       Duérmete. Mañana será otro día –le susurró Kate, y Esther hundió la nariz en el hueco de su clavícula-.

Aquella noche, los sueños de Esther volvieron a teñirse de luz, de intensos rojos… de pestañas largas, y unos ojos color miel, profundos e imborrables.

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