domingo, 16 de marzo de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 9-



PRÓLOGO:

Han pasado diez años. La prometedora estudiante de pediatría, Macarena Wilson, se ha transformado en una doctora de referencia en enfermedades infantiles del tercer mundo. Sus trabajos de investigación y su protocolo de actuación en desnutrición y enfermedades gastrointestinales pediátricas, son implantadas en hospitales de Europa. Su vida gira completamente entorno a su trabajo, y atrás quedó aquella joven camarera de bar de ambiente de noche, y modelo sin tapujos de día, que le dieron la oportunidad de labrarse un futuro.

Esther García por su lado, también salió de España tras la ruptura sin palabras con Maca. Terminó su carrera y entró en una espiral de autodescubrimiento, que la llevó a afincarse finalmente en Los Ángeles,  llegando a tener el reconocimiento de la comunidad de bellas artes más fuera que dentro de su país. Actualmente sus obras alcanzan cifras escandalosas en las galerías de Nueva York, L.A y San Francisco.



9.

Apartamento de Maca.

Maca se metió en la ducha y dejó el agua caliente correr sobre su cuerpo intentando controlar aquel temblor involuntario que se había instaurado en su vientre desde que la mirada indescifrable de Esther le había dicho adiós media hora antes. En su cabeza los gestos mudos entre Kate y Esther se repetían, y luego aquel beso… “Estamos prometidas. Vamos a casarnos”… sus propias palabras retumbaron en su cabeza… “¿Por qué diablos lo he hecho?”, pensó Maca, y con furia cogió el jabón intentando borrar de su cuerpo las sensaciones que todo aquel inesperado encuentro había despertado. Veinte minutos más tarde, su mirada frente al espejo le devolvió una imagen más acorde con la mujer en la que se había convertido. Se cepilló el cabello, y decidió salir a hablar con Bea. Le debía una disculpa, y aún no sabía cómo hacerlo.

El sonido de la puerta del baño, anunció su llegada. Bea terminó con su último sorbo, y depositó la infusión sobre la pequeña mesa.

-       ¿Mejor? –le preguntó dándose la vuelta en el sofá para mirarla-.
-       Sí, lo necesitaba –le contestó Maca-. Me sentía algo mareada, el alcohol ya no es lo mío –trató de sonreírle-.
-       ¡Ya! –Bea chasqueó la lengua, y aquel gesto tan suyo puso en pre aviso a Maca-. ¿Estás segura de que ha sido el alcohol? ¿o más bien el volver a ver a Esther?

Maca enmudeció. Debería saber a aquellas alturas, que Bea era directa como una bala.

-       Supongo que ella también ha tenido algo que ver –le contestó con la voz algo más tensa de lo que esperaba-.

Bea se puso de pie y rodeó el sofá hasta quedarse frente a ella.

-       Algo que ver, ¿eh? –repitió los términos que le había dado Maca-. Es curioso, porque ese “algo” no me pareció muy preocupante, hasta que Kate y Esther se besaron y decidiste utilizarnos para marcar territorio.

Maca se quedó con la mandíbula tan tensa, que por un momento no supo que decir. Había cometido un error imperdonable, y más conociendo como conocía a Bea en aquel sentido. La miró a la cara, sus ojos eran tan serenos como siempre, y a pesar de la crudeza de sus palabras, no había tensión en su pose.

-       Lo siento –suspiró cediendo Maca-. De verdad que lo siento. No… no entiendo que me ha pasado, supongo que no estaba preparada para volver a verla, verlas… y menos juntas. No sé por qué reaccioné así, por qué les dije lo de la boda sin consultártelo –se disculpó Maca, seguir negando lo evidente era peor camino-.
-       Maca, sabes bien lo que opino de lo que vamos a hacer… Te quiero, eso es así y para mí es lo único que importa, pero sabes que si no fuera por Tara… -Bea no quería que la mal interpretara y por fin se acercó hasta ella-.
-       Lo sé, lo sé –Maca le acarició el rostro con las manos-. Lo siento, estuvo fuera de lugar. No sé por qué lo anuncié de ese modo. Perdona.

Maca y ella se besaron, y hubo un eterno segundo de conexión entre las dos. Maca volvió a sentirse en calma, y cerró los ojos cuando se liberaron, sin separar sus frentes.

-       Es sólo que… nunca te había visto un comportamiento así. Lo dijiste de un modo tan… no sé… ¿posesivo?  La miraste como si la retaras, y me sentí como una mercancía –expuso Bea y se separó con suavidad de ella-.

Los ojos de Maca le hablaron de lo que le dolían aquellas palabras.

-       No eres ninguna mercancía. Te quiero, sabes lo que sentí por ella, y lo que luché porque ello cambiara para llegar a ti. Siempre he sido honesta y sincera contigo… -le dijo Maca-.
-       Se que eres sincera –Bea le acarició la cara-, pero ser honesto y ser capaz de entregarse a alguien es muy distinto –Maca quiso replicar, pero Bea no le dejó-. Siempre he pensado que antes de conocerte eras como otra persona, como si hubiera un antes y un después, pero nunca supe identificarlo porque te empeñas en refugiarte una y otra vez en ti misma. Sospechaba que Esther tenía algo que ver, pero verte hoy frente a ella… tus reacciones -Bea no pudo evitar una sonrisa nerviosa. Luego miró a los ojos a Maca-. Siento que hay dentro de ti alguien que desconozco, y que te empeñas en no mostrarme.

A Maca le recorrió un escalofrío porque sabía a lo que se refería, y un acto innato de supervivencia hizo que se pusiera a la defensiva.

-       ¡Bea, es ridículo! No puedo creer que estemos dedicándole tanto tiempo a esto, de verdad. Por supuesto que Esther ha significado mucho para mí, yo misma te he hablado de ello, pero han pasado diez años. ¡Por el amor de Dios! Me he mandado una cagada, ¿vale? ¡Vale! ¡Lo siento! Sí… lo confieso, no he sabido como reaccionar al volver a verla, se me han revuelto las tripas por dentro, soy humana. Pero eso no significa nada. Dejamos nuestra historia de un modo muy duro, y me he puesto nerviosa al encontrármela de pronto. Pero de ahí, a que dudes de mí… -Maca cogió la cara de Bea entre sus manos, y suavizó su tono-. Te aseguro que soy la misma persona que esta mañana, la misma que conoces desde hace años, la misma que te ha hecho el amor no hace ni 24 horas y que se muere por demostrarte cuánto te quiere -Maca la besó con dulzura en los labios-, te desea… la misma persona.
-       ¿En serio? –preguntó Bea con una sonrisa y un brillo atrevido en los ojos-.
-       En serio –le aseguró Maca dejando acariciarse la nuca y la espalda por ella-.
-       ¿Quieres demostrármelo? –jugó Bea-.
-       Por supuesto –le contestó-.

Bea la besó con intensidad, y Maca volvió a sentir que la calma volvía a sus vidas.

-       Entonces, quedemos con ellas –le dijo Bea liberándola del beso-.
-       ¿Con quién? –preguntó Maca aturdida tras las mieles-.
-       Con Esther y Kate –le espetó Bea-.

Maca se separó y la miró.

-       ¿Lo dices en serio? ¿quieres qué volvamos a verlas? –le preguntó Maca desconcertada-.
-       ¿Algún problema? –Bea le sonrió. Sabía que su propuesta la había vuelto a poner nerviosa, sin embargo Maca aceptó-.
-       No, claro que no. Si es lo que quieres, es lo que haremos. No hay problema –contestó Maca resolutiva-.
-       Muy bien, eso es lo que quería oír –se sintió satisfecha Bea, y luego cogió a Maca de la camiseta y tiró de ella hacia la cama-.

Maca la siguió hasta el dormitorio. Poco a poco se dejó envolver por la sensualidad y seguridad que Bea siempre le reportaba.

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Casa de Esther. 10h.

Esther abrió los ojos a la mañana siguiente y se dio cuenta de que estaba sola en la cama. Se incorporó notando el esperado dolor de cabeza, y se frotó la frente buscando alivio.

-       Maldito champán… y malditas lloreras. En serio, tengo que dejar de hacer estas mierdas –masculló para si misma, mientras se quitaba a trompicones la ropa para dirigirse a la ducha-.

En cuanto notó el agua caliente sobre su cuerpo sintió alivio. Se pegó una buena ducha, y al salir se preparó una pastilla efervescente para la resaca, mientras se cepillaba los dientes. Al abandonar el baño, volvía a sentirse humana, encendió la luz de su vestidor, y sólo cogió una de sus camisetas anchas y unas bragas.

-       ¡Por Dios, que Kate haya hecho café! –suplicó mientras se vestía-.

Nada más cruzar el umbral de la puerta el olfato le indicó que sus deseos se habían cumplido.

-       Mmm… la bella durmiente ha despertado –le dijo Kate al verla entrar en la cocina. Repasó con los ojos de arriba a bajo el atuendo de Esther, y sonrió con malicia antes de tomar un nuevo sorbo de su taza-.

Esther alzó una ceja ante aquella mirada inquieta, pero avergonzada como se sentía de haber pretendido utilizar a Kate la noche anterior, no quiso meter más la pata haciendo algún comentario inapropiado.

-       Me ha costado con este dolor de cabeza –contestó Esther mientras se servía una taza de café-.

Kate observó como Esther se derretía literalmente al sentir el calor humeante de la taza entre sus manos. Esperó pacientemente hasta verla en aquel ritual en el que primero olía el café, entrecerraba los ojos y después pegaba el primer sorbo con cuidado. Sonrió cuando todos los pasos se dieron por cumplidos. Luego continuó leyendo el periódico y bebiendo de su taza en la armonía del silencio que ambas compartían.

-       Veo que has encontrado el último suéter que compré para ti –apuntó Esther pasados unos diez minutos-. ¿Te gusta?
-       Es caliente, y suave… me encanta, pero te he dicho mil veces que no tienes por qué hacerlo –le contestó Kate dejando el periódico y echándose hacia atrás en la silla-.
-       Adoro hacerlo –le replicó ella-.
-       Lo sé. Creo que ya hemos hablado antes de tu afición fetiche –le dijo Kate. Esther simplemente se encogió de hombros y tomó otro sorbo de su segunda taza de café-. ¿No comenzó con Maca?

Esther la miró directamente, y al encontrarse con sus risueños ojos, supo que Kate buscaba algo.

-       Sabes que sí… -Esther dejó la taza en la encimera y se cruzó de brazos-. No te andes con rodeos, esta mención de Maca no ha sido muy sutil, dispara... ¿qué quieres decirme?
-       Jajajaja…

Kate soltó una gran carcajada, y luego apoyó su cara inocentemente sobre sus manos cruzadas en la mesa. Esther pensó en ese momento, que era una de las mujeres más atractivas que había conocido en su vida, y maldijo internamente haber acertado con el color de aquel suéter.

-       Quiero que concertemos una cita –le anunció Kate-.
-       ¿Una cita? –preguntó Esther a la defensiva. La conocía demasiado-.
-       Con Maca y Bea –prosiguió ella-.

Si Esther hubiera tenido la taza en las manos se hubiera estallado contra el suelo tras aquella propuesta.

-       ¡¿Qué quieres qué?! –Esther abrió tanto los ojos que Kate tuvo que sonreír-. ¡Ni hablar! ¡Oh no! Puedo ser muchas cosas, pero el masoquismo lo dejé de lado hace mucho tiempo. Con la reacción loca de anoche tuve más que suficiente… Maca ha rehecho su vida, y yo la mía. ¿Me alegré de verla?, ¡sí!  Pero también soy consciente de que me desestabiliza. Así que no, gracias. No tengo ningún interés en volver a verlas.

Se manifestó Esther y cogiendo su taza de café la vació en el fregadero porque el estómago se le había revuelto. Kate se levantó de la silla y llevó su taza a donde estaba Esther. En cuanto notó el pecho de Kate en la espalda, Esther cerró los ojos, se daba cuenta de lo desbordada que estaba a causa de Maca y no le gustaba nada.

-       Siempre has estado muy sexy cuando te enfadas –susurró Kate con su voz profunda, y Esther abrió los ojos, a punto de enfrentarse a ella porque no quería que la convenciera ni por un instante-.
-       No me vengas con…

La reacción de Esther se quedó en el camino, cuando los labios de Kate la estuvieron esperando al darse la vuelta, envolviéndola en un beso inesperado y húmedo que aturdió por completo la cabeza de Esther.

-       Vamos a quedar con ellas –musitó Kate mientras la subía con facilidad a la encimera y acariciaba ascendentemente sus piernas desnudas-.
-       ¿Por qué? –quiso saber Esther aunque le era difícil concentrarse en algo que no fuera la mirada encendida de Kate y sus caricias. Hacía tiempo que no estaban en aquella tesitura, y estaba sorprendida por sus reacciones-.

Kate atrapó su trasero con ambas manos, y atrajo la cadera de Esther hasta la suya con un solo gesto.

-       Porque ya no tienes veinte años –le contestó-.
-       Si estás haciendo esto sólo para que te diga que sí… -la respiración de Esther estaba agitada, siempre le había gustado el sexo por las mañanas, pero aún así se resistió a ella-.
-       Jajajajajajajaja –Kate tuvo que reírse ante aquello porque bien podía ser una de sus tácticas, aunque no era el caso. Deslizó una mano por debajo de la ancha camiseta de Esther y tomó uno de sus pechos-. ¿Te lo parece? –le preguntó acercándose más a ella-.

Esther notó el cálido aliento de Kate a escasos centímetros de su boca, tentándola, y la cabeza empezó a darle vueltas.

-       ¡Me estoy calentando! –le advirtió Esther- ¡Mucho!
-       Lo sé –dijo Kate divertida-.
-       No lo comprendo… anoche creí entender que…
-       Anoche pensabas en Maca –la atajó Kate y luego la besó de nuevo hasta que no hubo dudas de lo que buscaba-.

Las respiraciones se aceleraron, y el pulso de Esther se agitó con fuerza. Kate no solía tomar la iniciativa, pero cuando lo hacía era difícil no perder la razón por ella.

-       Dime, ¿está ella ahora en tu cabeza? –preguntó Kate con la voz tomada-.
-       ¿Quién? –Esther era incapaz de pensar ya en nada-.
-       Maca –aclaró Kate recobrando el aliento-.
-       No –contestó con sinceridad Esther. Ahora mismo sólo pensaba en Kate y su mirada-.

Los ojos de Kate por fin la aceptaron, y se tiñeron de esas sombras de azul intenso que a Esther tanto la habían cautivado años atrás.

-       Bien, porque puede que no volvamos a hacerlo, y aún tengo cosas que entregarte.

Esther quiso preguntarle qué había querido decir con aquello, pero no tuvo tiempo. Kate volvió a besarla, y en menos de cinco minutos, Esther ya enrollaba con ansias las piernas alrededor de su cintura para que no se le escapara. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que habían sucumbido juntas, y las dos se entregaron en cuerpo y alma, como si no existiera mañana.

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