Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
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- ¡No! –
dijo Maca en un susurro entrecortado y horrorizado-.
Esther se
detuvo, no se esperaba que Maca gimiera y se arrepintió inmediatamente de
presentarse allí para torturarla. “¡Qué diablos me pasa! ¿Desde cuándo
antepongo mis deseos a lo que quiere la cliente?... Dios…”… pensaba Esther
avergonzada.
- Perdona,
perdóname Maca… -se disculpó Esther liberándola-.
Maca encogió las piernas sobre el sofá y las
protegió contra su pecho.
“No, por
favor… no me des esa imagen… no me tortures más”… Esther quería salir corriendo,
Maca aparecía como en aquel horrible sueño en el que ella se moría por abrazar
a aquella dulce niña y no podía.
- Ha sido
un error mío, perdona… no volveré a tocarte –le aseguró Esther-. ¿Estás… estás
bien?
Maca no
contestaba y aquello era una tortura para Esther porque no sabía que le estaba
pasando por la cabeza. De pronto Maca habló.
-
Perdóname tú a mí… -empezó a decirle Maca sin atreverse a mirarla-… deseo tanto
que me toques que no puedo soportar que lo hagas, sé que estoy loca, pero es lo
que siento, perdóname.
Los ojos
de Maca se clavaron en una Esther paralizada por aquellas palabras. Maca
también quería disfrutar de aquello, sólo que le ¿dolía? ¿le asustaba?...
Esther no sabía que pensar, no sabía que decir.
- Si no te
importa, voy a cambiarme…
Y diciendo
aquello Maca trató de ponerse en pie pero aún tenía adormecido el tobillo, lo
apoyó y le dolió hasta tambalearse. Esther vio la escena a cámara lenta, de un
salto se puso de pie y la cogió para que no se cayera al suelo apresándola
contra su cuerpo. Maca pegó un pequeño grito contenido, y a Esther se le paró
la circulación. La toalla había caído entre ellas y entre sus brazos se
encontraba una Maca desnuda y medio mojada. El sonido de sus corazones era tan
estremecedor que les dolían los oídos.
Esther no
podía moverse, no quería moverse. La tibieza del cuerpo desnudo de Maca era un
regalo que no podía permitirse soltar. A pesar de haberse bañado con ella, era
la primera vez que la veía completamente desnuda, porque con el sofoco de la
fiebre, no había querido quitarle la ropa interior aquella noche… pero aquello
era distinto, era real e intenso, y Esther hubiera hecho locuras con aquella
mujer si ella hubiera querido.
Maca por
su parte notaba que todo su cuerpo se tensaba, el roce del suéter de Esther
sobre sus pechos desnudos iban a hacer que se desmayara de un momento a otro, y
rogaba en silencio porque aquella mujer no moviera ni un ápice su cuerpo y la
soltara, pues un movimiento como el que sintió la primera vez que la apresó
contra el armario la haría jadear y no quería.
Las
respiraciones se entrecortaban, ninguna quiso mirar a la otra, pero se
escuchaban.
- ¡Esther!
–a Maca apenas le salía un hilo de voz cerca del oído de aquella mujer que la
contenía-.
- ¿Sí? –le
contestó Esther sin atreverse a moverse, pues ya empezaba a conocerla-.
- ¿Te
importaría soltarme? –le pidió Maca-.
Si aquello
se lo hubiera pedido otra persona quizá la hubiera ofendido, quizá el tono le
hubiera molestado, pero la pregunta de Maca había sido en realidad una súplica
ahogada y Esther empezó a temer por lo que se encontraría al mirar aquellos
ojos. Con cuidado se desprendió de ella sintiendo que las manos que habían
tocado por un instante aquella piel seguían quemando. Separó su pecho del de
Maca y a un par de pasos de aquella diosa desnuda pudo mirar unos ojos
indescifrables entre la pasión y el odio. Como Maca no se movió ni habló,
Esther se agachó a recoger la toalla sin poder evitar deleitarse en aquella
figura que recorrió de arriba abajo, y abajo arriba. Extendió la toalla y
cubrió a Maca con ella.
- Maca,
¿estás bien? –Esther estaba preocupada… Maca parecía concentrada en algo que no
se hallaba en aquella habitación-.
Vio a Maca
cerrar los ojos mientras levantaba la mano y el dedo índice, como si le estuviera
indicando que le diera un minuto.
“Diooossssss…
¿¿¿pero que pasaaaaaaaa??? ¡Esta impotencia acabará conmigo!” quería gritar
Esther, pero esperó. Por fin el peso de su estómago desapareció, la sonrisa de
Maca volvió a aparecer en aquel bello rostro.
- Ayúdame
a llegar al dormitorio, necesito vestirme –le pidió Maca con ternura-.
Y aunque
Esther no sabía que es lo que estaba pasando, le tendió su brazo de bastón,
incapaz de atreverse a tocar una vez más a Maca. Cojeando un poco llegaron al
dormitorio, Maca le indicó donde se encontraban los pijamas, y Esther eligió
para ella el que más le gustaba, se lo tendió y salió de la habitación para
darle privacidad.
“Joderrr…
siempre voy a cagarla con ella, ¿o qué?... O me tranquilizo o acabaré matándola.
Diosss… Laura tenía razón, esta mujer no es terrestre, es una Diosa… una Diosa
que está loca y me está enloqueciendo a mí”… pensaba Esther. Al cabo de unos
minutos Maca la llamó y entró de nuevo en la habitación. Maca estaba vestida,
pero seguía siendo tan sexy como desnuda.
40
El
conjunto de pantalón de rayas azul marino de cintura baja y camiseta azul cielo
de tirantes de Maca no le pareció tan preocupante hasta que lo vio enfundado en
ella. Sus pechos respiraban turgentes y firmes, y aquel escote lo dejaba
patente. Esther tragó saliva, aquella iba a ser otra gran noche de insomnio.
- ¿Cómo
estás? ¿Sigue doliendo? –Esther decidió que lo mejor era centrarse en el
tobillo de Maca y evitó mirar más arriba mientras se acercaba a la cama-.
Maca se
frotó la torcedura.
- ¡No, ya
no duele casi! –“¿cómo coño me va a doler, si casi me muero pegada a ti?”..
pensaba Maca, pero como no podía decirlo esbozó una gran sonrisa-. ¿Y tú, cómo
estás?
- ¿Eh?
–Esther abrió los ojos, “¿es que acaso lee mis pensamientos??”-
- Sé que
te asusté, ¿me has perdonado ya? –le aclaró Maca mirándola con una cara tierna
y seductora-.
“Diosss…
¡quieres pararrrrrr!”… Esther necesitaba algo con lo que distraerse.
- No tengo
nada que perdonarte, además me encanta torturar a las mujeres, ¿no te habías
dado cuenta ya? –le contestó Esther con una gran sonrisa y un guiño-.
-
jajajaja… sí, me di cuenta, pero pensé que me tendrías algo de piedad –bromeó
Maca aliviada porque Esther volviera a estar normal junto a ella-.
- ¡Piedad,
contigo… nunca! ¡Estás demasiado buena! –le respondió Esther riendo, pero en el
fondo sus palabras eran más que ciertas-.
- jajaj…
¡Vaya gracias! ¡Bueno saberlo! –le contestó Maca, y se encogió para frotarse
nuevamente el tobillo-.
Esther la
observó, daría cualquier cosa por tocarla de nuevo, pero ¿qué podía hacer?
- ¿Esther?
–la llamó Maca-.
- ¿Sí? –le
contestó levantando su vista desde el tobillo de aquella mujer a su cara-.
- ¡Me
gustó! –le dijo y no le miró a la cara-.
“¿El
quéeee?”… Esther no podía estar oyendo aquello.
- ¿Te
gustó? ¿el qué exactamente? –quiso cerciorarse Esther antes de permitirle a su
corazón el volver a bombear con urgencia-.
- Me gustó
tu caricia, me gusta que estés cerca de mí… -le dijo Maca mirándola esta vez a
los ojos, porque no quería que aquella mujer pensaba que se avergonzaba de
aquello-.
“Nino…ninoniiii….
¡atención todas las unidades! ¡paro cardiaco en breve!... ¡a que aún pillo esta
noche!”… Esther se hubiera caído de culo, sino fuera porque aquella cama era
gigante, y ella no tenía el culo tan gordo. Se sentó con éxito a los pies de la
cama y observó a Maca.
- ¿Qué
tratas de decirme Maca? –le preguntó Esther, aunque su alegría destilaba por
cada poro-
- No lo sé
exactamente, pero supongo que me gustaría repetirlo si tú… bueno, si tú te
atreves –le dijo Maca-.
“¿Qué si
me atrevoooo?? ¿¿Qué si me atrevoooo??? ¡Quien coño dijo miedo… aquí nos
morimos las dos, pero de gusto, o no me llamo Esther García! ¡qué hostiasss!”…
el deseo de Esther se extendió por toda su piel, aquello no era a lo que estaba
acostumbrada, pero que importaba, lo único que tenía sentido era la firme
realidad de aquel cosquilleo urgente que trepaba por sus piernas ante la visión
de aquella apetecible mujer.
Esther se
acercó más a ella, y Maca instintivamente tiritó. Entonces se dio cuenta
realmente a lo que se estaba refiriendo Maca, por un momento la calentura de su
cuerpo había obviado que aquella mujer literalmente sí se moría ante el
contacto físico, y que no podía arrollarla sin más.
- Perdona
–se disculpó Maca por haberse retraído-… es que, es que no puedo evitarlo, me
quedare quieta.
- ¿Tienes
miedo? –le preguntó Esther, tendría que encontrar la forma de tranquilizarla-.
- Un poco,
pero no por ti, sino por mí… no sé como reaccionaré, hace mucho que no dejo que
me toquen –le dijo Maca y trató de sonreír-.
Esther
quería tocarla, lo deseaba más que cualquier otra cosa, pero no estaba muy
segura de que aquella mujer pudiera soportarlo. Sabía que lamentaría lo que
estaba a punto de hacer, pero viendo aquella mirada temerosa que se le estaba
clavando en el alma, decidió que era lo mejor.
- ¡Maca,
creo que aún no estás preparada! Tenemos todo un mes por delante, y creo que
deberías conocerme mejor antes… es importante que vayamos paso a paso, no sabemos
todavía como reaccionarás y hoy ya ha sido algo intensa la noche. Quizá el
ansia que ambas tenemos por estar juntas, y en eso me incluyo, esté haciendo
que precipitemos algo que debería ser más natural para ti si queremos que
funcione –Esther hablaba preocupándose por lo que era mejor para Maca, aunque
ella estuviera a punto de desfallecer por perder la oportunidad de acariciar
aquella piel que la enloquecía-. Tenemos que ir probando poco a poco, pero de
momento me bastará con que te acostumbres a mi presencia y me dejes acercarme
en momentos de normalidad hasta ti.
Maca la
escuchó con atención, deseaba tanto no perderla que estaba dispuesta a dejarle
hacer cualquier cosa aunque aquello supusiera perder completamente su control.
El sentir sobre su piel desnuda el contacto de Esther momentos antes, la había
enloquecido, y por un momento sus fuerzas habían flaqueado por completo.
Mientras se ponía aquel pijama decidió que se arriesgaría, que olvidaría sus
miedos, pero instintivamente su cuerpo había reaccionando cuando Esther se
había acercado a ella. Quizá el daño había sido demasiado grande, quizá ella
misma había luchado durante mucho tiempo… quizá ya no se trataba de lo que ella
quisiera, sino de un subconsciente que también tenía mucho que decir. Esther
tenía razón… ¡aun no estaba preparada!
-
¡Momentos de normalidad! –Maca repitió aquellas últimas palabras como una
lejanía sin esperarse que Esther se acercaría hasta ella y la tomaría de la
cara-.
Maca se
quedó tiritando entre aquellas manos, Esther no dejó de sostenerla y de mirarla
a los ojos. Esbozó una sonrisa plena y espero a que Maca pudiera concentrarse
en lo que estaba pasando, luego la besó en la mejilla con mucha dulzura pero
sin ninguna prisa, descansando largamente en aquel contacto y aquella piel
cálida que aún se estremecía entre sus manos.
Esther
retiró muy despacio sus manos sin dejar de mirarla, Maca tardó bastante en
reponerse, pero lo hizo sin morirse en el intento.
- ¡A esto
me refiero! Hasta que un simple beso en la mejilla no deje de suponer para ti
una tortura atroz, no podemos pensar en dedicarnos otro tipo de caricias y
menos estando sobria…-le dijo Esther con una sonrisa-. ¿U olvidas, qué eres mi
vampiresa alcoholizada?
La sonrisa
abierta de Esther y aquella burla hacia ella, la hicieron sonreír sin esfuerzo.
“¿Cómo puede conocerme mejor que yo misma?... ese beso… ese beso me ha dejado
sin aliento… ¡Me muero porque cada paso sea tan dulce como este!”… pensaba Maca
para sí, mucho más tranquila sabiendo que estaba en aquellas manos tan profesionales.
- ¿Pensé
que era “la buenorra de la moto”?... –le dijo Maca con un ceja elevada
suspicazmente-
- ¡Ya
no!... ¡No desde que vi como te defendías en mi cuello! –Esther sonrió
ampliamente-.
- Ohhh
cállate… me da vergüenza –le dijo Maca dándole con un cojín que había en la
cama-.
-
jajjajaja…. ¡No empiecesss con los cojines, que luego mira como terminamos! –le
provocó Esther y Maca se echó a reír-.
- jajjaja…
Como si no lo estuvieras deseando… jajajaj –le dijo Maca y le espetó otro
cojinazo-.
Esther cogió
otro y volvió a pelearse con ella.
-
jajjajja… Bueno, si me vas a hacer lo mismo, me dejo encantada… jajajj… -le
espetó Esther y Maca se paró en seco muerta de la vergüenza-.
- ¡Ohhhh…
pero que zorra eres! –le dijo Maca con malicia y frunciendo el ceño-.
-
jajajjajajjaja…. Contigo gatita, todo lo que quieras… jajajja –le espetó Esther
haciendo un juego con las cejas-.
Y las dos se
echaron a reír como locas, porque aquella familiaridad ya era otra cosa muy
diferente. Volvían a conectar sin esfuerzo alejando aquel deseo feroz que a las
dos atemorizaba por distintas razones.
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