Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado, maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer, se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.
Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.
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Maca pasó
el resto del día recolocando los objetos personales que había traído consigo.
Como era fin de semana, no tenía que realizar ninguna llamada laboral, así que
aparcó el trabajo en el pequeño despacho que Ana tenía habilitado y dejó
enchufado su portátil para trabajar en otro momento. Al finalizar de desembalar
la última caja, se duchó y se cambio para su cita. Esther le había llamado
cerca de las 16h para avisarla de que pasaría a buscarla a su casa, y Maca se
sorprendió a si misma frente al armario deseando elegir un atuendo adecuado
para gustarle. Eran las seis y diez, cuando el pequeño móvil empezó a sonar,
Maca se lanzó a por él, pero se controló para no descolgarlo en el segundo
tono.
- ¿Sí?
–dijo Maca tras descolgar el teléfono-.
- ¡Hola
preciosa! ¿Estás preparada o necesito aparcar el coche? –le preguntó una Esther
relajada al otro lado de la línea-.
- No, no…
ya estoy lista –dijo Maca-.
-
¡Estupendo! Entonces ve bajando, yo estoy llegando… besitos…
Y diciendo
aquello se cortó la comunicación. “Besitos… BESAZOS te daba yo…” pensó Maca
mientras se terminaba de mirar en el espejo del recibidor, y se colocaba la
cazadora. Luego salió de la casa y del edificio. El BMW de Esther no tardó en
aparecer, apenas hacía unas cuantas horas que se habían visto, sin embargo la
alegría que sentía de volver a estar con ella era tan patente que daba miedo.
- Mmmm…
pero que bombón, por Dios… -le dijo Esther mientras paraba el coche justo
delante de una Maca enfundada en unos pantalones oscuros, una camiseta celeste
y una cazadora negra que iba a juego con el pantalón-
Maca
sonrió por el exagerado comentario.
- No sabía
que ponerme para una cita por la tarde -le contestó Maca que había elegido algo
informal pero con un diseño elegante-.
- Anda
sube, estás guapísima -le invitó Esther a entrar y Maca la obedeció alegre-.
¿No se te olvida algo?
Le
preguntó Esther una vez Maca entró en el auto y se puso el cinturón. Maca elevó
las cejas en forma de contestación.
- Mi beso…
-le dijo Esther con una ceja elevada y señalándose la mejilla con el dedo
índice-.
Maca sonrió
y se acercó hasta Esther para darle un beso.
- Ahora
sí, nos vamos -le dijo Esther riendo con Maca y arrancó el vehículo-.
- ¿A dónde
me llevas? –le preguntó Maca finalmente-.
- He
pensado que podíamos ir a tomar algo y luego a dar un paseo, así podremos
hablar. ¿Te apetece? –le preguntó Esther mirándola de reojo mientras conducía-.
- Por mí
estupendo –le contestó Maca algo más aliviada ahora que sabía que estarían
rodeadas de gente-.
La inquietud
que había dejado Maca en ella al despedirse ambas aquella mañana, había hecho
que Esther se refugiara varias horas en el gimnasio para aclarar su mente
respecto a la situación que se le venía encima con aquella mujer. Tras liberar
la adrenalina acumulada, relajarse en un buen baño y comer un poco en su casa
tranquilamente, se había convencido a sí misma de que aunque Maca le gustara,
no había nada que temer. Muchas de sus clientas le gustaban, y aunque lo que
sentía por Maca era distinto, estaba segura de que quedaría en nada una vez se
normalizara el tema físico entre ellas. Con aquel pensamiento, planificó la
velada con aquella Diosa de carne y hueso, un poco de charla y un buen paseo
antes de volver con ella al apartamento, le brindarían la oportunidad de
aproximarse más a aquella extraña mujer.
Esther no
era de frecuentar locales muy típicos, siempre tenía zonas tranquilas y de
confianza que le dejaban moverse con verdadera libertad. Maca aceptó aliviada
ser dirigida, y tras pasar la tarde tomando unas cervecitas en un local
tranquilo hablando de trabajo, familia, amigos, etc, Esther le propuso dar un
paseo.
- ¿Quieres
que hablemos un poco ahora de lo que te pasa? –le sugirió Esther andando a su
lado, pues Maca parecía mucho más relajada después de haber conversado con ella
de otras cosas-.
- Sabes
que no soy muy buena para sacar el tema, así que tendrás que preguntarme lo que
quieras saber –le contestó Maca, pues aquella era su forma de decirle que sí-.
- ¿Qué es
lo que esperas de mí, Maca? –Esther se puso delante de ella para que se miraran
a la cara-.
- Aún no
lo sé, supongo que espero que me ayudes a superar esto –le dijo Maca
encogiéndose de hombros-.
- Eso es
bastante difícil si no sé lo que tratas de superar –dijo Esther esbozando una
sonrisa tranquilizadora-. Sé que tienes problemas con el contacto físico, pero
realmente no sé dónde está la raíz, aunque tengo mis hipótesis, claro.`
Maca se
detuvo y alzó las cejas inquisitivamente.
- ¿Y qué
hipótesis son esas? –quiso saber-.
Esther se
paró también, miró a Maca evaluando si debía exponer o no sus opiniones tan
pronto.
- Bueno
hay varias… la primera es que esa mujer
de la que me hablaste, Azucena, te debió hacer algo muy gordo que te hace estar
a la defensiva. Para saber eso no hay que ser ninguna lumbreras. Al principio,
pensé que sólo era eso, luego me he dado cuenta que hay más… mi otra hipótesis
es que eres tú misma la que te estás castigando por algo –Esther esperó ver
alguna reacción en su rostro, pero Maca se había vuelto inexpresiva de
repente-. ¡No sé, son sólo hipótesis! ¡Quizá voy mal encaminada!
“¿Cómo..
cómooo…. puede verme?” pensaba Maca incapaz de reaccionar, aquella mujer la
sorprendía tanto. De dónde había sacado ese poder intuitivo, esa capacidad de
ver a través de alguien que ponía tantas barreras para que no se acercaran a
ella.
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Maca se
quedó callada durante unos instantes, Esther que era paciente no quiso decir
nada más por si aquella mujer se decidía a arrancarse y hablar con ella. Tras
un silencio considerable, habló.
- Mi
relación con Azucena digamos que no fue lo que yo esperaba –dijo Maca y luego
miró a Esther que aguardó en silencio prestándole atención, así que continuó
mientras andaban-. Su familia y la mía se conocen desde siempre, de pequeñas
jugábamos juntas, pero al venirse sus padres a vivir aquí todo cambió bastante.
Yo hice mi vida, y ella hizo la suya, pero hará unos cuatro años tuve que venir
a Madrid a realizar un máster. Sus padres no viven aquí ya, pero ella sí, así
que lo típico, nuestras familias hablaron de que si yo iba a estar por aquí,
que si Azucena vivía aquí sola… por “H” o por “B” acabé en su piso. No pasó
mucho tiempo hasta que descubrimos que las dos éramos lesbianas, ella me puso
al día del movimiento madrileño y salíamos constantemente… hasta que un día,
sin más, nos enrollamos. Yo hasta que la conocí había tenido un par de
relaciones serias, y unos cuantos rollos de noche, pero nada parecido al mundo
que me brindaba ella. Al principio todo fue bien entre nosotras, era formal,
natural y agradable, pero luego todo se fue haciendo más y más intenso, a
Azucena le gustaba jugar a juegos peligrosos y en el tema sexual no tenía
límites, yo la quería así que… me dejaba llevar. Tardé un par de años en darme
cuenta de que aquello no era bueno para mí, pero ya fue demasiado tarde, ella
me conocía mejor que nadie así que ejerció un control sobre mí del que no me
siento orgullosa… intenté dejarla, pero fue a peor, hasta que un día tocó el
límite…
Maca de
pronto se detuvo, Esther la observó calladamente, sabía que en la mente de
aquella mujer los temores y demonios de su pasado convivían, luchaban por salir
o quedarse reprimidos dentro. Maca no decía nada, Esther tenía demasiada
experiencia para no poder imaginarse que tipo de mujer era Azucena, sobre qué
tipo de juegos sexuales o control podría ejercer sobre una mujer como Maca.
Esther dio
un paso, y sin mediar palabra enlazó sus dedos a los de Maca, la bella mujer
tiritó sobresaltada pues por un momento se había olvidado de dónde estaba. Miró
hacia aquellas manos enlazadas y la apretó, luego miró a Esther que la miraba
de un modo muy distinto al que solía hacerlo, sin pretenderlo se relajó.
- ¿Quieres
seguir? ¿contarme lo que pasó? –le preguntó Esther sin ningún tipo de presión
en su voz -.
Maca se
encogió de hombros para quitarle importancia, luego resumió la situación.
- Acabamos
en la cama, como siempre… yo atada, ella sacó fotos como diversión primero,
luego para chantajearme… y la humillación que sentí a pesar de que no llegó a
mostrarlas nunca, no se puede comparar con nada que pueda dolerme más en la vida.
Lo peor de todo fue, que no tuve la suficiente fuerza de voluntad para
impedírselo, yo la deseaba –a aquellas alturas de la conversación la voz de
Maca era sólo un hilo fino y atragantado-.
Esther vio
como una lágrima callada resbalaba por aquella mejilla, Maca no lloraba, seguía
firme aunque temblaba, pero aquella lágrima se escapó de un saco de dolor que
aún contenía demasiada angustia.
“No, por
favor…”, pensó Esther con el alma encogida. Todo el mundo tenía derecho a
derrumbarse pero Maca no se lo permitía. Seguía erguida, firme… dejando unas
barreras alzadas que no dejarían pasar a nada ni a nadie. Lo peor es que
aquellas barreras no sólo eran para la gente de fuera, también eran para
contenerla a ella y no salir a la superficie. Esther no lo pensó, cogió la cara
de Maca entre sus manos y se bebió aquella lágrima. Maca primero tiritó, luego
cerró los ojos por el dulce contacto, incapaz de abrirlos por miedo a
desbordarse. Esther no entendía porque Maca despertaba en ella aquella dulzura,
pero la abrazó y sintió como poco a poco aquella bella mujer se acostumbraba a
su piel como si la engullera, pronto notó los brazos de Maca también
abrazándola, pero esta vez su respiración no estaba entrecortada.
Tras unos
minutos se separaron.
-
¡Gracias! –le dijo Maca mirándole a los ojos, en su rostro apareció una tímida
sonrisa-.
- ¡No
tienes por qué darlas! –le dijo Esther regalándole una gran sonrisa-. Me alegro
de que me lo hayas contado… por hoy creo que ya hemos tenido bastantes
confesiones, ¿no te parece?
- Sí –le
contestó Maca y sin que Esther se lo esperara le cogió la mano y volvió a
enlazar los dedos con los de ella-.
Esther fue
ahora la que se sobresaltó, Maca parecía más tranquila que nunca.
- ¡Me
gustan tus manos! –le dijo Maca y una bella sonrisa se dibujó en su cara y en
sus ojos-.
“Diosssss….
Es guapísimaaaaaa”… pensó Esther para sí, mientras notaba como volvía a
aparecer aquel cosquilleo molesto en su estómago.
- Bueno,
entonces estamos en paz -contestó Esther dedicándole una mirada pícara-… porque
a mi tus manos me pusieron como loca.
“Diosssssss
no me lo recuerdesssssssssss….. lo que daría por repetir”.. pensaba Maca
sintiendo que todo el mal trago del recuerdo, se transformada en una oleada
plácida de calor por su cuerpo.
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