lunes, 14 de abril de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 12-




PRÓLOGO:

Han pasado diez años. La prometedora estudiante de pediatría, Macarena Wilson, se ha transformado en una doctora de referencia en enfermedades infantiles del tercer mundo. Sus trabajos de investigación y su protocolo de actuación en desnutrición y enfermedades gastrointestinales pediátricas, son implantadas en hospitales de Europa. Su vida gira completamente entorno a su trabajo, y atrás quedó aquella joven camarera de bar de ambiente de noche, y modelo sin tapujos de día, que le dieron la oportunidad de labrarse un futuro.

Esther García por su lado, también salió de España tras la ruptura sin palabras con Maca. Terminó su carrera y entró en una espiral de autodescubrimiento, que la llevó a afincarse finalmente en Los Ángeles,  llegando a tener el reconocimiento de la comunidad de bellas artes más fuera que dentro de su país. Actualmente sus obras alcanzan cifras escandalosas en las galerías de Nueva York, L.A y San Francisco.


12.

Domingo por la tarde.

-       Entonces, ¿no te apetece venirte con nosotros? –le preguntó de nuevo Bea a la salida del restaurante-.
-       No, estoy cansada –le contestó Maca-, pero vete tranquila. Yo aprovecharé para dar un paseo antes de meterme en casa. Me llamas con lo que sea cuando terminéis y ya hacemos planes.

Bea no era del tipo de persona acaparadora, y entendía que Maca buscara algo de tiempo a solas. Se habían pasado el fin de semana desarrollando los pros y contras de aceptar el puesto en Madrid, y la pelota seguía en el tejado de Maca a la espera del empujón final. Necesitaba pensar.

-       Como quieras –le dijo Bea, y luego la besó-. Luego te llamo, ¿de acuerdo?
-       Vale. Pasarlo bien –le indicó ella, y tras despedirse del grupo se fue dando un paseo por la avenida-.

Cuando se vino a dar cuenta, sus pasos la llevaron frente a las puertas de urgencias. Maca sonrió por lo mecanizado del recorrido, y sin resistencia cruzó la entrada de aquel hospital que tanto le había entregado en el pasado. Saludó a un par de conocidos, y luego a un compañero de pediatría que estaba haciendo la guardia.

-       Wilson, hay cosas que nunca cambian. ¿Qué haces aquí en domingo? ¿es que vas a darme una alegría y vienes a sustituirme? –le dijo dándole dos besos-.
-       Roberto, ¿cómo estás? –le saludó ella-. ¡Qué más quisieras! Estaba dando una vuelta y me ha dado por entrar.
-       ¿Nostalgia? –le preguntó él. Se conocían desde que estudiaban juntos, aunque él tenía un par de años más que ella-.
-       Estoy sorprendida, pero sí, lo echaba de menos –le confesó-.

Su compañero le sonrió y le apretó un hombro con entendimiento. Habían cosas, experiencias, que no hacía falta explicarlas y ambos lo sabían.

-       Me alegro de verte, disfruta de la visita –le dijo él guiñándole un ojo, y dejándola en su recorrido-.
-       Gracias, lo mismo digo.

Maca lo vio alejarse, y ella se encaminó hacia el ascensor por el pasillo. En cuanto marcó el botón de la tercera planta y las puertas se cerraron, se recostó sobre la barandilla y cerró los ojos disfrutando de aquella quietud efímera. El timbre de llegada, marcó el pistoletazo de salida, y Maca salió al pasillo que mil veces antes había recorriendo, no sabiendo muy bien lo que buscaba. La planta de pediatría tenía un olor muy característico y distinto al del resto del hospital, y Maca se sorprendió de que atizara su recuerdo de un modo tan vivo.

-       ¿Maca? –una voz conocida la llamó y Maca se giró antes de contestar-.
-       ¿Encarna? –Maca también se sorprendió de verla allí-
-       ¿Qué haces tú aquí? –le preguntó Encarna dándole un par de besos mientras la abrazaba-.
-       Lo mismo podría yo preguntarte –le contestó Maca viendo que Encarna tampoco iba vestida de trabajo-.
-       Jajaja… se ve que ninguna de las dos sabemos relajarnos en domingo, ¿verdad?
-       Eso parece –sonrió también Maca tras su apreciación-.
-       El viernes tuvimos algunos problemas con el abastecimiento de farmacia, así que he preferido pasarme para no encontrarme sorpresas desagradables mañana cuando entre –le comentó Encarna-. ¿Y tú?

Maca se encogió de hombros, ella no tenía excusas.

-       No lo sé, salí a dar una vuelta y aquí me tienes –reconoció-.

Encarna se le quedó mirando, Maca parecía un poco triste y un tanto perdida.

-       ¿Es por lo del cargo? ¿ya has decidido algo? –se atrevió a aventurar Encarna-.
-       Aún no, pero me temo que a pesar de haber muchos “pros”, hay un “contra” que es un peso pesado. Así que no sé qué haré –se sorprendió Maca de dejar salir aquel pensamiento-.
-       Entiendo –asintió Encarna dándose cuenta de la sorpresa en sus ojos-. Espero que decidas lo que decidas, sea porque te haga feliz. Trabajar en sí ya es duro, como para encima hacerlo a disgusto o en algo que no te llene.
-       Cierto, pero quizá tú y yo, de tanto que nos gusta, nos pasamos –apuntó Maca-.

Encarna soltó una carcajada en aquel punto, y Maca sonrió al escucharla.

-       Creo que mi hija te daría toda la razón en ello. En los últimos años ha intentado que me retire un poco de estas paredes, pero es que no puedo. No sé, quizá es que me estoy haciendo mayor, o que la casa sin ella se me antoja enorme, pero cuando entro aquí, todo se me pasa. No sé si me entiendes –le dijo Encarna-.

Maca asintió, reconociendo que la entendía.

-       Bueno, no te entretengo más. Voy a ver si zanjo lo de farmacia, porque sino Esther me sacará de aquí de los pelos. Ni te imaginas el rugido que me ha dado cuándo le he dicho de pasarnos –se despidió de ella Encarna-.
-       Ah, ¿pero ha venido contigo? –le preguntó Maca intentando controlar la aceleración que la sola idea le había provocado-.
-       Oh, sí. ¿No te lo he dicho? –le contestó Encarna ya enfilando el pasillo en dirección contraria-. La he dejado en la guardería con los niños. Pásate si quieres, se alegrará de verte.

Y diciéndole aquello, Encarna se enganchó con una de sus compañeras que estaba de turno, para terminar de revisar los pedidos. Maca la vio hablar con aquella enfermera en el mostrador, y durante unos segundos se quedó clavada en el sitio sin saber qué hacer ni a dónde dirigirse. Finalmente se dio la vuelta y encaminó sus pasos hacia la guardería. Encarna alzó la vista de los papeles y miró a Maca alejarse. Pese a que no quería que volviera a lastimar a su hija, algo en el fondo le había empujado a conducirla hacia ella. Por un momento, se preguntó si había hecho o no lo correcto.

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Caminó por el pasillo reprochándose a sí misma estar tan nerviosa. “Parezco una puta colegiala, ni que fuera a comerme… ¡Madura de una vez!”, se espetó a sí misma, y respiró hondo antes de asomarse por la puerta. Había barajado la idea de irse de allí sin saludarla, pero se le antojó absurdo huir, así que allí estaba, con el corazón en la boca ante la expectativa de saludarla. Llamó antes de entrar, pero nadie pareció escucharla. Maca intentó vislumbrar a la encargada del turno, pero en el mostrador no había nadie y pasó sin más al interior de la estancia. Al hacerlo se dio cuenta de que la actividad se concentraba alrededor de Esther, que empleando unas tizas, dibujaba en la gran pizarra a petición de varios niños sentados a su alrededor. El tiempo pareció retroceder en un solo instante, y Maca recordó con nitidez cómo habían empezado a ser amigas, en aquel mismo ambiente, once años atrás.  

-       ¿Un circo? Está bien… entonces pondremos una gran carpa, y dentro de ella… ¿qué más? –preguntó Esther con una sonrisa mientras dibujaba-.
-       Payasos…
-       Elefantes…
-       Un león….
-       jajaja… vale, vale… a ver, payasos, elefantes… uy, que trompa más larga –se rió y los niños con ella-… y un león –rugió, y todos la siguieron-.

Las risas se sucedieron y Maca se quedó allí, quieta, observándola. Hipnotizada como años atrás por aquella energía tan pura que misteriosamente desprendía y a la que ella una vez fue tan adicta. Observar a Esther, era simplemente, maravilloso.

-       ¿Pingüinos? Pero para que en el circo hubiera pingüinos tendríamos que tener hielo, y no tenemos… mmm… ya sé, ¿qué os parece si dibujamos a una trapecista? –propuso Esther y los niños gritaron “sí” a coro-. Vale… pues una trapecista –dijo ella borrando una parte de la pizarra y empezando a dibujar una bella silueta de mujer sobre una barra en el aire-.

El dibujo de Esther cambió por completo en detalles. Sin esfuerzos, trazó todo un mundo mágico ante sus pequeños e ilusionados rostros, que vieron una secuencia de imágenes representando la escenificación de un baile. Cuando Esther dio por concluido su dibujo, todos aplaudieron ilusionados, y ella rió con agrado por la atención prestada. Al levantar sus ojos del circulo de niños y padres que la habían acompañado, se topó con los de Maca que directamente la miraban. Todo se paralizó en un segundo, todo, menos aquel pulso descontrolado que siempre le provocaba.

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Los padres fueron haciéndose cargo de sus pequeños, y Esther pudo liberarse poco a poco de ellos para acercarse a Maca.

-       ¡Hola! ¿Qué haces tú por aquí? –la saludó Esther sin atreverse a darle dos besos. Aún recordaba la estampida del jueves, y lo que tenerla cerca le provocaba-.
-       Lo mismo te preguntaría yo, sino fuera porque acabo de toparme con tu madre en el pasillo y me ha puesto al día –le contestó ella-.
-       ¡Uf! ¡Esa mujer es imposible!, y con los años, va a peor… terca como una mula –le dijo Esther poniendo los ojos en blanco, y la risa espontánea de Maca frente a su gesto, calentó sus terminaciones nerviosas en un segundo. “Oh, Dios mío”, pensó mientras se quedaba frente a Maca como una idiota-.
-       Bueno, al menos veo que viene de familia. Tampoco tú pareces descansar demasiado aún estando libre –dijo Maca señalando con la cabeza la pizarra que Esther había llenado con su arte-.
-       ¿Eso? ¡Nah! No se puede catalogar como trabajo, me entretiene demasiado –se defendió Esther con una sonrisa-.
-       Creo que tu madre opina lo mismo del suyo –le hizo pensar Maca-.
-       Sí, quizá tengas razón… pero, ¿y tú? ¿cuál es tu excusa? Y no me digas que te han vuelto a contratar en prácticas, porque ya no cuela –quiso bromear con ella Esther, para liberar tensiones-.
-       Jajajaja… ¿te imaginas? –rió Maca, y luego miró a su alrededor. Esther también lo hizo-. La verdad es que este sitio me dio muy buenos momentos –señaló Maca, y en su voz la nostalgia se coló de pronto-.

Esther se quedó temblando cuando los ojos de Maca la buscaron, para hablarle de tiempos pasados.

-       Sí, a mí también –le contestó con sinceridad ella-.

Maca sostuvo su mirada en silencio más de la cuenta. Esther se puso nerviosa y terminó apartándola sin mucha sutileza.

-       Y, ¿cómo está Bea? ¿ha venido contigo? –le preguntó Esther sin más, necesitaba poner barreras cuanto antes, o se colapsaría de puro nervio desembocando en una de las suyas-.
-       No, no ha venido. Hemos comido juntas, pero se ha quedado haciendo tertulia con unos amigos… -explicó Maca-, a mí no me apetecía demasiado.
-       ¿Y venir aquí sí? –le preguntó Esther con una sonrisa algo cínica-.
-       Por tu mirada detecto que me ves como un bicho raro –le acusó Maca con los ojos entornados y una sonrisa en los labios-.
-       Jajajaja… debes reconocer, que algo raro si tiene preferir estar entre estas paredes en lugar de tomando algo con tus amigos y tu chica, ¿no crees? –se rió Esther por sus cosas-.

“Mi chica”, pronunció mentalmente Maca para si, sin poder dejar de sentir aquel cosquilleo ante la risa de su “ex”.

-       Vale, “aceptamos pulpo como animal de compañía” –le dijo Maca, y las dos rieron tras aquella alusión publicitaria que le daba la razón a Esther-.

Tras un par de comentarios jocosos, las dos se fueron soltando, sin embargo Esther detectaba que algo frenaba a Maca y le concedió la posibilidad de prestarle su oído.

-       Ahora en serio, ¿qué hace que Macarena Wilson venga un domingo por la tarde a refugiarse entre estas cuatro paredes? –le preguntó Esther directamente-. Me gustaría saberlo.

Maca se le quedó mirando, evaluando sus opciones.

-       La verdad es que necesitaba tener un poco de tiempo para mí, a solas –decidió abrirse un poco-.
-       ¿A solas?
-       Sí, necesitaba pensar –le contestó Maca-.
-       ¿Sobre qué? –tiró de la delgada cuerda Esther-.
-       Sobre el puesto que me han ofrecido aquí, sobre lo que me espera en Holanda… sobre… -Maca se calló aquel punto, y la miró con una sonrisa silenciosa-.

A Esther no le hizo falta que añadiera nada más, para saber que el resto se trataba de Bea y su vida privada.

-       El puesto de directora general es muy goloso –acertó en su premisa Esther-.
-       Sí, lo es –reconoció Maca con un suspiro-.
-       ¿Lo echas de menos? ¿Estar aquí, en Madrid? –le preguntó-.
-       No lo sé, a veces… -le contestó Maca-. Creo que no es tanto la ciudad, sino lo que guardo de mí en ella. Este Hospital… su gente… Holanda me ha tratado muy bien, vivo muy bien allí, pero quizá echo de menos la sensación de pertenencia, no sé si me entiendes.

Esther la entendía perfectamente. A ella también se le revolvían las tripas cada vez que pisaba aquellas calles de nuevo, pero sobretodo cuando frecuentaba los sitios que guardaban sus más preciados recuerdos, como en ese momento.

-       Te entiendo –le dijo Esther-.
-       ¿En serio? ¿No me digas que L.A no ha terminado de conquistarte con su “Living la vida loca”? –bromeó Maca, que se sentía un poco desconcertada por haberse abierto de un modo tan fácil-.
-       Jajajaja… -Esther se rió ante aquello, y Maca sonrió-. Bueno, digamos que L.A tiene su puntito…
-       ¡¿Puntito?! –Maca puso los ojos en blanco-.
-       Jajaja.. vale, puntazo –reconoció Esther-, pero tengo que admitir que cuando llego aquí es como volver a casa. No se si es por mi madre, pero yo también echo de menos todo esto, soy humana.
-       ¿Y qué te hace no regresar? Al menos tú no dependes de un contrato de trabajo –le preguntó Maca sin darse cuenta de que metía un dedo en la yaga-.
-       ¡Esther! –Encarna llegó justo en aquel momento-. Ah, estáis aquí, que bien –señaló la jefa de enfermeras, mientras acariciaba en la espalda a Maca antes de dirigirse a su hija-. Cariño, ya he terminado, así que cuando quieras nos vamos.
-       Genial –dijo Esther un poco desconcertada por la rápida intromisión de su madre, pero aún así algo aliviada-. Bueno Maca, me alegro de haber podido hablar contigo, espero que todo se solucione lo mejor posible.
-       Igualmente, te lo agradezco –le contestó ella con una sonrisa, a pesar de que una sensación de pérdida se instauró en su vientre-.

Sin pensárselo, Maca se acercó a darle dos besos, y Esther no tuvo otra que corresponderle.

-       Cuídate –le susurró Maca antes de separarse-.
-       Lo mismo digo –le dijo Esther algo descolocada-.
-       Nos vemos el lunes –Encarna también le dio un par de besos a Maca-.
-       ¿Ah, vas a la reunión? –se interesó Maca-.
-       Sí, por lo visto alguien de arriba me considera un pez gordo–bromeó Encarna, y tanto Maca como Esther sonrieron por sus cosas-.
-       Es que sin duda lo eres –la aduló Maca con agrado-.

Encarna le guiñó un ojo por ello, y luego salió de la guardería despidiéndose de su compañera de guardia. Esther abandonó tras su madre la sala, con una sensación extraña en el pecho. Maca la miró alejarse como si algo la empujara por dentro. “Estoy loca, no hay otra explicación… ¡Joder, al cuerno!”, pensó para sí, y salió tras ella.

-       ¡Esther! –la llamó Maca y Esther se dio la vuelta-. No sé cómo lo tendréis, pero dado que no creo que coincidamos mucho tiempo aquí, Bea y yo habíamos pensado en invitaros a comer o cenar a Kate y a ti, por lo de la otra noche… bueno, si os apetece.
-       ¿Comer o cenar?… -preguntó ella-.
-       Bueno, sí… o lo que vosotras queráis. Más bien es por pasar un rato juntas y disfrutar poniéndonos al día… -Maca empezó a ponerse nerviosa, y aquella reacción hizo que Esther sonriera pese a no sentirse más segura que ella-.
-       Comer o cenar me parece bien –aceptó Esther-.
-       ¿Sí?
-       Sí, claro –contestó nuevamente-.
-       Genial, entonces… -Maca se metió una mano en el bolsillo y sacó su cartera para extraer una tarjeta-. ¿Tienes un bolígrafo?
-       Yo tengo –le dijo Encarna y les tendió uno acercándose a las dos-.
-       ¡Ah, gracias! Pues este… -Maca garabateó un número de teléfono móvil en la tarjeta-, es mi número de móvil cuando estoy en España, por si necesitáis algo, tengo washapp así que si quieres….
-       Espera … -Esther le quitó el bolígrafo de la mano, y aprovechó un trozo de su tarjeta para darle el suyo-. Este es el mío, también tengo washapp… -sonrió Esther al decirlo, y las dos se quedaron como unas idiotas unos segundos-.
-       Jajaja… vale. Supongo que hoy en día todas estamos conectadas –no supo que más decir Maca al respecto bajo su mirada-.
-       Y que lo digas hija, hasta yo he caído en estas moderneces –señaló Encarna interrumpiéndolas-.

Esther puso los ojos en blanco, que su madre estuviera siempre por en medio era cuestión de acostumbrarse. Maca rió ante su gesto, pero no dijo nada.

-       Bueno, pues miramos las agendas, ¿y vamos quedando? –se atrevió a aventurar Maca-.
-       Trato hecho. Le consulto a Kate y quedamos en esta semana –le contestó Esther-.
-       Perfecto.
-       Perfecto.


Las dos se miraron con una sonrisa en la cara. Sin darse apenas cuenta, algo entre ellas, de nuevo, había conectado.

2 comentarios:

  1. que poco van a tardar estas dos en liarse de nuevo... porque tengo la impresión de que lo de Bea es una farsa por tema de papeles o algo así, ¿verdad? ;)

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    1. Jajaja... no sé, no estaría bien que yo contestara a esa pregunta ;-)

      Gracias por compartir tus opiniones comentando, es de agradecer.
      Un saludo.

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