miércoles, 30 de abril de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 14-





14.

Hospital Central.

La semana transcurrió frenética. Los planes habían cambiado por completo tras que Cruz hablara con la junta directiva y pusieran sobre la mesa una oferta de empleo para Bea y Maca que ninguna pudo rechazar.

-       ¡Veis como todo era cuestión de hablarlo! –comentó Cruz feliz, tras la firma de los contratos-. No me puedo creer que os vaya a tener aquí. ¡Por fin! Pensé que me jubilaría sin ver en marcha el ala de investigación del hospital.
-       Más despacio Cruz. Que nos quedemos no garantiza que nos concedan la subvención para abrirla –comentó Maca tratando de aplacar sus expectativas-.
-       ¿Qué no?... ya verás que cara se le queda a Galindo cuando el próximo lunes lea el nombramiento de la nueva dirección… jajaja… Tenerte de directora les va a dejar patas arriba, pero la cara que van a poner cuando lean Beatriz Arzhue a cargo de la línea internacional, los remata fijo. Ni en mis mejores sueño hubiera creído posible teneros a las dos conmigo. ¡Estoy tan feliz! –les dijo Cruz entusiasmada, mientras las abrazaba-.

Maca y Bea se miraron, contagiándose de su alegría. La confianza que había depositado Cruz en ellas era tan halagadora como abrumadora. Sin embargo, tanto Maca como Bea se habían propuesto estar a la altura de aquel nuevo reto.

-       Bueno, yo siento interrumpir tan maravilloso momento, pero si queremos llegar a la cena de esta noche, creo que Maca y yo deberíamos irnos –dijo Bea-. Quedamos en llamar al equipo de Holanda cuando todo se formalizara, y es mejor que nos pongamos cuanto antes con el organigrama para no dejar ningún proyecto colgado.
-       Bea tiene razón, será mejor que nos pongamos cuanto antes con ello. A Mary le va a dar un ataque cuando lo sepa –Maca abrió tanto los ojos que Bea y Cruz se rieron-.
-    Jajajajaja… te va a matar por haber aceptado, y a mí por ir detrás tuya –mencionó Bea acusándola con un dedo en su pecho-.

Maca estaba tan feliz de poder quedarse en el Hospital Central, que le dio un rápido beso en los labios sin importarle que Cruz estuviera delante.

-       Y yo encantada de que me sigas –le sonrió Maca con picardía-.
-       Jajaja… ¡Qué remedio me queda! –Bea se abrazó a su cintura-. Sólo espero que en la boda civil no nos suelten eso de “para toda la vida”, o me dará algo, te lo juro… jajaja
-       ¿Tú te das cuenta de lo que es esta mujer? –dijo Maca dirigiéndose a Cruz, la cual no dejaba de sonreírles-. ¡Todo romanticismo! ¡Sí, señora!
-       ¡Idiota! –le espetó Bea golpeándole en el abdomen por burlarse de ella-.

Las tres rieron tras aquellos comentarios y se despidieron en las puertas del ascensor para volver a sus obligaciones. Por suerte para ellas, ya estaban a viernes.

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Galería de Arte.

A medida que avanzó la tarde, el temporal se fue cerrando sobre la capital causando una gran tormenta. Kate llegó a la galería empapada. Cuando María la vio entrar, se apresuró a cogerle el abrigo y hacerse cargo de su paraguas.

-       ¡La que está cayendo! Gracias –le agradeció Kate su ayuda-.
-       De nada –le sonrió María, la chica que se encargaba de la atención al cliente-. Parecía que con el viento aguantaría, pero mira… al final a cántaros.
-       Pues  no tiene pinta de que pare, igual me equivoco pero…
-       No, no te equivocas. De hecho dudo mucho de que entre alguien en toda la tarde –mencionó María. La galería había estado tranquila y en silencio desde que se había puesto a llover-.
-       Tienes razón, con este temporal, no creo que la gente venga. ¿Y Esther? –preguntó entonces Kate por ella-.
-       Creo que ahora está en la sala roja. Le dije que no hacía falta que se quedara, que podía yo sola, pero…

Kate le sonrió a modo de entendimiento.

-       ¡Artistas! Todos están un poco locos, ¿eh? –bromeó Kate haciéndole un guiño, y María se rió con ello, pues el deambular silencioso de Esther entre los cuadros así se lo había parecido-.
-       Un poco –admitió María, y Kate asintió dejándola para ir en busca de Esther-.

En cuanto entró en la sala, la vio sentada frente a una de sus piezas. A Kate le sorprendió el impacto que le producía su mera presencia allí quieta, sin embargo intentó no dejarse llevar por las emociones.

-       ¡Hola! –la saludó acercándose con una sonrisa-.

Esther se giró despacio hacia su voz, y al mirarla a los ojos, la comisura de sus labios se iluminaron. Kate tuvo que reconocerse algo sensible, pues la encontró adorablemente bella bajo aquella atmósfera solitaria.

-       ¡Kate! –pronunció su nombre-.
-       ¿Qué haces? –quiso saber Kate sentándose en el suelo a su lado-.
-       ¡Nada! –mencionó Esther elevando los hombros-.

Kate la miró con los ojos entrecerrados, luego le dio un suave toque con su hombro para que soltara prenda.

-       Venga… ya sabes lo que opino de los “nada” –la apuró Kate-.

Esther se giró para mirarla y le regaló una sonrisa.

-       Lo sé, pero a veces un “nada” lo dice todo, ¿no crees? –jugó Esther con ella-.

Kate se quedó embobada en su boca. Desde que Esther había hablado con Maca estaba diferente, miraba diferente, sonreía diferente… se alejaba.

-       ¡Estás preciosa! –musitó Kate y hasta ella se sorprendió de su melancolía-.

Esther quiso decir algo, pero la mirada de Kate se tornó azul oscuro al posarse en los suyos, y quedó atrapada. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, Kate apartó sus ojos de ella y se centró en el cuadro que momentos antes Esther contemplaba.

-       “El laberinto”, interesante… para no estar haciendo “nada”, has escogido una pieza bastante alborotada –dijo Kate aludiendo al cuadro-.
-       Quizá sea porque me siento un poco así hoy –confesó Esther-.

Kate se giró de nuevo para mirarla.

-       ¿La cena con Maca? –preguntó aún sabiendo la respuesta-.
-       Obvio –contestó-.
-       Hemos hablado de esto, no debe preocuparte –le dijo Kate tranquilizándola una vez más-.
-       Lo sé, es estúpido estar tan nerviosa… te juro que lo sé –contestó Esther-.
-       ¿Pero? –Kate sabía que pese a su razón, había mucho más-.

Esther no contestó, simplemente la miró y todo estaba allí, con meridiana transparencia.

-       ¿Quieres que lo anulemos? Con el temporal que está haciendo no les sorprendería –le dijo Kate-.
-       ¿Quieres que lo anulemos? –preguntó Esther algo sorprendida por su sujerencia-.
-       No, yo no quiero –Kate suspiró, y Esther se quedó mirándola preocupada, cuando la vio guardar silencio-.
-       Kate, ¿estás bien? –le preguntó poniéndole una mano en el hombro-.
-       Sí, no te preocupes por mí –le contestó Kate esbozando una media sonrisa que no tranquilizó a Esther en absoluto. Luego se puso en pie-.

El móvil de Esther sonó en aquel momento, y ésta lo sacó de su bolsillo con esfuerzo.

-       ¡Es Maca! –pronunció Esther con los ojos abiertos de par en par-.

Kate no supo si reírse o llorar, tras ver la expresividad de su rostro.

-       Cógelo, anda –le dijo, y Esther descolgó el auricular-.
-       ¿Sí?... Ah, hola Maca… sí,… jajaja… ¿la cena? Sí, la verdad es que está lloviendo a mares, no… no pasa nada. ¿En tu casa? No sé donde… -Kate frunció el ceño cuando vio palidecer el rostro de Esther, pero no dijo nada-… No lo sabía, sí, me acuerdo… No, no, para nada… Claro que no nos importa. Por supuesto, sí, claro… mejor, más tranquilas. Si… sí… ¿sobre las ocho y media? ¿llevamos algo? Ok, no, tranquila. Nos vemos allí, sí… nos vemos. Ciao.

Esther se quedó mirando el auricular.

-       La cena… me ha propuesto que en lugar de salir, la hagamos en su casa, por lo del temporal, ya sabes –le explicó Esther-.
-       ¿Y? –Kate sabía que había algo que la había descompuesto-.
-       Y es en su piso… Maca sigue viviendo en su piso de estudiante, aquí en Madrid –le contestó-.
-       ¡Oh! ¡Mierda! –se hizo cargo Kate de la situación-
-       Sí, mierda… Kate, no sé si puedo verla con ella allí, no sé… -a Esther le tembló la voz-.

Pese a los límites autoimpuestos, Kate se acercó a ella y la estrechó fuertemente contra su cuerpo.

-       Claro que puedes, y además… -Kate la soltó para que la mirara a la cara-, me tienes a mí.

Esther se dejó iluminar por su sonrisa que tanta confianza le reportaba. Asintió pese al alborotado mar que revolvía su tripa, luego volvió a abrazar a Kate. Su mera presencia, era símbolo de fortaleza.

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Piso de Maca. 20:20h.

-       Este piso es demasiado pequeño para organizar cenas, te lo dije -se quejaba por enésima vez Maca-.

El apartamento era un pequeño piso diáfano sin paredes. Apenas un recibidor y ya te encontraba en el salón desde donde tenías vistas a la única cama de matrimonio que había. Maca había colocado el sofá bajo la ventana, y sacado la mesa de la cocina para que cenaran más cómodas. Aún así, se sentía insegura. Trasladar la cena a una zona no neutral, como era su piso de estudiante, la mantenía con las alertas encendidas.

-       Deja de quejarte, ha quedado muy acogedor –le dijo Bea mientras pasaba por su lado colocando las copas-.
-       Muy acogedor… muy acogedor… demasiado diría yo –remugó Maca por lo bajo-.
-       Te he oído –la avisó Bea que había vuelto a perderse tras la barra que separaba el comedor de la pequeña cocina-.
-       Ni siquiera entiendo por qué siempre me lías. Si llovía, simplemente podíamos haber pospuesto la cena para otro día –le dijo Maca-.
-       Jajajaja… -Bea apareció con un par de platos, ver a Maca nerviosa, era una diversión inesperada y añadida-. ¿Sabes una cosa?
-       Aunque no quiera saberlo me lo vas a decir, ¿a qué sí? –apostó Maca-.
-      
-       ¡Ves! –Maca resopló y Bea soltó otra carcajada, luego se acercó hasta ella-.
-       Que te resistas tanto, sólo me provoca más todavía –la avisó Bea-.
-       No, si de eso ya me había dado cuenta yo solita –le contestó Maca y esta vez sonrió al tenerla tan cerca-.
-       Pues entonces, deja de quejarte y tranquilízate un poco. Sólo vamos a cenar –le dijo con dulzura-.
-       ¿Ah, pero no me ves tranquila? –bromeó Maca-.
-       Jajajaja…

Bea la volvió a besar tras reírse con ella. La verdad es que Maca estaba de un humor excelente, nerviosa, sí… pero Bea no recordaba cuándo la había visto tan abierta y dispuesta como en los últimos días. Por momentos le costaba conciliar la imagen de la estricta e introvertida pediatra, con la mujer que tenía delante. Los aires de Madrid, esta vez, le habían sentado bien sin lugar a dudas.

El timbre del fonoporta sonó. Por un segundo, las dos se quedaron quietas y en silencio.

-       Abre, ¿no? –le sugirió Bea viendo a Maca paralizada-.
-       Sí, claro… abro –se apresuró Maca a reaccionar-. ¿Si? Subir –abrió la puerta-. Son ellas.

Bea sonrió, evidentemente que eran ellas, pero no quiso meter más leña al fuego y miró en silencio como Maca permanecía nerviosa al lado de la puerta, esperando, esperándola. “Me pregunto si se dará cuenta de lo mucho que le afecta”, se preguntó Bea sin decir nada. Había puertas selladas en Maca, que ni siquiera ante ella se habían abierto. Esther podía ser la llave de alguna, y Bea esperaba que la velada le ayudara a resolver algunas de sus dudas y misterios.

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En un taxi. 15 mín antes.

-       Un segundo. Ya baja –le dijo Kate al taxista mientras esperaban frente al portal de la casa de Esther-.

La puerta del almacén se abrió y una sombra corrió bajo un paraguas hasta el vehículo. Kate abrió la puerta en seguida, y espero a que Esther entrara.

-       Hola, cómo llueve –dijo Esther nada más entrar y cerrar el paraguas-.
-       Sí, hace un día de perros –corroboró Kate-.
-       ¿A dónde vamos, señoras? –preguntó el taxista-.

Esther le dio la dirección, y el taxista volvió a sus cosas poniendo el vehículo en marcha. Kate y Esther guardaron silencio durante unos minutos, el golpeteo de la lluvia en los cristales parecía propicio a la introspección de sus pensamientos.

-       Estás preciosa –musitó de pronto Esther-.

Kate se giró al escuchar sus palabras. Había una sonrisa tímida en los ojos de Esther, y se vio incapaz de no corresponderla.

-       Gracias, no sabía que ponerme. No suelen invitarme a muchas citas dobles, ¿sabes? –trató de bromear Kate-.

Esther sonrió ante su comentario y la tomó de la mano. Era raro ver a Kate en un día gris, y sin embargo, aquella noche lo tenía.

-       No me gusta verte así –le dijo Esther-.
-       ¿Pero si acabas de decirme que estoy preciosa? –trató de salir por la tangente Kate, pero Esther no le dejó-.
-       Sabes lo que quiero decir –Esther aguantó su mirada sin ceder ni un ápice-.

Kate asintió reconociendo su comentario, y luego esbozó una leve sonrisa.

-       Se me pasará, es un día tonto, sólo eso. Creo que me he levantado como este maldito tiempo –le dijo-.

Esther se soltó el cinturón, y se pegó a su lado haciendo que Kate la rodeara con el brazo.

-       Ojalá pudiera yo reconfortarte alguna vez –musitó Esther entre sus brazos-.

Kate sintió un escalofrío al escucharla, y la apretó contra sí con fuerza.

-       Lo haces, sólo que aún no eres capaz de darte cuenta –le dijo ella-.
-       Volvamos a casa, tú y yo solas, aún estamos a tiempo… -propuso Esther, y lo decía en serio-.
-       Jajajajaja… -Kate soltó una inesperada carcajada, Esther sonrió solo con ello-. Aunque me muriera por encerrarme contigo y olvidarme de todo, no lo haría –Kate la miró a los ojos, y su dulzura melancólica se derramó sobre Esther-. No volveré a permitir que huyas.


Esther quiso decir algo, pero Kate le acarició la cara con una sonrisa, y la volvió a estrechar contra su cuerpo. El camino se le hizo inmensamente corto entre sus brazos. Cuando salieron del taxi, la sensación de dejar algo atrás, se apoderó de ella.

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