domingo, 11 de mayo de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 16-





16

Kate se refugió bajo la gran cornisa, recostándose en silencio contra la pared del edificio. Apenas llovía, y se encendió el cigarrillo contemplando en silencio el tenue chispeo al trasluz de la farola.

-       ¿Te importa que lo compartamos? –le ofreció a Bea-. Sólo tengo este, y no esperaba compañía.
-       ¿Esther no fuma? –preguntó Bea posicionándose a su lado-.
-       No –le contestó Kate, y le pasó el cigarrillo a Bea-.
-       Bien, chica lista. Yo tampoco –le dijo Bea mientras tomada una gran calada que consiguió sacar a Kate una gran sonrisa-.
-       Ya, ya lo veo –y volvió a tomar el cigarrillo que Bea le devolvía-.
-       ¿Lleváis mucho tiempo juntas? –preguntó Bea-.

Kate dejó el cigarrillo en sus labios, y tomó su largo cabello negro entre las manos para dejarlo descansar por uno solo de sus hombros. A Bea le pareció una de las mujeres más atractivas y singulares que había visto en su vida. Sin reparos se le quedó mirando más de lo debido.

-       ¿Doce años? –Kate había estado haciendo memoria-. Sí, doce. Nos conocimos cuando ella estaba en primero de carrera. Supongo que esto ya te lo habrá contado Maca –y se giró para conocer su respuesta-.

Bea sonrió, sonrió mucho, y Kate hizo una mueca suspicaz antes de volverle a pasar el cigarrillo.

-       Algo me ha contado –le contestó Bea sin más dando una calada-.
-       Me da a mí que tú eres de las peligrosas, ¿no? –Kate sabía que Bea estaba jugando con ella, y se despertó su curiosidad-.
-       Jajajajaja… no entiendo a qué te refieres –a Bea le dio la risa. Las directas de Kate eran muy refrescantes en un mundo tan civilizado-.
-       O, ya lo creo que lo sabes… -Kate le cogió el cigarrillo de los labios, y entrecerró sus ojos azules antes de dar una nueva calada. Finalmente dibujó en su rostro una enorme sonrisa-. ¡Me gustas!
-       Vaya, gracias –sonrió Bea-.
-       No hay por qué darlas. Constato sólo un hecho

Kate le volvió a pasar el cigarrillo, y en silencio se separó de la pared para estirar sus manos bajo el ligero chispear de la lluvia.

-       Me encanta, a veces el planeta se alinea para expresar lo que sientes –manifestó Kate en voz alta, aunque se lo decía para sí misma-.

Bea la vio cerrar los ojos un instante mientras disfrutaba de aquel gotear ligero en la palma de sus manos. Por sus gestos entendió que se sentía triste, pero como las grandes tormentas, Kate era muy consciente de que todo pasaría dejando un reguero de caricias. Se enamoró de su simple armonía.

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Maca retuvo entre sus brazos una de sus recurrentes pesadillas. Durante años se había preguntado qué consecuencias habrían tenido sus acciones, el no haber sido capaz en su día de enfrentarse a Esther. Decirle que la quería y sin embargo, salir sin más de la partida sin una explicación, sin un adiós.  Había acallado su parte de culpa, sus silencios, su huida… con trabajo, con trabajo y más barreras, y si no hubiera sido por Bea que llamó insistentemente a su puerta, no podía ni imaginar en quién se hubiera convertido. La había añorado durante años todos los días. Añoraba a la Esther de veinte años que arrollaba todo a su paso, desprendiendo energía y vida. Añoraba como se sentía cuando Esther posaba sus ojos en ella, y aquella sensación de estar completa al tenerla cerca… como ahora. La abrazó fuertemente contra sí, pues a pesar de sus lágrimas, era maravilloso tenerla consigo.

Cuando el llanto se fue apagando, Esther intentó recobrar la compostura a la par que se avergonzaba.

-       Perdona, perdóname Maca… no sé… no sé de donde ha salido todo esto. ¡Estoy avergonzada! –le dijo Esther separándose de ella-.
-       Fui yo quien preguntó  –le contestó Maca-.
-       Te juro que no suelo ser así… bueno, un poco –Esther volvía a ponerse nerviosa-. Sólo que esta cena me tenía muy nerviosa, han pasado muchos años, y yo no sé… ando un poco desquiciada desde que te volví a ver –Esther abrió los ojos como platos, lo había vuelto a hacer. Había hablado más de la cuenta, “¿por qué coño me pasa esta mierda con ella? ¡Dios! ¿por qué no me pegas un tiro ya?”-.
-       ¿En serio? –le preguntó Maca, y al mirarla a la cara Esther vio en ella aquella sonrisa pícara que tan bien recordaba-. Porque yo también he estado bastante nerviosa desde que coincidimos, y casi ha tenido que ser Bea la que me ha arrastrado para atreverme a invitaros.
-       En mi caso ha sido Kate quien me ha dado la patada en el culo –reconoció Esther, y las dos sonrieron-.
-       Tenemos entonces suerte de tenerlas, sino tú y yo nunca hubiéramos hablado –mencionó Maca más tranquila-.

Esther soltó un bufido, y luego esbozó una gran sonrisa.

-       ¿Llamas hablar a esto? Por que más bien yo he hecho el ridículo –trató de bromear Esther con el tema de la escena que había protagonizado-.
-       Jajajajaja… no has hecho ningún ridículo –Maca tuvo que reír, le encantaba verla sonreír-. En realidad te quiero pedir perdón por cómo me marché ….
-       Maca, ni se te ocurra, por favor … -Esther se tapó la cara avergonzada, luego la miró a los ojos-. En serio, olvida lo que he dicho. Lo pasado, pasado está, y no fue tan grave te lo prometo.

Maca la observó baremando cuánto de verdad había en ello, pero el reencuentro aún era demasiado reciente, y pese a tener la sensación de conocerse, quizá la Maca y la Esther de ahora fueran muy diferentes.

-       Me gustaría que volviéramos a recobrar el contacto si tú quieres. Sé que vives en L.A, pero ya que parece que me voy a trasladar a Madrid, quizá podamos vernos cuando vengas de visita… si a ti te apetece, claro –propuso Maca-.
-       Me encantaría –le respondió-.

Maca esbozó una clara sonrisa y asintió con la cabeza. A Esther le dio un brinco el corazón, pese a no estar muy segura de cómo manejar el volver a dejar entrar a Maca en su vida.

-       Si me disculpas, creo que voy a ir un momento al baño. ¿Te importa? –le dijo Esther-.
-       No, ve tranquila. Yo terminaré con esto mientras se hace el café –le contestó Maca-.
-       Vale.

Esther se perdió en el baño, y Maca terminó de fregar lo poco que quedaba de la cena. Al apagar el grifo se dio cuenta de que el suéter que llevaba se había manchado, seguramente de las manos de Esther al abrazarla. Dejó el paño de cocina en la encimera, y fue al dormitorio a buscar ropa limpia.

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“Los años de yoga y de terapia no te han servido ni una mierda. Es verla y la jodes… siempre la jodes. ¡Espabila!”, se dijo Esther tras lavarse la cara en el aseo. Cerro los ojos un segundo, y tomó aire tratando de buscar un punto de calma. Tantos años practicando la meditación tendrían que servirle de algo para variar. “Vale, somos adultas, dejemos de vivir en el pasado y centremos el presente. ¡Eso es!”, se tranquilizó, y tras volverse a echar un vistazo salió del cuarto de baño con la firme convicción de ser capaz de controlar su alborotado ser. En cuanto abrió la puerta, la imagen de la espalda desnuda de Maca le dio la bienvenida, y un tremendo fogonazo atravesó su cuerpo dejándola clavada en el sitio. “Dios… mío… de… mi… vida”, pensó incapaz de pestañear, mientras la caída del suéter que se estaba poniendo Maca de espaldas a ella, pasaba frente a sus ojos como a cámara lenta. Su memoria fotográfica guardó cada detalle de aquel gesto prometiéndole nuevas formas de tortura.

Maca se acomodó el cabello, y al cerrar la puerta del armario vio a Esther a través del espejo. “Esa mirada”, pensó quedándose por un momento anclada a sus ojos.

-       Perdona, no sabía que estabas cambiándote –se disculpó Esther por haberse quedado mirando-.
-       Tranquila, es que me manché fregando –le dijo Maca reponiéndose de aquellos ojos-.

Las dos dirigieron sus pasos hacia el centro del salón, un poco cohibidas. Las llaves en la cerradura fueron una especie de salvación, pues sus corazones se habían acelerado sin más, y estaban demasiado calladas.

-       Que no… jajaja –entró Bea por la puerta discutiendo algo con Kate-.
-       Que sí, ya verás. ¿Esther, te acuerdas de aquel cóctel que probamos en “ladys”, en San Francisco? –le preguntó Kate entrando tras Bea en el piso-.
-       ¿Cuál? –Esther aprovechó para acercarse a Kate y alejarse de Maca antes de ponerse más en evidencia-.
-       El rojito que le prendían fuego –le indicó Kate-. Le he contado a Bea que lo llamaban el “chochito caliente”, pero no se lo cree –sonrió Kate-.
-       Jajajaja… pues es verdad, la traducción más o menos sería esa –consiguió reírse Esther tras aquel recuerdo-.
-       ¿En serio?... jajaja…  Maca, tenemos que ir a San Francisco, eso hay que probarlo –le dijo Bea tendiéndole a Maca una bolsa con un par de bebidas y unas galletitas de chocolate que habían comprado para el café-.
-       Pues si alguna vez os decidís avisarnos, nos encantará haceros de guía, ¿a que sí? –propuso Kate, mientras le echaba un brazo por encima a Esther-.
-       Claro, cuando quieran –contestó Esther-.
-       Las cuatro en San Francisco, eso sería genial –a Bea le encantaba la idea-.

Esther sonrió pese a que la imagen de Bea abrazándose a Maca le aguijoneó el estómago. “Te acostumbras y te callas”, se dijo y sin darse cuenta se apretó contra el cuerpo de Kate. Ésta la besó en el pelo, sin soltarla.

-       Mmm… te has cambiado de suéter –dijo de pronto Bea tras abrazarse a su cintura y acariciarle el abdomen a Maca-.
-       Sí, me he manchado fregando –le explicó Maca-.
-       Te queda bien este verde –le dijo Bea con una gran sonrisa mientras la miraba a los ojos-.
-       Gracias –le contestó Maca devolviéndole la sonrisa-.
-       De nada – Bea la besó en la mejilla y luego la soltó para encargarse del café.

Maca se perdió con Bea en la cocina, mientras que Esther se sentaba junto a Kate en el sofá.

-       ¿Qué, cómo ha ido? –se interesó Kate tras quedarse a solas-.

Esther se encogió de hombros.

-       Pss… cojonudo, básicamente le he dicho que el que se marchara de aquel modo me retornó psicológicamente al abandono de mi padre, pero bien… de puta madre –le soltó Esther-.
-       ¡¿Qué le has dicho qué?! –Kate se giró de un salto tras aquella noticia-. ¿Y qué te ha dicho?
-       Nada, ¿qué coño se supone que iba a decirme? Si me he puesto a llorar como una mocosa de doce años. ¡Me cago en la terapia y en el escrutinio del psicólogo ese que me hiciste ver! –Esther estaba revuelta, y se le veía por momentos-.
-       No la pagues con Andreu, nos ayudó mucho en aquel entonces –le recordó Kate-.
-       ¿Sí?
-       Si –le aguantó Kate el pulso con una sonrisa-
-       Pues aquí me gustaría verlo… porque tanto mamotreto y a mí no me ha servido ni una mierda. Llevo dos semanas, dos semanas Kate,… la he visto ¿qué? ¿tres, cuatro veces?, y ya no sé ni por dónde meo. Lloro, te envisto, vuelvo a llorar… y no dejo de cagarla, estoy más desquiciada que cuando no entendía nada, ¿y todo por qué? Porque me cago en el corrillo de putas al que se le ocurrió que todas las lesbianas tenían que acabar siendo amigas… ¡YO NO PUEDO SER AMIGA DE ESA MUJER!... –estalló Esther diciéndoselo muy bajito pero gritando por dentro-. Pero si he tenido la mala suerte de pillarla cambiándose el suéter y me tiembla hasta el cerebro, joder.

Kate se puso a reír como loca. Hacía millones de años que no veía a aquella Esther tan graciosa y tan fuera de sí, sólo que esta vez, la edad la había dotado de una lengua más larga y más sucia.

-       No te rías –le atizó Esther acojonada porque Bea y Maca aparecieran preguntándose qué pasaba-.
-       Lo siento… jajajaja… es que… -Kate no podía parar-.
-       Joder, Kate… yo no le veo la gracia –Esther empezó a deshincharse-.
-       Pues la tiene… jajaja… ¿Estás fatal, eh? –le dijo Kate tratando de controlarse y bajar su tono-.
-       ¡¿Qué coño te estoy diciendo?! –Esther abrió los ojos como platos. Llevaba dos semanas justamente manifestando aquello-. ¡Claro que estoy fatal! Y si sigo tratando de comportarme como una adulta, es posible que hasta me entierres. Yo no sé por qué no eché a correr cuando tuve oportunidad, con lo a gustito que estaba yo de aquí para allá.

Kate volvió a reírse, pero tras la mirada asesina de Esther trató de controlarse.

-       Anda ven aquí –le dijo con una sonrisa-.
-       ¿Para qué? Últimamente cada vez que me llamas a la calma es para enredarme –se hizo la dura Esther-.
-       Jajaja… ¡Ven! ¡Anda ven! –Kate tiró de ella, y terminó con las manos en su cara-. ¿Sabes por qué estaba tan triste antes?
-       No, ¿por qué? –preguntó Esther dejándose acunar por su mirada clara-.
-       Por esto, porque desde que apareció Maca por fin “te veo”, y me entristece pensar que quizá no lo hice bien –le confesó Kate dejando a Esther preocupada-.
-       ¡Kate! ¿pero qué estupidez estás diciendo?... –Esther se revolvió, ni por un segundo quería escuchar a Kate sintiéndose mal y menos por ella-. ¡Vale! Levántate… ¡nos vamos! Te juro que esta realidad paralela, me está superando –soltó Esther poniéndose de pie en un segundo mientras cogía su abrigo. Todo la historia de volver a ver a Maca se les había ido de las manos-.
-       Yo no me voy, vete tú si quieres –le soltó Kate de pronto más tranquila, y echándose hacia atrás en el sofá, cruzó sus largas piernas para acomodarse-.

De pronto Bea y Maca aterrizaron de la cocina.

-       El café está listo –anunció Bea-.
-       ¿Te vas? –preguntó sorprendida Maca viendo a Esther de pie con la chaqueta en la mano-.

Las tres mujeres se le quedaron mirando, pero sólo una maniato sus verdaderos pasos.

-       ¡Nah! Sólo estaba buscando en los bolsillos si tenía alguna gomilla para mi pelo –contestó Kate por ella. Era mágico como Esther podía quedarse cual idiota sólo con que Maca la mirara deseando retenerla-.
-       Yo tengo una –se ofreció rápidamente Maca, y dejando la bandeja en la mesa de centro, se quitó una de las gomillas que llevaba siempre en su muñeca para ofrecérsela a Kate-.
-       Gracias, a veces me entran ganas de cortármelo –dijo Kate mientras se hacía una alta coleta-.
-       Sería una pena, tienes un pelo precioso –comentó Bea sin dejar de mirarla-.

Kate le guiñó un ojo, y Bea se echó a reír. Maca se sentó junto a Bea con una sonrisa.

-       Por mi no os cortéis, ¿eh? –dijo Maca divertida-. ¿Sabes cómo llamaban a Kate en la facultad?
-       Jajajaja… ¿te acuerdas de eso? –Kate soltó una carcajada, parecía que había pasado un siglo desde aquello-.
-       ¿Qué si me acuerdo? ¡Claudia y yo alucinábamos!, los tenías a todos locos… y locas. Me acuerdo de una profesora, ¿cómo se llamaba?


Sin más la conversación empezó a formarse, y Esther tomó asiento junto a Kate sin dejar de ser consciente de que su modo de vida, quisiera o no quisiera, ya había comenzado a transformarse.

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