lunes, 2 de junio de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 20-




20

La música en el estudio de Esther estaba altísima como siempre que se enfrascaba en algún proyecto que la tenía absorbida. Así, metida entre lienzos y pintura llevaba como una semana, alejada de la galería, y del resto de la gente. Su madre la llamaba cada noche para saber cómo iba, sabía que cuando su hija se sumergía en su mundo, todo a su alrededor se disponía en un completo caos, a excepción de lo que la mantenía plenamente concentrada. Por eso Esther se sorprendió cuando vio el parpadeo de la pantalla de su móvil. Solía ponerlo en “modo bloqueo” con la excepción del número privado de su madre.

-       ¡Mamá! ¿Qué pasa? –preguntó bajando el volumen de la música-.
-       Cariño, ¿cómo estás? ¿Estabas pintando?
-       Estoy bien. Sí, estaba trabajando un poco, ¿por qué, me necesitas para algo? –le preguntó dejando los pinceles mientras se apartaba un poco para contemplar el cuadro en aquella pausa-.
-       Bueno, yo no… -Esther detectó la duda en la pausa de su madre, y empezó a prestarle atención-. Es que estoy aquí… con Maca –ahora entendía su comportamiento-.
-       ¿Sí? –se interesó Esther, aunque su corazón había brincado antes de que ella le diera permiso-.
-       Sí, es que me ha estado comentando que te ha dejado mensajes en el móvil, pero como no contestabas me estaba preguntando si ya te habías vuelto a los Ángeles –la informó su madre-.
-       ¿Me ha dejado mensajes? –Esther echó un vistazo a las notificaciones del washapp, por lo visto si había tratado de hablar con ella-. ¡Oh, no los he visto! Ya sabes que cuando estoy pintando lo desenchufo todo.
-       Jajaja… sí, eso ya se lo he explicado, y nos hemos echado unas cuantas risas –dijo su madre, y Esther enarcó una ceja. “¿Unas risas?… ¿hablan de mí?… -Esther cayó en la cuenta y puso los ojos en blanco-. ¡Genial! Seguro que le ha contado alguna de mis excentricidades… Esta mujer, ¿no puede cerrar la boca y no ridiculizar a su hija? ¡Por Dios, mamá!”, quiso gritar, pero no dijo nada-. Sólo quería saber si te apetecería salir a correr con ella, yo le he dicho que normalmente vas al parque de aquí al lado porque luego te pasas y nos tomamos algo.

“¿Maca? ¿Correr? ¿juntas?”… aquella información inesperada saturó a Esther en un segundo. Por un momento se quedó en blanco escuchando el murmullo de la voz de su madre al fondo, sin terminar de prestarle atención.

-       Me está diciendo que sobre las cinco o cinco y media, sale del turno. ¿Te va bien?

Esther volvió a la conversación.

-       Sí, claro… vale

“¿Por qué coño he dicho que sí? ¿Estoy loca?”, su boca decía todo lo contrario a lo que sin duda le convenía.

-       Vale cariño, dice que genial. En la puerta de urgencias os veis. Te dejamos trabajar. Besitos –le dijo su madre antes de colgar-.
-       Bien, besitos –le contestó-.

Esther se quedó mirando en silencio el teléfono después de colgar. Luego decidió leer los mensajes que le había dejado Maca aquella mañana.

Mensaje 1:

“Hola, ¿cómo estás? Hace días que no se nada de ti, y como te fuiste el sábado sin que nos diera tiempo a despedirnos, quería saber cómo te encontrabas. Kate nos comentó que estabas un poco mareada y que preferiste irte sin preocuparnos… jajaja… para tú información, me preocupaste igual. Te hubiéramos acompañado de haberlo sabido. Bueno… espero que estés bien.”

Mensaje 2:

“mmm… parece que no estás activa. Escucha, se me ha ocurrido que si te apetece salir hoy a correr, yo salgo a las 17h del trabajo y me vendría bien desentumecerme un poco… no sé… podríamos entrenar juntas y así echamos un rato. Ya me dices algo”

Mensaje 3:

“Bueno… pero que si no te apetece correr, también podemos tomarnos unas cañas o algo… ¿vale? … eh, lo que veas. Un beso”

Esther no pudo evitar sonreír tras leer aquellos mensajes. Era increíble, como pese al paso del tiempo, su mente podía recrear, aún sin verlos, los gestos que sin duda habían aparecido en el rostro de Maca al escribir todo aquello.

Mensaje de Esther para Maca:

“Correr me va bien. A las 17.30h nos vemos en la puerta de urgencias. Gracias por preocuparte por mí, pero no fue nada, estoy bien. Un beso, luego hablamos.”

Esther dejó el móvil, y apoyó sus brazos sobre la mesa mientras se recostaba en ella con la mirada puesta en el lienzo que estaba pintando. Los colores eran cálidos, fuertes y vivos, como el fogonazo que había vivido al volver a sentir las  manos de Maca sobre su piel. Esther cerró los ojos intentando volver a aquel instante, aquel maldito y delicioso instante que la torturaría sin duda otra década, recordándole la intacta pasión que aún sentía por ella.

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Terminado el turno, Maca bajó a los vestuarios para cambiarse. Se miró en el espejo, desgreñada y cansada, y sin saber por qué acabó metiéndose en la ducha. Al salir, volvió a tener una de aquellas conversaciones internas que últimamente tanto se le repetían.

“Ducharte antes de salir a correr. ¡Serás idiota! Con haberte peinado y aseado un poco hubiera bastado. ¡Si vas a sudar! … Habéis quedado para ir a correr al parque, no para salir a cenar…. –Maca se detuvo un segundo mientras se secaba frente a la taquilla, ¿por qué había pensado en cenar con Esther?- ¡Es ridículo! ¿Por qué estoy tan nerviosa? ¿y por qué coño me acicalo, joder?”

Maca soltó la toalla con enfado, y cogió su chándal. Terminó de vestirse sintiéndose confusa y molesta por su comportamiento, pero aún así, no pudo evitar observarse en el espejo antes de salir de allí e ir al encuentro de Esther.

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La vio casi de inmediato tras abrir la puerta que daba a las urgencias. Deportivas blancas, un pantalón negro básico, y una sudadera fina de cuello ancho color púrpura enfundaban aquel cuerpo pequeño, fibroso y cambiado, que había asaltado sus sueños sin previo aviso en aquella semana de ausencia. Maca no pudo evitar repasarla con la mirada, mientras Esther hablaba alegremente con la recepcionista. La contempló riéndose por algo que no alcanzaba a oír, observó sus gestos, sus manos nerviosas, pequeñas y vivas que tan deliciosamente la habían hecho sufrir años atrás. “Oh, mierda… ¿pero qué estoy haciendo? ¿para qué coño la he hecho venir?”, de pronto Maca no tuvo claras sus verdaderas intenciones. Se había dicho a sí misma que la echaba de menos, que estaba preocupada por saber cómo estaba y que sería agradable compartir algún tiempo juntas como amigas… pero ahora…

Esther se giró y por fin la vio parada en la puerta, mirándola. Arrugó el entrecejo un segundo, y después sonrió para ella. Maca pareció reaccionar y ambas se encontraron a mitad de camino.

-       Ey, ¿cómo estás? –le preguntó Esther tras darse un par de besos-. ¿Agotada antes de empezar, o preparada para que te de una paliza? –Esther se había prometido a sí misma tomarse las cosas con Maca del modo más natural posible. Tenerla delante siempre la ponía nerviosa, y se había preparado mentalmente para no estropearlo todo como era su costumbre-.
-       Jajajaja… -Maca se rió por su alarde de confianza-.

“¡Dios, cómo me gusta que te rías!”, pensó Esther y en un tic nervioso se mordió el labio inferior mientras se perdía en lo mágico de su boca. “¡Basta! ¡Para!”, se impidió Esther recrearse en ella.

-       Bien, ha sido un día un poco largo, pero creo que podré estar a la altura –le contestó Maca-.
-       Seguro que sí. ¿Nos vamos? –Esther necesitaba aire fresco-.
-       Sí, claro. ¡Tú mandas! Aún no tengo recorrido, así que diriges el entrenamiento –le cedió la batuta a Esther-.
-       De acuerdo. ¿Qué te parece si empezamos un poco al trote para calentar, y en el parque ya apretamos un poco a ver como vamos yendo? –le propuso-.
-       Me parece bien, te sigo –le dijo Maca-.

“Me sigue… dice… ¡Ay madre!”, pensó Esther pero no dijo nada y simplemente asintió con la cabeza antes de salir del hospital y empezar el trote por la avenida en dirección al parque. “Sí, más vale que me sigas tú, porque como te siga yo igual pierdo del todo la cabeza”, y pensando aquello Esther no pudo evitar sonreír mientras el bombeo disparatado de su corazón al verla, empezaba a apaciguarse con el trote del ritmo. Maca se incorporó a su lado, y las dos se tomaron minutos de silencio para concentrarse en el ejercicio.

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Cuarenta minutos más tarde, Esther y Maca daban el último sprint antes de desacelerar su carrera, y dar por concluida la sesión de entrenamiento.

-       ¡Madre mía! Le tengo que dar la razón a Kate. ¡Sí que estás en forma, sí! –le concedió Maca a Esther mientras cogía aliento flexionando el cuerpo y apoyándose con sus manos en las rodillas-.
-       Jajajaja… ¿y tú? ¡Me has hecho sudar la gota gorda! –se rió Esther, que también resollaba por el esfuerzo. Había tenido que poner sus piernas al máximo para ganarle en el pique final que se habían concedido-.
-       Jajaja… pues me alegro. No me hubiera hecho ninguna gracia hacer el ridículo con una novata –la pinchó Maca ya incorporándose-.
-       ¿Novata? ¿A quién llamas tú novata? –le dijo Esther alzando una ceja retadora-.

Maca sonrió por su cara. Claramente estaban volviendo a sintonizar, y era muy agradable conectar con ella.

-       ¡Venga! Pero si para moverte del sofá había que hacer casi un máster de persuasión. ¡Odiabas salir a correr conmigo! –le dijo Maca mientras ambas se ponían a estirar antes de enfriarse-.
-       ¡Yo no odiaba salir a correr contigo! –se defendió Esther. Maca chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco, como diciéndole: “sí, claro. ¡Seguro!”, y Esther no pudo evitar rematarla-. Prefería “correrme” contigo, pero verte correr tampoco estaba mal.

Maca perdió el equilibrio y casi se cayó mientras estiraba de pie los cuádriceps. Esther se echó a reír por el impacto que habían tenido sus palabras.

-       Oh… oh… muy graciosa –Maca se repuso y la miró desafiante. Aún no podía creerse que Esther se hubiera atrevido a bromearle de aquella forma-.
-       Jajajaja… deberías haberte visto la cara –Esther reía con ganas. Tampoco se había creído capaz de volver a estar así con ella, pero allí estaban-.
-       ¡Lo estás disfrutando!
-       Totalmente

Maca sonrió tras su respuesta, y ambas quedaron mirándose a los ojos tras las risas.

-       Bien, yo también –musitó Maca, y siguió estirando en silencio, mientras a Esther se le revolucionaba la sangre sólo con el misterio que vio aflorar en sus pupilas-. Estaba pensando, que si te apetece, podríamos ir a tomar algo, no sé… unas cervezas, tapear alguna cosa…

Esther se quedó mirándola, porque Maca de pronto parecía dubitativa, y no solía ser una expresión muy frecuente en su rostro.

-       ¿Cuándo?
-       Me refería a ahora –aclaró Maca-.
-       ¡Ah! ¿Ahora? ¿hoy? –Esther parpadeó, Maca estaba proponiéndole alargar el encuentro y aquello la pilló desprevenida-.

Maca sonrió y se sintió más segura tras notar su desconcierto.

-       Claro, sí –aceptó Esther, luego se dio cuenta de sus indumentarias y arrugó un poco la nariz-. Pero no vamos un poco, ¿pegajosas?
-       Jajaja… pues sí, un poco –reconoció Maca riéndose por su apreciación-. Si quieres puedes ducharte en los vestuarios del hospital, siempre tengo un par de mudas limpias en la taquilla.

Esther se quedó cortada, no quería demostrarle lo mucho que la inquietaba la idea de ducharse en un espacio donde ella se encontrara presente, así que aceptó sin hacer ninguna apreciación, como si no le importara. Unos quince minutos más tarde las dos entraban de nuevo en el Hospital Central.

-       He estado trabajando con tu madre en quirófanos… -comentó Maca mientras bajaban en el ascensor a los vestuarios-.
-       ¿Ah sí? –Esther estaba demasiado nerviosa como para ser elocuente en su conversación-.
-       Aja… te juro que la vi tentada de quitarle el bisturí a uno de los residentes novatos… jajaja… ¡Dios mío, tu madre es increíble! ¡De verdad que sí! –reconoció Maca recordando la última operación en la que había entrado de oyente con Encarna-.
-       Estoy convencida que si no lo hizo, poco le faltó. Cuando se trata de trabajo, se lo toma muy en serio –comentó Esther-.
-       Cierto, un poco… ¿cómo tú? –le soltó Maca con una sonrisa divertida en los labios-.

Esther notó el retintín en su voz y se la quedó mirando con ceja alzada.

-       ¿Qué quieres decir? –quiso saber Esther esperándose cualquier cosa, ya que Maca parecía dispuesta a pincharla-.
-       Bueno, después de visitar tu última colección, y verte desenvolverte el sábado en el pub con casi todas las niñas guapas que había en la sala, creo que también te tomas tu labor de campo bastante en serio, ¿no?

“¡Zas, en toda la boca! –pensó Esther-, ¿en serio vamos a volver a las andadas?”. La risa que llevaba dibujada Maca en sus ojos y en su rostro, le dijo que sí.

-       Pues mira sí, y estoy pensando que mis próximos lienzos quizá vayan de pediatras en mayas –Maca se echó a reír, y Esther disfrutó con ello-. Una especie de monográfico en negros difuminados allá a lo lejos, con  mi zapatilla blanca saliéndose del arco como símbolo de tu reciente derrota, ¿qué te parece?

Maca estalló en carcajadas por aquello, y Esther no pudo más que unirse a ella.

-       Pienso tomarme la revancha –le advirtió Maca mientras entraban en los vestuarios-.
-       Cariño, no me ganarías ni aún entrenando con el preparador de Rocky –le espetó Esther bastante confiada-.
-       Jajajaja… eso ya lo veremos. No te recordaba tan “subidita”, ¿eh?
-       Yo tampoco te recordaba tan lenta, pero mira… las cosas cambian –siguió metiéndose Esther con ella, y agradeció que en el vestuario no estuvieran solas-.
-       Ya, ya veo. Es aquí –la detuvo Maca para señalar su taquilla-.

Esther esperó a que la abriera, sintiéndose como un bicho raro allí dentro. Un par de mujeres salieron hablando de las duchas, Esther estuvo tentada de mirar y comprobar si seguían siendo duchas comunitarias, pero no lo hizo. Estaba demasiado nerviosa para moverse. “Por favor, que sean boxes, que sean boxes”, pidió al cielo o a quien fuera que dirigiera la prominencia en aquellos tiempos.

-       Toma, creo que esto te vendrá. Está limpio –le dijo Maca tendiéndole unos vaqueros y un suéter azul marino de pico-.
-       Gracias –Esther se estaba poniendo cada vez más nerviosa-.
-       Oh… hay un problema –cayó en la cuenta de pronto Maca tras mirar sus cosas-.
“¿Sólo uno?”, pensó Esther un poco petrificada por la situación en la que se había metido sin comerlo ni beberlo.

-       La ropa interior –dijo Maca, y Esther no pareció entender nada por como la miraba-. Sabía que tenía ropa de sobra, pero no pensé en la ropa interior. No tengo más que unas bragas. ¿Quieres que vaya a por unas desechables de quirófano?
-       Eh… ¡¿sí?! –Esther no supo que responder-.
-       Vale, ahora vuelvo –le dijo Maca dejándola allí con una cara de idiota impagable-.

“¡La madre que me parió!”, pensó Esther tras verse en aquel entuerto. En cuanto Maca se largó, Esther corrió hacia las duchas para ver cómo eran. “¡Boxes! ¡Sí! Gracias… gracias… Dios mío, te debo una”, exclamó mirando al techo y luego se recorrió un par de pasillos para ver si daba con las toallas limpias, finalmente las encontró y se metió en la ducha como alma que lleva el diablo. Tenía que conseguir ducharse y salir de allí antes de que Maca volviera y las cosas se pusieran feas de verdad. “Sólo me faltaba eso… verla desnuda, como si no tuviera ya bastante con que se haya de nuevo colado en mis sueños. ¡Monográficos de pediatras corriendo… JA! Si supiera cómo soy capaz de imaginármela, si que iba a salir corriendo, sí… pero ganándose alguna medalla olímpica”, la mente de Esther ya iba por libre. “¿Pero por qué me meto siempre en estos líos? Podríamos haberlo dejado para otro día, irme a casa a ducharme, decirle que tenía algún compromiso… que se yo, será por excusas, pues no, no… tú ahí, gilipollas, diciéndole a todo que sí. Estas jugando a la “ruleta rusa” con tu salud mental, ¿lo sabes, no? Tú sigue así, y veremos si no te sale al final la bala por el culo”, aquel fue el último pensamiento de Esther antes de escuchar de nuevo la puerta de los vestuarios. En menos de un segundo, acabó de enjuagarse y enrollarse en la toalla como si de una momia se tratara… “Sí, tápate… tápate… y en casa bien que vas en bolas”, a Esther aquel pensamiento casi le costó una risa, y tuvo que taparse la boca con la mano para que no se le escapara con lo nerviosa que estaba. Abrió la mampara despacio, casi con cautela… “Estos médicos son la hostia, se gastan la pasta remodelando esto para hacer boxes individuales, y le ponen mamparas trasparentes… ole la intimidad y sus santos cojones”, pensó Esther mientras caminaba hacia el banco donde había dejado la ropa seca sin querer hacer mucho ruido.

-       Ah, estás aquí –la interrumpió Maca dándole un susto de muerte al salir por su derecha-. Toma, al menos algo es algo.
-       Ah, gracias, sí –Esther cogió la bolsita con la ropa interior desechable, intentando que no se le abriera la toalla en el intento-.
-       Voy a ducharme –le dijo Maca una vez cumplido con su cometido-.
-       Vale –dijo Esther con retraso, mientras Maca volvía a su taquilla a por las cosas-.

Esther aprovechó para secarse a toda prisa y cambiarse antes de que apareciera Maca de nuevo en las duchas. “¿Cómo coño se abre esta mierda?”, al final cortó la bolsa de plástico con los dientes, y al sacar aquel minúsculo tanga de papel desechable los ojos le rodaron en las órbitas desbocados… “¡¡¿Y esto?!! Pero si se va a fundir “ahí abajo” con ella tan cerca”, pensó y su cara se incendió corroborando su certeza. Escuchó pasos. “Mierda… mierda” Esther pasó del tanga, se enfundó los vaqueros a pelo como pudo y se metió el suéter por la cabeza.

-       Ya… ya estoy, voy a ponerme los calcetines –le dijo Esther queriendo salir de allí en cuanto Maca hizo acto de presencia-.
-       Esther…
-       Los he dejado junto a las deportivas…
-       Esther…
-       ¿Sí? –al final tuvo que detenerse para atenderla-.

Maca se acercó hasta ella sonriendo.

-       Te has puesto el suéter del revés, el pico va delante –le señaló-.
-       Oh… ¡oh! –Esther cayó en lo que le decía, y se ruborizó tanto, que Maca se sintió de pronto irremediablemente atraída hacia ella-.

Maca estiró de una de las mangas del suéter, y Esther tuvo que ceder a su ayuda. Sacó un brazo, y luego el otro, mientras Maca le daba la vuelta al jersey para que se lo colocara bien sin necesidad de sacárselo de encima.

-       Ahora sí, sabía que te serviría. Te queda muy bien –le dijo-
-       Gracias. Mientras tú te duchas yo voy a ver como anda mi madre, ¿vale?
-       Claro. Nos vemos en veinte minutos en la puerta –propuso Maca-.
-       Hecho –contestó Esther incapaz de aguantar más tiempo allí de pie con ella-.
-       Vale

Esther se perdió por el pasillo que daba a la taquilla de Maca, mientras ésta se introducía en uno de los boxes para ducharse.

1 comentario:

  1. Jajajajajaja....guapa entre poquito una de las dos se inflama con tantos pensamientos impuros

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