sábado, 14 de junio de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 22-




22

Aquella misma noche:

Esther

Se metió en el taxi y dio la dirección de casa. La mente iba tan rápida, que la vista navegó perdida por la ventanilla, mientras su cuerpo no podía parar de tiritar.

-       Son ocho con cuarenta –le dijo el taxista cuando llegaron al destino-.

Esther buscó en sus bolsillos y le entregó un billete de diez. Luego salió del vehículo, y luchó con la llave en la cerradura de la puerta.

-       Maldita sea… ¡Ahora no! –gritó intentando contener el temblor que sentía y que amenazaba con romperla de nuevo-.

La puerta cedió, y cuando por fin entró en el domicilio, Esther se derrumbó sintiéndose tan frágil e inestable, como un castillo de naipes. Maca y ella se habían besado, se habían deseado, y todo estaba mal, profunda, sucia e inaceptablemente, mal.

Maca

Como un animal acorralado, Maca anduvo durante horas por el apartamento reviviendo segundo a segundo cada instante de aquel encuentro con Esther. Sus gestos, sus manos, su voz… su boca. La piel aún le ardía y le temblaba por igual, mientras su cabeza era un hervidero de preguntas, dudas, y sobretodo, temores que no era capaz de apaciguar. Por eso, cuando el sonido de la puerta anunció la llegada de Bea, Maca no pudo más que quedarse quieta en mitad de la estancia.

-       Ey, ¿qué haces ahí? ¿No podías dormir que me esperas despierta? –bromeó Bea entrando con una gran sonrisa-.

La cara pálida y desfigurada de Maca le devolvieron la mirada, y entonces su ceño se frunció preocupado.

-       ¿Estás bien? –le preguntó Bea-.
-       Necesito que hablemos –musitó Maca ronca, rota-.

Bea se fijó en que Maca apenas podía contener el temblor de sus manos, por eso se las agarraba firmemente mientras seguía allí parada, petrificada. Soltó el bolso en el sofá, y se acercó rápidamente hasta ella.

-       Maca, me estás asuntando… ¿ha pasado algo? ¿qué… -a Bea no le dio tiempo a seguir preguntando, a Maca se le escapó una lágrima silenciosa-.

En cuanto Bea alcanzó a abrazarla, Maca se precipitó en un llanto desconsolado que les llevó tiempo serenar.

Diez días después


Ni rastro de Maca. La semana había pasado y no había habido llamada ni mensaje de quedada, ni ningún tipo de movimiento e intento por aclarar las cosas. Esther estaba bajo mínimos, todo se repetía en su cabeza. Había meditado, racionalizado lo sucedido, ejercitado su cuerpo hasta reventar de agujetas, y aún así, cuando el mundo se paraba, el veneno que la saliva de Maca había vertido en su cuerpo, volvía a hacer efecto llenándola de imágenes y sensaciones ingobernables para ella.

Esther miró el reloj, y cogió las llaves del coche que tenía que devolverle a su madre además de una bolsa que quería darle. Las entrañas de Esther permanecieron contraídas todo el trayecto hasta el hospital, pese a que su madre le había dicho que Maca no estaba de turno. Aparcó en la zona reservada al personal clínico, y maldijo aquella sensación paranoica que le hacía temer encontrársela en cualquier parte. “Odio que seas capaz de paralizarme de esta forma”, pensó y tomó aire para dominarse mientras el ascensor subía a la planta de cirugía. Algo más serena, preguntó por ella en el mostrador, sólo consiguió tranquilizarse cuando su madre apareció por el pasillo con su sonrisa protectora. “Oh, gracias a Dios… mamá”.

-       Ya estás aquí –dijo su madre alegrándose por ello, y como respuesta recibió un abrazo necesitado de su hija-. ¡Qué abrazo! No es que me queje, pero… cariño, ¿estás bien? –preguntó su madre aún estrechándola, la exhalación que había dado su hija al encontrarla, había sido muy significativa-.
-       Sí, ahora si –le contestó, y era cierto-.

Esther la soltó, pero su madre siguió sujetándola con cariño de ambos hombros.

-       Anda ven, hoy ha sido el cumpleaños de David, uno de los enfermeros, y su novio que es pastelero nos ha hecho una tarta para que lo celebráramos con él  –le informó su madre, mientras se enganchaba del brazo de su hija para llevársela a la sala de descanso de enfermería-. Es de chocolate.

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Maca se colgó la mochila de bandolera al hombro, y apretó como pudo el botón del ascensor. Llevaba carpetas en los brazos, y apenas podía manejarse con todo aquel papeleo que acababa de recoger en dirección. “¿Por qué diablos acepté volver aquí?”, se preguntó malhumorada, pero en cuanto cerró un segundo los ojos para coger aliento, la imagen de Esther se coló en sus pensamientos tibiándole la piel. El ascensor llegó a su destino, y Maca volvió a ponerse en funcionamiento. Aún no había decidido qué hacer con respecto a lo ocurrido con Esther aquella noche, y el trabajo era la única vía de salida que conocía para aplacar todo aquel caos que se había desatado en su interior tras besarla. Abrió con la llave su nuevo despacho, y dejó todas las carpetas sobre la mesa. Todo estaba patas arriba, y Maca no sabía ni por donde empezar…

-       Bueno, no es lo único en mi vida que está hecho un desastre –se dijo aprovechando que estaba sola. Luego resopló mirando a su alrededor y con determinación, se puso manos a la obra-. ¡Vamos allá!

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-       En serio, mamá… ¡Estoy bien! –le aseguró Esther por undécima vez, tenía que marcharse-.
-       Pues si estás bien, come… te veo más flaca –le dijo su madre-.
-       Como, tranquila –le aseguró-.
-       ¿Vendrás a cenar mañana? –le preguntó su madre-.
-       Sí, iré
-       Bien.


Esther la besó en la mejilla. Después de hablar con su madre estaba más tranquila, pero aún así quería marcharse a casa. El hospital le removía demasiadas cosas.

-       Espera… te olvidas esto –le dijo su madre recogiendo la bolsa de papel que Esther había traído consigo-.
-       En realidad, la he traído para que me hagas un favor –le dijo ella-.
-       ¿Un favor? ¿Qué tipo de favor? –preguntó curiosa y luego abrió la bolsa para ver qué había dentro-.
-       Es la ropa que me prestó Maca, dásela tú, ¿vale? –le pidió Esther antes de que su madre preguntara-.
-       Cariño, ¿estás segura que no quieres dársela tú personalmente? Soy consciente de lo revuelta que estás con ella por aquí, pero parecía que lo estabais arreglando…

A Esther le costó mirarla a los ojos, pues no se había atrevido a contarle a su madre que Maca y ella se habían besado. Se sentía culpable, y sucia por haber deseado a Maca en silencio, hasta que sus sentimientos parecían haber traspasado las barreras materializándose en aquel increíble beso. Su cabeza lo había revivido tantas veces, que ya no estaba segura de que hubiera sido Maca la que dio el primer paso, o si inconscientemente había sido ella la que había aproximado sus labios… todo estaba confuso, salvo una cosa, besarse con ella había estado mal, muy mal… y Esther no quería volver a tener aquel sentimiento de culpa y de desprecio hacía sí misma, ni que su madre se esforzara en mirarla a la cara, luchando contra la sombra de su padre y sus infidelidades reflejándose en su hija. Esther no quería volver a ser esa persona, y no lo sería.

-       Lo sé, es sólo que…
-       Aún la quieres –dijo su madre por ella-.

Esther la miró y una lágrima resbaló por su mejilla.

-       ¡Oh, mi amor! No pretendía… –su madre la abrazó. Esther no se permitió desbordarse. Estaban en el trabajo de su madre y no quería que corrieran habladurías sobre la hija de la jefa de enfermeras-.
-       Tranquila mamá, se me pasará, es sólo que estoy sensible ahora y son muchas cosas de golpe –no quiso preocuparla Esther-.

Su madre no la creyó, pero viéndola reponerse, no quiso volver a inquietarla.

-       Le daré la bolsa por ti –le dijo su madre, pero Esther se la cogió de las manos-.
-       No, tienes razón. Debería devolvérsela yo, ya no soy una niña para refugiarme en tus faldas –Esther esbozó una sonrisa, no quería marcharse dejando a su madre preocupada-.
-       Me encantaba que lo hicieras… ¡Oh! ¿no me saldrías lesbiana por eso, no? –Encarna también quería ver a su hija salir de allí entera y risueña, así que bromeó con el tema-.

Esther por fin rió con ganas junto a su madre.

-       ¡Te quiero! –le dijo Encarna dándole un último beso-. Y siempre estaré orgullosa de ti, seas como seas, y hagas lo que hagas en la vida… ¿lo sabes, no?

Como en un libro abierto su madre leyó los temores de su alma, y la calmó sin que tan siquiera se lo pidiera. A Esther se le puso un nudo en la garganta.

-       Yo también te quiero, mamá.
-       Lo sé, cariño… lo sé. Anda ve. Nos vemos mañana en la cena.
-       Allí estaré.

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-       ¿Por qué diablos piden todo por triplicado? Luego ni lo archivan ni lo leen ni nada –se quejó Maca por el papeleo, pero cogió la carpeta con los formularios y salió del despacho en busca de la fotocopiadora-.

Ensimismada y cabreada como iba, giró la esquina del pasillo sin levantar si quiera la vista. Cuando se vino a dar cuenta ya la tenía encima.

-       Oh… perdona… no… ¡¿Esther?! –las palabras salieron de su boca apresuradas mientras algunos papeles se le resbalaban hasta el suelo-.
-       ¡Maca! –a Esther se le cortó la respiración por la sorpresa-. ¿Qué haces aquí?

Maca y ella se agacharon a recoger lo que se había caído.

-       Trabajo aquí, ¿recuerdas? –pese a los nervios de encontrársela de nuevo, Maca sonrió-.
-       Sí, claro… quiero decir…. mi madre me había dicho que no estabas de turno –Esther decidió ponerse de pie al ver que le temblaba la mano al devolverle los impresos que había recogido del suelo para ayudarla-.

Maca también se incorporó tras notar sus nervios, y las dos se quedaron mirándose de frente en un momento de silencio.

-       Quería… quería devolverte esto –dijo finalmente Esther tendiéndole la bolsa con la ropa prestada-.

Maca la cogió y al ver sus vaqueros y su suéter, no pudo evitar que se le viniera a la mente la imagen de Esther con ellos puestos ni lo mucho que había deseado su piel bajo las prendas aquella noche. Cerró los ojos apenas un instante, y cogió fuerzas para disculparse…

-       Esther, quería haberte llamado para disculparme por lo de la otra noche pero…
-       No pasa nada tranquila, sé lo que quieres decirme…
-       ¿Ah sí? –preguntó con cierta curiosidad Maca al percatarse que Esther adoptaba una actitud bastante esquiva. “Bueno, es lo normal, ¿no? La besas y luego huyes… ¿qué esperabas?” pensó-.
-       Hacía años que no nos veíamos y supongo que el reencontrarnos de esta forma, y volver a conectar entre nosotras, nos ha removido viejos recuerdos y sentimientos, que bueno… la otra noche quizá confundimos. Sé que piensas que fue un error, y estoy de acuerdo contigo. Tuvimos un momento de “nostalgia”, entre las cervezas y la charla, y terminamos besándonos. ¡Esas cosas pasan! –Esther estaba tan nerviosa y centrada intentando hacer lo correcto que no quiso plantearse la veracidad de sus palabras-. Sólo quiero que sepas que por mi parte no tienes de qué preocuparte, sólo fue un beso, y ya tenemos cierta edad como para ir esquivándonos por las esquinas por un mal entendido. Para mí no significó nada, fue algo sin importancia, así que tranquila.

“¿No significó nada?”, se preguntó Maca mientras la escuchaba. La punzada que le había dado en el pecho al escucharlo de sus labios, sí significaba algo… algo para lo que Maca no estaba preparada a enfrentarse todavía.

-       Sí, supongo que tienes razón –contestó Maca sin saber qué añadir a lo que acaba de decir Esther-.
-       Espero que nuestra “tontería” de la otra noche, no haya supuesto un problema entre Bea y tú –se atrevió a sacar a colación Esther. Bea le caía bien, y aquel tema la había tenido bastante preocupada, así que frivolizó sus sentimientos pese a que para ella, aquel beso, había significado más de lo que nunca revelaría a Maca-.
-       “Nuestra tontería…” -musitó por lo bajo Maca, y se le dibujó una sonrisa amarga que Esther no llegó a vislumbrar. Por fin la miró a los ojos-. No, estate tranquila, Bea y yo estamos bien.
-       Me alegro –“¿Me alegro?... No, no lo hago… ¿por qué diablos no lo hago? ¿por qué sigo teniendo estos sentimientos por ti, joder?” , quiso gritar Esther, pero en su lugar agachó la mirada-.

La atmosfera entre ellas se puso de pronto tensa y silenciosa, ninguna sabía cómo seguir aquella conversación. “Es absurdo… habla… dile algo, lo que sea”, intentó Maca romper con aquel suplicio de lejanía entre ambas, pero no se le ocurría nada, estaba bloqueada. Ni siquiera sabía qué quería o esperaba de aquel enorme lío en el que se había metido al besarla. Por primera vez en muchísimo tiempo había entendido que jamás la había olvidado, que guardaba sentimientos profundos hacía Esther todavía y que estaba aterrada. Aterrada porque no sabía si aún existía o quería aquel camino, porque apenas conocían nada de sus diez años de distancia, porque tenía planes y compromisos con Bea… porque le asustaba volver a confiar en Esther y al mismo tiempo no estaba segura de poder bajar sus propias defensas.

El ascensor sonó, y Bea salió al pasillo. Por un momento, al verlas una frente a la otra, estuvo tentada de volver a meterse en el habitáculo y dejarlas a solas, pero ambas se giraron hacia ella y le pareció absurdo escapar de allí. Bea decidió sonreír amablemente y acercarse como si nada.

-       ¡Estás aquí! –dijo dirigiéndose a Maca y dándole un beso en la mejilla-. Hola, Esther… no te esperaba.
-       Hola –Esther se sorprendió de que le diera dos besos-. He venido a devolverle el coche a mi madre y de paso a pasar un ratito con ella –Esther omitió lo de la ropa de Maca porque no sabía qué se habían contado como pareja-.
-       Eso es genial, pues yo vengo a ver si puedo sacar a Maca de estas paredes. Se suponía que teníamos el día libre, pero se ha emperrado en ejercer con sus funciones administrativas -explicó Bea sonriente-.
-       Sólo tengo que fotocopiar un par de cosas, y podemos irnos –le contestó Maca-.
-       Eso espero, porque no quisiera emplear la fuerza bruta para disuadirte –bromeó Bea-.
-       No, tranquila –sonrió Maca por el comentario-.
-       Bien –le dijo Bea guiñándole un ojo-.

Esther contempló la escena entre ellas, y se sintió de pronto revuelta. “Tengo que salir de aquí”, se dijo. Una cosa era intentar hacer lo correcto y otra torturarse en el proceso.

-       Bueno, tengo que irme… Me alegro de haberos visto –dijo Esther-.
-       ¿Te vas? ¿No quieres que nos tomemos algo? –preguntó Bea volviendo a centrarse en Esther-.
-       Es que he quedado… con… con alguien, y… y se me ha echado el tiempo encima –improvisó Esther mirándose el reloj para enfatizar que llevaba prisa-. Otro día si eso, ¿vale?
-       Como quieras –le dijo Bea, y a pesar de que Esther ya quería irse, aún la enganchó para darle un par de besos-.

Esther en cambio no hizo ningún intento de besar a Maca, y simplemente se despidieron a mano alzada con un “Nos vemos” y un “Adiós”. Tanto Bea como Maca se le quedaron mirando mientras Esther escogía las escaleras en lugar del ascensor.

-       No se lo has dicho, ¿no? –le preguntó Bea a Maca una vez se quedaron a solas-.
-       No –contestó ella, e intentó salir hacia la fotocopiadora, pero Bea la atrapó por la mano-. ¡¿Qué?! –exhaló Maca con más frustración de la que esperaba-.
-       Woow –exclamó Bea alzando las manos en son de paz-.
-       Perdona, es que… no quiero seguir hablando de esto –le dijo Maca-.
-       Bien, sólo quiero que sepas que estoy de tu parte.
-       Lo sé.
-       Vale

Maca miró los informes que llevaba bajo el brazo. Ya no le apetecía nada seguir allí.

-       Salgamos de aquí. Te invito a cenar… necesito una copa –le dijo Maca de pronto-.
-       Muy bien, pues vamos. Te sigo –se apuntó Bea de inmediato-.

Bea acompañó a Maca hasta su despacho, y cuando por fin ésta cerró bajo llave el trabajo, las dos entraron en el ascensor para marcharse a otro sitio. Cuando las puertas del habitáculo se cerraron, Maca volvió a hablar.

-       Esther piensa que fue un error –comentó en voz alta-.

Bea se giró para mirarla, y Maca le devolvió el gesto.

-       Que fue una tontería fruto de un momento de nostalgia, por volver a encontrarnos –acabó de comentarle-.
-       Eso sí que me parece una tontería –le dijo Bea-.

Maca simplemente se encogió de hombros y miró al frente mientras tiraba la cabeza hacia atrás. Bea esperó, sabía que había más.

-       Dice que no le demos importancia, porque para ella no la tuvo.
-       ¿Seguro que no la tuvo? –preguntó entonces Bea-.
-       Me ha dicho que “no significó nada”, tal cual –le comentó Maca volviendo a mirarla-.
-       ¡Auch! –Bea hizo una mueca-. ¿Y qué piensas hacer al respecto?
-       ¡¿Qué quieres decir?! –preguntó con sorpresa Maca sin entenderla-.
-       Bueno, es evidente que para ti si que está significando algo, así que… ¿qué piensas hacer? ¿afrontarlo o esconderte? –quiso saber Bea-.

Maca se le quedó mirando como si aquellas opciones no hubieran pasado por su cabeza. “¿Qué voy a hacer?... ¡No tengo ni idea!”, pensó Maca sin poder dar contestación a lo que Bea le planteaba.


3 comentarios:

  1. Oh por Dios un paso hacia adelante y diez pasos hacia atrás

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    1. ¿Desesperante, verdad? Aunque realmente yo no lo veo como un paso hacia atrás, porque creo que Maca se ha dado cuenta de muchas cosas a raíz de ese beso que no pudo contenerse a dar... y eso, es realmente lo que cuenta.

      ;)

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    2. Oh sì me he dado cuenta de esto en Maca pero la que ahora me preocupa mas es Esther....creo que esto de ser segura de estar poniendose en el medio de una relaccion como la que està segura que tienen Maca y Bea le haga muy mal...ya se puede comprender cuanto ya ha sufrido por haberse dejado confundir con Alex, y se ha castigado y sigue haciendolo...creo que esto de repitir el mismo error pero siendo ahora ella la tercera persona mas pueda hacer que se haga daño psicologicamente hablando (lo de hacerselo fisicamente tambien puede ser pero tengo que esperar de saber mas sobre su periodo oscuro para saber que hizo en aquel entonces)

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