Esther no sintió
nada, quería hacerlo, pero no sucedió.
-
Perdona, Elena… -se detuvo Esther apartándose del beso con
cuidado-. Me gustas, pero no puedo.
-
Entiendo –dijo Elena-. Perdóname tú por atreverme a…
-
No, por favor. Me siento halagada pero es que ahora mismo… -Esther
no quería explicárselo a una desconocida-… no puedo.
-
Está bien, tranquila. Sigamos disfrutando del resto –quiso
comprenderla Elena y se separó de ella para que se integraran en el grupo-.
Al separarse,
Esther vio a Kate dirigiéndose hacia ella. Sin previo aviso, Kate la cogió del
brazo y se la volvió a llevar a parte.
-
¿Kate? ¿Qué pasa? –preguntó interrogante-.
-
Bea y Maca están aquí –le dijo sin más, y le tendió lo que
quedaba de la copa-.
-
¡¿Cómo?! –Esther no llegó ni a coger el vaso-.
-
¡Bebe! –le ordenó Kate, y Esther apuró un buen trago-. Te
juro que esta vez no he tenido nada que ver, por lo visto a Bea le van a dar un
premio por su colaboración con la ONG que organiza esto.
-
¡Oh Dios mío! ¡Compito contra “Santa Teresa”! –Esther no
pudo evitar decirlo en voz alta-.
-
¿Qué? –Kate no la entendió-.
-
Nada –contestó-. ¿Y dónde están ahora?
-
Eso es lo raro, me moría por librarme de ellas para venir a
avisarse, y cuando les dije que había venido contigo, se pusieron un poco raras
y Bea dijo que tenían que volver con los organizadores.
-
¡Madre mía! ¡Se lo ha dicho! –a Esther todo le empezó a dar
vueltas-.
-
¿De qué coño estás hablando? ¡Esther, no te entiendo ni una
mierda! –se empezó a mosquear Kate, porque estaba en continuo fuera de juego y
encima estaba preocupada por ella-.
-
¡Me besé con Maca! –soltó la bomba Esther y a bocajarro-.
-
¡¡¿CÓMO?!!
Varias cabezas
se giraron al escuchar a Kate que no salía de su asombro. Cogió a Esther otra
vez del brazo y se la llevó a uno de los balcones. A solas, Esther ya no pudo contener
su histerismo.
-
Me besó, la besé… yo qué sé… el caso es que el otro día
salimos a correr juntas, una cosa llevó a la otra, acabamos cenando y nos
besamos. No sé por qué ni cómo sucedió, pero Maca salió corriendo y está claro
que no tiene secretos para Bea, porque tengo la impresión de que lo sabe todo.
¡Dios mío, como he podido volver a meterme en algo así! –despotricó Esther
incontenible y muerta de nervios-.
-
Para… ¡PARA! –Kate la cogió de los brazos, ya la había visto
así otras veces, y no era una vía muy constructiva que digamos-.
-
Kate, no quería hacerlo… bueno, sí quería, lo deseaba pero…
-
Shhhhh… -Kate la abrazó-. No pasa nada, por un beso no se
muere nadie, y además, es algo de dos. Sea lo que sea lo que pasara, no es sólo
culpa tuya –Kate la conocía demasiado para no saber en qué estaría pensando-.
-
Entonces por qué me siento como la mala del cuento, como la
tercera en discordia, como el gusano en la manzana, o peor, como el caldo
asqueroso y putrefacto de la comida caducada -Kate se rió a su pesar-. ¡No te
rías! –Esther abrió los ojos como platos escandalizada-. ¡No tiene ni puñetera
gracia!
-
No, la situación no la tiene pero tú… -Kate tomó su cara
entre las manos-. Tú eres desastrosa y maravillosa, y por eso te quiero.
Esther dejó
que Kate volviera a abrazarla, necesitaba sentirse segura y querida más que
nunca.
-
Kate, la he vuelto a cagar –musitó Esther al cabo de unos
instantes-.
-
Es muy posible –no quiso engañarla-. ¿Mereció la pena?
Esther levantó
la mirada hacia ella, y Kate pudo ver todo lo que las palabras no decían. Una
sonrisa apasionada, tímida y a la vez culpable, materializó las sensaciones que
Esther no se atrevía.
-------
-
¿Mejor? –preguntó Bea tras hablar con ella-.
-
¡No me reconozco! Ni siquiera sé que pretendía –dijo Maca-.
-
Por la expresión de tu cara yo creo que querías arrancarle
la coleta a esa chica –trató de bromear Bea, y Maca puso unos ojos desorbitados
al escucharla, que hicieron reír a Bea a pesar de la situación que vivían-.
-
¡Dios, no lo digas ni en broma! –Maca estaba consternada,
porque en realidad sabía que Bea tenía razón. El fuego había crecido tan rápido
en su interior, que había estado tentada de ir y separarlas-.
-
No sabía que eras tan celosa.
-
¡Es que no lo soy! –se resistió Maca-
-
Conmigo desde luego no, pero con Esther parece que la cosa
cambia –apuntó con ternura Bea-.
Maca la miró
con expresión de culpa, en realidad lo que le pasaba con Esther nunca le había
sucedido con nadie, ni siquiera con Marta. Ahora estaba avergonzada porque le
parecía de neandertales tener aquellos sentimientos tan instintivos hacia
alguien.
-
¿Crees que alguien más se ha dado cuenta? –le preguntó Maca
sentándose a su lado-.
-
No lo creo –le contestó-.
-
Bea, lo siento, no pretendía que esto pasara… yo… me siento
culpable –se disculpó con Bea, llevaba semanas haciéndolo pese a que ambas
tenían claro lo que había y las cosas ya habían sido aclaradas-.
-
Si vuelves a disculparte, te partiré un brazo… Quizá me
vuelva loca después de todo, ¿sabes? –la amenazó Bea poniéndose de pie. Que
hubiera sabido desde el principio que Maca nunca le había pertenecido, no
significaba que le fuera fácil renunciar a muchas de las cosas que juntas
constituían-.
Maca se
levantó y se puso a su altura.
-
Me dejaría partir los dos si con eso fuera suficiente –le
dijo y a Bea se le cortó la respiración, porque sabía que lo decía en serio-.
Bea asintió, y
luego atrapó su cara entre las manos. Acercó su frente a la de Maca, y
permanecieron así unos segundos en silencio. Lo que más iba a echar de menos de
ella sin duda era esa nobleza y esa heroicidad innata que transmitía, aunque en
realidad fuera una niña cargada de miedos.
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El discurso de
los organizadores dio comienzo. Los encargados hicieron un par de
presentaciones audiovisuales sobre las jornadas de la ONG en los poblados. Kate
divisó entre las luces y penumbras la figura de Bea, que se refugiaba aparentemente
sola en una de las esquinas con una copa en la mano.
-
¿Qué hace una mujer tan guapa como tú, tan apartada del
resto? –preguntó con sensualidad Kate poniéndose a su lado-.
-
¡Kate! –sonrió Bea al ver una cara conocida-. Gracias por el
piropo.
-
De nada –sonrió Kate relajada a su lado-.
-
Si no fuera porque me he comprometido, hace rato que estaría
en casa. Me muero por estar en pantuflas y pijama –dijo Bea en total
confianza-.
Kate sonrió
por sus palabras. Viéndola portar aquel vestido y aquellos tacones, nadie diría
que se sintiera incómoda llevando aquel atuendo con tanta elegancia.
-
¿Por dónde anda Maca, no está contigo? –le preguntó Kate-.
-
No, ha cogido un taxi. Se ha marchado hace un rato –le
contestó Bea y dio un nuevo sorbo a su copa-.
Kate frunció
el entrecejo tras su respuesta. Bea no parecía enfadada, pero después de lo que
sabía por Esther, que Maca se hubiera marchado así de la fiesta, no podía
significar nada bueno entre ellas.
-
¿Y Esther? –preguntó esta vez Bea-.
-
También se ha marchado –reconoció Kate-.
Bea se giró
para mirarla un segundo, pero no dijo nada. “Esther
tiene razón, lo sabe”, pensó Kate y se sintió mal por Bea. Si existiera la
fórmula con la que todos pudieran ser felices y obtuvieran sus deseos, el mundo
no existiría, sólo sería un sueño.
-
Y ahora,
quiero presentarles a alguien que con su labor diaria ha hecho posible que las
fronteras y las barreras burocráticas, caigan a favor de un mundo más justo y
más humano. Hoy queremos agradecer y premiar la labor de la Dra. Beatriz Arzhue,
por haber logrado poner en marcha uno de los proyectos más ambiciosos en el
terreno médico en cuanto al lazo que une Europa con Sudáfrica –mencionó la
directora del evento-. Doctora Arzhue, no me equivoco si le digo que gracias a
su constancia y tesón hoy podemos dar atención de primera línea quirúrgica a
más de cuatrocientos niños sudafricanos. Le doy las gracias en nombre de todos
ellos, a usted y a su prometida, la Dra. Wilson…
Bea escupió el
trago que acababa de dar tras escuchar aquello. Kate se le quedó mirando por
ser un gesto tan impropio de alguien como ella.
-
… por su labor
conjunta, y el ejemplo tan inspirador que representan en una sociedad tan difícil
como la africana –acabó la oradora, y la sala estalló en aplausos reclamando la
presencia de Bea en el escenario-. Por favor, reciba en nuestro nombre este
humilde premio.
-
¡El espectáculo continúa! –le dijo Bea a Kate tendiéndole la
copa y después se marchó-.
Kate la vio
subir al escenario, y Bea parecía de pronto otra. Volvía a lucir su sonrisa
dulce y en su tono de voz no había sombras. Improvisó un discurso amable y
jocoso que fue del agrado de los asistentes pues rieron y aplaudieron. Kate se
quedó fascinada, Bea era de una peculiar rareza y la tenía francamente
intrigada.
---
El premio
otorgado a Bea, puso fin a la formalidad del evento. Los asistentes se
arremolinaron en torno a las figuras destacadas de la noche, y Kate tuvo que
desistir de volver junto a ella viéndola secuestrada por gente a la que ni de
casualidad le apetecía conocer. Tras casi una hora en la zona de barra libre y
de sociabilizar con sus compañeros de trabajo, Kate decidió que era hora de
regresar a casa. Se despidió y salió al jardín agradecida por el frío de
noviembre que le golpeó en la cara. Muchos asistentes también comenzaron a
marcharse enfilando el sendero a la puerta principal, a Kate no le apetecía
nada el gentío, y recordó que había una ruta alternativa por el jardín hacia
una puerta lateral. Kate se preguntó si estaría abierta, y decidió dar un paseo
para comprobarlo. Mientras se encendía un cigarrillo, caminó despacio
disfrutando de las arboledas que mantenían aquella casa colonial a salvo de
ojos curiosos desde el exterior. No anduvo mucho hasta que divisó en uno de los
bancos de piedra escondidos entre el jardín a Bea. La sonrisa se instauró en
Kate mucho antes que las preguntas.
-
¿Escondida? –preguntó Kate ya próxima a ella-.
-
¡Mierda! ¡Qué susto! –dijo Bea sobresaltándose. Había
escondido algo tras su espalda-.
-
Lo siento… ¿qué llevas ahí? –preguntó Kate divertida-.
Bea sacó la
botella de champán que había refugiado tras de sí, mientras una sonrisa
traviesa se dibujaba en su rostro. Kate se rió por su expresión y se sentó a su
lado.
-
Veo que te has montado la fiesta aparte –comentó Kate-.
-
Necesitaba un cambio de aires –contestó Bea y dio un trago
comedido a la botella. Pensaba terminársela sorbo a sorbo-.
-
¿Un cigarrillo? –le ofreció Kate, dándole tiempo a su
silencioso estar-.
-
Sí, gracias.
Kate le dio un
pitillo y luego le ayudó a encenderlo. Durante unos minutos ninguna dijo nada
mientras fumaban y se pasaban la botella sin necesidad de darse conversación
forzada.
-
Uffff… que maravilla –exclamó Bea finalmente, apoyando una
mano en el banco mientras se echaba para atrás y fumaba mirando al cielo-.
Lástima que en las grandes ciudades siempre falten las estrellas.
-
Sí, es una lástima –corroboró Kate mirando también al
cielo-.
-
Cuando era niña me pasaba horas tumbada al raso mientras las
constelaciones se ponían. Me encantaba ver tantas luces en movimiento –comentó
Bea-.
-
¿Vivías en el campo? –preguntó Kate pasándole de nuevo la
botella-.
-
Jajajajaja… ¿en el campo? –Kate no entendió su risa, pero
sonrió tras ver un brillo especial en sus ojos. Bea se deshizo del cigarrillo
antes de continuar hablando-. Nací y crecí en el Amazonas.
Los
ojos de Kate se abrieron como platos, y eso hizo que Bea sonriera más.
-
¡Me estás tomando el pelo! Arzhue es un apellido del norte
–Kate entrecerró los ojos creyendo que quería quedarse con ella-.
-
Mis padres son del norte, pero eran médicos concienciados, y
a mi madre se le fue la mano y terminó teniéndome mientras trabajaban en
colaboración internacional en el Amazonas. Viví en poblados indígenas hasta los
once años –le explicó Bea-.
-
¡No tenía ni idea! –exclamó Kate, estaba impresionada-.
-
Me encantaba vivir
allí, todo es tan distinto. La naturaleza, las personas, los valores, las
acciones… -mencionó Bea volviendo con nostalgia sobre sus recuerdos-.
-
¿Y qué pasó después? Tus padres volverían a España supongo
–Kate quería conocer su historia-.
Bea
se giró a mirarla, y le pasó la botella.
-
Volvimos a España, sí. James, mi hermano pequeño -aclaró
Bea-, y yo pasamos un verano fantástico en San Sebastián con nuestros padres y
nuestro abuelos paternos. Sólo los habíamos visto un par de veces en persona y
aunque cuando podíamos hacíamos alguna conferencia, fue genial poder estar con
ellos. Todo era tan nuevo para nosotros, las playas, la gente… jajaja… James y
yo no parábamos quietos intentando absorber todo lo que de pronto nos rodeaba.
Recuerdo que nos costaba mucho dormir en el silencio, mi madre terminó
comprando una cinta con sonidos nocturnos de la naturaleza para que lo
consiguiéramos –recordó con cariño. Kate esperó a que continuara, escuchar su
calma mientras hablaba era hipnótico, o quizá fuera el alcohol… fuera lo que
fuera no importaba. Bea continuó su relato-. Después de ese verano mis padres
nos anunciaron que cambiaban de destino a Sudáfrica y que no querían que
fuéramos con ellos. Fue un mazazo para mi hermano y para mí, no entendíamos por
qué de pronto necesitábamos estudiar en colegios reglados, pero mis padres no
dieron su brazo a torcer. ¡Uf! El primer año escolar fue horrible, nos sentíamos
como “niños de la selva” entre lo que el resto llamaba “civilización”…
jajajaja… ¡Madre mía! A pesar de los años aún no comprendo como pueden llamar
civilización a esto –comentó Bea y le quitó la botella a Kate de las manos para
dar un trago-. Se le da una importancia desmedida a las cosas más absurdas,
¿sabes? Quiero decir que, me crié en un sitio donde lo más valioso que tenías
era a ti mismo y tu relación con los demás. Cuando no hay nada, te das cuenta
de que la unión es tu fuerza, que lo que aportas al grupo es lo que os mantiene
a salvo de los peligros reales de supervivencia. No sé, son otros lazos, son
otras prioridades, es una forma muy distinta de afrontar y ver la vida. No
existe este “yo” desmesurado ni este auge alarmante de lo material, de lo
efímero. Claro que tampoco existe el Champán… ¡Diez puntos menos para ellos!
–dijo Bea con sorna, no le gustaba ponerse transcendental ni catedrática entre
sus amigos… bebió un trago tan largo de la botella que le produjo un repelús-.
Kate
le arrebató la botella con cariño, Bea le sonrió.
-
No voy a caerme de culo, ¿sabes? –le aseguró Bea-.
-
Lo sé, pero yo también tengo sed –no quiso insultarla Kate,
así que bebió un trago para acompañarla. Bea asintió y luego se quedó mirando
al frente en silencio-. ¿Cuándo volvisteis a estar con ellos?
-
¿Con quién? –preguntó Bea absorta en sus pensamientos-.
-
Con tus padres
-
En verano. A partir de ese momento, pasábamos el año escolar
en España y los veranos en Sudáfrica, en los distintos campamentos en los que
trabajaban. James eligió estudiar en Europa, y terminó trabajando en Suiza. A
mí en cambio me apasionaba como a mis padres aquello, escogí medicina, luego me
especialicé en relaciones internacionales, me nombraron coordinadora de
enfermedades raras, en fin… sin darme cuenta me metí de lleno en todo este
juego. Mi padre siempre decía que tenía un don para ello, que era un
“kiholuma”.
-
¿Un qué? –preguntó Kate con voz rara-.
-
jajajaja… es un término indígena, sería algo así como
“guerrero de mil caras” –aclaró Bea-. ¡Como un camaleón! –se le ocurrió-..
-
¿Quieres decir que se te da de vicio esto de esconderte?
–preguntó Kate haciendo un juego gracioso de cejas-.
Aquello hizo
que Bea riera con ganas. A Kate le encantó su risa sonora, sin cortapisas ni
remilgos. Estaba pensando en ello, cuando de pronto Bea dejó de reír, algo
misterioso se posó en sus ojos castaños y brillantes, y la sonrisa con la que
le apuntaba se le antojó preocupante. A Kate se le agitó un poco la respiración
cuando Bea se inclinó hacia ella, tan cerca, que cuando habló su aliento le
quemó en la cara, cerca de los labios. Nunca se había sentido tan alerta con
tan poco.
-
Quiere decir que mi capacidad de supervivencia reside en mi talento
natural para ser cien por cien adaptable –musitó Bea, y después de mirar a los
labios entreabiertos de Kate unos segundos, se apartó de ella-.
Kate pestañeó
confusa ante la escena. Bea se levantó del asiento como si nada, se acercó a un
árbol, y con un palo trazó unos surcos cerca de las raíces. Vació lo que
quedaba de la botella en ellos, y luego se la puso vacía bajo el brazo.
-
¿Nos vamos? –preguntó Bea estirándose, se notaba entumecida
y cansada-.
-
Claro –contestó Kate poniéndose de pie-.
-
¿Has venido en coche? –le preguntó Bea mientras andaban-.
-
No
-
Mejor, ninguna estamos para conducir.
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