miércoles, 25 de junio de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 24-






24

Esther no sintió nada, quería hacerlo, pero no sucedió.

-       Perdona, Elena… -se detuvo Esther apartándose del beso con cuidado-. Me gustas, pero no puedo.
-       Entiendo –dijo Elena-. Perdóname tú por atreverme a…
-       No, por favor. Me siento halagada pero es que ahora mismo… -Esther no quería explicárselo a una desconocida-… no puedo.
-       Está bien, tranquila. Sigamos disfrutando del resto –quiso comprenderla Elena y se separó de ella para que se integraran en el grupo-.

Al separarse, Esther vio a Kate dirigiéndose hacia ella. Sin previo aviso, Kate la cogió del brazo y se la volvió a llevar a parte.

-       ¿Kate? ¿Qué pasa? –preguntó interrogante-.
-       Bea y Maca están aquí –le dijo sin más, y le tendió lo que quedaba de la copa-.
-       ¡¿Cómo?! –Esther no llegó ni a coger el vaso-.
-       ¡Bebe! –le ordenó Kate, y Esther apuró un buen trago-. Te juro que esta vez no he tenido nada que ver, por lo visto a Bea le van a dar un premio por su colaboración con la ONG que organiza esto.
-       ¡Oh Dios mío! ¡Compito contra “Santa Teresa”! –Esther no pudo evitar decirlo en voz alta-.
-       ¿Qué? –Kate no la entendió-.
-       Nada –contestó-. ¿Y dónde están ahora?
-       Eso es lo raro, me moría por librarme de ellas para venir a avisarse, y cuando les dije que había venido contigo, se pusieron un poco raras y Bea dijo que tenían que volver con los organizadores.
-       ¡Madre mía! ¡Se lo ha dicho! –a Esther todo le empezó a dar vueltas-.
-       ¿De qué coño estás hablando? ¡Esther, no te entiendo ni una mierda! –se empezó a mosquear Kate, porque estaba en continuo fuera de juego y encima estaba preocupada por ella-.
-       ¡Me besé con Maca! –soltó la bomba Esther y a bocajarro-.
-       ¡¡¿CÓMO?!!

Varias cabezas se giraron al escuchar a Kate que no salía de su asombro. Cogió a Esther otra vez del brazo y se la llevó a uno de los balcones. A solas, Esther ya no pudo contener su histerismo.

-       Me besó, la besé… yo qué sé… el caso es que el otro día salimos a correr juntas, una cosa llevó a la otra, acabamos cenando y nos besamos. No sé por qué ni cómo sucedió, pero Maca salió corriendo y está claro que no tiene secretos para Bea, porque tengo la impresión de que lo sabe todo. ¡Dios mío, como he podido volver a meterme en algo así! –despotricó Esther incontenible y muerta de nervios-.
-       Para… ¡PARA! –Kate la cogió de los brazos, ya la había visto así otras veces, y no era una vía muy constructiva que digamos-.
-       Kate, no quería hacerlo… bueno, sí quería, lo deseaba pero…
-       Shhhhh… -Kate la abrazó-. No pasa nada, por un beso no se muere nadie, y además, es algo de dos. Sea lo que sea lo que pasara, no es sólo culpa tuya –Kate la conocía demasiado para no saber en qué estaría pensando-.
-       Entonces por qué me siento como la mala del cuento, como la tercera en discordia, como el gusano en la manzana, o peor, como el caldo asqueroso y putrefacto de la comida caducada -Kate se rió a su pesar-. ¡No te rías! –Esther abrió los ojos como platos escandalizada-. ¡No tiene ni puñetera gracia!
-       No, la situación no la tiene pero tú… -Kate tomó su cara entre las manos-. Tú eres desastrosa y maravillosa, y por eso te quiero.

Esther dejó que Kate volviera a abrazarla, necesitaba sentirse segura y querida más que nunca.

-       Kate, la he vuelto a cagar –musitó Esther al cabo de unos instantes-.
-       Es muy posible –no quiso engañarla-. ¿Mereció la pena?

Esther levantó la mirada hacia ella, y Kate pudo ver todo lo que las palabras no decían. Una sonrisa apasionada, tímida y a la vez culpable, materializó las sensaciones que Esther no se atrevía.

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-       ¿Mejor? –preguntó Bea tras hablar con ella-.
-       ¡No me reconozco! Ni siquiera sé que pretendía –dijo Maca-.
-       Por la expresión de tu cara yo creo que querías arrancarle la coleta a esa chica –trató de bromear Bea, y Maca puso unos ojos desorbitados al escucharla, que hicieron reír a Bea a pesar de la situación que vivían-.
-       ¡Dios, no lo digas ni en broma! –Maca estaba consternada, porque en realidad sabía que Bea tenía razón. El fuego había crecido tan rápido en su interior, que había estado tentada de ir y separarlas-.
-       No sabía que eras tan celosa.
-       ¡Es que no lo soy! –se resistió Maca-
-       Conmigo desde luego no, pero con Esther parece que la cosa cambia –apuntó con ternura Bea-.

Maca la miró con expresión de culpa, en realidad lo que le pasaba con Esther nunca le había sucedido con nadie, ni siquiera con Marta. Ahora estaba avergonzada porque le parecía de neandertales tener aquellos sentimientos tan instintivos hacia alguien.

-       ¿Crees que alguien más se ha dado cuenta? –le preguntó Maca sentándose a su lado-.
-       No lo creo –le contestó-.
-       Bea, lo siento, no pretendía que esto pasara… yo… me siento culpable –se disculpó con Bea, llevaba semanas haciéndolo pese a que ambas tenían claro lo que había y las cosas ya habían sido aclaradas-.  
-       Si vuelves a disculparte, te partiré un brazo… Quizá me vuelva loca después de todo, ¿sabes? –la amenazó Bea poniéndose de pie. Que hubiera sabido desde el principio que Maca nunca le había pertenecido, no significaba que le fuera fácil renunciar a muchas de las cosas que juntas constituían-.

Maca se levantó y se puso a su altura.

-       Me dejaría partir los dos si con eso fuera suficiente –le dijo y a Bea se le cortó la respiración, porque sabía que lo decía en serio-.

Bea asintió, y luego atrapó su cara entre las manos. Acercó su frente a la de Maca, y permanecieron así unos segundos en silencio. Lo que más iba a echar de menos de ella sin duda era esa nobleza y esa heroicidad innata que transmitía, aunque en realidad fuera una niña cargada de miedos.

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El discurso de los organizadores dio comienzo. Los encargados hicieron un par de presentaciones audiovisuales sobre las jornadas de la ONG en los poblados. Kate divisó entre las luces y penumbras la figura de Bea, que se refugiaba aparentemente sola en una de las esquinas con una copa en la mano.

-       ¿Qué hace una mujer tan guapa como tú, tan apartada del resto? –preguntó con sensualidad Kate poniéndose a su lado-.
-       ¡Kate! –sonrió Bea al ver una cara conocida-. Gracias por el piropo.
-       De nada –sonrió Kate relajada a su lado-.
-       Si no fuera porque me he comprometido, hace rato que estaría en casa. Me muero por estar en pantuflas y pijama –dijo Bea en total confianza-.

Kate sonrió por sus palabras. Viéndola portar aquel vestido y aquellos tacones, nadie diría que se sintiera incómoda llevando aquel atuendo con tanta elegancia.

-       ¿Por dónde anda Maca, no está contigo? –le preguntó Kate-.
-       No, ha cogido un taxi. Se ha marchado hace un rato –le contestó Bea y dio un nuevo sorbo a su copa-.

Kate frunció el entrecejo tras su respuesta. Bea no parecía enfadada, pero después de lo que sabía por Esther, que Maca se hubiera marchado así de la fiesta, no podía significar nada bueno entre ellas.

-       ¿Y Esther? –preguntó esta vez Bea-.
-       También se ha marchado –reconoció Kate-.

Bea se giró para mirarla un segundo, pero no dijo nada. “Esther tiene razón, lo sabe”, pensó Kate y se sintió mal por Bea. Si existiera la fórmula con la que todos pudieran ser felices y obtuvieran sus deseos, el mundo no existiría, sólo sería un sueño.

-       Y ahora, quiero presentarles a alguien que con su labor diaria ha hecho posible que las fronteras y las barreras burocráticas, caigan a favor de un mundo más justo y más humano. Hoy queremos agradecer y premiar la labor de la Dra. Beatriz Arzhue, por haber logrado poner en marcha uno de los proyectos más ambiciosos en el terreno médico en cuanto al lazo que une Europa con Sudáfrica –mencionó la directora del evento-. Doctora Arzhue, no me equivoco si le digo que gracias a su constancia y tesón hoy podemos dar atención de primera línea quirúrgica a más de cuatrocientos niños sudafricanos. Le doy las gracias en nombre de todos ellos, a usted y a su prometida, la Dra. Wilson…

Bea escupió el trago que acababa de dar tras escuchar aquello. Kate se le quedó mirando por ser un gesto tan impropio de alguien como ella.

-       … por su labor conjunta, y el ejemplo tan inspirador que representan en una sociedad tan difícil como la africana –acabó la oradora, y la sala estalló en aplausos reclamando la presencia de Bea en el escenario-. Por favor, reciba en nuestro nombre este humilde premio.

-       ¡El espectáculo continúa! –le dijo Bea a Kate tendiéndole la copa y después se marchó-.

Kate la vio subir al escenario, y Bea parecía de pronto otra. Volvía a lucir su sonrisa dulce y en su tono de voz no había sombras. Improvisó un discurso amable y jocoso que fue del agrado de los asistentes pues rieron y aplaudieron. Kate se quedó fascinada, Bea era de una peculiar rareza y la tenía francamente intrigada.

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El premio otorgado a Bea, puso fin a la formalidad del evento. Los asistentes se arremolinaron en torno a las figuras destacadas de la noche, y Kate tuvo que desistir de volver junto a ella viéndola secuestrada por gente a la que ni de casualidad le apetecía conocer. Tras casi una hora en la zona de barra libre y de sociabilizar con sus compañeros de trabajo, Kate decidió que era hora de regresar a casa. Se despidió y salió al jardín agradecida por el frío de noviembre que le golpeó en la cara. Muchos asistentes también comenzaron a marcharse enfilando el sendero a la puerta principal, a Kate no le apetecía nada el gentío, y recordó que había una ruta alternativa por el jardín hacia una puerta lateral. Kate se preguntó si estaría abierta, y decidió dar un paseo para comprobarlo. Mientras se encendía un cigarrillo, caminó despacio disfrutando de las arboledas que mantenían aquella casa colonial a salvo de ojos curiosos desde el exterior. No anduvo mucho hasta que divisó en uno de los bancos de piedra escondidos entre el jardín a Bea. La sonrisa se instauró en Kate mucho antes que las preguntas.

-       ¿Escondida? –preguntó Kate ya próxima a ella-.
-       ¡Mierda! ¡Qué susto! –dijo Bea sobresaltándose. Había escondido algo tras su espalda-.
-       Lo siento… ¿qué llevas ahí? –preguntó Kate divertida-.

Bea sacó la botella de champán que había refugiado tras de sí, mientras una sonrisa traviesa se dibujaba en su rostro. Kate se rió por su expresión y se sentó a su lado.

-       Veo que te has montado la fiesta aparte –comentó Kate-.
-       Necesitaba un cambio de aires –contestó Bea y dio un trago comedido a la botella. Pensaba terminársela sorbo a sorbo-.
-       ¿Un cigarrillo? –le ofreció Kate, dándole tiempo a su silencioso estar-.
-       Sí, gracias.

Kate le dio un pitillo y luego le ayudó a encenderlo. Durante unos minutos ninguna dijo nada mientras fumaban y se pasaban la botella sin necesidad de darse conversación forzada.

-       Uffff… que maravilla –exclamó Bea finalmente, apoyando una mano en el banco mientras se echaba para atrás y fumaba mirando al cielo-. Lástima que en las grandes ciudades siempre falten las estrellas.
-       Sí, es una lástima –corroboró Kate mirando también al cielo-.
-       Cuando era niña me pasaba horas tumbada al raso mientras las constelaciones se ponían. Me encantaba ver tantas luces en movimiento –comentó Bea-.
-       ¿Vivías en el campo? –preguntó Kate pasándole de nuevo la botella-.
-       Jajajajaja… ¿en el campo? –Kate no entendió su risa, pero sonrió tras ver un brillo especial en sus ojos. Bea se deshizo del cigarrillo antes de continuar hablando-. Nací y crecí en el Amazonas.

Los ojos de Kate se abrieron como platos, y eso hizo que Bea sonriera más.

-       ¡Me estás tomando el pelo! Arzhue es un apellido del norte –Kate entrecerró los ojos creyendo que quería quedarse con ella-.
-       Mis padres son del norte, pero eran médicos concienciados, y a mi madre se le fue la mano y terminó teniéndome mientras trabajaban en colaboración internacional en el Amazonas. Viví en poblados indígenas hasta los once años –le explicó Bea-.
-       ¡No tenía ni idea! –exclamó Kate, estaba impresionada-.
-        Me encantaba vivir allí, todo es tan distinto. La naturaleza, las personas, los valores, las acciones… -mencionó Bea volviendo con nostalgia sobre sus recuerdos-.
-       ¿Y qué pasó después? Tus padres volverían a España supongo –Kate quería conocer su historia-.

Bea se giró a mirarla, y le pasó la botella.

-       Volvimos a España, sí. James, mi hermano pequeño -aclaró Bea-, y yo pasamos un verano fantástico en San Sebastián con nuestros padres y nuestro abuelos paternos. Sólo los habíamos visto un par de veces en persona y aunque cuando podíamos hacíamos alguna conferencia, fue genial poder estar con ellos. Todo era tan nuevo para nosotros, las playas, la gente… jajaja… James y yo no parábamos quietos intentando absorber todo lo que de pronto nos rodeaba. Recuerdo que nos costaba mucho dormir en el silencio, mi madre terminó comprando una cinta con sonidos nocturnos de la naturaleza para que lo consiguiéramos –recordó con cariño. Kate esperó a que continuara, escuchar su calma mientras hablaba era hipnótico, o quizá fuera el alcohol… fuera lo que fuera no importaba. Bea continuó su relato-. Después de ese verano mis padres nos anunciaron que cambiaban de destino a Sudáfrica y que no querían que fuéramos con ellos. Fue un mazazo para mi hermano y para mí, no entendíamos por qué de pronto necesitábamos estudiar en colegios reglados, pero mis padres no dieron su brazo a torcer. ¡Uf! El primer año escolar fue horrible, nos sentíamos como “niños de la selva” entre lo que el resto llamaba “civilización”… jajajaja… ¡Madre mía! A pesar de los años aún no comprendo como pueden llamar civilización a esto –comentó Bea y le quitó la botella a Kate de las manos para dar un trago-. Se le da una importancia desmedida a las cosas más absurdas, ¿sabes? Quiero decir que, me crié en un sitio donde lo más valioso que tenías era a ti mismo y tu relación con los demás. Cuando no hay nada, te das cuenta de que la unión es tu fuerza, que lo que aportas al grupo es lo que os mantiene a salvo de los peligros reales de supervivencia. No sé, son otros lazos, son otras prioridades, es una forma muy distinta de afrontar y ver la vida. No existe este “yo” desmesurado ni este auge alarmante de lo material, de lo efímero. Claro que tampoco existe el Champán… ¡Diez puntos menos para ellos! –dijo Bea con sorna, no le gustaba ponerse transcendental ni catedrática entre sus amigos… bebió un trago tan largo de la botella que le produjo un repelús-.

Kate le arrebató la botella con cariño, Bea le sonrió.

-       No voy a caerme de culo, ¿sabes? –le aseguró Bea-.
-       Lo sé, pero yo también tengo sed –no quiso insultarla Kate, así que bebió un trago para acompañarla. Bea asintió y luego se quedó mirando al frente en silencio-. ¿Cuándo volvisteis a estar con ellos?
-       ¿Con quién? –preguntó Bea absorta en sus pensamientos-.
-       Con tus padres
-       En verano. A partir de ese momento, pasábamos el año escolar en España y los veranos en Sudáfrica, en los distintos campamentos en los que trabajaban. James eligió estudiar en Europa, y terminó trabajando en Suiza. A mí en cambio me apasionaba como a mis padres aquello, escogí medicina, luego me especialicé en relaciones internacionales, me nombraron coordinadora de enfermedades raras, en fin… sin darme cuenta me metí de lleno en todo este juego. Mi padre siempre decía que tenía un don para ello, que era un “kiholuma”.
-       ¿Un qué? –preguntó Kate con voz rara-.
-       jajajaja… es un término indígena, sería algo así como “guerrero de mil caras” –aclaró Bea-. ¡Como un camaleón! –se le ocurrió-..
-       ¿Quieres decir que se te da de vicio esto de esconderte? –preguntó Kate haciendo un juego gracioso de cejas-.

Aquello hizo que Bea riera con ganas. A Kate le encantó su risa sonora, sin cortapisas ni remilgos. Estaba pensando en ello, cuando de pronto Bea dejó de reír, algo misterioso se posó en sus ojos castaños y brillantes, y la sonrisa con la que le apuntaba se le antojó preocupante. A Kate se le agitó un poco la respiración cuando Bea se inclinó hacia ella, tan cerca, que cuando habló su aliento le quemó en la cara, cerca de los labios. Nunca se había sentido tan alerta con tan poco.

-       Quiere decir que mi capacidad de supervivencia reside en mi talento natural para ser cien por cien adaptable –musitó Bea, y después de mirar a los labios entreabiertos de Kate unos segundos, se apartó de ella-.

Kate pestañeó confusa ante la escena. Bea se levantó del asiento como si nada, se acercó a un árbol, y con un palo trazó unos surcos cerca de las raíces. Vació lo que quedaba de la botella en ellos, y luego se la puso vacía bajo el brazo.

-       ¿Nos vamos? –preguntó Bea estirándose, se notaba entumecida y cansada-.
-       Claro –contestó Kate poniéndose de pie-.
-       ¿Has venido en coche? –le preguntó Bea mientras andaban-.
-       No
-       Mejor, ninguna estamos para conducir.

Cuando salieron a la calle, Bea se paró en el contenedor de cristal para deshacerse del envase. Kate no había conocido a nadie como ella. Allí de pie, con zapatos de tacón y un vestido de noche cuyo escote podía entretenerte durante horas, Bea se transformó en alguien de lo más estimulante para Kate. Las dos compartieron un taxi, convirtiendo su conversación en algo ligero

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