sábado, 5 de julio de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 25-




25

-       ¡Taxi!


Maca se introdujo en el vehículo y le dio su dirección al taxista.  A pesar de estar más tranquila, seguía preocupada por haber dejado sola a Bea, pero dada su reacción al ver a Esther, decidió que alejarse de allí era lo mejor por el momento. Su propio comportamiento la tenía desconcertada, y necesitaba tiempo y distancia para procesar lo que le estaba sucediendo.

-       ¡Dios, celosa y cobarde! ¡Lo que me faltaba! –masculló antes de pasarse una mano nerviosa por la cara-.

Miró a través de la ventanilla intentando no pensar más en ello, cuando de pronto el taxi se paró en un semáforo y una silueta llamó su atención a apenas tres metros.

-       Por favor, puede parar un momento allí –señaló Maca-. Creo que he visto a alguien que conozco –le pidió al taxista-.
-       ¿Aquí mismo? –se detuvo-
-       Sí, gracias –Maca bajó la ventanilla a toda prisa-. ¡Esther!

Sorprendida, Esther se giró al escuchar su nombre. Los ojos se le abrieron como platos al darse cuenta de quién la llamaba.

-       ¡¿Maca?! –a Esther le costó reaccionar. Había decidido volver a casa andando para despejarse, sin imaginar que sus caminos volverían a cruzarse-. ¿Qué haces tú aquí?
-       Jajaja… lo mismo podría preguntarte yo –a Maca le salió una risa nerviosa. ¿Cómo podía alegrarse tanto sólo con verla?-. ¿Estás sola?

Maca se acordó de la rubia, y miró alrededor de Esther por si con la emoción no se había percatado de otras personas. Ni rastro de la rubia ni de Kate a la vista.

-       Eh, sí… Kate se ha quedado un poco más en la fiesta con sus compañeros de trabajo –a Esther le pareció ridículo actuar como si Kate no le hubiera advertido de la presencia de Bea y Maca-. Me dijo que estabais por allí, pero no quise molestaros y se me hacía tarde. ¿Y tú? ¿No estás con Bea?
-       No, ella aún tenía para rato y yo mañana tengo que madrugar –mintió Maca-. Trabajo, ya sabes.
-       Si, trabajas mucho –dijo Esther sin saber muy bien qué añadir-.
-       Sí.

Por un momento las dos se quedaron sin saber qué decir. Esther miró hacia la calzada, y metió las manos en los bolsillos delanteros de su vaquero. Maca se quedó idiota mirando el tatuaje que asomaba por el cuello de la chaqueta que llevaba. “Estoy fatal”, se dijo y reacciono.

-       ¿Subes? Te acerco a donde vayas –se ofreció Maca, y Esther se giró de nuevo cara a ella-.
-       No, tranquila. No hace falta. Sólo voy a casa y apenas quedan dos manzanas –le dijo Esther, no se atrevía a permanecer tan cerca de Maca en aquel taxi-.
-       No son horas para caminar sola por las calles.
-       Tampoco es tan tarde, además hay gente… no te preocupes.
-       Insisto, no seas cabezota –sonrió Maca al decirlo-.
-       De verdad que no es por ser cabezota -Esther también sonrió por su apelativo. Estaba apunto de ceder, pero utilizó su último cartucho-. Es que me apetece caminar, he bebido un poco, y prefiero despejarme antes de acostarme, en serio.

Las dos se aguantaron la mirada. De pronto Maca buscó su cartera.

-       En ese caso… ¿Por favor, me dice cuánto es?
-       Seis con veinte –le dijo el taxista-
-       Tenga, quédese con el cambio –Maca pagó al taxista-.
-       Maca, no hace falta que… -Esther intentó detenerla en cuanto vio sus intenciones, pero Maca ya había pagado y bajado del coche-.
-       Si Mahoma no va a la montaña… -le dijo Maca ya parada frente a ella mientras se encogía de hombros-.

“Te comería toda la boca… ¡Oh Dios mío! ¿por qué me lo complicas?”, pensó Esther sin poder evitar que una sonrisa aflorara en su rostro al ver aquella preciosidad de pelo largo frente a ella. Las entrañas le rugían sólo con verla.

-       ¿Por dónde? –preguntó Maca señalando en varias direcciones. Aún no tenía orientada la casa de Esther-.
-       Por allí –le contestó y las dos empezaron a caminar-.

El silencio se instauró entre ambas mientras recorrían las calles tranquilas. Maca la miraba de tanto en tanto de reojo, incapaz de apartar sus ojos de ella. “¿Dónde coño me estoy metiendo?”, se preguntó mientras notaba aquella sensación de tobogán en mitad del estómago, y sin darse cuenta, exhaló un gran suspiro. Esther se giró para mirarla y arqueó una ceja interrogante, Maca también la miró.

-       ¿Qué? –preguntó Maca-.
-       Nada –sonrió Esther por su cara, pero Maca no la creyó-. Bueno, sólo es que… has pegado tal suspiro que te han escuchado hasta en la cera de enfrente –Esther no pudo evitar decir lo que pensaba, le había hecho mucha gracia-.
-       ¿Ah sí?
-       Sí. ¿Te pasa algo? –le preguntó-.
-       No, nada –mintió Maca y se encogió de hombros para restarle importancia. Luego fijó su mirada en el cielo-. Que pena que no se vean las estrellas, ¿verdad? A pesar del frío hace una noche estupenda.

Esther hizo lo mismo, y determinó que tenía razón.

-       La verdad es que sí, se respira calma. Lo de las estrellas es una lástima –se apuntó a la conversación Esther-.
-       ¿En Los Ángeles podéis disfrutarlas? –preguntó Maca, y Esther tuvo que tomarse unos segundos porque nunca se lo había planteado-.
-       Sí, la verdad es sí. Por suerte vivo en una zona bastante verde y los cielos suelen ser despejados. No me paro mucho a ver las estrellas, pero sí, se ven –le contestó Esther-. ¿Y vosotras en Holanda?

Maca fue muy consciente de que Esther incluía la presencia de Bea en la conversación. Estuvo tentada de confesarse, pero por alguna extraña razón su instinto de supervivencia prefirió tener sujeto aquel bote salvavidas.

-       También –respondió-. Nada que ver con los cielos en África, pero también intentamos de vez en cuando disfrutarlas en Holanda.

“Claro… debí imaginármelo. Seguro que van en plan cenita, un poco de manoseo y noches de visionado estelar en plan románticas… ¡No sé para qué coño pregunto! ¡Idiota!”, pensó Esther. Maca la vio morderse el labio inferior en aquel tic nervioso que tanto le atraía, y tuvo que hace un esfuerzo para no pensar en su boca. La imagen de la rubia besando a Esther atravesó su mente malintencionadamente, y Maca tuvo que reprimir un quejido. Era absurdo desearla de aquella forma, pero cómo la deseaba. “¡Maldita sea!”

-       ¡Maca!
-       ¿Eh? ¿Sí? –pensando en sus cosas, Maca se había distraído-.
-       Es por aquí –le indicó Esther con una tierna sonrisa, y la cogió un segundo del brazo para guiarla-.

A Maca se le pusieron los pelos de punta bajo el abrigo sólo con su contacto. Si supiera cuánto deseaba cogerle de la mano, volver a perderse con ella... Las risas en los portales y sus besos robados en las esquinas, aterrizaron de golpe en mitad de su barriga.

-       Ya casi hemos llegado –indicó Esther ajena a las sentimientos que Maca estaba teniendo-.

Por fin llegaron al edificio. Maca reconoció la fachada antigua de la vez anterior, de pronto cayó en la cuenta de que había llegado el momento de despedirse de ella y no estaba preparada para dejarla marchar todavía. Entre las dos se materializó un silencio denso, parecido al que había desencadenado el beso inesperado de hacía dos semanas. Esther se puso nerviosa, no quería que aquel error volviera a incomodarlas, sin saber lo que hacía, la invitó a subir.

-       ¿Te apetece un café mientras llamamos y esperas a que venga un taxi? –le propuso-.
-       ¿Un café? ¡Me encantaría! –contestó Maca casi al instante-.
-       Genial, pasa –Esther estaba de pronto tan inquieta que empezó a hablar sin parar sobre las maravillas de las nuevas cafeteras, cosa que hizo sonreír por primera vez en un rato a Maca-. Son una pasada, ¿verdad? Sigo conservando la cafetera de siempre, pero a veces es un coñazo eso de poner el filtro, el agua, la mezcla… por no hablar de cuando te mueres por un café, y siguiendo la Ley de Murphy, nunca te queda. Sin embargo con las nuevas, no hay ese problema… -Esther abrió la puerta del primer piso y dejó las cosas en la entrada de cualquier manera. Maca, recogió divertida la chaqueta que Esther se había quitado, y la dejó en el perchero junto con su abrigo, luego la siguió hasta la cocina-… la enciendes, le pones la cápsula de lo que te apetezca, y en un par de minutos lo tienes listo, y mejor que en muchas cafeterías.


Maca se quedó mirándola desde el quicio de la puerta, le fascinaba observarla cuando se mostraba tan viva.

-       Bueno, ¿qué te apetece? –Esther se arremangó la camiseta que llevaba, y abrió uno de los armarios. Estaba repleto de cápsulas-. Tengo casi de todo, hay expreso solo, expreso descafeinado, café con leche, largo de café y corto de leche, cortado…. Té… bueno esta es una variedad fría –dijo Esther arrugando la nariz mientras hablaba para si misma-, cappuccino… ¡Ohhhh!, ¿has probado el de moca?

Esther se giró con la caja hacia Maca, y un tornado la alborotó de pies a cabeza tras darse cuenta de cómo la miraba. Ninguna pudo ocultar a tiempo lo que sus ojos decían.

-       No, no lo he probado –dijo al fin Maca-.

Esther tuvo que parpadear un par de veces al escucharla, la boca se le había secado de repente. Reaccionó.

-       Entonces tienes que hacerlo –le dijo volviéndose a girar hacia el banco de cocina para calmar la turbación que de pronto Maca le había provocado. Cerró los ojos y tomó aire para tranquilizarse-. Tiene un toque diferente, es un poco raro al principio, pero a mí me gusta. Al final te deja un sabor muy agra… -el corazón se le paralizó al igual que la voz, cuando la presencia de Maca se instauró sigilosamente a su espalda-… agradable.

El cuerpo de Maca se acercó tanto al suyo que casi podía gritar deseando que se tocaran. Esther sintió la respiración contenida de Maca en su nuca desnuda, y el pulso se le disparó en el completo silencio de la expectativa. Aquello no podía estar pasando. “Estoy soñando… eso es… en cualquier momento me despierto… y…”, la cabeza de Esther viajaba tan deprisa… tan, tan deprisa… que cuando Maca le pasó las manos por la cintura, toda la sangre de sus venas se removió, haciendo necesario que se sujetara con fuerza a la encimera.


-       ¡Esther! –el cálido aliento de Maca torturó su oído. Esther cerró los ojos al escuchar su nombre, porque retener aquella voz en su memoria era importante para ella-. Date la vuelta… por favor, mírame –le pidió Maca apenas sin voz. Sabía que estaba a punto de perder la cabeza, y sólo el rechazo en los ojos de Esther podía ponerle freno-.


Maca se separó apenas un paso para darle espacio, mientras Esther se giraba cumpliendo su deseo. El pulso empezó a martillear en la sien de ambas cuando sus ojos se encontraron en un espejo de deseo que brillaba con luz propia. Maca desvió la mirada hacia aquellos labios que tanto deseaba, ¿qué pasaría después de besarlos de nuevo? El miedo era tan grande, y sin embargo, aquella fuerza invisible e inexplicable volvió a hacer que Maca saltara las barreras. Esther cerró los ojos cuando la boca de Maca atrapó la suya, luchar contra ella le parecía tan imposible, tan absurdo… El cuerpo le tembló mientras Maca acogía en las manos su cara, con tanta ternura, que hasta dolía, y un sostenido gemido escapó de su garganta cuando la lengua de Maca recorrió cada milímetro de sus labios, antes de ir al encuentro de la suya. “Oh, Dios mío de mi vida”, pensaba Esther con la cabeza embotada, mientras las dos empezaban a ponerle ganas a aquel beso y las manos comenzaban a tomar protagonismo. De pronto a Esther se le escapó un pequeño mordisco en el labio de Maca, y ésta gimió interrumpiéndolo un instante.

-       Perdón –se disculpó en un jadeo Esther, apenas podía ya contenerse-.

La mirada de Maca rugió, tanto como las ganas de Esther porque se precipitaran, y como el momento de completo silencio que acontece a las grandes batallas, ambas se miraron para acto seguido levantar las armas. Maca la envistió contra los armarios, y Esther ya no puso cortapisas a sus manos, que empezaron a intentar deshacerse de la ropa que llevaban. Los labios de Maca estaban en todas partes, en su cuello, en su cara, en su boca… Esther se iba a volver loca intentando desabrochar los botones de la camisa de Maca. Un nuevo frote de caderas, la pierna de Maca entre las suya, y Esther ya no tuvo contención ninguna. Pegó un tirón a aquella camisa, haciendo saltar los botones en un solo gesto.

-       Oh… perdona –volvió a disculparse Esther encendida, sin poder quitar los ojos de encima al escote de Maca. Se moría por comérsela entera-.

El rostro de Maca mutó de la sorpresa a la excitación más absoluta, y sus comisuras se alzaron en una sonrisa traviesa, y hasta malvada, que hicieron que a Esther se le hiciera agua, algo más que la boca. Maca terminó de quitarse la camisa con un movimiento enérgico, y volvió a la carga de nuevo. Con prisas le quitó a Esther los tirantes e introdujo ambas manos por debajo de su camiseta agarrándole los dos pechos. Esther jadeo, Maca jadeo… y ambas lucharon por tener prioridad en saborear una piel familiar, pero muy distinta.

-       ¿La cama? –musitó Maca entre los besos y las torturas que se estaban regalando-.
-       Al fondo –contestó Esther-.
-       Demasiado lejos –dijo Maca haciendo balance de la situación y de su estado casi febril por poseerla-.


Aupó a Esther sobre su cintura, y con alguna que otra dificultad por el deseo, finalmente acabaron una encima de la otra en el sofá más próximo. Fuera lo que fuera lo que sucediera aquella noche, ya era demasiado tarde como para ponerle freno.

1 comentario:

  1. OH DIOS MIO...pero pero me has dajado sin palabras...y yo que despues de haber leydo el capitulo 24 ya pensaba que Bea y Kate acabarian de seguro mucho antes de estas dos locas en la cama...Rox no me puedes dejar asì ahora!!! que mala eres :-P

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