26
El dormitorio
estaba en completo silencio cuando la vibración de un teléfono empezó a
perturbarles el sueño. Maca hundió más la nariz en el cuello desnudo de Esther intentando
escapar de aquel molesto zumbido, pero algo se activó en su cabeza, y terminó abriendo los ojos. La visión del
cuerpo desnudo de Esther entre sus brazos la hizo sonreír de inmediato. El
zumbido volvió a sonar, insistente, y Maca finalmente salió de la cama para
buscar sus pantalones por el suelo. Cuando dio con ellos y sacó su móvil del
bolsillo, la hora y el nombre de Bea le devolvieron la mirada.
-
¡Oh mierda! –masculló antes de descolgar-. ¡Bea! ¡Lo siento!
Maca se metió rápidamente
en el baño del dormitorio para poder hablar con ella. Eran las cinco de la
mañana y ni siquiera le había avisado de dónde estaba.
Esther se
estiró en la cama, y al no notar el cuerpo de Maca, empezó a despertarse. “¡Maca!”, pensó. Lo que había pasado no
podía ser un sueño, y tras dar un simple vistazo al desastre que gobernaba su
dormitorio y sus sábanas, supo que aquello había ocurrido. Despejó sus ojos, y
vislumbró luz por debajo de la puerta del baño, tranquilizándose al instante.
Se dejó caer de nuevo en la almohada, rememorando para sí aquella batalla
campal que habían mantenido, dónde la lucha por el mando de poseerse había sido
una constante. El cuerpo se le electrificó sólo de pensarlo. “Dios mío, ha sido increíble”, pensó sin
que la sonrisa de satisfacción se le borrara del rostro. De pronto la puerta
del baño se abrió, y Esther se dio cuenta de que Maca hablaba bajito con
alguien. Como acto reflejo se hizo la dormida.
-
jaja… shhh… ¡Bea, no seas mala! –susurró Maca tratando de no
reírse. A Esther se le congeló el pulso al escuchar aquel nombre-. Yo también
te quiero, nos vemos en un rato. Ciao.
Maca cerró la
comunicación y empezó a buscar su ropa desperdigada. Se vistió de cintura para
abajo, y cuando se colocó el sujetador se dio cuenta que le faltaba la camisa.
El recuerdo de Esther haciendo estallar los botones de la prenda, le provocó un
estremecimiento, aquel lado impulsivo y feroz de Esther la había dejado sin
aliento. Sonrió para sí y se acercó por fin a la cama. Esther aún dormía, y
Maca aprovechó unos instantes para contemplar su rostro medio enterrado en la almohada.
La había echado de menos, mucho… demasiado. Viéndola de nuevo así, apacible,
sin máscaras… hacía que todas su ganas por protegerla y cuidarla saltaran a la
primera línea. El sentimiento era tan fuerte cuando la miraba, como aquella
sensación huracanada de no tener el control de nada con respecto a ella. Daba
miedo, pero era inevitable, y Maca cada vez era más consciente de ello, aunque
su prudente naturaleza le decía que debían tomárselo con calma. Acarició el
corto cabello de Esther, le gustaba porque le daba un toque aún más juvenil, y su
tacto era suave y ligero, fresco como su sonrisa. “Vuelves a colarte en mí como si nada… ¿qué es lo que me pasa contigo?
¿por qué nunca pude detenerte?... ¿por qué deseo tanto que no te detengas?”,
pensó Maca mientras su mano se deslizaba en una caricia sobre el hombro desnudo
de Esther, y siguía descendiendo por su costado tatuado en el que de nuevo
deseaba perderse. La boca se le hizo agua, pero Esther suspiró y empezó a
despertarse.
-
Hola –musitó Maca con una gran sonrisa al encontrarse con
sus ojos dormidos-.
-
Hola –le contestó Esther fingiendo despertarse en aquel
momento. Esperando que no se le notara la angustia que poco a poco le crecía en
el pecho-. Te has vestido, ¿te vas?
-
Tengo que irme, entro en un par de horas en el hospital y
quiero pasar por casa para cambiarme –le dijo Maca sin percibir lo que
sus palabras estaban causando en ella-.
-
Claro.
-
¿Te importa si te cojo un suéter? Mi camisa, bueno… -Maca
sonrió-, no salió muy bien parada anoche.
-
¡Ohh! Perdón, claro… te dejo un suéter –Esther se puso roja
y al segundo se removió para salir de la cama-.
Maca vio como
se cubría con la sábana, y aquel gesto pudoroso que nunca le había conocido le
resultó tan gracioso como extraño. La siguió hasta el vestidor, y Esther sacó
un suéter color avellana de una caja. Maca lo cogió, aún llevaba la etiqueta y
la miró con una ceja alzada.
-
¿Es nuevo? –preguntó-.
-
Eh, sí… bueno, es que compro mucha ropa. Pruébatelo, si te
viene puedes quedártelo, creo que es de tu talla –dijo Esther intentando no
darle demasiada importancia. ¿Cómo explicarle que su necesidad de perdón y de
saber de ella, había desembocado esos años en aquella afición fetiche de
comprarle ropa? Ya apenas lo hacía, aún así le pareció inconfesable a menos que
deseara que salieran corriendo de allí, más rápido de lo que ya parecía
hacerlo-.
Maca
se puso el suéter y le quedaba como un guante. Era caliente, suave y
confortable, y le hizo sonreír gratamente sorprendida.
-
Es precioso, creo que me queda bien.
Sus
ojos se encontraron, y Maca volvió a sentir aquel fuego abrasador de las
pupilas de Esther sobre ella. El pulso se le aceleró. Esther se la comía
literalmente con la mirada, mientras aguardaban allí de pie y calladas. Maca se
quedó hipnotizada por la excitación tan brutal que la sola visión del deseo de
Esther le producía.
-
Es perfecto –musitó Esther sin poder esconder en su voz el
torrente de lava que se había prendido dentro de ella al ver materializado
aquel deseo de verla con aquella prenda puesta-.
La
sábana que cubría a Esther cayó silenciosamente al suelo. Maca contempló su
desnudez siendo consciente de que iba a poseerla de nuevo. El silencio era tan
denso, que las dos sintieron calor pese al invierno. Dos pasos, y Maca ya
estaba mordiéndole la boca, mientras Esther agarraba una de sus muñecas y la
obligaba a introducirse entre sus pliegues sin preámbulos ni miramientos.
-
Oh Dios mío… no puedes estar tan mojada –jadeó Maca
arrollada por su necesidad y desbordada bienvenida-.
-
Quiero correrme… te deseo –jadeó Esther sintiendo como las
entrañas se le retorcían en aquella necesidad de retenerla dentro de ella-.
Agarró a Maca
por la nuca, y la atornilló a su boca mientras con la otra mano seguía
exigiéndole que continuara penetrándola. Maca aprovechó su brazo libre para
rodearla por la cintura y atraparla contra los armarios. Las dos comenzaron a jadear
entre besos y envestidas, pero no parecía ser suficiente. Maca se liberó de su
boca a regañadientes, y descendió veloz hasta quedarse frente a ella de rodillas.
Esther supo lo que iba a hacerle, y sin tapujos abrió con sus manos la
invitación a sus pliegues. Aquel acto de confianza y profunda necesidad de
Esther, despertó en el acto toda la glotonería de Maca, que levantó una de las
piernas de Esther sobre su hombro, para penetrarla y lamerla con total
disponibilidad.
-
Aggrrr…. ¡Así, sigue! –la espoleó Esther apoyando la cabeza
contra el armario mientras se abría para ella y todo su cuerpo se contraía-.
Maca sintió el
inicio de sus temblores, pero no quería detenerse, y apoyando su antebrazo
libre contra el abdomen de Esther, la sujetó con fuerza contra el armario para
que aguantara hasta que ella dijera “basta”. Esther comenzó a jadear
sonoramente, a tiritar, a derramarse sobre aquella boca lasciva que no dejaba
de chupar, lamer y matarla sin piedad ni atisbo de culpas. Las manos dejaron su
carne para enredarse en el cabello largo de Maca, intentando que se detuviera,
pero ésta no lo hizo, y siguió explorando con sus dedos el interior de Esther,
mientras su suave boca aún consiguió sacarle un nuevo orgasmo.
-
¡Voy a morirme! ¡Maca! –suplicó Esther, que no podía
aguantarse más en pie-.
Maca aún la
lamió por última vez haciendo que Esther se estremeciera, y despacio la fue
soltando hasta ver como caía poco a poco hasta el suelo entre sus brazos. Maca
sonrió al ver su rostro perlado, sus mejillas sonrojadas, y el brillo de sus
pupilas. “Mi niña”, pensó… y aquel
pronombre posesivo la azoró internamente por un momento. Esther le pasó los
dedos por aquellos labios ahora desdibujados, y limpió el rastro que su acto
había vertido en ellos.
-
Eres una diosa –le dijo Esther sonriendo, y Maca se rió,
estaba nerviosa de repente-.
-
Jajaja… seguro que eso se lo dices a todas –trató de
bromear-.
No era cierto,
pero Esther le siguió el juego porque admitir en qué se convertía entre sus
manos era aterrador.
-
Puede –contestó-.
Las dos se
miraron con una sonrisa, Maca sintió su pulso acelerarse de a poco cuando
Esther la miró con timidez a los labios como si quisiera decir algo, y no se
atreviera.
-
Tengo que irme –dijo Maca sin saber muy bien el motivo. De
pronto verse bajo ella, sentir sus ojos, su calor y aquellas ganas locas que le
estaban entrando de decirle “te quiero”, la atemorizaron por completo-.
Esther recordó
a Bea, y algo se enfrió de inmediato.
-
Ohh… claro –se levantó de su regazo y la ayudó a
incorporarse-.
Maca la vio
coger una camisola del armario y vestirse con ella. Quería decir algo para
arreglar aquella sensación de vacío que empezaba a forjarse, pero no pudo, las
palabras no le salían. “Cobarde”, se
dijo y dejó que Esther la acompañara a la puerta. En el quicio, apunto ya de
despedirse, Maca hizo un último intento en vistas de que Esther no parecía dar
ni un paso…
-
¡Esther!
-
¿Sí?
-
Sólo quiero que sepas que para mí ha sido maravilloso –le
dijo-.
Esther la miró
a los ojos, se moría por retenerla, cogerla de la mano, tirar de nuevo de ella
y no dejar que nunca más volviera a cruzar aquella puerta, pero no podía. Ya no
tenía edad para creer en los cuentos de hadas, y Maca se marchaba para
encontrarse con Bea. El “te quiero” que le había escuchado al teléfono, aún le
retumbaba en el cerebro.
-
Para mí también –contestó Esther, y esperaba que sus ojos
dijeran más de lo que su garganta era capaz de articular-.
Maca dio un
paso, y ambas se besaron dulcemente, como intentando detener el momento.
-
Te veo pronto –le dijo Maca-.
-
Sí –contestó Esther-.
Y la vio
alejarse por el pasillo sin volver la vista atrás, mientras las nubes empezaban
a formarse sobre su cabeza y sus inseguridades.
ay que calor!!!!!
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