miércoles, 1 de octubre de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 27-




27

Tres días después. Hospital central.

-       Gracias por asistir. Eso es todo.

Concluyó Maca la reunión de gerencia, mientras los asistentes recogían los nuevos dossiers y se iban marchando. La semana había empezado movidita. Por fin habían llegado varios de los permisos que necesitaban para trasladar algunos de los proyectos de investigación en los que Maca y Bea trabajaban en Holanda. El frenesí del día era alto, pero aún así Maca no podía evitar recordar la noche que había pasado con Esther ese fin de semana. Su cabeza estaba repleta de cosas que nada tenían que ver con ella, pero simplemente pensar en su nombre ya le ponía el cuerpo del revés. Se estaba ilusionando, y no tenía ni idea de lo que iba a hacer con aquello.

-       Maca, ¿tomamos un café? –le preguntó Cruz-.

Maca alzó la vista de sus cosas, miró a Cruz y luego a Bea que le sonrió con dulzura.

-       Sí, claro. ¡Vamos!

Se levantó de la mesa y recogió sus cosas para salir tras ellas. Bea y Cruz conversaron durante todo el trayecto, Maca simplemente se dejó llevar. Pensaba en Esther, en las ganas que tenía de verla, de llamarla. ¿Debería llamarla? Habían pasado tres días y ninguna se había atrevido a poner ni un solo mensaje. Maca se debatía en si dar más pasos o retroceder. Su vida se había vuelto muy complicada, nuevo trabajo, nueva ciudad, nuevas responsabilidades… “Responsabilidades”, miró a Bea. Pronto tendrían que casarse, aquella decisión no era sólo por Bea, Maca también quería hacerlo. ¿Pero cómo introducir a Esther en la ecuación? Le había costado Dios y ayuda que Bea aceptara el plan de casarse juntas. El abogado les había mencionado que era su mejor baza para terminar con las demandas de custodia que habían sobre Tara, la sobrina de Bea. Maca amaba a aquella niña y amaba a Bea, cuando el abogado puso la solución legal sobre la mesa ni siquiera se lo pensó, lo haría con los ojos cerrados. Bea fue otra historia, se revolvió frustrada por la vulneración de los principios en los que creía, pero Tara era toda su vida, era lo único que le quedaba de su familia desde que James, su hermano pequeño, murió, y aunque buscaron otra forma de hacerlo, poco a poco Bea se dejó convencer viendo que era la solución más blindada para la niña. No, Maca no podía flaquear ahora, si Bea sospechaba que estaba deteniendo su vida por ellas, no se casaría, no dejaría que lo hiciera, y Maca quería hacerlo. Lo de Esther estaba en el aire, Tara era real. No iba a ponerla en peligro.

-       Estás muy callada –le susurró Bea cuando se quedaron a solas en la mesa, mientras Cruz se hacía cargo de los cafés-.
-       Es que estoy cansada. Tanto movimiento de papeles sabes que me estresa –le contestó Maca-.
-       Sí, lo sé, pero al menos ya lo hemos puesto en marcha. Esperemos que lo que queda de semana sea más llevadero –le contestó, luego apoyó las manos sobre la mesa y la miró a los ojos-. ¿La has llamado?
-       ¿A quién? –preguntó Maca-.
-       A Esther, ¿a quién va a ser?
-       No, aún no.
-       ¿Por qué no? –preguntó tranquila Bea-.

Maca se echó atrás en la silla y se tomó un poco de tiempo antes de responder.

-       Porque no sé todavía lo que espero de todo esto, ni lo que estoy haciendo  –se sinceró Maca, con Bea no podía hacerse de otro modo-.
-       ¡Ya veo! –suspiró Bea y las dos se miraron en silencio a los ojos-. Sabes que por mucho que quieras, el “mando de control remoto” que crees tener en las manos no funciona en el mundo real, ¿no?

A Maca se le escapó una risa. Bea tenía tanta razón, sus encuentros con Esther se lo estaban demostrando a marchas forzadas. La sensación de ir cuesta abajo y sin frenos era abrumadora.

-       Lo sé, lo sé… ¡Dios! ¡No sé cómo lo consigue! Sólo puedo pensar en besarla cuando la tengo delante –mencionó Maca-.
-       Woo… Wooo… woo… no sé si quiero saber tanto –dijo Bea-.
-       Per… perdón –titubeó Maca-.
-       jajaja… Era broma –se rió Bea y luego le guiñó el ojo mientras estiraba la mano para coger la suya-. ¡Me parece bien! Estoy feliz de verte así, en serio.

Maca miró a los ojos marrones de Bea que le sonreían sinceros, y se tranquilizó.

-       Vaya, gracias… O sea que verme desquiciada, perdiendo el control, sin tener ni puta idea de lo que hago y completamente encoñada, te parece bien… ¡Estupendo! –bromeó Maca-.

Esta vez Bea se rió a boca llena alertando al resto de las mesas. Luego se contuvo viendo las miradas.

-       Tú lo has dicho. ¡Es muy interesante! –bromeó también Bea haciendo un juego divertido de cejas-.
-       ¡Eres muy retorcida! ¿lo sabías? –se quejó Maca dándole una palmada en la mano-.

Bea simplemente le sonrió con complicidad.

-       ¿Y cuándo se lo vas a decir? –le preguntó-.
-       ¿El qué?
-       ¿Qué va a ser?, lo nuestro. ¿Cuándo le vas a decir a Esther que no estamos juntas? ¿Cuándo te vas a lanzar a por todas? –quiso saber Bea. No habían podido hablar mucho del tema porque habían estado demasiado ocupadas-.
-       No quiero decírselo, al menos no de momento –contestó Maca y en ese momento obtuvo la total atención de Bea que entrecerró sus ojos-.
-       ¿Cómo qué no? Maca, no creo que Esther sea de las que acepte ser la tercera en discordia por lo que he…
-       Eso no lo sabes –le dijo Maca testaruda. Ahora mismo no podía plantearse algo más serio con Esther, le daba miedo la fuerza y rapidez con la que estaba aterrizando en su vida-.

Bea abrió los ojos como platos.

-       ¡Maca! Si cree que estamos juntas ni de coña va a aceptar ser tu amante…
-       Pues entonces me lo pondrá fácil, punto –zanjó el tema Maca interrumpiéndola-.

Bea frunció el ceño tras su respuesta, pero Cruz llegó a la mesa y tuvo que callarse al ver como Maca cambiaba la cara por una mucho más sociable.

------

Esther maldijo su mala suerte por enésima vez. Tres días sin saber de Maca, sin atreverse a llamarla, esquivando tener que pensar en lo que había sucedido, en no querer plantearse los significados, y una única llamada telefónica de su madre y allí estaba. De nuevo frente a las puertas del Hospital Central, con aquel temblor absurdo en las rodilla, el estómago revuelto y los sentimientos encontrados de esperanza y temor por encontrársela en cualquier esquina, metidos en el cuerpo.

-       Joder, me cago en la puta… ¡Pero qué mierda de Karma tengo! –se dijo-.¡Mierda! Soy adulta, acabemos con esto.

Cogió las bolsas que le había pedido su madre, y traspasó las puertas. El trayecto hasta el ascensor casi le pareció que lo hacía corriendo, a salvo tras las puertas de acero se permitió respirar, aunque sus pies se movieron inquietos. Al salir al pasillo de cirugía casi se asomó con miedo, pero pronto alcanzó el puesto de mando y la enfermera la avisó de que su madre estaba en la sala de descanso.

-       Gracias.

Esther encaminó sus pasos hasta dar con ella.

-       ¿Mamá? –preguntó Esther asomando la cabeza por la sala-.
-       Oh, cariño. ¡Ya estás aquí! –la recibió Encarna con un abrazo y un beso-.
-       ¿Era esto lo que necesitabas? –le preguntó su hija tendiéndole las bolsas. Pese a sus nervios se alegraba de ver a su madre-.
-       A ver… -Encarna las abrió para echar un vistazo-. Sí, sí, estas son.  Gracias cariño, menos mal que te tengo. Uf, es que esta mañana salí tan rápido de casa que se me olvidaron por completo.
-       ¿Y tú qué? ¿Cómo estás tú? Hace días que no te veo –Encarna dejó las bolsas a un lado, y la tomó de la mano para que la acompañara-. ¿Te preparo un café? ¿Un chocolatito?
-       No, gracias… en realidad me tengo que ir porque…
-       No digas tonterías, un cafetito con tu madre –Encarna ni la escuchó-. Son diez minutos.
-       mmm… vale
-       Así me gusta, anda siéntate y me cuentas que tal lo de la exposición esa, que por teléfono no me contaste demasiado.

Esther no tuvo más remedio que sentarse con su madre. Se sentía culpable por haberla estado evitando a propósito, y no pudo resistirse a concederle un poco de tiempo. Como pudo resumió sin mucho detalle cómo había estado la exposición a la que Kate y ella habían acudido el fin de semana, y que tantas sorpresas le había deparado. Esther evitó hacer cualquier mención sobre la presencia de Bea y Maca, por suerte su madre se sintió satisfecha en cuanto empezó a detallarle la sección de catering que habían tenido. Un cuarto de hora más tarde, ambas se despedían no sin antes prometerse quedar para cenar al día siguiente.

-       No traigas nada, que te conozco –la advirtió su madre antes de que se cerrara el ascensor-.
-       Noooo… -gritó Esther, y se sonrió a su pesar mientras empezaba a sentirse más segura a solas en aquel habitáculo-.

Cinco minutos más, y habría sobrevivido. Estaba pensando en que seguramente saldría a correr antes de que oscureciera, cuando el ascensor hizo una parada en el primer piso. El cuerpo se le contrajo cuando frente a ella Cruz, Bea y Maca aparecieron, entrando en su mismo ascensor.

-       ¡Esther! –la saludó Cruz-. ¡Qué sorpresa!
-       Sí, que sorpresa –Esther le dio dos besos con la mandíbula apretada-.
-       ¿Qué haces tú por aquí? –le preguntó Bea también dándole dos besos, y una sonrisa sincera en la cara-.
-       A mi madre se le habían olvidado unas cosas en casa y he tenido que venir a traérselas –contestó Esther preguntándose por qué Cruz mantenía apretado el botón de apertura de puertas evitando que el ascensor bajara-.
-       ¿A quién esperamos? –preguntó Bea a Cruz dándole espacio a Maca-.
-       Ernesto venía por el pasillo –le contestó Cruz-.
-       ¡Hola! –la saludó Maca, y cuando sus labios rozaron la mejilla de Esther, ésta sintió que se le aflojaban las rodilla-.
-       grrr… -carraspeó-. ¡Hola!

Esther se puso roja por el significativo posado de labios que Maca le había dejado en la mejilla a modo de saludo. No sabía dónde meterse ni tampoco qué decir. De pronto un hombre alto con una silla de ruedas vacía apareció frente al ascensor.

-       Oh, gracias por esperarme –dijo el hombre agradecido-.
-       Tranquilo, te vi por el pasillo –le contestó Cruz-. ¿Cómo está tu madre? ¿Va mejor con el tratamiento?
-       Oh si…

La conversación empezó a ser un vago eco lejano, cuando Esther se vio de pronto acorralada en una de las esquinas del ascensor, entre la silla de ruedas y el cuerpo de Maca pegado a su izquierda. “Madre mía que calor. Este ascensor no baja, ¿o qué?”, pensó deseando salir de allí. Por fin las puertas se abrieron en el sótano. Esther hizo el amago de querer salir en la misma parada de Ernesto, por urgencias, pero de pronto los dedos de Maca aferrándose a su muñeca la detuvieron. Esther la miró a la cara por primera vez, Maca simplemente le hizo un pequeño gesto de negación con la cabeza, y el ascensor volvió a cerrarse empezando de nuevo a ascender.

-       ¿Entonces ya has visto a tu madre? –Cruz volvió a interesarse por ella-.
-       Sí, me he tomado un café con ella y ya me voy para casa –contestó Esther bastante confundida por lo que acababa de suceder-.
-       Bien, bien… nosotras también hemos hecho un paroncito, que el día se presenta largo –le dijo Cruz-.

El ascensor por fin se detuvo en la planta baja, y Esther se despidió de ellas.

-       Bueno, esta es mi parada, espero que no trabajéis mucho. Nos vemos.
-       Si, eso espero –dijo Cruz-.
-       Cuídate –apuntó Bea sonriendo y volviendo a la conversación con Cruz-.

Maca dudó un par de segundos, pero una miradita de Bea bastó para que se animara deteniendo el cierre de las puertas.

-       Se me había olvidado que tengo que recoger unas cosas en recepción, ir subiendo –les dijo y se bajó en la misma parada-.
-       Vale, nos vemos luego –dijo Bea-.

El ascensor se cerró. Maca aceleró el paso para no perder a Esther de vista.

-       ¡Esther! –la llamó ya cogiéndola de un brazo-.
-       ¡¿Maca?! –se sorprendió Esther de que fuera tras ella-.

La gente se les quedó mirando. Maca se sintió un poco ridícula por todo aquello, la cogió disimuladamente y la apartó del pasillo.

-       ¿Podemos hablar? –le preguntó-.
-       ¿Hablar? –Esther sintió como le temblaba la voz, pero disimuló como pudo-. Sí, claro.
-       Aquí no, ven –le dijo, y la guió hasta uno de los cuartitos de almacén de aquel piso-.

Esther entró sin saber a dónde la conducía, cuando se vio en medio de estanterías con sábanas de hospital limpias, le entró un escalofrío. Su cerebro retrocedió de pronto a sus días de noviazgo y corredurías por el hospital. Los recuerdos de besos y manoseos robados le revolucionaron la piel.

-       Perdona que te haya abordado así –se disculpó Maca pegándose a la estantería contraria a la que se había apoyado Esther. Se sentía bastante agitada desde el mismo momento en que la había vuelto a ver-.
-       No pasa nada, tranquila –trató de serenarse Esther-. ¿De qué querías hablar?
-       Directa al grano –señaló Maca con una sonrisa nerviosa-. Quería disculparme por no haberte llamado antes, no sabía si…
-       Maca, no tienes que disculparte, somos adultas y entiendo que la situación… -Esther empezó a embalarse. Había estado practicando aquel discurso a la espera de que tuvieran que enfrentarse-.
-       ¡Me moría por llamarte! –la detuvo Maca acercándose un paso, y su voz cambiada cogió a Esther totalmente desprevenida. Por fin la miró a la cara, y lo que vio aún la dejó más confundida-. He estado pensando en ti todo el tiempo, y te juro por Dios que cuando te he visto en el ascensor… -Maca hizo una pausa, estaba perdiendo el control, se daba cuenta y lo peor es que ahora mismo no le importaba-. ¡Me estoy volviendo loca!

A Esther se le cayó todo al suelo tras aquello.  ¿Qué coño significaba todo eso? ¿qué es lo que estaba sucediendo? Las preguntas se quedaron suspendidas en el aire, cuando la boca de Maca buscó la suya, y los párpados de Esther se cerraron pesados. “Oh, Dios mío…. Voy a ir al infierno”, se dijo, pero era tarde para tener conciencia. Saborear la saliva de Maca era más que una droga para ella. Sin comerlo ni beberlo, acabaron acostándose en aquel minúsculo cuarto de sábanas blancas.

----

Una hora más tarde Bea llamó al despacho de Maca.

-       ¿Se puede? –preguntó por cortesía aunque ya estaba dentro-.
-       Claro –le contestó Maca terminando de teclear unas cosas en el ordenador-.

Bea esperó unos segundos mientras se sentaba frente a ella.

-       Dime –le dijo Maca ya libre-.
-       ¿Dime? Dime tú… ¿qué? ¿habéis hablado? –Bea no había podido escabullirse antes-.
-       Mmm… no.
-       ¿No? –frunció el ceño Bea extrañada-.

Maca negó nuevamente con la cabeza, pero en su rostro empezó a aflorar una sonrisa insultante que hizo que los ojos de Bea se abrieran como platos.

-       Esa sonrisa… ¡¿Te la has tirado?! ¡¿Aquí?! –cayó Bea en la cuenta de lo que expresaba su rostro-.
-       Creo que responder a esa pregunta sería de muy mal gusto por mi parte –le contestó Maca y se echó hacia atrás en la silla-.

Bea alucinó por un segundo, y luego se recostó también en su asiento.

-       ¡Vaya! Pues si que consigue que te sueltes la melena, si –bromeó Bea, ya con una sonrisa en la boca-.

Maca se rió en aquel punto.

-       Eso parece, sí –contestó-.
-       Entonces no habéis hablado, ¿nada?
-       No
-       ¿Y cómo ha sido eso?... jajaja… Perdona mi curiosidad, pero es que tú no eres muy de “pim pam pum y fuera”, me tienes un poco desconcertada, la verdad –Bea era curiosa por naturaleza, y descubrir aquella faceta de Maca después de tanto tiempo la tenía muy motivada-.

Maca se encogió de hombros.

-       No lo sé, la tenía frente a mí y sólo pensaba en… -Maca gesticuló como si quisiera agarrar algo, ni aun queriendo podría expresar el fuego que le entraba cuando tenía a Esther frente a ella-.
-       jajajajaja… vamos, que te pone como una perra –Bea soltó una sonora carcajada-.
-       ¡No te rías!
-       ¿Qué no me ría? –Bea no podía parar, que no era lo mismo-. ¡Estoy flipándolo! ¡Mucho! Que lo sepas.
-       ¡Oh Dios! –Maca escondió la cara tras sus manos, se estaba poniendo roja por momentos, pero la sonrisa no podía borrársele de la cara-. ¿Cómo voy a parar todo esto?
-       ¿Quieres pararlo? –se tranquilizó un poco Bea tras aquello-.
-       ¿Debería? –Maca tenía serias dudas. Se estaba dejando llevar por el estasis que le invadía cuando Esther estaba delante, pero cuando su lado racional volvía, le entraban los miedos y la cordura. ¿A dónde iba a llevarlas todo aquello? ¿Quería volver a tener algo serio con Esther? ¿Y qué pasaba con Bea y Tara?... eso presuponiendo que Esther sintiera lo mismo-.

Por lo que Maca sabía Esther había llevado una vida bastante bohemia todos aquellos años, y Maca no tenía ni idea de si Esther esperaba algo más allá de la satisfacción corporal que se estaban dando. El terror apareció en sus ojos y Bea lo detectó.

-       ¿Ya te estas acojonando? –le preguntó-.
-       Un poco. Por un lado quiero dejarme llevar, pero no sé a dónde nos conduciría, sinceramente –se inquietó Maca-.
-       Por eso tenéis que hablar –insistió Bea elocuentemente-.
-       Ya –reconoció Maca, pero su cara no era de convencimiento-.
-       No entiendo por qué te asusta tanto hablar con ella –le dijo Bea-.

Maca miró para otro lado meditándolo.

-       Estoy confusa. No sé, no creo que sea sensato tomar decisiones cuando no soy capaz de controlar ni mis impulsos cuando la tengo en frente. Ni siquiera sé quién es Esther ahora mismo, igual sólo espera esto, algo sin complicaciones… o como ella dijo, es sólo el cierre o el morbo de aquello que dejamos inconcluso. No sé... Esta sensación de ir sin frenos me tiene un poco de los nervios, y por otro lado… -Maca se detuvo-.
-       ¿Por otro lado? –la empujó Bea con una ceja alzada-.
-       Vale… ¡Me gusta! ¿Contenta? Hacía mucho que no me sentía así, y me gusta. ¡Por el amor de Dios, si me voy pareciendo a una estúpida adolescente! –masculló Maca. Recordar lo que acababan de hacer Esther y ella furtivamente en el cuarto de lavandería le ponía la piel de gallina-.

Bea sonrió y luego se levantó de su asiento para ir hasta ella.

-       ¿Y qué hay de malo en ello? –le preguntó con dulzura mientras la abrazaba por detrás de la silla-.
-       Que no lo somos. Somos adultas, tenemos obligaciones, vidas ya hechas… no quiero confundir las cosas y que nos hagamos daño inútilmente –contestó Maca-.
-       ¿Sabes? –Bea la besó en la cabeza-. Siempre he creído que piensas demasiado.
-       Lo sé.
-       Habla con ella. Pensar por dos es agotador, y además, no es justo… Si sigues haciéndolo, nunca sabrás realmente lo que hay en su cabeza.


1 comentario:

  1. Sabes eso de que lo bueno se hace esperar?? Pues en lo que se refiere a ti, lo confirmo!! Espero que tu "vuelta a los ruedos" signifique que estás un poquito mejor!!

    ResponderEliminar