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Tres días después. Hospital central.
-
Gracias por asistir. Eso es todo.
Concluyó Maca
la reunión de gerencia, mientras los asistentes recogían los nuevos dossiers y
se iban marchando. La semana había empezado movidita. Por fin habían llegado varios
de los permisos que necesitaban para trasladar algunos de los proyectos de
investigación en los que Maca y Bea trabajaban en Holanda. El frenesí del día
era alto, pero aún así Maca no podía evitar recordar la noche que había pasado
con Esther ese fin de semana. Su cabeza estaba repleta de cosas que nada tenían
que ver con ella, pero simplemente pensar en su nombre ya le ponía el cuerpo
del revés. Se estaba ilusionando, y no tenía ni idea de lo que iba a hacer con
aquello.
-
Maca, ¿tomamos un café? –le preguntó Cruz-.
Maca alzó la
vista de sus cosas, miró a Cruz y luego a Bea que le sonrió con dulzura.
-
Sí, claro. ¡Vamos!
Se levantó de
la mesa y recogió sus cosas para salir tras ellas. Bea y Cruz conversaron
durante todo el trayecto, Maca simplemente se dejó llevar. Pensaba en Esther,
en las ganas que tenía de verla, de llamarla. ¿Debería llamarla? Habían pasado
tres días y ninguna se había atrevido a poner ni un solo mensaje. Maca se
debatía en si dar más pasos o retroceder. Su vida se había vuelto muy
complicada, nuevo trabajo, nueva ciudad, nuevas responsabilidades… “Responsabilidades”, miró a Bea. Pronto
tendrían que casarse, aquella decisión no era sólo por Bea, Maca también quería
hacerlo. ¿Pero cómo introducir a Esther en la ecuación? Le había costado Dios y
ayuda que Bea aceptara el plan de casarse juntas. El abogado les había
mencionado que era su mejor baza para terminar con las demandas de custodia que
habían sobre Tara, la sobrina de Bea. Maca amaba a aquella niña y amaba a Bea,
cuando el abogado puso la solución legal sobre la mesa ni siquiera se lo pensó,
lo haría con los ojos cerrados. Bea fue otra historia, se revolvió frustrada
por la vulneración de los principios en los que creía, pero Tara era toda su
vida, era lo único que le quedaba de su familia desde que James, su hermano
pequeño, murió, y aunque buscaron otra forma de hacerlo, poco a poco Bea se
dejó convencer viendo que era la solución más blindada para la niña. No, Maca
no podía flaquear ahora, si Bea sospechaba que estaba deteniendo su vida por
ellas, no se casaría, no dejaría que lo hiciera, y Maca quería hacerlo. Lo de
Esther estaba en el aire, Tara era real. No iba a ponerla en peligro.
-
Estás muy callada –le susurró Bea cuando se quedaron a solas
en la mesa, mientras Cruz se hacía cargo de los cafés-.
-
Es que estoy cansada. Tanto movimiento de papeles sabes que
me estresa –le contestó Maca-.
-
Sí, lo sé, pero al menos ya lo hemos puesto en marcha.
Esperemos que lo que queda de semana sea más llevadero –le contestó, luego
apoyó las manos sobre la mesa y la miró a los ojos-. ¿La has llamado?
-
¿A quién? –preguntó Maca-.
-
A Esther, ¿a quién va a ser?
-
No, aún no.
-
¿Por qué no? –preguntó tranquila Bea-.
Maca se echó
atrás en la silla y se tomó un poco de tiempo antes de responder.
-
Porque no sé todavía lo que espero de todo esto, ni lo que
estoy haciendo –se sinceró Maca, con Bea
no podía hacerse de otro modo-.
-
¡Ya veo! –suspiró Bea y las dos se miraron en silencio a los
ojos-. Sabes que por mucho que quieras, el “mando de control remoto” que crees
tener en las manos no funciona en el mundo real, ¿no?
A Maca se le
escapó una risa. Bea tenía tanta razón, sus encuentros con Esther se lo estaban
demostrando a marchas forzadas. La sensación de ir cuesta abajo y sin frenos
era abrumadora.
-
Lo sé, lo sé… ¡Dios! ¡No sé cómo lo consigue! Sólo puedo
pensar en besarla cuando la tengo delante –mencionó Maca-.
-
Woo… Wooo… woo… no sé si quiero saber tanto –dijo Bea-.
-
Per… perdón –titubeó Maca-.
-
jajaja… Era broma –se rió Bea y luego le guiñó el ojo mientras
estiraba la mano para coger la suya-. ¡Me parece bien! Estoy feliz de verte
así, en serio.
Maca miró a
los ojos marrones de Bea que le sonreían sinceros, y se tranquilizó.
-
Vaya, gracias… O sea que verme desquiciada, perdiendo el
control, sin tener ni puta idea de lo que hago y completamente encoñada, te
parece bien… ¡Estupendo! –bromeó Maca-.
Esta vez Bea se
rió a boca llena alertando al resto de las mesas. Luego se contuvo viendo las
miradas.
-
Tú lo has dicho. ¡Es muy interesante! –bromeó también Bea
haciendo un juego divertido de cejas-.
-
¡Eres muy retorcida! ¿lo sabías? –se quejó Maca dándole una
palmada en la mano-.
Bea
simplemente le sonrió con complicidad.
-
¿Y cuándo se lo vas a decir? –le preguntó-.
-
¿El qué?
-
¿Qué va a ser?, lo nuestro. ¿Cuándo le vas a decir a Esther
que no estamos juntas? ¿Cuándo te vas a lanzar a por todas? –quiso saber Bea.
No habían podido hablar mucho del tema porque habían estado demasiado
ocupadas-.
-
No quiero decírselo, al menos no de momento –contestó Maca y
en ese momento obtuvo la total atención de Bea que entrecerró sus ojos-.
-
¿Cómo qué no? Maca, no creo que Esther sea de las que acepte
ser la tercera en discordia por lo que he…
-
Eso no lo sabes –le dijo Maca testaruda. Ahora mismo no
podía plantearse algo más serio con Esther, le daba miedo la fuerza y rapidez
con la que estaba aterrizando en su vida-.
Bea abrió los
ojos como platos.
-
¡Maca! Si cree que estamos juntas ni de coña va a aceptar
ser tu amante…
-
Pues entonces me lo pondrá fácil, punto –zanjó el tema Maca
interrumpiéndola-.
Bea frunció el
ceño tras su respuesta, pero Cruz llegó a la mesa y tuvo que callarse al ver
como Maca cambiaba la cara por una mucho más sociable.
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Esther maldijo
su mala suerte por enésima vez. Tres días sin saber de Maca, sin atreverse a
llamarla, esquivando tener que pensar en lo que había sucedido, en no querer
plantearse los significados, y una única llamada telefónica de su madre y allí
estaba. De nuevo frente a las puertas del Hospital Central, con aquel temblor
absurdo en las rodilla, el estómago revuelto y los sentimientos encontrados de
esperanza y temor por encontrársela en cualquier esquina, metidos en el cuerpo.
-
Joder, me cago en la puta… ¡Pero qué mierda de Karma tengo!
–se dijo-.¡Mierda! Soy adulta, acabemos con esto.
Cogió las
bolsas que le había pedido su madre, y traspasó las puertas. El trayecto hasta
el ascensor casi le pareció que lo hacía corriendo, a salvo tras las puertas de
acero se permitió respirar, aunque sus pies se movieron inquietos. Al salir al
pasillo de cirugía casi se asomó con miedo, pero pronto alcanzó el puesto de
mando y la enfermera la avisó de que su madre estaba en la sala de descanso.
-
Gracias.
Esther encaminó
sus pasos hasta dar con ella.
-
¿Mamá? –preguntó Esther asomando la cabeza por la sala-.
-
Oh, cariño. ¡Ya estás aquí! –la recibió Encarna con un
abrazo y un beso-.
-
¿Era esto lo que necesitabas? –le preguntó su hija
tendiéndole las bolsas. Pese a sus nervios se alegraba de ver a su madre-.
-
A ver… -Encarna las abrió para echar un vistazo-. Sí, sí,
estas son. Gracias cariño, menos mal que
te tengo. Uf, es que esta mañana salí tan rápido de casa que se me olvidaron
por completo.
-
¿Y tú qué? ¿Cómo estás tú? Hace días que no te veo –Encarna
dejó las bolsas a un lado, y la tomó de la mano para que la acompañara-. ¿Te
preparo un café? ¿Un chocolatito?
-
No, gracias… en realidad me tengo que ir porque…
-
No digas tonterías, un cafetito con tu madre –Encarna ni la
escuchó-. Son diez minutos.
-
mmm… vale
-
Así me gusta, anda siéntate y me cuentas que tal lo de la
exposición esa, que por teléfono no me contaste demasiado.
Esther no tuvo
más remedio que sentarse con su madre. Se sentía culpable por haberla estado
evitando a propósito, y no pudo resistirse a concederle un poco de tiempo. Como
pudo resumió sin mucho detalle cómo había estado la exposición a la que Kate y
ella habían acudido el fin de semana, y que tantas sorpresas le había deparado.
Esther evitó hacer cualquier mención sobre la presencia de Bea y Maca, por
suerte su madre se sintió satisfecha en cuanto empezó a detallarle la sección
de catering que habían tenido. Un cuarto de hora más tarde, ambas se despedían
no sin antes prometerse quedar para cenar al día siguiente.
-
No traigas nada, que te conozco –la advirtió su madre antes
de que se cerrara el ascensor-.
-
Noooo… -gritó Esther, y se sonrió a su pesar mientras
empezaba a sentirse más segura a solas en aquel habitáculo-.
Cinco minutos
más, y habría sobrevivido. Estaba pensando en que seguramente saldría a correr
antes de que oscureciera, cuando el ascensor hizo una parada en el primer piso.
El cuerpo se le contrajo cuando frente a ella Cruz, Bea y Maca aparecieron,
entrando en su mismo ascensor.
-
¡Esther! –la saludó Cruz-. ¡Qué sorpresa!
-
Sí, que sorpresa –Esther le dio dos besos con la mandíbula
apretada-.
-
¿Qué haces tú por aquí? –le preguntó Bea también dándole dos
besos, y una sonrisa sincera en la cara-.
-
A mi madre se le habían olvidado unas cosas en casa y he
tenido que venir a traérselas –contestó Esther preguntándose por qué Cruz mantenía
apretado el botón de apertura de puertas evitando que el ascensor bajara-.
-
¿A quién esperamos? –preguntó Bea a Cruz dándole espacio a
Maca-.
-
Ernesto venía por el pasillo –le contestó Cruz-.
-
¡Hola! –la saludó Maca, y cuando sus labios rozaron la
mejilla de Esther, ésta sintió que se le aflojaban las rodilla-.
-
grrr… -carraspeó-. ¡Hola!
Esther se puso
roja por el significativo posado de labios que Maca le había dejado en la
mejilla a modo de saludo. No sabía dónde meterse ni tampoco qué decir. De
pronto un hombre alto con una silla de ruedas vacía apareció frente al
ascensor.
-
Oh, gracias por esperarme –dijo el hombre agradecido-.
-
Tranquilo, te vi por el pasillo –le contestó Cruz-. ¿Cómo
está tu madre? ¿Va mejor con el tratamiento?
-
Oh si…
La
conversación empezó a ser un vago eco lejano, cuando Esther se vio de pronto
acorralada en una de las esquinas del ascensor, entre la silla de ruedas y el
cuerpo de Maca pegado a su izquierda. “Madre
mía que calor. Este ascensor no baja, ¿o qué?”, pensó deseando salir de allí.
Por fin las puertas se abrieron en el sótano. Esther hizo el amago de querer
salir en la misma parada de Ernesto, por urgencias, pero de pronto los dedos de
Maca aferrándose a su muñeca la detuvieron. Esther la miró a la cara por
primera vez, Maca simplemente le hizo un pequeño gesto de negación con la
cabeza, y el ascensor volvió a cerrarse empezando de nuevo a ascender.
-
¿Entonces ya has visto a tu madre? –Cruz volvió a
interesarse por ella-.
-
Sí, me he tomado un café con ella y ya me voy para casa –contestó
Esther bastante confundida por lo que acababa de suceder-.
-
Bien, bien… nosotras también hemos hecho un paroncito, que
el día se presenta largo –le dijo Cruz-.
El ascensor
por fin se detuvo en la planta baja, y Esther se despidió de ellas.
-
Bueno, esta es mi parada, espero que no trabajéis mucho. Nos
vemos.
-
Si, eso espero –dijo Cruz-.
-
Cuídate –apuntó Bea sonriendo y volviendo a la conversación
con Cruz-.
Maca dudó un
par de segundos, pero una miradita de Bea bastó para que se animara deteniendo
el cierre de las puertas.
-
Se me había olvidado que tengo que recoger unas cosas en
recepción, ir subiendo –les dijo y se bajó en la misma parada-.
-
Vale, nos vemos luego –dijo Bea-.
El ascensor se
cerró. Maca aceleró el paso para no perder a Esther de vista.
-
¡Esther! –la llamó ya cogiéndola de un brazo-.
-
¡¿Maca?! –se sorprendió Esther de que fuera tras ella-.
La gente se
les quedó mirando. Maca se sintió un poco ridícula por todo aquello, la cogió
disimuladamente y la apartó del pasillo.
-
¿Podemos hablar? –le preguntó-.
-
¿Hablar? –Esther sintió como le temblaba la voz, pero
disimuló como pudo-. Sí, claro.
-
Aquí no, ven –le dijo, y la guió hasta uno de los cuartitos
de almacén de aquel piso-.
Esther entró
sin saber a dónde la conducía, cuando se vio en medio de estanterías con
sábanas de hospital limpias, le entró un escalofrío. Su cerebro retrocedió de
pronto a sus días de noviazgo y corredurías por el hospital. Los recuerdos de
besos y manoseos robados le revolucionaron la piel.
-
Perdona que te haya abordado así –se disculpó Maca pegándose
a la estantería contraria a la que se había apoyado Esther. Se sentía bastante
agitada desde el mismo momento en que la había vuelto a ver-.
-
No pasa nada, tranquila –trató de serenarse Esther-. ¿De qué
querías hablar?
-
Directa al grano –señaló Maca con una sonrisa nerviosa-.
Quería disculparme por no haberte llamado antes, no sabía si…
-
Maca, no tienes que disculparte, somos adultas y entiendo
que la situación… -Esther empezó a embalarse. Había estado practicando aquel
discurso a la espera de que tuvieran que enfrentarse-.
-
¡Me moría por llamarte! –la detuvo Maca acercándose un paso,
y su voz cambiada cogió a Esther totalmente desprevenida. Por fin la miró a la
cara, y lo que vio aún la dejó más confundida-. He estado pensando en ti todo
el tiempo, y te juro por Dios que cuando te he visto en el ascensor… -Maca hizo
una pausa, estaba perdiendo el control, se daba cuenta y lo peor es que ahora
mismo no le importaba-. ¡Me estoy volviendo loca!
A Esther se le
cayó todo al suelo tras aquello. ¿Qué
coño significaba todo eso? ¿qué es lo que estaba sucediendo? Las preguntas se
quedaron suspendidas en el aire, cuando la boca de Maca buscó la suya, y los
párpados de Esther se cerraron pesados. “Oh,
Dios mío…. Voy a ir al infierno”, se dijo, pero era tarde para tener
conciencia. Saborear la saliva de Maca era más que una droga para ella. Sin
comerlo ni beberlo, acabaron acostándose en aquel minúsculo cuarto de sábanas
blancas.
----
Una hora más
tarde Bea llamó al despacho de Maca.
-
¿Se puede? –preguntó por cortesía aunque ya estaba dentro-.
-
Claro –le contestó Maca terminando de teclear unas cosas en
el ordenador-.
Bea esperó
unos segundos mientras se sentaba frente a ella.
-
Dime –le dijo Maca ya libre-.
-
¿Dime? Dime tú… ¿qué? ¿habéis hablado? –Bea no había podido
escabullirse antes-.
-
Mmm… no.
-
¿No? –frunció el ceño Bea extrañada-.
Maca negó
nuevamente con la cabeza, pero en su rostro empezó a aflorar una sonrisa
insultante que hizo que los ojos de Bea se abrieran como platos.
-
Esa sonrisa… ¡¿Te la has tirado?! ¡¿Aquí?! –cayó Bea en la
cuenta de lo que expresaba su rostro-.
-
Creo que responder a esa pregunta sería de muy mal gusto por
mi parte –le contestó Maca y se echó hacia atrás en la silla-.
Bea alucinó
por un segundo, y luego se recostó también en su asiento.
-
¡Vaya! Pues si que consigue que te sueltes la melena, si
–bromeó Bea, ya con una sonrisa en la boca-.
Maca se rió en
aquel punto.
-
Eso parece, sí –contestó-.
-
Entonces no habéis hablado, ¿nada?
-
No
-
¿Y cómo ha sido eso?... jajaja… Perdona mi curiosidad, pero
es que tú no eres muy de “pim pam pum y fuera”, me tienes un poco
desconcertada, la verdad –Bea era curiosa por naturaleza, y descubrir aquella
faceta de Maca después de tanto tiempo la tenía muy motivada-.
Maca se
encogió de hombros.
-
No lo sé, la tenía frente a mí y sólo pensaba en… -Maca
gesticuló como si quisiera agarrar algo, ni aun queriendo podría expresar el
fuego que le entraba cuando tenía a Esther frente a ella-.
-
jajajajaja… vamos, que te pone como una perra –Bea soltó una
sonora carcajada-.
-
¡No te rías!
-
¿Qué no me ría? –Bea no podía parar, que no era lo mismo-.
¡Estoy flipándolo! ¡Mucho! Que lo sepas.
-
¡Oh Dios! –Maca escondió la cara tras sus manos, se estaba
poniendo roja por momentos, pero la sonrisa no podía borrársele de la cara-.
¿Cómo voy a parar todo esto?
-
¿Quieres pararlo? –se tranquilizó un poco Bea tras aquello-.
-
¿Debería? –Maca tenía serias dudas. Se estaba dejando llevar
por el estasis que le invadía cuando Esther estaba delante, pero cuando su lado
racional volvía, le entraban los miedos y la cordura. ¿A dónde iba a llevarlas
todo aquello? ¿Quería volver a tener algo serio con Esther? ¿Y qué pasaba con
Bea y Tara?... eso presuponiendo que Esther sintiera lo mismo-.
Por lo que
Maca sabía Esther había llevado una vida bastante bohemia todos aquellos años,
y Maca no tenía ni idea de si Esther esperaba algo más allá de la satisfacción
corporal que se estaban dando. El terror apareció en sus ojos y Bea lo detectó.
-
¿Ya te estas acojonando? –le preguntó-.
-
Un poco. Por un lado quiero dejarme llevar, pero no sé a
dónde nos conduciría, sinceramente –se inquietó Maca-.
-
Por eso tenéis que hablar –insistió Bea elocuentemente-.
-
Ya –reconoció Maca, pero su cara no era de convencimiento-.
-
No entiendo por qué te asusta tanto hablar con ella –le dijo
Bea-.
Maca miró para
otro lado meditándolo.
-
Estoy confusa. No sé, no creo que sea sensato tomar
decisiones cuando no soy capaz de controlar ni mis impulsos cuando la tengo en
frente. Ni siquiera sé quién es Esther ahora mismo, igual sólo espera esto,
algo sin complicaciones… o como ella dijo, es sólo el cierre o el morbo de
aquello que dejamos inconcluso. No sé... Esta sensación de ir sin frenos me
tiene un poco de los nervios, y por otro lado… -Maca se detuvo-.
-
¿Por otro lado? –la empujó Bea con una ceja alzada-.
-
Vale… ¡Me gusta! ¿Contenta? Hacía mucho que no me sentía
así, y me gusta. ¡Por el amor de Dios, si me voy pareciendo a una estúpida
adolescente! –masculló Maca. Recordar lo que acababan de hacer Esther y ella furtivamente
en el cuarto de lavandería le ponía la piel de gallina-.
Bea sonrió y
luego se levantó de su asiento para ir hasta ella.
-
¿Y qué hay de malo en ello? –le preguntó con dulzura
mientras la abrazaba por detrás de la silla-.
-
Que no lo somos. Somos adultas, tenemos obligaciones,
vidas ya hechas… no quiero confundir las cosas y que nos hagamos daño
inútilmente –contestó Maca-.
-
¿Sabes? –Bea la besó en la cabeza-. Siempre he creído que
piensas demasiado.
-
Lo sé.
-
Habla con ella. Pensar por dos es agotador, y además, no es
justo… Si sigues haciéndolo, nunca sabrás realmente lo que hay en su cabeza.
Sabes eso de que lo bueno se hace esperar?? Pues en lo que se refiere a ti, lo confirmo!! Espero que tu "vuelta a los ruedos" signifique que estás un poquito mejor!!
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