martes, 28 de octubre de 2014

Dibujada en mi mente (TOMO 3) -cap 29-



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29

Esther tuvo serias dudas en si acudir o no a aquella “cita”. El corazón se le aceleraba con la sola idea de ver a Maca, de tener que aclarar las cosas con ella, y a punto estuvo de dar media vuelta y regresar a salvo a su casa, pero no lo hizo. Atravesó el parque y fue hacia el punto en el que había quedado con Maca, llegaba diez minutos tarde y cuando la divisó sentada en aquel banco, se dio cuenta de que ella también parecía nerviosa e inquieta.

Maca la vio cuando apenas las separaban cinco pasos de distancia, aliviada y nerviosa por verla, se puso de pie y le sonrió. Esther tampoco pudo contener una sonrisa, y a Maca se le iluminó algo en su interior. “No puedes pensar por dos”, recordó las palabras de Bea en ese momento, pero el cabalgar de su corazón era mayor que cualquier signo de razón o prudencia. Sus pasos caminaron irresistiblemente hasta tener a Esther cerca. Antes si quiera de pensarlo, su cuerpo ya la estaba abrigando y sus labios ya rozaban narcotizados el perfume de aquella piel sensible del cuello de Esther.

-       Empezaba a pensar que no vendrías –musitó Maca antes de soltarla, y su propio anhelo le dio un escalofrío-.
-       Es que… había tráfico –Esther acababa de perder toda su determinación con aquel recibimiento-.

Maca se separó de ella, y le sonrió con una ceja alzada.

-       ¿Tráfico? ¿no has venido andando? –preguntó divertida. Esther nunca había sabido improvisar cuando se sentía muy nerviosa-.
-       Eh… no.. sí, sí he venido andando –Esther abrió los ojos, dándose cuenta de la excusa idiota que había dado-, pero… es que… -quiso arreglarlo, pero la forma en que la miraba Maca no la ayudaba-.

Maca deslizó sus manos por la nuca desnuda de Esther y la atrajo para besarla. Deseaba tanto hacerlo que ni siquiera pensó en dónde estaban.
-       Yo tampoco estoy segura de esto… -musitó Maca cuando finalmente se sintió con fuerzas de liberarla-, pero me pueden las ganas de verte.

El corazón de Esther brincó tras aquella escueta confesión, sabía que debían hablar más, ponerle nombre y apellido a lo que fuera que estaban teniendo, pero en aquel momento, con Maca mirándole a los ojos, ya no le pareció tan importante.

-       Corramos –dijo Esther-.
-       ¿Qué? –preguntó Maca aun absorta en querer volver a besarla-.

Esther acarició las manos que Maca aún tenía puestas en su cuello, y a medida que se iba liberando de ellas, su sonrisa más se ensanchaba.

-       Corramos… ya no tengo veinte años, ahora tendrás que alcanzarme tú –le espetó Esther, y salió corriendo por el parque-.

Maca parpadeó intentando conectar el mensaje de Esther con sus propios sentimientos, pero cuando por fin comprendió lo que en realidad acababa de decirle, sus piernas ya corrían tras ella, y la sonrisa se le coló de improvisto en la cara. Definitivamente, quería alcanzarla.

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Cuarenta minutos más tarde de carrera continua, las dos terminaron rendidas en el césped una frente a la otra.

-       Aún no me acostumbro a que puedas ganarme –le dijo Maca mientras ambas empezaban a estirar-.
-       ¿Ah no?
-       No
-       Pues vete acostumbrando, porque no pienso ablandarme –le espetó Esther divertida. Las endorfinas del ejercicio siempre la hacían serenarse-.

Maca sonrió con malicia, pero no añadió nada. En realidad tenía bastante disfrutando de la visión del cuerpo de Esther estirándose.

-       Deja que te ayude –le dijo Maca antes de que Esther se diera cuenta de a qué se le ofrecía-.

De pronto sintió las manos de Maca sobre sus muslos, y el cuerpo se le encendió como una antorcha.

-       Maca… -la advirtió Esther con la mirada. Estaban en un parque público-.

Pero Maca sólo sonrió con picardía.

-       Estira la rodilla –le dijo Maca complacida de ver que aún podía romper la tranquilidad de Esther con sólo tocarla-. Bien, y ahora la punta del pie hacia ti…, un poco más.
-       ¿Supongo que como médico sabes que para comprobar la tensión de los isquiotibiales, las manos en realidad las tendrías que poner por abajo y no en la cara interna de mis muslos, no? –le espetó en ese momento Esther, y Maca estalló en risas-.
-       Lo sé, pero no es exactamente lo que compruebo –le contestó Maca-.

Esther dejó de estirar y se la quedó mirando. Había un brillo peligroso en los ojos de Maca, y no pudo evitar quedarse mirando su boca.

-       Me da miedo preguntar… -dijo Esther, el aire volvía a cargarse de aquella electricidad que existía entre las dos cuando estaban quietas y cerca-.
-       ¿Preguntar el qué? –tiró del hilo Maca-.
-       Lo que compruebas –le contestó, y sin esperárselo, le salió una advertencia-. No juegues conmigo, Maca.

Las manos de Maca abandonaron despacio el contacto que hasta ahora estaban manteniendo en los muslos de Esther, la cual se dio cuenta entonces de lo que acababa de decirle. Maca se sentó a su lado en silencio.

-       No pretendo jugar contigo Esther –le contestó finalmente-.
-       Entonces, ¿por qué no me dices qué está pasando entre nosotras? –se armó de valor Esther. Ya no podía retirar sus palabras-.

Maca se volvió para mirarla a los ojos.

-       Ni siquiera lo sé –le contestó sinceramente Maca encogiéndose de hombros. Sentía cosas enormes por ella, siempre había sido así, pero la primera vez ya no les había bastado-. ¿Qué piensas tú que está pasando?

Esther sonrió con una sensación agridulce, Maca siempre había sido de lanzar balones fuera. Tan jodidamente correcta, que nunca se arriesgaba a quemarse entera.

-       Creo que aún hay sentimientos y una atracción palpable entre nosotras –le puso palabras Esther, y Maca asintió con la cabeza-. Es bastante evidente que no somos capaces de estarnos muy quietas cuando nos tenemos cerca… -quiso quitarle hierro aparentemente Esther a la cosa-.
-       jajajja… no, la verdad es que no –reconoció Maca por su parte-.
-       Mira Maca, yo tampoco tengo muy claro qué es esto que nos está pasando, y de verdad que en otras circunstancias ni siquiera me lo estaría planteando… me dejaría llevar y punto, pero… -Esther cogió carrerilla-.
-       ¿Pero?

La voz de Maca sin querer la frenó, sus ojos se encontraron y por un momento lo que iba a decir, se le quedó atragantado. Se armó de valor.

-       Quiero hacerte una pregunta, y sólo te pido que seas sincera conmigo, sólo eso. ¿De acuerdo? –le dijo Esther-.
-       De acuerdo –contestó Maca con el corazón en un puño-.
-       ¿Aún sigues queriéndote casar con Bea? ¡Sé sincera, por favor! –le preguntó Esther-.

Maca no se esperaba para nada aquella pregunta. Al menos, no así.

-       Sí… -Maca quiso añadir alguna cosa, pero algo en su interior se lo impedía. Iba a casarse con Bea, pero no era lo que Esther creía-

Esther guardó silencio, pero no le hizo ningún reproche con la mirada. Despacio se levantó del césped, y luego le tendió una mano a Maca para que hiciera lo mismo.

-       Entonces, deberíamos tener las manos quietas y pensar más en ello. No tiene sentido que hagamos daño a terceros, cuando lo que parece más claro en tu camino, es tu compromiso. ¿No te parece? –le soltó Esther antes de darle un beso en la mejilla-. Nos vemos.

Maca tardó un poco en comprender que Esther se estaba despidiendo de ella.

-       ¡Esther… espera un…! –quiso detenerla-.

Pero Esther no se dio la vuelta, levantó una mano sin mirar atrás y echó a correr. Maca la vio alejarse quedándose echa polvo. ¿Por qué no había sido capaz de abrirse a ella? ¿Por qué no le había explicado su relación con Bea? ¿Los motivos por los que seguía queriéndose casar con ella? Entonces entendió que era una cobarde, que no era capaz de abrirse a Esther con sinceridad, porque no estaba preparada para entregarse a ella sin reservas. Contarle lo de Bea suponía, confesarle que aún seguía amándola, la posibilidad de que Esther volviera a romperle el corazón, el ponerse en sus manos para bien o para mal, y tenía miedo. Siempre había tenido miedo de lo que sentía por Esther, y diez años después no habían cambiado nada.

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Una semana después.

Por fin habían concluido las reuniones por departamentos. Maca estaba agotada, agotada física pero sobretodo emocionalmente. Llevaba una semana entera sin saber nada de Esther, y ya le estaba resultando insoportable. Al principio había tratado de concentrarse como siempre en el trabajo, le había cedido unos días de espacio, tratando también ella de pensar en lo que habían hablado. En sus verdaderos sentimientos por Esther, en si estaba dispuesta a dejar que entrara o no de nuevo en su vida, sin reservas… contándole todo. Al llegar el miércoles, no había podido más, y le había escrito por el washapp. Necesitaba saber de Esther, y no quería seguir barajando posibilidades que sólo existían en su cabeza. Nada, ni una triste contestación. De hecho parecía que sus mensajes no le llegaban, y se sintió insegura. ¿Acaso abría bloqueado su número? ¿y si Esther en aquel adiós en el parque lo que había querido decir en realidad, era que no quería saber nunca más de ella? La angustia le trepaba por la garganta sólo de pensar en ello. Por eso al terminar la reunión con el gabinete de cirugía, no pudo contenerse y acercarse a su ex suegra.

Encarna hablaba con un par de médicos, entre ellos Víctor, su pareja. Maca se acercó al grupo sin tenerlas todas consigo, y sin saber cómo iba a abordar el tema.

-       Oh, Maca –la saludaron-. La reunión ha estado muy bien, lo de los protocolos va a ser un engorro en cuanto a papeleo, pero desde luego nos darán mucha información para investigar –le comentó uno de los médicos-.
-       Sí bueno, al principio nos va a costar un poco a todos, pero en realidad cuando todo vaya rodado, nos beneficiará. En Holanda hace unos tres años que lo impusimos así, y la verdad es que las recompensas compensan al sacrificio de tiempo.
-       Tienes razón, cuando trabajé en los dos casos de Francia, tuvimos que rellenar con el paciente un par de los modelos estándar de entrevista que propone Maca, y la verdad es que estadísticamente luego los datos son muy esclarecedores. Merece la pena, sin duda.
-       Desde luego esa es la idea –dijo Maca sonriendo, y el resto hizo un par de comentarios más en el mismo tono distendido, para quitarle peso a la charla. Maca aprovechó para acercarse a Encarna ahora que la conversación no giraba en torno a su presencia-. Oye Encarna…
-       Sí, dime… has estado fantástica antes, me alegro que cogieras el puesto. Vas a ser una directora increíble –aprovechó Encarna para decírselo. En realidad se sentía muy orgullosa de ella, casi como si fuera una hija-.
-       Gracias, para mí significa mucho que tú me lo digas –reconoció Maca sintiéndose de pronto pequeña e insegura. Con Encarna nunca había podido ser fría-. Te quería preguntar…
-       ¿Sí?
-       Bueno hace un par de días que trato de comunicarme con Esther por washapp pero parece que no le llegan mis mensajes –fue al grano Maca-.
-       Ohhh… ¡Oh! –dijo Encarna en aquel momento, y por la expresión de su rostro, Maca supo que la había puesto en un aprieto-. ¿No.. no te lo ha dicho?
-       ¿Decirme el qué?
-       El lunes volvió a Los Ángeles… -la incomodidad de Encarna aumentó cuando vio palidecer a Maca tras su contestación-.
-       ¿Los Ángeles? –preguntó Maca-.
-       ¿No te lo había dicho? ¡Esta niña mía!... todo lo hace igual, bueno a mí también me cogió por sorpresa porque pensaba que aún tenía un par de semanas de margen, pero por lo visto la han llamado para un trabajo y ha tenido que irse antes. Pero mira que irse sin despedirse…
-       No, tranquila… -Maca trató de recomponerse. De pronto se dio cuenta de que estaba fuera de lugar una reacción como la suya. Esther y ella no tenían nada, mostrarse afectada porque se hubiera marchado sin decirle nada al respecto era… era…-. A lo mejor me lo comentó, pero con todo el follón de la dirección se me pasó por alto.

Encarna la miró sin querer meter sus manos por en medio. Sospechaba que entre su hija y Maca habían vuelto a removerse las cosas, casi estaba segura de que Esther había salido huyendo a causa de aquello. Pese a todo, no pudo evitar dar más información de la cuenta.

-       De todas formas en mes y medio o antes, la tendremos por aquí de nuevo –los ojos de Maca se centraron en Encarna de nuevo-. Siempre regresa para Navidad –añadió-.
-       Claro, por supuesto –entendió Maca, y algo de luz se coló sin previo aviso en su cuerpo-.
-       ¿Quieres que le diga algo cuando hable con ella? –le preguntó Encarna viendo a Maca todavía descolocada-.
-       No, gracias Encarna. Sólo me preocupé al no tener respuesta de ella, pero todo está bien. Tranquila…. ah, y gracias.
-       De nada, cariño.

Encarna la vio alejarse, pensado que de ahora en adelante, tendría que estar más atenta a las palabras no dichas de su hija. Entre aquellas dos estaba pasando algo, y lo último que Encarna quería, es que Esther saliera dañada de nuevo.


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