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Esther tuvo
serias dudas en si acudir o no a aquella “cita”. El corazón se le aceleraba con
la sola idea de ver a Maca, de tener que aclarar las cosas con ella, y a punto
estuvo de dar media vuelta y regresar a salvo a su casa, pero no lo hizo.
Atravesó el parque y fue hacia el punto en el que había quedado con Maca,
llegaba diez minutos tarde y cuando la divisó sentada en aquel banco, se dio
cuenta de que ella también parecía nerviosa e inquieta.
Maca la vio
cuando apenas las separaban cinco pasos de distancia, aliviada y nerviosa por
verla, se puso de pie y le sonrió. Esther tampoco pudo contener una sonrisa, y
a Maca se le iluminó algo en su interior. “No
puedes pensar por dos”, recordó las palabras de Bea en ese momento, pero el
cabalgar de su corazón era mayor que cualquier signo de razón o prudencia. Sus
pasos caminaron irresistiblemente hasta tener a Esther cerca. Antes si quiera
de pensarlo, su cuerpo ya la estaba abrigando y sus labios ya rozaban
narcotizados el perfume de aquella piel sensible del cuello de Esther.
-
Empezaba a pensar que no vendrías –musitó Maca antes de
soltarla, y su propio anhelo le dio un escalofrío-.
-
Es que… había tráfico –Esther acababa de perder toda su
determinación con aquel recibimiento-.
Maca se separó
de ella, y le sonrió con una ceja alzada.
-
¿Tráfico? ¿no has venido andando? –preguntó divertida.
Esther nunca había sabido improvisar cuando se sentía muy nerviosa-.
-
Eh… no.. sí, sí he venido andando –Esther abrió los ojos,
dándose cuenta de la excusa idiota que había dado-, pero… es que… -quiso
arreglarlo, pero la forma en que la miraba Maca no la ayudaba-.
Maca deslizó
sus manos por la nuca desnuda de Esther y la atrajo para besarla. Deseaba tanto
hacerlo que ni siquiera pensó en dónde estaban.
-
Yo tampoco estoy segura de esto… -musitó Maca cuando
finalmente se sintió con fuerzas de liberarla-, pero me pueden las ganas de
verte.
El corazón de
Esther brincó tras aquella escueta confesión, sabía que debían hablar más,
ponerle nombre y apellido a lo que fuera que estaban teniendo, pero en aquel
momento, con Maca mirándole a los ojos, ya no le pareció tan importante.
-
Corramos –dijo Esther-.
-
¿Qué? –preguntó Maca aun absorta en querer volver a
besarla-.
Esther
acarició las manos que Maca aún tenía puestas en su cuello, y a medida que se
iba liberando de ellas, su sonrisa más se ensanchaba.
-
Corramos… ya no tengo veinte años, ahora tendrás que
alcanzarme tú –le espetó Esther, y salió corriendo por el parque-.
Maca parpadeó
intentando conectar el mensaje de Esther con sus propios sentimientos, pero
cuando por fin comprendió lo que en realidad acababa de decirle, sus piernas ya
corrían tras ella, y la sonrisa se le coló de improvisto en la cara.
Definitivamente, quería alcanzarla.
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Cuarenta
minutos más tarde de carrera continua, las dos terminaron rendidas en el césped
una frente a la otra.
-
Aún no me acostumbro a que puedas ganarme –le dijo Maca
mientras ambas empezaban a estirar-.
-
¿Ah no?
-
No
-
Pues vete acostumbrando, porque no pienso ablandarme –le
espetó Esther divertida. Las endorfinas del ejercicio siempre la hacían
serenarse-.
Maca sonrió
con malicia, pero no añadió nada. En realidad tenía bastante disfrutando de la
visión del cuerpo de Esther estirándose.
-
Deja que te ayude –le dijo Maca antes de que Esther se diera
cuenta de a qué se le ofrecía-.
De pronto
sintió las manos de Maca sobre sus muslos, y el cuerpo se le encendió como una
antorcha.
-
Maca… -la advirtió Esther con la mirada. Estaban en un
parque público-.
Pero Maca sólo
sonrió con picardía.
-
Estira la rodilla –le dijo Maca complacida de ver que aún
podía romper la tranquilidad de Esther con sólo tocarla-. Bien, y ahora la
punta del pie hacia ti…, un poco más.
-
¿Supongo que como médico sabes que para comprobar la tensión
de los isquiotibiales, las manos en realidad las tendrías que poner por abajo y
no en la cara interna de mis muslos, no? –le espetó en ese momento Esther, y
Maca estalló en risas-.
-
Lo sé, pero no es exactamente lo que compruebo –le contestó
Maca-.
Esther dejó de
estirar y se la quedó mirando. Había un brillo peligroso en los ojos de Maca, y
no pudo evitar quedarse mirando su boca.
-
Me da miedo preguntar… -dijo Esther, el aire volvía a
cargarse de aquella electricidad que existía entre las dos cuando estaban
quietas y cerca-.
-
¿Preguntar el qué? –tiró del hilo Maca-.
-
Lo que compruebas –le contestó, y sin esperárselo, le salió
una advertencia-. No juegues conmigo, Maca.
Las manos de
Maca abandonaron despacio el contacto que hasta ahora estaban manteniendo en
los muslos de Esther, la cual se dio cuenta entonces de lo que acababa de decirle.
Maca se sentó a su lado en silencio.
-
No pretendo jugar contigo Esther –le contestó finalmente-.
-
Entonces, ¿por qué no me dices qué está pasando entre
nosotras? –se armó de valor Esther. Ya no podía retirar sus palabras-.
Maca se volvió
para mirarla a los ojos.
-
Ni siquiera lo sé –le contestó sinceramente Maca
encogiéndose de hombros. Sentía cosas enormes por ella, siempre había sido así,
pero la primera vez ya no les había bastado-. ¿Qué piensas tú que está pasando?
Esther sonrió
con una sensación agridulce, Maca siempre había sido de lanzar balones fuera.
Tan jodidamente correcta, que nunca se arriesgaba a quemarse entera.
-
Creo que aún hay sentimientos y una atracción palpable entre
nosotras –le puso palabras Esther, y Maca asintió con la cabeza-. Es bastante
evidente que no somos capaces de estarnos muy quietas cuando nos tenemos cerca…
-quiso quitarle hierro aparentemente Esther a la cosa-.
-
jajajja… no, la verdad es que no –reconoció Maca por su
parte-.
-
Mira Maca, yo tampoco tengo muy claro qué es esto que nos
está pasando, y de verdad que en otras circunstancias ni siquiera me lo estaría
planteando… me dejaría llevar y punto, pero… -Esther cogió carrerilla-.
-
¿Pero?
La voz de Maca
sin querer la frenó, sus ojos se encontraron y por un momento lo que iba a
decir, se le quedó atragantado. Se armó de valor.
-
Quiero hacerte una pregunta, y sólo te pido que seas sincera
conmigo, sólo eso. ¿De acuerdo? –le dijo Esther-.
-
De acuerdo –contestó Maca con el corazón en un puño-.
-
¿Aún sigues queriéndote casar con Bea? ¡Sé sincera, por
favor! –le preguntó Esther-.
Maca no se
esperaba para nada aquella pregunta. Al menos, no así.
-
Sí… -Maca quiso añadir alguna cosa, pero algo en su interior
se lo impedía. Iba a casarse con Bea, pero no era lo que Esther creía-
Esther guardó
silencio, pero no le hizo ningún reproche con la mirada. Despacio se levantó
del césped, y luego le tendió una mano a Maca para que hiciera lo mismo.
-
Entonces, deberíamos tener las manos quietas y pensar más en
ello. No tiene sentido que hagamos daño a terceros, cuando lo que parece más
claro en tu camino, es tu compromiso. ¿No te parece? –le soltó Esther antes de
darle un beso en la mejilla-. Nos vemos.
Maca tardó un
poco en comprender que Esther se estaba despidiendo de ella.
-
¡Esther… espera un…! –quiso detenerla-.
Pero Esther no
se dio la vuelta, levantó una mano sin mirar atrás y echó a correr. Maca la vio
alejarse quedándose echa polvo. ¿Por qué no había sido capaz de abrirse a ella?
¿Por qué no le había explicado su relación con Bea? ¿Los motivos por los que
seguía queriéndose casar con ella? Entonces entendió que era una cobarde, que
no era capaz de abrirse a Esther con sinceridad, porque no estaba preparada
para entregarse a ella sin reservas. Contarle lo de Bea suponía, confesarle que
aún seguía amándola, la posibilidad de que Esther volviera a romperle el
corazón, el ponerse en sus manos para bien o para mal, y tenía miedo. Siempre
había tenido miedo de lo que sentía por Esther, y diez años después no habían
cambiado nada.
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Una semana después.
Por fin habían
concluido las reuniones por departamentos. Maca estaba agotada, agotada física
pero sobretodo emocionalmente. Llevaba una semana entera sin saber nada de
Esther, y ya le estaba resultando insoportable. Al principio había tratado de
concentrarse como siempre en el trabajo, le había cedido unos días de espacio,
tratando también ella de pensar en lo que habían hablado. En sus verdaderos
sentimientos por Esther, en si estaba dispuesta a dejar que entrara o no de
nuevo en su vida, sin reservas… contándole todo. Al llegar el miércoles, no
había podido más, y le había escrito por el washapp. Necesitaba saber de
Esther, y no quería seguir barajando posibilidades que sólo existían en su
cabeza. Nada, ni una triste contestación. De hecho parecía que sus mensajes no
le llegaban, y se sintió insegura. ¿Acaso abría bloqueado su número? ¿y si
Esther en aquel adiós en el parque lo que había querido decir en realidad, era
que no quería saber nunca más de ella? La angustia le trepaba por la garganta
sólo de pensar en ello. Por eso al terminar la reunión con el gabinete de
cirugía, no pudo contenerse y acercarse a su ex suegra.
Encarna
hablaba con un par de médicos, entre ellos Víctor, su pareja. Maca se acercó al
grupo sin tenerlas todas consigo, y sin saber cómo iba a abordar el tema.
-
Oh, Maca –la saludaron-. La reunión ha estado muy bien, lo
de los protocolos va a ser un engorro en cuanto a papeleo, pero desde luego nos
darán mucha información para investigar –le comentó uno de los médicos-.
-
Sí bueno, al principio nos va a costar un poco a todos, pero
en realidad cuando todo vaya rodado, nos beneficiará. En Holanda hace unos tres
años que lo impusimos así, y la verdad es que las recompensas compensan al
sacrificio de tiempo.
-
Tienes razón, cuando trabajé en los dos casos de Francia,
tuvimos que rellenar con el paciente un par de los modelos estándar de
entrevista que propone Maca, y la verdad es que estadísticamente luego los
datos son muy esclarecedores. Merece la pena, sin duda.
-
Desde luego esa es la idea –dijo Maca sonriendo, y el resto
hizo un par de comentarios más en el mismo tono distendido, para quitarle peso
a la charla. Maca aprovechó para acercarse a Encarna ahora que la conversación
no giraba en torno a su presencia-. Oye Encarna…
-
Sí, dime… has estado fantástica antes, me alegro que
cogieras el puesto. Vas a ser una directora increíble –aprovechó Encarna para
decírselo. En realidad se sentía muy orgullosa de ella, casi como si fuera una
hija-.
-
Gracias, para mí significa mucho que tú me lo digas
–reconoció Maca sintiéndose de pronto pequeña e insegura. Con Encarna nunca
había podido ser fría-. Te quería preguntar…
-
¿Sí?
-
Bueno hace un par de días que trato de comunicarme con
Esther por washapp pero parece que no le llegan mis mensajes –fue al grano
Maca-.
-
Ohhh… ¡Oh! –dijo Encarna en aquel momento, y por la
expresión de su rostro, Maca supo que la había puesto en un aprieto-. ¿No.. no
te lo ha dicho?
-
¿Decirme el qué?
-
El lunes volvió a Los Ángeles… -la incomodidad de Encarna
aumentó cuando vio palidecer a Maca tras su contestación-.
-
¿Los Ángeles? –preguntó Maca-.
-
¿No te lo había dicho? ¡Esta niña mía!... todo lo hace
igual, bueno a mí también me cogió por sorpresa porque pensaba que aún tenía un
par de semanas de margen, pero por lo visto la han llamado para un trabajo y ha
tenido que irse antes. Pero mira que irse sin despedirse…
-
No, tranquila… -Maca trató de recomponerse. De pronto se dio
cuenta de que estaba fuera de lugar una reacción como la suya. Esther y ella no
tenían nada, mostrarse afectada porque se hubiera marchado sin decirle nada al
respecto era… era…-. A lo mejor me lo comentó, pero con todo el follón de la
dirección se me pasó por alto.
Encarna la
miró sin querer meter sus manos por en medio. Sospechaba que entre su hija y
Maca habían vuelto a removerse las cosas, casi estaba segura de que Esther
había salido huyendo a causa de aquello. Pese a todo, no pudo evitar dar más
información de la cuenta.
-
De todas formas en mes y medio o antes, la tendremos por
aquí de nuevo –los ojos de Maca se centraron en Encarna de nuevo-. Siempre
regresa para Navidad –añadió-.
-
Claro, por supuesto –entendió Maca, y algo de luz se coló
sin previo aviso en su cuerpo-.
-
¿Quieres que le diga algo cuando hable con ella? –le
preguntó Encarna viendo a Maca todavía descolocada-.
-
No, gracias Encarna. Sólo me preocupé al no tener respuesta
de ella, pero todo está bien. Tranquila…. ah, y gracias.
-
De nada, cariño.
Encarna la vio
alejarse, pensado que de ahora en adelante, tendría que estar más atenta a las
palabras no dichas de su hija. Entre aquellas dos estaba pasando algo, y lo
último que Encarna quería, es que Esther saliera dañada de nuevo.
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