30
Los Ángeles.
El sol llevaba
varias horas en lo alto y Esther cogió su café caliente antes de apoyar la frente
en el frío ventanal que le daba una amplia panorámica de la urbanización. Cerró
los ojos al sentir aquel frescor tan reconfortante en la piel. Hacía tres
semanas que había vuelto a casa, y sin embargo aquella sensación de incomodidad
constante no se aplacaba.
-
¿Queda un poco de café para mí?
Aquella
pregunta formulada en perfecto inglés la ubicó de nuevo en el mapa. Esther se
giró tratado de reconstruir su ánimo. Cameron no era el típico ligue de una
noche. Se conocían desde hacía un par de años, y a veces terminaban juntas
cuando coincidían en una fiesta. Se caían bien, y era fácil.
-
Claro que sí –le contestó Esther dispuesta a prepararle una
taza-.
Cuando pasó
por el lado de Cameron, ésta le dio un beso y la siguió agarrándose a su
camiseta. Esther no dijo nada. Preparó el café bajo la atenta mirada de Cameron
y luego se la ofreció.
-
Gracias –le dijo-.
Las dos se
quedaron calladas mientras bebían. Cameron sabía que a la pintora le gustaba
aquella calma silenciosa por la mañana. Aún así, la había notado especialmente
distante desde que se reencontraron la noche anterior. Como si aquellas ganas y
aquella luz que desprendía Esther normalmente, estuvieran apagadas.
-
No quiero que pienses que me meto donde no me llaman, pero…
¿te ocurre algo? Te noto diferente, no sé –le dijo Cameron-.
Esther se
quedó mirando unos segundos la figura alta y estilizada de Cameron. Nunca le
habían atraído especialmente las rubias, pero le gustaba pese a ello.
-
No, es solo cansancio –contestó-.
Cameron dejó
la taza en el banco de cocina y se acercó a ella. Por alguna extraña razón
Esther no conseguía sentirse relajada, y tuvo que hacer un esfuerzo para no
escabullirse de aquellos brazos cuando le rodearon la cintura. Se besaron, sin
encontrar el “tempo”. Cameron buscaba cosas, y Esther no daba muestras de nada,
así que al poco tiempo se deshizo el efecto del acercamiento.
- Bueno, entonces será mejor que me vaya y te
deje descansar un poco –concluyó Cameron con una sonrisa-.
Esther no
luchó por retenerla, y tras un poco de conversación, dejó a Cameron libre para
que se vistiera y se marchara de su casa. Apenas media hora más tarde, volvía a
sentir aquel frio en la frente, mientras apoyada en el ventanal, veía alejarse
el coche de Cameron. Esther cerró los ojos… “Ojalá fuera tan fácil dejarla
marchar a ella”, pensó mientras la imagen de los ojos color miel de Maca,
renacían en su memoria.
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Madrid.
La última
vuelta a la manzana había merecido la pena. Maca se quitó los cascos de su
ipod, y decidió subir las escaleras hasta su piso de dos en dos.
-
¡Hola! ¡Ya estoy aquí! –anunció dejando la riñonera con las
llaves en el recibidor, sin quitarse aún la ropa sudada-.
-
Hola guapetona –se asomó Bea desde la cocina-. ¿Qué tal ha
ido la carrera? Te estás volviendo a poner en forma, ¿eh? –comentó Bea con
cierto sarcasmo, pues Maca había vuelto a tomarse en serio sus entrenamientos y
ella creía saber el verdadero motivo-.
-
Genial. He conseguido bajar unos minutos, claro que este
frío también ayuda a espabilarte –le contestó Maca sin captar sus dobles
intenciones-.
-
jajaja… sí, la verdad es que sí. He encendido la
calefacción. Me imagino que querrás ducharte.
Maca terminó
un vaso de agua antes de responder.
-
Sí, me voy a la ducha –le dijo dejándole un beso en la
mejilla al pasar por su lado-.
-
Yo iré poniendo la mesa –le contestó-.
-
Estupendo, tardo diez minutos.
-
No tengas prisa.
Bea sonrió
cuando la vio desaparecer en el cuarto de baño, preguntándose si Maca sería
consciente de que ya no se desnudaba delante de ella como antes. De pronto la
vibración de su móvil en el bolsillo trasero del vaquero detuvo sus
pensamientos. Al ver de quien era el mensaje, su sonrisa se ensanchó
visiblemente.
“Kate: Mocosa…
¿qué haces esta tarde? ¿trabajas?
Bea: mmm lo de mocosa creo que podríamos discutirlo… jajaja…
No, estoy libre. ¿Por qué, vas a proponerme algo indecente?
Kate: jajaja… totalmente. ¿Un kilo de palomitas, chocolatinas y
cine? Están poniendo en cartelera aquella peli de la que hablamos.
Bea: Con el kilo de palomitas ya me has convencido. Me apunto.
¿Hora?
Kate: ¿Seis?
Bea: ¡Hecho!
Kate: ¿Viene Maca?
Bea: No, ella trabaja. ¿Te conformas conmigo?
Kate: Totalmente. Nos vemos luego. Ciao
Bea: ok”
Bea palmeó el
móvil en su mano. Miró a la puerta del baño aun cerrada, y luego al móvil con
los mensajes de Kate, cada vez más frecuentes en las últimas semanas. Quizá iba
siendo hora de ir colocando sus propios pasos. Guardó el móvil con una sonrisa
traviesa en la boca, y continuó poniendo la mesa.
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Los Ángeles.
Intentó
trabajar en algo, en lo que fuera, pero no pudo. Su bloqueo era absoluto, y
últimamente le producía enormes jaquecas forzarse en contra de sus deseos.
-
¡JODER! –estalló finalmente, lanzando los pinceles contra el
lienzo-.
Caminó varios
círculos con las manos en el cuello, intentando relajarse, procurando expulsar
sus demonios, pero no podía. Maca, Maca, Maca…. siempre ella en su cabeza.
Dibujaba sus brazos, sus labios, sus piernas… siempre los mismos trazos,
aquellos colores tan intensos en su mente y luego aquel maldito vació. ¿Por qué
le hacía aquello? ¿por qué volvía a llenarlo todo desbordadamente? Anulando
todo el conocimiento y control que le había dado su extensa carrera.
Con una
cabezonería rotunda, Esther situó a escasos pasos del caballete cuatro piezas
al azar sin prestar mucha importancia en la composición en sí. Enderezó el
lienzo y cogió el lápiz, con fuera, demasiada fuerza. Respiró tratando de
serenarse y cuando volvió a abrir los ojos se concentró simplemente en dibujar
aquella pieza improvisada. Volver a la simplicidad de lo inexpresivo siempre le
había dado buenos resultados antes. Si tenía que empezar por el principio de
nuevo, lo volvería a hacer. Esther empezó a dibujar, y conseguido aquel primer
objetivo, volvió a componer una pieza, y luego de esa otra. Todo naturalezas
muertas hasta que se sintió lo suficientemente concentrada como para probar una
última vez. Respiró frente al nuevo lienzo en blanco, y con más miedo que
serenidad, se dejó llevar. Sólo se había propuesto dibujar un cuerpo distinto,
el que fuera, simplemente distinto… pero
a medida que fue ganando en detalles, su corazón también se fue acelerando
llevándola por un terreno mucho mas profundo del que conscientemente podía
controlar. Delineo sus piernas, sus muslos, y en el detalle de su vientre ya no
pudo parar… salieron rojos, naranjas y hasta algún púrpura, y la cabeza se le
fue al cuerno, cuando le tembló el pulso en la delicadeza del trazo de sus
comisuras, y aquella boca de fresa que se moría por saborear una vez más.
Exhausta y agitada contempló el resultado una vez finalizada su lucha…
derrotada dejó caer sus pesados brazos a lo largo de su cuerpo, y con ellos, la
paleta de colores y los pinceles cayeron hasta el suelo. Sin fuerzas y sin
aliento, empezó a rendirse ante la evidencia, de que Maca siempre seguiría ahí.
---
Madrid.
-
¿Maca?
-
¿Sí? –preguntó levantando la cabeza de su escritorio-.
-
Ha llegado esto para Bea, pero como hoy libra… ¿lo firmas
tú? –le preguntó el compañero-.
-
Sí, claro. Yo te lo firmo.
-
Estupendo. Aquí tienes –le dijo el muchacho y tras una firma
le entregó un sobre-. Que tengas un buen día.
-
Igualmente –le contestó Maca con una sonrisa y esperó a que
el muchacho se marchara cerrando la puerta-.
Con cierta
curiosidad miró el remitente, y al ver que venía del gabinete de abogados de
Holanda, alzó una ceja. Heder no les había dicho nada de que iba a enviarles
algo, al menos que ella supiera. Cogió el móvil para llamar a Bea y consultarle,
pero antes de marcar se acordó de que seguramente estaría ya en el cine con
Kate. Dejó el paquete a un lado, pero pasados unos minutos se dio cuenta de que
no podía concentrarse en el trabajo sin saber de qué se trataba. Tras pensarlo
unos instantes, decidió abrirlo y averiguar su contenido. Abrió el sobre y sacó
un par de copias de una especie de contrato. Los dejó en la mesa y se centró en
la carta adjunta que venía con ellos.
“Os remito la documentación reglamentaria previa a la
formalización de vuestro matrimonio civil. Bea, se que me pediste que lo
pospusiéramos, pero el tiempo se nos echa encima y los ex suegros de tu hermano
han apretado a los de trabajos sociales para que se cumpla el traslado
pendiente de Tara con ellos, sin esperar a la finalización del curso escolar.
Estoy tratando de pararlo, pero sin nada firmado, no puedo mover el recurso
para que Tara siga en el internado. Por favor, entra en razón y resolver
vuestros impedimentos cuanto antes, o me temo que les concederán las Navidades de
Tara a ellos, y no sé que están tramando pero no pinta bien.
Espero noticias vuestras. Firmar, no os lo digo sólo como
abogada vuestra.
Besos”
El corazón de
Maca se puso a mil en un solo instante. Nerviosa, pero con todas las alertas
puestas, empezó a leer la documentación que Heder les acababa de remitir. Tras
finalizarla, no dudó en hacer una llamada internacional a Holanda para hablar
directamente con ella y que se lo aclarara.
---
Los Ángeles.
Esther subió
al desván. Encendió la luz y se quedó quieta unos minutos mirando el polvo
acumulado a su alrededor. Hacía mucho tiempo que no subía allí, mucho tiempo.
Paseo por la pila de cuadros acumulados, no le hacía falta descubrir la mayoría
de ellos para saber dónde estaban los que iba buscando. Llegó a un armario
viejo empotrado, y buscó en su altillo la llave que lo abría. Cuando la tuvo en la mano tembló, dudando aún
en si debía abrir de nuevo aquella etapa de sombras de su pasado, pero cogiendo
al toro por los cuernos, introdujo la
llave y abrió el armario sin más. Con prisas y el corazón acelerado extrajo de
su interior carpetas enteras de bocetos, y por último, aquella pieza enorme de
casi dos metros que descansaba al fondo de la oscuridad. Tras quitarle un poco
el polvo con una sabana vieja, se retiró lo suficiente del lienzo para
enfrentarse con él. El corazón se le encogió al verlo. Ante ella le hablaba su
propia “cruz”, una obra tan oscura en color y forma, que no parecía haber
salido de sus propias manos. Durante al menos una hora, Esther no hizo otra
cosa que quedarse quieta mirándola, reconociéndola… reconociéndose.
---
Madrid.
-
¡Pero si te has pasado todo el tiempo comentando! –se metía
con ella Kate-.
-
jajajaj… es que era absurdo. En la vida real esas cosas no
se dan –se defendía Bea-.
-
Bueno, por eso lo llaman ficción –le decía Kate ya llegando
al portar de la casa de Maca-.
-
Cierto –tuvo que reconocerle-, pero aún así no tenía ningún
sentido. Nadie escucha música cuando se besa, en el mejor de los casos, no esta
mal, pero ni de lejos se te planta la filarmónica en pleno centro de Madrid y
tu alrededor se transforma en un tío vivo, ¿oh sí?
-
Podría ocurrir –la pinchó sin dar su brazo a torcer Kate,
pese a que estaba de acuerdo con ella en que la película había tenido escenas
de fantasía con aquella mezcla rara que había hecho el director entre la
realidad y la animación-.
-
¿Ah sí? ¿En serio? –la siguió Bea no tomándola en serio-.
-
Estoy segura de que alguien ha sido capaz de viajar al país
de Alicia y las maravillas tras un beso –se burló del tema Kate-.
-
jajajjaja… si, estoy segura que sí –se rió Bea. En realidad
sólo prolongaba aquella conversación inconexa porque no quería separarse aún de
Kate-.
-
Todo depende de quien te bese –dijo Kate dándole cuerda-.
-
¿De verdad? –a Bea se le fueron los ojos intencionadamente a
su boca, sin molestarse en disimular-.
-
Hay miles de libros eruditos que lo demuestran, por ejemplo…
¿nunca has leído uno en el que una doncella besa a una rana y lo convierte en
príncipe? –se burló Kate poniendo su pose mas seria-.
-
jajajjajajaj… Ah, ya se cual dices, muy científico por
cierto. ¿Sabías que en las conclusiones ponía que fueron felices y comieron
perdices para siempre?
-
¿Ah sí? –alzó una ceja divertida Kate-.
-
Sí, y sin empacho –le susurró Bea como si fuera secreto
nacional-.
Kate empezó a
reírse a carcajadas, y Bea no pudo más que acompañarla. Aquella mujer tenía una
risa endiablada, y antes de que se diera cuenta sus pulsaciones se fueron
acelerando al contemplarla. Poco a poco las dos se fueron conteniendo.
-
Ha estado bien la tarde, ¿no? –le dijo Kate sabiendo que era
hora de dejarla marchar-.
-
Sí, ha estado muy bien. Gracias por llamarme –le contestó
Bea más atenta a las reacciones de Kate de lo que le era habitual-.
-
De nada –le dijo Kate guiñándole un ojo-. Bueno, te dejo,
que ya se empieza a hacer tarde.
Pero cuando
Kate le fue a dar un beso en la mejilla Bea le giró la cara poniéndole los
labios. Kate se apartó apenas unos centímetros sorprendida por lo rápido e
inesperado de aquel beso. Las dos se miraron a los ojos sin decir ni una
palabra, mientras a Kate se le había disparado la respiración con el gesto.
Llevaba días soñando con besarla. Como en un libro abierto Bea leyó en sus
ojos, y antes de que la magia se esfumara, aprovechó para volverla a besar.
10 minutos después.
Bea abrió con
su llave la puerta de casa, aún con la sonrisa puesta, y un calor agradable en
la boca del estómago tras el beso correspondido de Kate. Dejó su abrigo en el
perchero, y anunció su llegada viendo que había luz.
-
¿Maca? –preguntó-.
Pero no tuvo
que andar mucho hasta toparse de frente con Maca, que la esperaba sentada en la
mesa auxiliar del comedor con unos papeles en la mano. En cuanto vio su semblante
serio, supo que algo marchaba mal.
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