martes, 9 de diciembre de 2014

Pretty Bollo -cap 83 y 84-


Macarena Wilson lo tiene todo. Futura heredera de una de las bodegas más prestigiosas del país, joven, inteligente, rica y atractiva, ve como la vida pasa por su lado sin poder disfrutar plenamente de ella. Una vivencia en su pasado,  maniata su capacidad de entregarse física y mentalmente a otras mujeres, cuando en medio de su controlado mundo de supervivencia, Esther García, una inusual y carismática mujer,  se cruzará en su camino de la forma más inverosímil, abriéndole una puerta que Maca no creía necesitar.

Juntas entablarán una relación comercial que las arrastrará sin esperárselo a profundizar en sus miedos y verdades. Algo que parecía fácil y seguro, se convertirá en el huracán que arrasará por completo sus cómodas vidas.

83

La semana laboral se coló en la vida de nuestras dos protagonistas. Los compromisos que Maca había adquirido en la fiesta de Kate y Bea, la llevaban de reunión en reunión, y de comida en comida de trabajo, no otorgándole ni un segundo para respirar en aquella carrera frenética por dar el pistoletazo de salida al proyecto que se traía entre manos. Sabía que la relación con Esther había cambiado, durante el día no se veían y por diversas razones, habían reducido el número de llamadas telefónicas que las mantenían comunicadas. Maca se sentía triste y temerosa, y a pesar de que Esther trataba de comportarse con normalidad cuando llegaba al apartamento para dormir con ella, Maca la sentía forzada en su trato. A pesar de ser ya jueves, Esther no había dado ni un paso para intentar acercarse a ella o tocarla salvo lo justo y necesario, Maca por su parte era demasiado tímida y se sentía demasiado culpable, como para propiciar acercamientos que pudieran dar pie a pasos que no se sentía preparada para dar. Así que entre las dos, había un código no establecido de aislamiento preventivo que las mantenía alejadas, extrañas y temerosas.

Eran las ocho de la tarde cuando Maca recibió una llamada de Esther. Tras mirar en la pantalla su nombre, se disculpó con quien estaba y se apartó para poder atender aquella llamada con el corazón desbocado, pues desde aquel encuentro entre ambas, Maca no había dejado de sentirse así cada vez que la veía, la tenía junto a ella, o escuchaba su voz.

- ¡Hola! –saludó Maca con una sonrisa inevitable, se alegraba tanto de oírla-.
- ¡Hola gatita! –contestó Esther mientras se sentaba en el sofá de su apartamento, consciente de lo mucho que la perturbaba escuchar aquella voz y del mazazo que tendría que darle-. ¿Ya has terminado de trabajar?
- Me queda media hora como mucho, luego pasaré por el súper e iré al apartamento, ¿te apetece cenar algo concreto esta noche? –le preguntó Maca con normalidad, pues era algo habitual que ella se encargara de la cena-.
- Maca… -Esther tragó saliva, sabía que el golpe le iba a doler, pero ella necesitaba encontrar una solución a la semana que estaban teniendo. Se acercaba el fin de semana y Maca no trabajaría, y Esther no se sentía con fuerzas para encontrarse a solas con aquella mujer en las condiciones en las que se veía-… Maca esta noche no voy a poder ir.

Maca se quedó parada y en silencio. Esther cerró los ojos… “mierda… mierda” se decía en silencio, pero tenía que hacerlo, necesitaba ese espacio al menos por una noche.

- Maca, ¿sigues ahí? –la llamó Esther rompiendo aquel vacío al otro lado de la línea-.
- Sí –dijo Maca que tuvo que esforzarse porque le saliera la voz, había temido aquello durante toda la semana, y ahora que prácticamente la habían superado, la noticia le había caído como una jarra de agua helada sobre la espalda dejándola tiritando-. ¿No vendrás para cenar, o no puedes venir en toda la noche? Porque no importa si llegas de madrugada, puedo esperarte.

Esther se dio cuenta de la necesidad de Maca y del ligero temblor en su voz… “Dios mío, ¿por qué me haces esto?” rogó Esther, mientras trataba de sacar fuerza de flaqueza para no caer.

- Maca, pasaré toda la noche fuera, lo siento –Esther se vio disculpándose, con Maca todo se regía por nuevas reglas y esa necesidad de no hacerle daño, de disculparse con ella, de no querer defraudarla o de darle explicaciones que no le solicitaba, eran algunas de ellas-.

Maca se quedó muda por unos segundos… “Va a pasar una de esas noches con alguna clienta…” pensaba frenéticamente… “No me dice si es con Eva o con Laura… estará con una clienta”, su cabeza empezó a doler, y la sangre le empezó a hervir de forma atroz.

- Oh entiendo… tranquila, es tu trabajo –dijo Maca conteniendo la ira y el dolor, apenas podía asimilar lo que estaba ocurriendo. Sintió que las piernas le fallaban ante tal mazazo, y se vio presa del pánico-. Bueno, entonces mañana nos vemos si puedes… tengo que dejarte, me están esperando para terminar la reunión.
- Claro, te llamo… un beso –le dijo Esther conteniendo las ganas de borrar por completo toda aquella llamada. Quería salir corriendo a buscarla, pero no debía, no podía-.
- Sí, claro… un beso –dijo Maca y colgó el teléfono rápidamente-.

Maca alcanzó un sillón que había cerca y se sentó, incapaz de tenerse en pie. La visión de Esther pasando una noche de desenfreno con alguna clienta empezó a torturarla en su cabeza, mareándola.

Maca: ¡Diosss… como duele!
Conciencia de Maca: Te avisé, ¿qué esperabas?
Maca: no esperaba nada, pero no lo pude evitar…
Conciencia de Maca: debiste evitarlo, por tu bien
Maca: jamás he sabido hacer las cosas por mi bien, y lo sabes.
Conciencia de Maca: ¿y qué vas a hacer ahora?
Maca: no lo sé, no lo sé… la quiero, maldita sea, se me ha colado sin darme cuenta.
Conciencia de Maca: Entonces lucha… pelea por ella.
Maca: ¿Cómo, si estoy rota?
Conciencia de Maca: ¡Supéralo! ¡Date a ella!
Maca: ¡creesss que no quiero… pero no puedo, no puedo! Apenas controlo lo que siento, me siento débil y fuera de mí, y este temor que siento me hiela la sangre partiéndome desde dentro.
Conciencia de Maca: Lo sé, pero si no consigues hallar la forma de situarse a su nivel, acabará contigo… no eres de las de quedarse quieta.

Y con aquel dolor en el pecho y aquella realidad retumbándole en los oídos Maca se tapó la cara con las manos tratando de detener aquella noria que se había puesto en marcha en su cabeza.

84

Esther miraba aún el móvil silencioso entre sus manos. Durante largos minutos estuvo tentada de volver a llamarla, de cambiar de opinión, de presentarse en su casa… pero no lo hizo, permaneció mirando aquella pantalla en negro sentada en el sofá, incapaz de imprimir una dirección a lo que sentía.

-       ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué pasa conmigo?

Se preguntó en voz alta mientras se recostaba en el sofá y cerraba los ojos. La casa estaba vacía y en silencio, pero en su cabeza miles de sonidos, palabras, frases, risas, gemidos… se amontonaban inundándola. La semana no había sido fácil para ella, la culpabilidad y lo que sentía por Maca había hecho un hoyo en mitad de su pecho y no sabía cómo cubrirlo. Al principio pensó que poner al día los asuntos postergados de la empresa la mantendrían a salvo, pero aquel perfume que Maca le dejaba en la ropa cuando salía de su apartamento y la abrazaba, era más que suficiente para no poder dejar de pensar en ella, en lo que sentía por aquella mujer y en lo muy perdida que se encontraba a la hora de tratarla.

-       Por Dios, así no voy a solucionar nada –se recriminó Esther y se obligó a moverse del sofá-.

Miró el contestador, había una luz parpadeante, pero ya sabía de quien era así que ni se molestó en escuchar el mensaje de voz. Se dirigió al baño y encendió los grifos de la bañera, esperó pacientemente a que se llenara controlando la temperatura mientras se desvestía, y cuando estuvo listo, se introdujo en aquel baño caliente notando como sus músculos instintivamente empezaban a relajarse. Alcanzó el mando de la cadena de música y cerró los ojos, una compilación de sus bandas sonoras instrumentales preferidas empezó a sonar trasportándola al instante que había provocado aquella necesidad de esquivar a Maca aunque fuera por una noche.


10’30 de la mañana de ese mismo jueves, Esther apenas llegando a su apartamento tras despedirse de Maca:

-       ¡Hola guapa! Soy Alicia –la saludó una voz dulce y aterciopelada que casi había olvidado por completo-
-       Hola preciosa, ¿cómo va todo? –le contestó Esther como si no pasara nada, pero el ser consciente de que había olvidado a aquella clienta por completo, la inquietó tanto que la dejó petrificada-.
-       Bien, he terminado con la investigación y he pensado, que quizá podría verte hoy si te parece bien –le propuso con una voz educada y dulce, aquella pelirroja catedrática, a la que si se le activaba de forma adecuada se trasformaba en un huracán exquisito-.
-       Claro, claro que sí –respondió Esther más por un impulso de obligatoriedad ante sus compromisos, que por un deseo real-.
-       ¿Seguro? –preguntó Alicia más animada-. Es que como no te aviso con mucha antelación y hace tanto que no te veo…
-       Preciosa, no hay problema. ¿Qué te apetece? –la animó Esther a que propusiera el plan del día-.
-       Me gustaría invitarte a comer a un italiano que me han comentado unos compañeros, y luego… -Alicia se quedó cortada, sabía lo que quería, pero no estaba acostumbrada a sociabilizar y le costaba soltarlo en frío-.

Esther se sonrió con picardía, podía imaginarse aquella tez blanca sonrojarse. Sin darse cuenta comenzó a pensar que volver a mantener la relación acostumbrada con una de sus clientas no iba a ser una mala idea después de todo. Instintivamente sus comisuras se alzaron con malevolencia y su voz se tomó ligeramente al contestar…

-       Y luego improvisamos el postre, que yo también llevo hambre pecosa –le susurró Esther al teléfono y pudo notar como Alicia se quedaba quieta por el efecto de sus palabras-.

A las dos de la tarde Esther había llegado puntual a recogerla a la facultad. Salió del descapotable y se apoyó en la puerta de copiloto mientras miraba el campus a través de sus gafas de sol. Hacía un día estupendo, los jóvenes universitarios iban y venían charlando animadamente, otros completamente distraídos caminaban deprisa con sus mp3 en los oídos. Esther los observaba a todos con una sonrisa en los labios, recordando cómo ella había disfrutado en parte de aquellos mismos momentos en su día. De pronto una parejita le llamó la atención, estaban sentados en el césped y se regalaban besos como si nada ni nadie más existiera. Ella se dejaba abrazar y miraba a su chico con admiración, mientras él la sonreía, le acariciaba el pelo y la miraba como si no pudiera creerse que estuviera con él. Esther se preguntó cuánto de real habría en esas relaciones postadolescentes, cuánto de calentura, cuánto de ingenuidad, cuánto de insensatez, cuánto de cariño, cuánto de amor… Parecían felices, parecían quererse, Esther estaba convencida de que ambos se deseaban por su actitud corporal, pero lo que no sabía era qué trasformaba todo aquello, toda esa felicidad y hormigueo erizado, en amor en mayúsculas, pues ella había mantenido relaciones poco duraderas y más espontaneas que comprometidas durante sus años de facultad, y así seguía siendo.
Esther dejó de mirar a aquella parejita, y se centró en la pelirroja de pelo largo que bajaba por la escalera. Lucía unos pantalones de pinzas negros y un suéter rojo con hombros descubiertos que dejaban su piel a la vista de todo el que la mirara. A Esther se le ensanchó la sonrisa en el rostro, Alicia cuando se transformaba era espectacular, y ver cómo la miraban los alumnos al pasar sólo hacía que aumentar el deseo que le producía el admirarla, pues sabía que aquella mujer sería suya aquel día.

-       Hola, ¿te hice esperar mucho? –le preguntó Alicia poniéndose frente a ella con una agradable sonrisa-.
-       No, acabo de llegar –le dijo Esther y se quedó mirándola-. ¡Estás preciosa! –le dijo con sinceridad-.

A Alicia le centellearon los ojos ante la mirada de Esther. Sonrió más ampliamente y agachó unos segundos la mirada.

-       Tú también. Tenía muchas ganas de verte –le confesó Alicia y al hacerlo no esquivó la mirada-.

Esther sabía lo que pasaría tras aquella breve comida, y por primera vez su cabeza estaba lejos de Maca, aun así desconectó el móvil nada más subir al vehículo.

Tres horas más tarde, Alicia y Esther habían terminado desnudas en un encuentro frenético en casa de la catedrática. Esther había puesto toda la carne en el asador, escondiéndose en cada recodo de aquella piel blanca tan distinta a la que su cabeza trataba de evocar una y otra vez. El deseo y el calor de Alicia le habían ayudado a dejarse llevar, a dejarse hacer, a tratar de alejar aquel ahogo que tenía en mitad del pecho y que por desgracia sabía que llevaba un nombre. Todo estalló y, se asentó un momento de calma, entonces fue cuando una voz de alarma se instauró en Esther haciéndola correr.

-       Es un placer estar entre tus manos –le susurró Alicia recolocándose sobre ella-.
-       Eso parecía por tus sonidos –se burló Esther mientras Alicia ya no se sonrojaba, difuminada en ese maravilloso deseo que le iluminaba la cara-.
-       El lunes me voy a Francia a un congreso, tenemos que exponer el proyecto de investigación y nos llevará un mes así que no podré verte –dijo con tristeza Alicia-.

Esther se le quedó mirando, pero no dijo nada. Alicia continuó hablando.

-       Esther, no sé cómo funciona del todo esto, si te tenía que haber avisado con tiempo o no, pero dado que posiblemente ya no nos podamos ver en el resto de la semana, y tú supongo que tendrás ya otros planes, me gustaría saber si puedes pasar la noche conmigo –dijo Alicia dándole espacio para que pudieran hablarlo-. Me refiero a una noche entera de las que me hablaste, si es que no estás muy cansada y puede ser.

No supo de donde vino ni como apareció, pero la imagen de Maca sonriendo y bromeando con ella delante del televisor antes de acostarse, la imagen de aquella misma mujer cepillándose los dientes a su lado en el baño, y la candidez de sus brazos cuando se abrazaba a ella para dormir, la traspasó por entero dejándola temblando.

-       Esther… -la llamó Alicia al notar que palidecía-. ¿Estás bien?

Esther trató de focalizar a Alicia, sin embargo el corazón le golpeaba despavorido en mitad del pecho, solo la idea de perderse la cotidianidad de Maca una noche, la había aterrado por completo. De hecho, no había tenido la sensación de haberla engañado con Alicia hasta ese mismo instante… “Diosss, pero porqué me siento culpable, si  sólo es una cliente más…” trató de serenarse Esther gritándose la realidad, pero el corazón se le retorció sólo con imaginar la mirada que pondría Maca si se llegaba a enterar de lo ocurrido aquel día.

-       Perdona…

Fue todo lo que le dio tiempo a decir a Esther mientras de un salto se levantaba de aquella cama y se dirigía veloz al cuarto de baño adjunto. Alicia la escuchó vomitar, y más tarde, la vio marcharse por la puerta del apartamento mientras le prometía que estaba bien y Alicia le repetía que la llamaría a su apartamento más tarde.



Esther cerró los ojos, y se sumergió en el agua de la bañera. Aún tenía revueltas las tripas con lo ocurrido, aún sentía que el corazón le galopaba pidiéndole que corriera hacia Maca, pero aquella noche, aunque se muriera en el intento, controlaría aquella ansiedad y se prohibiría abandonarse a aquellos brazos.

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